EL Rincón de Yanka: TEJER HISTORIAS: COMUNICAR ESPERANZA EN TIEMPOS DE PANDEMIA 🕂🔆🕂

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martes, 14 de abril de 2020

TEJER HISTORIAS: COMUNICAR ESPERANZA EN TIEMPOS DE PANDEMIA 🕂🔆🕂

32 periodistas ofrecen una 
«inyección de esperanza en tiempos difíciles»

Una treintena de periodistas relatan historias de esperanza en el libro Tejer historias. Comunicar esperanza en tiempos de pandemia (Publicaciones Claretianas) que ve la luz este Domingo de Pascua, en formato digital y de forma gratuita, con la intención de ser un «bálsamo» y «una inyección de esperanza» en estos «tiempos difíciles». El director y la subdirectora de Alfa y Omega, Rodrigo Pinedo y Cristina Sánchez, participan en la obra

En el prólogo del libro, el director de Publicaciones Claretianas, Fernando Prado, subraya que «tanto sufrimiento vivido y tanta heroicidad anónima no pueden quedar en el olvido, sino que deberían convertirse en oportunidad de oro para ayudar a madurar y alumbrar un mundo nuevo» en el que se «rescate lo más importante: la propia humanidad».

«Estamos viviendo un momento histórico del que mañana hablarán los libros, como lo hacen de otras pestes o pandemias que hemos vivido en la historia de la humanidad. Ojalá los libros recojan también la información de esta otra epidemia, igualmente real, que se ha desatado en esta ocasión. Me refiero a la epidemia de ternura, de compasión y esperanza que nos está contagiando a todos y nos está haciendo mejores». añade.
Este libro, según indica, quiere ser «una humilde contribución a ello». En concreto, la obra recoge las historias escritas por 32 periodistas, entre los que se encuentran el presidente de la Fundación Crónica Blanca, Manuel María Bru Alonso, autor del texto Nos topamos con el Misterio; la periodista de COPE Cristina López Schlichting, que escribe sobre La crisis del papel higiénico (manual de supervivencia); el redactor jefe de la revista Vida Nueva, José Lorenzo López, que firma El testimonio contagia, y la directora de Últimas preguntas, Frontera y Buena Nueva, de RTVE, María Ángeles Fernández Muñoz, autora de Mirad las aves del cielo.
Prólogo 

Sin atormentarme demasiado, el Miércoles de Ceniza escuché en boca de un sacerdote una idea que, sin duda, podía estimular mi itinerario de preparación para la Pascua. El cura se había referido en su homilía a que nadie nos pedirá cuentas del mal que no hicimos o del bien que no pudimos hacer. Sin embargo –decía él– como creyentes sí se nos pedirán cuentas del mal real que hicimos, del que aun pudiéndolo evitar no evitamos o de no haber hecho todo el bien que pudimos hacer. Días más tarde, de forma inesperada e inminente, irrumpió la crisis del dichoso coronavirus. La Cuaresma se transformó inmediatamente en una verdadera cuarentena que puso patas arriba nuestras vidas y nuestras agendas. Una pandemia de dimensiones bíblicas nos había pillado, como a las vírgenes necias del Evangelio, desprovistos del aceite necesario. La cosa iba para largo. 

Así, en medio de esta emergencia de consecuencias impredecibles, me preguntaba en pleno confinamiento forzoso si podría hacer algo más que lo que nos proponían las autoridades. Después de siglos de luces y avances científicos –aunque suene a broma–, no parecen saber darnos mayor solución que la de usar más el jabón de manos para evitar el contagio, armarnos de altas dosis de paciencia e imaginación durante el enclaustramiento y esperar a que pase. La misma fórmula que utilizaron las abuelas de nuestras bisabuelas para luchar contra la viruela. Me propuse entonces intentar vivir esta extraña Cuaresma lo mejor posible y hacer algo bueno que fuera más allá de lo mandado. 

Enseguida detecté que, debajo de tanta avidez de noticias, inusitada excitación, crítica amarga, memes y vídeos ingeniosos, se escondían, tal vez como mecanismo de defensa, el miedo, el sentimiento de fragilidad y la inseguridad que la grave situación de crisis estaba provocando en nosotros. De ahí nace la idea de este libro. Sin alejarnos de la crudeza y del realismo de la situación, quizá unas historias bien tejidas pudieran ayudarnos a encontrar motivaciones para afrontar la letal amenaza de la desesperanza que, como siempre, asoma en situaciones de crisis. Porque una crisis siempre desafía la esperanza. 

