¿España se equivocó de Dios en Trento?
Lutero contra la católica España imperial.
Análisis filosófico de la doctrina de Lutero.
La Leyenda negra no es una reliquia del pasado o un curioso caso historiográfico para entretenerse en los ratos libres, sino que afecta de forma radical a España, a los españoles y a todas las naciones hispanoamericanas. Y esto es así porque, como vamos a ver en este capítulo, la propaganda antiespañola es también una propaganda anticatólica y aquí es importante señalar que la tradición católica no es lo mismo que la fe católica.
Más nos vale empezar a reconocer que esta confrontación dialéctica entre religiones (catolicismo versus protestantismo), es también una lucha dialéctica entre imperios y que esta batalla se está decantando a favor de las naciones protestantes con la connivencia ingenua o interesada de nuestros propios medios de comunicación, gobiernos e intelectuales. Y tanto es así que la llamada Iglesia de Roma lleva años protestantizándose (y si no me creen, busquen los confesionarios en las iglesias, a ver si los encuentran).
Por otro lado, clama al cielo la fuerte campaña de censura que, desde Reagan, están llevando a cabo los EEUU en contra de los hitos fundacionales de la Hispanidad y, sin embargo, nuestros gobiernos observan la situación impávidos, como si estas políticas de desprestigio de la tradición hispánica no reportaran inmensos beneficios geopolíticos y económicos al imperialismo estadounidense.
Hoy hablamos del protestantismo y solo quiero invitarles a averiguar quienes financian a muchos grupos indigenistas tanto en España como en Hispanoamérica. Empezamos.
El núcleo duro de la Leyenda negra, esto es, el vínculo religioso entre España y el Anticristo, se genera con el protestantismo alemán y esto del “anticristo” no es una forma mía de hablar, sino justo la imagen que Lutero trató de proyectar sobre los españoles.
En la entrega anterior hicimos un breve recorrido por los orígenes de los prejuicios antiespañoles y ya indicamos que, tal y como demostró Arnoldsson (el historiador sueco), esta propaganda enemiga arrancó con los humanistas italianos. Ustedes recordarán que, por un lado, despreciaban la moral corrompida y la sangre impura de los españoles por aquello de haber convivido tanto tiempo entre moros y judíos y por haber sido tan tolerantes con ellos.
ATENCIÓN: se acusaba a los españoles de ser tolerantes en exceso con los moros y los judíos y, luego, más tarde, se les acusará de todo lo contrario.
Por otro lado, los humanistas italianos encontraban en el pasado visigodo peninsular la causa de nuestro proverbial atraso cultural. Esto es, los españoles éramos godos medievales, sinónimo para ellos de barbarie y salvajismo (ya hay que tener narices para afirmar que España, la potencia hegemónica del momento, nada tuvo que ver con eso que se llama Renacimiento. Que esto lo sostuvieran los humanistas italianos tiene un pase, que lo repitan como loros historiadores españoles contemporáneos no tiene perdón de Dios: cobardes, encogidos, gallinas).
Frente a estas acusaciones, los humanistas españoles generalmente reaccionaron con una especie de alegre desdén, algo así como: “Sí, sí, lo que tú digas hijo mío”. Hasta que, avanzado el siglo XVI, algunos empezaron a tomarse la cosa más en serio. Tal fue el caso de Gonzalo Jiménez de Quesada, que escribió el Antijovio como contestación a las difamaciones vertidas contra España por el humanista florentino Paulo Giovio. Por cierto, es muy curioso advertir que ya en estas dos obras (en las dos), que datan de mediados del siglo XVI, se utilizaba de forma abundante el término “españoles”, circunstancia esta que parece confirmar la existencia de España como nación histórica ya en esa época, una nación histórica que derivará en nación política en 1812. Esto lo digo para quienes escriben a Jacinta diciendo que España ni existe hoy, ni ha existido nunca ni existirá jamás. No sé si me estará escuchando el señor José Luis Villacañas, catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid y convencido negador de la realidad histórica del Imperio español. Si lo hiciera, nos llamaría nacionalistas españolas a las dos, a Fortunata y a Jacinta, y quizás se atrevería también a llamar nacionalistas argentinos a los argentinos que se oponen a las reivindicaciones indigenista de los mal llamados Mapuches quienes, por cierto, cuentan con el apoyo institucional y financiero de organizaciones inglesas, por si no lo saben.
