MALOT, Héctor
Escritor francés. 1830-1907. Nació en La Boville. Trabajó en una notaría y, a la vez, estudió Derecho. Más adelante fue periodista y luego escritor de fama. Murió en Fountenay-sous-Bois.
Sin familia
(Sans Famille, 1878)
Rémi es un chico abandonado y recogido por una buena mujer que, por dificultades económicas, se ve obligada también a dejarlo y le manda con Vitalis, un titiritero bondadoso que le hace aprender el oficio y lo educa. Es acogido luego por la familia del jardinero Acquin. Sobrevive a un terrorífico derrumbamiento en una mina. Más tarde vuelve a su vida de titiritero acompañado de Mattia, un amigo italiano del gremio, y cruza el Canal hacia Inglaterra en busca de su familia... Sus penalidades son numerosas pero tienen un desenlace feliz.
En familia
(En famille, 1893)
Si Rémi sueña con tener una familia y sentirse querido, no menos le sucede a Perrine, la niña huérfana protagonista. Después de una estancia en París, rodeada de personas arrogantes e irritantes, Perrine vivirá en el pueblo de Maurecourt, donde todos trabajan en las fábricas del señor Vulfran.
Malot fue un especialista en novelas sobre niños en ambientes sórdidos: auténticos melodramas dulzones donde se suceden las desgracias —deudas, accidentes trágicos, cárcel...—, narradas con la seguridad de que todo se arreglará. Los protagonistas seguirán adelante, sin dejarse dominar por el rencor, sabiendo valorar lo poco que tienen por comparación siempre con lo mal que lo habían pasado antes: «Un patrón como tú, que no golpea, me parece un sueño», le dirá Mattia a Rémi. Con menos talento que DICKENS, Malot describe sin énfasis el estado lamentable de las clases más bajas, y con sus argumentos persigue concienciar a sus lectores de los problemas sociales de la época.
Sin familia / pelìcula argentina
"Perrine" En Familia - Episodio 1 - La Partida
SIN FAMILIA
Las aventuras del joven Rémi, un huérfano recogido por la dulce Señora Barberin. Con 10 años, es arrebatado de su madre adoptiva y confiado a Vitalis, un misterioso músico itinerante. A su lado, aprenderá la dura vida del acróbata y cantará para ganarse su pan. Acompañado por el fiel perro Capi y el pequeño mono Joli-Coeur, su largo viaje por Francia, lleno de encuentros, amistades y ayuda mutua, lo llevará al secreto de sus orígenes.
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«Mis héroes viven en un mundo de relatos maravillosos y aterradores. Mis héroes están hechos de mi misma sangre, atravesamos las mismas pruebas: el abandono, la malevolencia de los seres humanos y la injusticia de las sociedades. Sus epopeyas me hablaban de que era posible elevarse por encima de los momentos trágicos o de una vida desgraciada. Cuando nos cuentan de sus desgracias sobre las que han triunfado, nuestros héroes nos muestran el camino». Boris Cyrulnik
Tarzán, Marco, Batman, Oliver Twist, Rintintín, Wonder Woman, Spiderman o Supermán son algunos superhéroes favoritos. Ellos han sufrido y enfrentado la adversidad, han caído y vuelven a levantarse, resurgen desde situaciones dolorosas y episodios traumáticos con una valentía que nos orienta para afrontar nuestras propias dificultades. Pero en ciertas condiciones sociales elegimos también héroes que se pervierten, se transforman en sembradores de odio y avivan lo peor del ser humano; se convierten en vínculos para canalizar el resentimiento o para imponer visiones totalitarias de las sociedades. Los (super)héroes pueden acompañarnos e inspirarnos en la difícil pero fascinante travesía de la vida. ¡Un libro impactante!
El nacimiento del héroe
Desde muy pequeño ya soñaba con admirar a un héroe. Por desgracia, a mí alrededor no había más que felicidad. ¿Cómo quieren ustedes que en tales condiciones llegue uno a ser valiente? Sólo se puede ser normal, lo cual es motivo de una existencia gris.