Algo positivo había que hacer y yo quería poner mi granito de arena. Como editor de libros se me ocurrió buscar la colaboración de una treintena de periodistas de los buenos, de esos que «saben lo que se cuece», y saben contarlo, para «armar» un libro. Ellos, que saben tejer historias buenas de verdad y captar lo mejor de nuestro corazón humano, son verdaderamente capaces de poner una pizca de esperanza en este histórico momento. No nos viene mal. 

Estos colegas periodistas saben comunicar esperanza porque la tienen. Son de los que saben bien que detrás de los números de muertos y afectados, detrás de los incomprensibles índices macroeconómicos y de los vaivenes bursátiles, hay familias y seres de carne y hueso. Personas que sufren, sueñan, viven y sienten. ¡No son números, son personas! ¡Somos personas! Todos son comunicadores «de raza» y conozco bien la pasión que les habita. Con su aportación y su plural sensibilidad saldría, sin duda, un buen libro. Un libro capaz de ayudarnos a levantar un poco la mirada por encima de los fríos datos y el gris escenario que, día tras día, se nos cuela por las pantallas amenazando con minar nuestra esperanza. 

Mi amigo Manuel María Bru, alma mater de la Fundación Crónica Blanca y maestro de periodistas, participaría personalmente y me ayudaría a completar el elenco de autores para el proyecto. Enseguida nos pusimos manos a la obra y conseguimos un libro de calidad en tiempo récord. Los autores respondieron como siempre, con una generosidad admirable. No puedo sino agradecer su disponibilidad y su real esfuerzo. Era Viernes de Dolores. La idea era que el Domingo de Pascua el libro circulara viralmente, como una pandemia de Esperanza, como un rumor de Resurrección. En todas y cada una de las historias de este libro resuenan, discretamente, las palabras de Aquel que vive y camina siempre con nosotros, misteriosa y sigilosamente, en nuestra Galilea de cada día. 

El escritor Stefan Zweig concluye su novela Mendel el de los libros, creo recordar, diciendo algo así como que los libros solo se escriben para unir a los seres humanos y defendernos frente a la fugacidad y el olvido. Esa es también, de alguna manera, la humilde pretensión de esta obra coral: tomar nueva conciencia de esa gran fraternidad que nos une como seres humanos y ayudar a extraer, de lo que estamos viviendo, la consiguiente sabiduría. La historia es maestra de la vida y nos ayudará a no olvidar. No podemos olvidar. No debemos olvidar. No queremos olvidar. 

El futuro, lo sabemos, se escribe siempre sobre las raíces y la sabiduría destilada del pasado. Tanto sufrimiento vivido y tanta heroicidad anónima no pueden quedar en el olvido, sino que deberían convertirse en oportunidad de oro para ayudarnos a madurar y alumbrar un mundo nuevo desde lo que estamos redescubriendo estos días. Un mundo en el que de verdad rescatemos lo más importante que tenemos: nuestra propia humanidad, nuestro mejor modo de concebir la vida y las relaciones. ¿Seremos capaces? 

Estamos viviendo un momento histórico del que mañana hablarán los libros, como lo hacen de otras pestes o pandemias que hemos vivido en la historia de la humanidad. Ojalá los libros (¡y los bancos de datos!) recojan también la información de esta otra epidemia, igualmente real, que se ha desatado en esta ocasión. Me refiero a la epidemia de ternura, de compasión y esperanza que nos está contagiando a todos y nos está haciendo mejores. Sobre esta base se alumbrará y se fraguará ese mundo nuevo. 

Este libro quiere ser una humilde contribución a ello. Entre sus páginas encontrarás historias y palabras que comunican esperanza. Palabras que, sin duda, sacan a la luz la verdad de la maravilla que somos los seres humanos. Una verdad que muchas veces, sumergidos en la prisa, nos pasa desapercibida incluso a nosotros mismos. Esa grandeza se hace ver especialmente estos días en todos los que, sin otro horizonte que la esperanza, siembran lo poco o mucho que pueden para que un día podamos volver a abrazarnos. 

Los creyentes, igualmente desafiados en la esperanza, confiamos en que en todo esto Dios está por medio. Por eso decimos que la Esperanza es una virtud teologal. Ojalá muchos pudieran compender existencialmente esta gran verdad que sostiene nuestra vida. Sin que hayamos hecho nada por merecerlo, el cielo nos ha bendecido con la suerte de tener ese mágico resorte que se activa con la memoria y nos recuerda la gozosa promesa que también hoy nos repite el Resucitado: «Sabed –y no olvidéis– que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos» (Mt 28,20). 
Fernando Prado Ayuso, 
cmf Publicaciones Claretianas


El libro completo en PDF se puede descargar aquí.