Pero vamos a ordenarnos un poco, que se nos va el santo al cielo.
Ustedes pueden imaginar que las gentes que habitaban el medievo no tenían una concepción de su realidad histórica tal y como nosotros la entendemos ahora. Esto es, una señora que vivía en Toledum a finales del siglo V no se levantaba un día y decía: “Vamos, ¿pues no viene la Flavia Gratidia Messalina Octavia y me dice que antier cayó el Imperio Romano de Occidente? Ay madre, pero qué desgracia… ¡Qué barbaridad! Y quién habrá sido ¡Qué barbaridad! ¡Qué barbaridad!”
O, qué sé yo, uno de ahí de Tordesillas no aparecía un día y le decía a su señora esposa: “Venga, Isabel, ponte el traje de los domingos que esta tarde empieza el Renacimiento”.
Aunque casi todas estas categorías historiográficas fueron definidas y consensuadas en el siglo XIX, los humanistas del siglo XV ya se sintieron protagonistas de una especie de “modernidad” y se consideraban a sí mismos portadores de un legado cultural diferente, más sofisticado, racionalista y superior al existente en los siglos anteriores, periodo al que consideraban medieval y bárbaro. Y ahí es donde entraban los españoles… por lo de visigodos.
Ahora bien, los visigodos que habitaron la Península ibérica pertenecían a una rama de los pueblos godos o góticos que a su vez provenían de los pueblos germánicos orientales, de manera que a los humanistas germanos (técnicamente todavía no podríamos llamarles alemanes), no les hacía ninguna gracia que los humanistas italianos llamaran bárbaros e ignorantes a los pueblos góticos.
Resumiendo, si en general los humanistas españoles se tomaron medio a chufla estos insultos y calumnias, los humanistas alemanes, que evidentemente también se sintieron aludidos, reaccionaron con agresividad. Y aquí es donde entra nuestro protagonista del día: Martin Lutero.
Verán sus señorías, en los territorios germanos del siglo XV el adjetivo welsch se utilizaba para referirse a los latinos: así identificaban a los italianos y también un poco a los franceses. Pero ya en el siglo XVI esta palabra se interpreta claramente como un insulto que significa falso, mentiroso, inmoral y extranjero. Muchos alemanes cultos de esa época concibieron un odio profundo contra lo latino y si ustedes revisan los textos de Hutten o los de Lutero verán que el término welsch pronto empieza a designar casi exclusivamente a los españoles. Ya puestos, también nos llamaban mamelucos, sodomitas, codiciosos, marranos (por lo de judeoconversos) y judíos.
Karl Jaspers y otros advirtieron que ya en Lutero se encuentra el programa nazi reunido y para muestra un botón: “Todos estos judíos son engendros de víboras, hijos del demonio (…) y han envenenado pozos, asesinado y secuestrado niños”. “(Nuestros gobernantes) deben actuar como un buen médico que cuando se encuentra frente a un cuadro de gangrena sin piedad procede a amputar, serrar o quemar carne, venas, hueso y médula”. “Primero prendamos fuego a sus sinagogas o escuelas y sepultemos y cubramos con tierra cualquier cosa que no se queme, para que ningún hombre vuelva a ver una piedra o ceniza de ellos”.
Alguno saldrá enseguida al paso diciendo: “También en España se odiaba a los judíos, más que en ningún otro sitio porque, de hecho, los RRCC los expulsaron”. Les prometo que pronto dedicaremos un capítulo completo a explicar la cuestión judía en España, que nada tuvo que ver con este furioso racismo de los ambientes cultos germánicos, pero de momento les invito a que busquen textos de teólogos y juristas españoles que alcancen este grado de odio y furia fanática, a ver si encuentran uno solo.