Huérfano desde mis primeros años, el mundo se convirtió en epopeya: me escapé de la Gestapo huyendo de noche, me encontré con gente maravillosa,vencí a los nazis sobreviviendo. Como no me estaba permitido ir a la escuela y aprendí a leer tomando un poco de aquí y otro poco de allí, no sé de dónde, me refugiaba en la ensoñación alimentada por mis lecturas.
Mí primer héroe fue Rémí, de "Sin familia", niño artista de la calle, rodeado de animales maliciosos. Luego me gustó Oliver Twist, huérfano inglés explotado por adultos crueles. Admiré a Jules Vallés, "El Niño" que defendía el mundo luchando contra malvados capitalistas. Estos héroes aportaron encanto a mí infancia en ruinas.
No me gustó Pelo de zanahoria. Su escritura vengativa hablaba de una madre fea, malvada y brutal, maltratadora de un padre blandengue que se apresuraba a envejecer para privar a su mujer del placer de ser deseada.
Mis padres eran héroes, puesto que habían muerto en Auschwitz. Hubieran podido obtener la nacionalidad francesa de no haber sido deportados. He releído muchas veces esta frase en su acta de desaparición . Ellos no estaban muertos, sino sencillamente desaparecidos. A menudo contemplaba una foto de mí madre, siempre bella y joven, con una mano bajo el mentón, con los ojos alzados hacía el cielo en una postura romántica. Admiraba a mí padre en su uniforme del batallón de voluntarios extranjeros del ejército francés. Me preguntaba por qué él, herido en Soissons, condecorado por el general Huntziger, había sido detenido, en su cama en el hospital, por la policía del mismo país por el que combatía. Ellos enorgullecían, vivían en mí imaginación.
No hay existencia sin pruebas que pasar, no hay afecto sin abandono, no hay vínculo sin desgarro, no hay sociedad sin soledad: la vida es un campo de batalla donde nacen los héroes que mueren para que otros vivan.
«¡Escuchad ahora cosas asombrosas y que causan espanto! Nueve mil escuderos yacían en tierra, heridos de muerte; y entre ellos, doce caballeros, compañeros de Dancwart. Él solo estaba ahí, de píe, en medio de los enemigos». ¿Conocéis acaso la historia de algún país que no empiece con una tragedia? Es con la epopeya como empieza el relato que identifica a un grupo. Un héroe herido de muerte no es una víctima, puesto que ha combatido para que su pueblo triunfe.
Al no conocer mis orígenes y no saber muy bien de quién había nacido, lo único que podía hacer era soñarme, para mí gran felicidad. Necesitaba un mito fundador, creí en él, lo amé. No me molestaba en absoluto que todo comienzo sea una tragedia. Sabía que siempre habría un héroe para salvarme, porque eso era lo que me había sucedido en la realidad. «La epopeya que relata destinos heroicos aparece en los albores dela historia cuando un grupo adquiere conciencia de sí mismo, crea sus modelos y se celebra a través de ellos».
¡Qué insulsa sería la vida sin episodios amenazadores! ¡Qué bella y trágica es cuando una aventura marca su comienzo! Yo necesitaba un héroe que no fuera ni divino ni verdaderamente sagrado. Rémi, Oliver Twíst, David Copperfield, Jules Valles y Tarzán vivían en un mundo de relatos maravillosos y aterradores. Mis héroes estaban hechos de mí misma sangre, atravesábamos las mismas pruebas: el abandono, la malevolencia de los hombres y la injusticia delas sociedades. Su epopeya me contaba que era posible elevarse por encima de los días insípidos y una vida desgraciada.
Hablando de maravillas y de las contrariedades que han superado, nuestros héroes nos muestran el camino. Así es en el comienzo de nuestra existencia. Cuando, en el momento de nacer, desembarcamos en el mundo, sentimos un espanto que se convierte en maravillosa calidez en cuanto una figura de apego nos toma en sus brazos, nos calma y nos índica el camino.