Pero sigamos con nuestro programa ¿Por qué el rechazo de lo latino por parte del humanismo germánico se focaliza tan pronto en contra de lo español? Pues porque este humanismo germánico se puso al servicio del agresivo nacionalismo germánico. Recordemos en este punto que todos los nacionalismos necesitan de un malvado enemigo para existir y que en el caso del nacionalismo inglés, el holandés y el alemán ese malvado enemigo fue la España Católica, que era la potencia hegemónica del momento.
Aclaremos un poco el contexto histórico aunque sea de forma esquemática:
1ª: El mundo germanófono era por entonces un mosaico de principados, ducados, ciudades-estado y obispados que en conjunto formaban el Sacro Imperio Romano Germánico, o sea que era un conjunto muy abigarrado de micropoderes feudales.
2ª: Había humanismo sí, pero solo en las altas esferas como sucedía en casi todas partes, puesto que en general el pueblo llano era analfabeto. Había enormes grupos de campesinos muy empobrecidos y también una pequeña nobleza arruinada y un bajo clero descontento. Todo ello generó mucho malestar social y decenas de revueltas populares, como la “Revuelta de los caballeros palatinos” de 1523 o la “Guerra de los Campesinos” de 1525 que finalmente fue sangrientamente aplastada por los Príncipes alemanes que ya contaban con el apoyo de Martin Lutero. A propósito de los campesinos rebeldes escribió Lutero: “contra las hordas asesinas y ladronas mojo mi pluma en sangre: sus integrantes deben ser aniquilados, estrangulados, apuñalados, en secreto o públicamente, por quien quiera que pueda hacerlo, como se mata a los perros rabiosos”.
3ª: Por tradición, los gobernantes de estos territorios germánicos elegían emperador a uno de ellos y en 1519, Carlos I de España (que pertenecía a la familia austriaca de los Habsburgo), fue elegido emperador del Sacro Imperio Romano Germánico y así pasó a llamarse Carlos V de Alemania.
4ª: Lo que ocurre en la Europa del siglo XVI es una lucha de religiones (católicos y protestantes) pero también es una lucha entre Estados y habría que señalar que estas guerras que se han llamado “guerras de religión” o “guerras antiimperiales” fueron al mismo tiempo feroces guerras civiles que enfrentaron a alemanes contra alemanes.
Ya sabemos que Carlos V trató de llevar a la práctica la idea humanista de un imperio europeo bajo la forma de la Universitas Christiana, esto es, la creación de una especie de prematura Unión Europea reunida bajo un proyecto político, económico y administrativo común, una Europa plurinacional y ligada espiritualmente a través del cristianismo que, como todos ustedes saben, tiene un planteamiento universalista de la religión (recordemos que ‘católico’ significa universal y recordemos también el acuciante peligro que en ese momento significaba la amenaza turca y lo interesante que era la idea de una Europa unida para protegerse).
Entonces, ¿qué hizo saltar las alarmas de los príncipes del Sacro Imperio Romano Germánico? Antes había habido otros emperadores, ¿por qué estas oligarquías locales se rebelan precisamente contra Carlos V que encima había nacido en Flandes y que había sido un príncipe electo, lo habían elegido ellos? Pues verán, descubren que el joven Carlos V no se conforma con ser una mera figura decorativa sino que está decidido a gobernar: Castilla y Aragón le ofrecían el mejor ejército de Europa, asimismo disponía de enormes riquezas y de un poderoso armazón teórico elaborado por humanistas españoles como Pedro Ruíz de la Mota, Hugo de Moncada o Alfonso de Valdés.
En definitiva, Carlos V traía al Sacro Imperio ideas nuevas, estaba decidido a romper las viejas estructuras feudales y a establecer leyes comunes tal y como hizo Roma. Porque esa es la esencia de todo Imperio, la defensa de la Ley. Y el Imperio que no acomete dicha labor, no perdura. Aquí sostenemos, de hecho, que lo que en España posibilitó una reacción prudente y ponderativa frente al fenómeno de la brujería fue precisamente la racionalidad de Estado de una España imperial, fuertemente institucionalizada y burocratizada, con una larga tradición escolástica en el cultivo teórico y práctico del Derecho, muy capacitada ya para distinguir fe de razón y muy empeñada en la defensa de la ley.