¿Cómo contar una epopeya en términos cotidianos? Sea como sea, no podemos escribir: «Ulises compró pan en la panadería de la esquina.
Encontró que la baguette era demasiado cara». No es así como hablan los héroes. Necesitan énfasis y poesía para estar por encima de los hombres. Escribid entonces: «Ulises, en su justo furor, se enfureció y decidió luchar contra la hambruna. Hizo fructificar el trigo y gracias a su superpoder distribuyó pan entre los pobres». He aquí cómo se hace para contentarse con las palabras. Tal es el lenguaje del héroe: el de la epopeya. Gracias a Ulises, el pueblo famélico puede recobrar sus fuerzas para luchar contra el tirano.
«Prefiero morir de pie que vivir arrodillado», dijo Jacques Decour antes de ser fusilado por soldados alemanes. ¡Así es como habla un héroe!
Murió por esta frase, ¡pero qué bello fue! Ante tanto coraje y majestad verbal, me siento mucho mejor.
Cuando yo era niño, el mundo estaba lleno de viejos. Ochenta años más tarde, no hay más que jóvenes a mi alrededor. ¿Cómo se lo explican ustedes? El mundo era malvado cuando yo estaba solo y era débil, ignorante de la vida. Pero tan pronto recibí la seguridad de una figura familiar, el mismo mundo empezó a interesarme. Fue afecto lo que me aportó seguridad, me hizo sentir curiosidad por explorar la vida y experimentar placer al hacerlo. Una tragedia social me había privado de toda figura familiar, el primer vínculo familiar había quedado desgarrado por la guerra. Los sustitutos educativos habían intentado una sutura a menudo torpe, mi héroe era quien me reconfortaba cuando pensaba en él y me daba fuerzas para enfrentarme a una realidad desesperante.De modo que tenía que leer, encontrar y soñar para ponerme a vivir de nuevo.
Así fue como di con Rémi, de "Sin familia". «Soy un niño huérfano», me dijo desde la primera línea. Entonces me pregunté cómo era posible llegar a ser un hombre si uno no tiene familia. Cuando tropecé con Rémi, yo tenía once años, él diez. Aquel pequeño héroe hablaba de mí, me indicaba un camino de vida posible a pesar de todo. El amor de la señora Barberin le había devuelto el calor, hizo de él un niño «encontrado»º (ya que antes había sido perdido). Pero cuando su marido tuvo un accidente y quedó imposibilitado, lo despidieron del trabajo, vendió la vaca y echó al niño. Felizmente, Rémi encontró un maravilloso sustituto artístico, el señor Vitalis -que hacía honor a su apellido- y su pequeña tropa, compuesta de tres perros y un mono que le permitían ganarse la vida dando espectáculos por pueblos de toda Francia. ¡Qué poesía! ¡Qué maravilla! A pesar de su desgracia, Rémi y su nueva familia me arrastraron en cada página a nuevas aventuras. La historia de mi héroe me reconstruía, porque me contaba que era posible volver a tener un lugar en la aventura social.
Si no os gusta Rémi es que mi héroe no es el vuestro. Vuestra historia es distinta, no tenemos las mismas heridas, nuestras curas no serán las mismas. Si sufren ustedes de pobreza en una cultura mercantil, su salvación será la historia de un inmigrante que se hizo rico al agacharse para recoger una aguja. Este señor se llamaba Rockefeller y la aguja de corbata era un pequeño diamante. Tal leyenda reconfortó a millares de pobres inmigrados dando forma a su deseo de sueño americano.
A medida que crecía empecé a preferir a Oliver Twist, que eludió la delincuencia forzada al dar con una familia burguesa. Pero el héroe que más me acompañó en los años de mi infancia fue sin duda Tarzán. Su cuerpo musculoso, el puñal al cinto de su vestimenta desgarrada, el extraño grito con el que llamaba al rescate a sus amigos los animales, provocaban en rní una alegría placentera. En las salas de cine, los espectadores gritaban con Tarzán y animaban a los leones, los chimpancés y los elefantes para que corrieran en su defensa. «¡Más deprisa!», gritaba la sala. Era magnífico y además tenía su moral, porque a su vez Tarzán, convertido en rey de los animales, los protegía a ellos de la malvada civilización.