Para responder a la pregunta que planteábamos antes, esto es, “¿qué motivó que los príncipes alemanes se enfrentaran a Carlos V?”, tenemos dos posibilidades:
1ª: Acudir al relato políticamente correcto, el que ha triunfado a nivel historiográfico y que aparece acríticamente repetido en los libros de Historia de todo el mundo (incluidos los españoles), libros de texto, películas, documentales, series de tv, wikipedia, &c.
2ª: Oponer a esta narración interesada y falsificada los hechos factuales, esto es, los documentos, las firmas y las reliquias en general para intentar darle la vuelta, desmitificarlo.
Roger Osborne es un ejemplo de cómo opera la programación ideológica a la hora de construir un relato histórico. Este investigador inglés presenta su obra “Civilización” como un modelo de crítica y desmantelamiento de los principales eslóganes y tópicos que distorsionan la comprensión de la historia de Occidente. Sin embargo, no puede evitar interpretar la Reforma luterana y al propio Lutero en clave emocional, espiritual y, por supuesto, hagiográfica:
“Lutero fue el pararrayos de los deseos espirituales de millones de cristianos occidentales”: Estamos ante el tópico de Lutero como héroe libertador que da voz al pueblo oprimido. Permítanme un experimento. Es el año 2079 y el ideólogo de turno escribe: “Puigdemont fue el pararrayos de los deseos espirituales de millones de catalanes que clamaban justicia y democracia”. Solo voy a añadir este comentario hagiográfico que el periodista español Luis Hernández Arroyo dedica a Lutero, para demostrar el tremendo desvarío que ha alcanzado gran parte de la intelectualidad española actual: “El libertador de verdad, el forjador de Occidente, de los derechos humanos, de la democracia, de la libertad personal protegida por la ley, fue Lutero. Él fue quien liberó nuestra conciencia”. Es un discurso muy bonito, ¿no les parece a ustedes? El problema es que es falso. Fíjense, primero de todo, en la cantidad de ideas metafísicas que incluye en una sola frase y que no explica: libertad, verdad y conciencia. Efectivamente, muy luterano todo y muy idealista. Pero olvida este señor que el racionalismo que prefiguró cosas tan bonitas como los derechos humanos se forjó dentro de las fronteras del Imperio español, que era precisamente católico, mal que le pese.
“Si la Reforma nos enseña algo es que los humanos viven por sus necesidades emocionales, no por su coherencia racional”. ¿Se preguntaban ustedes de dónde viene esto de que “el sentimiento da derecho”, tan en boga hoy día? Pues de Lutero (más tarde desarrollado por el idealismo alemán): subjetivismo e individualismo antes que racionalismo institucionalizado. A tomar por saco la coherencia racional, sí señor. Esto me recuerda a un meme que circulaba hace algunos meses por redes sociales y que decía tan ufano: “Yo no pienso, yo siento”. ¡Qué forma tan extraordinaria de autorretratarse! Hay que recordar aquí y hay que decirlo muy alto y repetirlo hasta la extenuación que fue en la emocional e “irracionalizada” Alemania de Lutero, y en los diferentes territorios dónde se consolidó la Reforma, donde se produjeron las más histéricas persecuciones y matanzas de brujas y brujos. A pocos les interesa que se diga que la racionalista Inquisición española no creía en las brujas y que consideró este fenómeno como un engaño, una superstición y un producto de la psicosis colectiva. Psicosis que arrasó en otras partes de Europa y que, gracias al empeño racionalista y desmitificador de la Inquisición, no afincó en España. Yo sé que escuchar esto es como para que le explote a uno la cabeza pero, verán, hace décadas que está confirmado por los especialistas (mapa).
“Creciente conciencia de que los individuos son individuos, con necesidades, esperanzas y deseos individuales y no elementos integrados en una sociedad colectiva”: Esta exaltación del individuo y rechazo de los vínculos familiares condujo en los años 70’ a cosas como la ingeniera social sueca. Abajo les dejo un enlace al documental “La teoría sueca del amor”, no tiene desperdicio.
“Fue, sin embargo, en los estados germánicos donde la hostilidad de Carlos V hacia el luteranismo le atrajo las mayores dificultades”: Esto es, se presenta a Carlos V como una figura despótica que oprime los deseos naturales del “pueblo alemán”, como si el luteranismo fuera un “deseo natural” preexistente. No se cuenta que el luteranismo necesitó décadas de feroz y sistemática propaganda para implantarse en la mente de los “alemanes” que, en su mayoría, querían seguir siendo católicos. No se cuenta que los ejércitos de Carlos V estaban llenos a rebosar de lasquenetes de origen germánico que luchaban a favor de Carlos V, a favor de la unidad imperial y a favor de la Iglesia de Roma. No se cuenta que Carlos V era el emperador legítimo del Sacro Imperio y que lo que hacía era defender la ley por encima de los intereses privados y particulares de los príncipes alemanes. No se cuenta que lo que intentaba era defender la propiedad privada de los alemanes católicos frente a las ansias depredadoras de estos mismos príncipes que redactaron, sin escrúpulo alguno, leyes para la discriminación y la confiscación de bienes de quienes se negaban a convertirse al protestantismo.
Resumiendo, las escleróticas oligarquías germánicas sabían que Carlos V acabaría con el statu quo y eso no les interesa en absoluto. Tampoco les interesaba el extraordinario poder que Carlos V logró reunir en su persona gracias a la herencia de su madre Juana de Castilla: ¿quedar absorbidos bajo la unidad de un Imperio del sur? Ni hablar.
Todos sabemos que lo que triunfó en Europa en ese momento no fue el proyecto de unificación de Carlos V sino más bien la fragmentación, la exaltación de la diferencia, el nacionalismo y las políticas no en favor del bien común sino en beneficio del bien privado y particular.
Para dejarlo claro de una vez: ante la previsible pérdida de poder local que se avecinaba si triunfaba este proyecto de unificación, los príncipes alemanes utilizaron el luteranismo como herramienta política. Es decir, personajes como Martín Lutero había habido muchos antes que él, pero a todos ellos les había faltado, por así decirlo, la oportunidad política. El protestantismo supuso la nacionalización de la religión (las distintas Iglesias reformadas pasaban a ser propiedad de tal pueblo, rey y territorio) y supuso también una extraordinaria ventaja económica dado que las nuevas leyes autorizaban a los príncipes alemanes a expropiar los bienes de la Iglesia católica y a confiscar las propiedades de los católicos que no aceptaron las conversiones forzosas. Han oído bien: la nobleza protestante se hizo inmensamente rica gracias a la ruptura con Roma y sí, impuso las conversiones forzosas. Ahí tienen la cacareada tolerancia religiosa del protestantismo.
Gracias al “cuius regio, eius religio” (según quien gobierne será la religión), cuando un príncipe alemán se convertía al luteranismo obligaba a todos sus súbditos a hacer lo mismo. Las durísimas leyes de discriminación religiosa contra los católicos estuvieron vigentes hasta hace muy poco tiempo, baste recordar la Kulturkampf de Bismarck. Durante varios siglos se dictaron terribles leyes de segregación religiosa en los territorios protestantes, leyes que limitaban la transmisión de propiedad de los católicos y su acceso a la función pública, al ejército y a la educación superior. Así que cuando Carlos V condena la Reforma está condenando el derecho de los Príncipes prorreformistas a imponer su criterio a quienes quieren seguir siendo católicos.
Adelantándonos a algunas suspicacias que puedan surgir y para ir cerrando el programa: no, no creemos en una España eterna y sagrada; sí, sí creemos que hay que ajustar su realidad histórica a sus quicios y no a los desquicios de la Leyenda negra; no, no creemos que la acción del Imperio español fuera en todas sus facetas angelical; sí, habría muchas cosas que podríamos echarle en cara a Carlos V; no, Felipe II tenía sus cosas pero no era el hijo del Anticristo; y sí, es cierto que la Iglesia de Roma atravesó durante todo el siglo XV una fase crítica o muy crítica y que hizo cosas muy chungas.