El actor del Tarzán de aquellos días se llamaba Edgar Rice Burroughs. Nunca había ido a África porque sólo le gustaba estar en Los Ángeles. Esto no tenía ninguna importancia, para mí lo que contaba era la imagen de un huérfano en la jungla. Tarzán me contaba que tras la muerte de sus padres en un accidente de avión unos animales amables, sustitutos maternos, lo habían salvado para luego convertirlo en rey de la selva. En su gratitud filial, Tarzán se había vuelto su jefe para protegerlos mejor. Su infancia rota lo había expulsado de la condición humana, pero los animales lo habían humanizado. Cuando creció, la divina Jane lo civilizó enseñándole a hablar en vez de gritar: «Tú Tarzán, yo Jane», le decía mientras lo señalaba con su lindo dedo.
Tarzán me contaba mi propia historia en términos poéticos. Mi héroe había metamorfoseado la desgracia de mi infancia en aventura magnífica. Tarzán me mostraba el camino.
A medida que me iba haciendo mayor encontré otros héroes. A ellos también los amé, un poco menos que a Tarzán -tenía menos necesidad de ellos-. Había encontrado una familia, ahora iba a la escuela, jugábamos a fútbol en la calle. Yo jugaba mal, pero estaba rodeado de compañeros. Cuando venía un coche poníamos un jersey en el suelo para indicar dónde estaba el balón. Cuando pasaba de largo, volvíamos a poner el balón y el partido se reanudaba. En París, en 1948, esto ocurría tres o cuatro veces cada hora.
En este nuevo contexto familiar y social, amé a Supermán porque era musculoso y volaba para socorrer a los débiles.Luego le llegó el turno a Mandrake el Mago, que hacía aparecer y desaparecer objetos a voluntad. Más adelante a Nasdine Hodja, porque mi tío Jacques me traía todos los jueves Vaillant, la revista más cautivadora. Me gustaba aquel héroe que salvaba a los árabes con su turbante exótico, sus pantalones bombachos y su sable curvo, más temible que las dagas rectilíneas de los francos. En aquella época en que un francés de cada tres era comunista, el Comité Central preparaba a los jóvenes para que aceptaran la idea de que los palestinos se aliarían entre ellos para provocar el colapso delas monarquías de Oriente Medio. ¿Acaso los héroes eran portadores de un mensaje ideológico?
Hacia los catorce años descubrí a Jules Valles, un niño maltratado que se convertía en El insurrecto para reparar las injusticias sociales. Leí con fervor gran número de páginas de La Revolución francesa en un grueso volumen encuadernado que compré en un mercado de viejo. Me parecía muy bello eso del pueblo arrebatando su libertad por la fuerza, más bello que el Zorro, que empezaba a parecerme ingenuo con su caballo y su gran sombrero. Me turbaban las decapitaciones del Terror y los sucesos de Nantes, cuando tres mil sacerdotes murieron ahogados, arrojados al agua por los revolucionarios. ¿Servía eso para algo? ¿Es así como se vive cuando es preciso tomar el poder para aplastar a los opresores como ellos nos han aplastado? Convertirme en perseguidor yo mismo cuando me llegara el turno, no era así como había imaginado mi futuro.
Cuando uno es un niño, no puede hacer más que soñar la vida que le espera. Entre los guiones propuestos por la cultura, algunos satisfarán nuestras aspiraciones poco conscientes. No se trata de un verdadero sueño, más bien de una forma narrativa que damos a nuestros deseos:
«Gracias al relato conseguimos [...] construir una personalidad que nos vincula con los demás, que nos permite revisitar selectivamente nuestro pasado, mientras nos preparamos para enfrentarnos a un futuro que imaginamos».
Tarzán no es un superhombre, es un lisiado, sin familia, solo en la selva donde todo es peligroso. Al contar su historia, él daba forma a mis sueños: «Un día seré fuerte, salvaré a los animales y encontraré a Jane».