Y aquí nos detendremos un momento porque a menudo olvidamos que el Papado era un Estado, una potencia imperial que se enfrentaba a otras potencias imperiales de la época y que, encima, solía ganar, tal y como lo demostró en Trento. A pesar de las tremendas tensiones, sin embargo, siempre se pudo salvaguardar la unidad de los cristianos. ¿Siempre? Evidentemente no. Llegó un momento en que la debilidad de la Iglesia de Roma fue aprovechada con mucha astucia por Lutero y por los príncipes alemanes. Esa debilidad supuso la división de Europa en dos partes y el triunfo de la propaganda protestante frente a la católica. Porque entonces es cuando se profesionaliza la propaganda antiimperial. Esto es, por un lado, tenemos una ideología que hay que propagar como sea y por otro lado tenemos una tecnología novedosa: la imprenta funcionando a pleno rendimiento al servicio de dicha propaganda y con la ayuda de enormes artistas de genio como fueron Cranach el Viejo o Hans Holbein el Joven.
Estos panfletos, diseñados por miles e impresos durante años a espuertas, presentaban generalmente imágenes de fuerte contenido escatológico acompañadas de breves comentarios de Lutero. Está documentado que, hasta 1530, Lutero produjo unos 3183 panfletos pero hay que recordar que siguió confeccionándolos hasta 1546. A esto hay que sumar los panfletos redactados por otros propagandistas. En total, los panfletos emitidos desde la parte católica fueron 247 y, generalmente, eran contestaciones teológicas muy elaboradas que, como contrapropaganda, no resultaban muy eficaces.
Conclusión y cierre
La mayoría de nosotros hemos absorbido desde pequeños la imagen de un Lutero heroico que denunció con valentía y honor las injusticias y la depravación reinantes en el seno del catolicismo. Los pueblos católicos han asumido como verdad esa idea de su propia intransigencia: la idea de que el luteranismo significó la victoria de la tolerancia frente a la intolerancia católica. Pero lo cierto es que fue justo al revés.
En nombre de la “libertad” protestante, se instituyeron nuevas Iglesias, nuevos cleros y nuevos catecismos. El propio Lutero emitió bulas y, por supuesto, persiguió la disidencia religiosa con extrema violencia, escarnecimiento y muerte.
Ni España ni la Iglesia de Roma supieron nunca defenderse de los violentísimos ataques pergeñados contra ellos. No supieron hacerlo entonces ni saben ahora, quizás porque mientras los príncipes protestantes se esforzaban en construir el famoso hecho diferencial, la otra parte se esforzaba en evitar la ruptura y en buscar puntos de concordia.
Hemos presentado aquí un breve recorrido por este tramo tan complejo de la historia. Apenas hemos citado a Felipe II y de la tremenda Leyenda negra que se cierne sobre él, no hemos abordado los procesos bélicos ni los tremendos esfuerzos diplomáticos que se llevaron a cabo para evitar la ruptura, tampoco hemos hablado del extremo grado de postración en que quedaron sumidos los territorios alemanes tras la Guerra de los 30 años, motivo de su tardía unificación nacional (segunda mitad del siglo XIX). Aquellos que tengan interés en ampliar información, podrán consultar el material bibliográfico que subiremos a la web.
Y hasta aquí este capítulo de ¡Qué m… de país!, les recordamos que hemos habilitado algunas opciones de micromecenazgo por si quieren contribuir al sostenimiento de este programa. Se despide de ustedes Fortunata y Jacinta y recuerda: “Si no conoces al enemigo ni a ti mismo, perderás cada batalla”.
Bibliografía:
Juan Antonio Hevia Echevarría, “Sobre Lutero y sus mentiras”, El Catoblepas, 2006, 52:15.
Atilana Guerrero Sánchez, “Protestantismo y democracia”, El Catoblepas, 2011, 112:10.
Diccionario soviético de filosofía: “Protestantismo”.
María Elvira Roca Barea, Imperiofobia y Leyenda negra.
Iván Vélez, Sobre la Leyenda negra.
HISPANOFOBIA II: Lutero contra la católica España imperial. Forja 019
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