Supermán me contaba una aventura de la misma familia. Nacido en un planeta amenazado de destrucción, huye en una nave interplanetaria.
Recogido sin más por una pareja, descubre sus superpoderes, pero prefiere ocultarlos bajo la apariencia de un pequeño periodista tímido.'º Las mujeres le dan miedo y sólo puede amar de lejos a Lois Lane, sin atreverse a decírselo de tanto que ella le impresiona. «No te fíes de las apariencias», trata de hacernos creer, «tú crees que soy un frágil huérfano, mientras que poseo superpoderes que oculto para no dominaros».
Batman nació en 1939 y se quedó solo cuando sus padres fueron asesinados. Esta tragedia está en el origen de su vocación de perseguir a los asesinos.
Spiderman nació en 1962. Huérfano él también, recogido por su tía, es picado por una araña que le trasmite poderes arácnidos. Puede adherirse a las pareces y tejer una tela de araña en la que quedan atrapados los bandidos.
Cuando me hice estudiante de medicina, cambié una vez más de héroes. Me gustaban las imágenes de médicos que producían en mí una impresión mezcla del Zorro con algunos toques de Mandrake el Mago. Aquellos hombres tenían un poder que era posible adquirir con el fin de cuidar a los enfermos y a los pobres. Leía a Croninlly a Franck Slaughter. Iba al cine a ver El Gran Patrón, filme con el que Pierre Fresnay daba brillo a mi vida para varias semanas. Estaba al acecho de cualquier información sobre el doctor Schweitzer y su aventura africana. iAquellos héroes médicos salían del pueblo para salvar al pueblo, qué bella misión la suya!
Cuando uno es pequeño y débil, hay que ser megalómano para esperar llegar a ser un hombre algún día. Sólo puede uno permitirse semejante sueño si su entorno le permite creer en él. Únicamente se puede alcanzar la cima del Himalaya si hay un campamento base para reponerse y tomar aliento. Un niño no puede desarrollarse si no es autorizado por un entorno que le dé seguridad y fuerzas. Entonces, daos de ellos-. Había encontrado una familia, ahora iba a la escuela, jugábamo s a fútbol en la calle. Yo jugaba mal, pero estaba rodeado de compañeros. Cuando venía un coche poníamos un jersey en el suelo para indicar dónde estaba el balón. Cuando pasaba de largo, volvíamos a poner el balón y el partido se reanudaba. En París, en 1948, esto ocurría tres o cuatro veces cada hora.
En este nuevo contexto familiar y social, amé a Supermán porque era musculoso y volaba para socorrer a los débiles.Luego le llegó el turno a Mandrake el Mago, que hacía aparecer y desaparecer objetos a voluntad. Más adelante a Nasdine Hodja, porque mi tío Jacques me traía todos los jueves Vaillant, la revista más cautivadora. Me gustaba aquel héroe que salvaba a los árabes con su turbante exótico, sus pantalones bombachos y su sable curvo, más terrible que las dagas rectilíneas de los francos. En aquella época en que un francés de cada tres era comunista, el Comité Central preparaba a los jóvenes para que aceptaran la idea de que los palestinos se aliarían entre ellos para provocar el colapso delas monarquías de Oriente Medio. ¿Acaso los héroes eran portadores de un mensaje ideológico?
Hacia los catorce años descubrí a Jules Valles, un niño maltratado que se convertía en El insurrecto para reparar las injusticias sociales.z Leí con fervor gran número de páginas de La Revolución.francesa en un grueso volumen encuadernado que compré en un mercado de viejo. Me parecía muy bello eso del pueblo arrebatando su libertad por la fuerza, más bello que el Zorro, que empezaba a parecerme ingenuo con su caballo y su gran sombrero. Me turbaban las decapitaciones del Terror y los sucesos de Nantes, cuando tres mil sacerdotes murieron ahogados, arrojados al agua por los revolucionarios. ¿Servía eso para algo? ¿Es así como se vive cuando es preciso tomar el poder para aplastar a los opresores como ellos nos han aplastado? Convertirme en perseguidor yo mismo cuando me llegara el turno, no era así como había imaginado mi futuro.
Cuando uno es un niño, no puede hacer más que soñar la vida que le espera. Entre los guiones propuestos por la cultura, algunos satisfarán nuestras aspiraciones poco conscientes. No se trata de un verdadero sueño, más bien de una forma narrativa que damos a nuestros deseos:
«Gracias al relato conseguimos [...] construir una personalidad que nos vincula con los demás, que nos permite revisitar selectivamente nuestro pasado, mientras nos preparamos para enfrentarnos a un futuro que imaginamos».
Tarzán no es un superhombre, es un lisiado, sin familia, solo en la selva donde todo es peligroso. Al contar su historia, él daba forma a mis sueños: «Un día seré fuerte, salvaré a los animales y encontraré a Jane».
Supermán me contaba una aventura de la misma familia. Nacido en un planeta amenazado de destrucción, huye en una nave interplanetaria.
Recogido sin más por una pareja, descubre sus superpoderes, pero prefiere ocultarlos bajo la apariencia de un pequeño periodista tímido. Las mujeres le dan miedo y sólo puede amar de lejos a Lois Lane, sin atreverse a decírselo de tanto que ella le impresiona. «No te fíes de las apariencias», trata de hacernos creer, «tú crees que soy un frágil huérfano, mientras que poseo superpoderes que oculto para no dominaros».
Batman nació en 1939 y se quedó solo cuando sus padres fueron asesinados. Esta tragedia está en el origen de su vocación de perseguir a los asesinos.
Spiderman nació en 1962. Huérfano él también, recogido por su tía, es picado por una araña que le trasmite poderes arácnidos. Puede adherirse a las pareces y tejer una tela de araña en la que quedan atrapados los bandidos.
Cuando me hice estudiante de medicina, cambié una vez más de héroes. Me gustaban las imágenes de médicos que producían en mí una impresión mezcla del Zorro con algunos toques de Mandrake el Mago. Aquellos hombres tenían un poder que era posible adquirir con el fin de cuidar a los enfermos y a los pobres. Leía a Croninlly a Franck Slaughter. Iba al cine a ver El Gran Patrón, filme con el que Pierre Fresnay daba brillo a mi vida para varias semanas. Estaba al acecho de cualquier información sobre el doctor Schweitzer y su aventura africana. ¡Aquellos héroes médicos salían del pueblo para salvar al pueblo, qué bella misión la suya!
Cuando uno es pequeño y débil, hay que ser megalómano para esperar llegar a ser un hombre algún día. Sólo puede uno permitirse semejante sueño si su entorno le permite creer en él. Únicamente se puede alcanzar la cima del Himalaya si hay un campamento base para reponerse y tomar aliento. Un niño no puede desarrollarse si no es autorizado por un entorno que le dé seguridad y fuerzas. Entonces, daos cuenta de que para un huérfano, alguien sin familia, un niño sin esperanza, un campamento base sólo puede ser imaginario, ya que a su alrededor no hay nada. Felizmente, un héroe podrá ayudarle a construir en su corazón el sentimiento de que un ser débil posee dones ocultos capaces de hacerlo florecer a pesar de todo.
Un hombre debilitado por las desgracias de la existencia se refugia, también él, en un imaginario compensatorio para no dejarse morir.
¿Cómo haré para salir de ésta? ¿Quién me ayudará? ¿Qué debo decir para no ser aplastado por la compasión de los pudientes? Un congoleño megalómano enumera sus riquezas de esta guisa: «Tengo tres frascos de colonia, dos baúles y un armario lleno de víveres». En un contexto social donde se gana un dólar por día y de noche se conforma uno con masticar un pedazo de caña de azúcar, hay que ser mitómano para afirmar semejante sueño. «Tengo un taparrabos muy caro, pero también una estera. Nadie la tiene más bonita», afirma él para ocultar su vergüenza por dormir en el suelo
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