La Congregación para la Doctrina de la Fe presenta la carta “Iuvenescit Ecclesia”, dirigida a los obispos de la Iglesia católica sobre la relación entre los dones jerárquicos y carismáticos para la vida y misión de la Iglesia
La dimensión carismática nunca puede faltar en la vida y misión de la Iglesia. Lo subraya la Congregación para la Doctrina de la Fe en su carta, presentada hoy, titulada “Iuvenescit Ecclesia” y dirigida a los obispos de la Iglesia católica sobre la relación entre los dones jerárquicos y carismáticos para la vida y misión de la Iglesia.
De este modo, se recuerda que los dones jerárquicos y los dones carismáticos son “co-esenciales” para la vida de la Iglesia. El documento se centra “en la relación entre los dones jerárquicos y carismáticos en la vida y la misión de la Iglesia”. Los dones jerárquicos son los conferidos con el sacramento del Orden (episcopal, presbiteral, diaconal), mientras que los carismáticos son distribuidos libremente por el Espíritu Santo.
¿Cómo reconocer un auténtico don carismático?
Al respecto, la carta llama al discernimiento, una tarea que es “propia de la autoridad eclesiástica”, de acuerdo con criterios específicos. En concreto menciona: ser instrumentos de santidad en la Iglesia; compromiso con la difusión misionera del Evangelio; confesión plena de la fe católica; testimonio de una comunión activa con toda la Iglesia, acogiendo con leal disponibilidad sus enseñanzas doctrinales y pastorales; respeto y reconocimiento de los otros componentes carismáticos en la Iglesia; aceptación humilde de los momentos de prueba en el discernimiento; presencia de frutos espirituales como la caridad, la alegría, la paz, la humanidad; mirar a la dimensión social de la evangelización, conscientes de que “la preocupación por el desarrollo integral de los más abandonados de la sociedad es una necesidad en una auténtica realidad eclesial”.
La carta estudia las cuestiones teológicas que se derivan de la relación entre la institución eclesial y los nuevos movimientos y grupos, insistiendo en la relación armónica y en la complementariedad de los dos sujetos, siempre en el ámbito de una “participación fecunda y ordenada de los carismas en la comunión de la Iglesia”, que no les autorice a substraerse de la obediencia a la jerarquía eclesial”, ni les dé derecho a un ministerio autónomo.
Los carismas auténticos –se precisa en la carta– deben estar encaminados a “la apertura misionera, a la obediencia necesaria a los pastores y a la inmanencia eclesial”.
Por otro lado se recuerda que no se debe, efectivamente, oponer una Iglesia de la “institución” a una Iglesia de la “caridad”, porque en la Iglesia “también las instituciones esenciales son carismáticas” y “los carismas deben institucionalizarse para tener coherencia y continuidad”. Así ambas dimensiones “concurren juntas para hacer presente el misterio y la obra salvífica de Cristo en el mundo”.
Del mismo modo se añade que las nuevas realidades deben alcanzar la madurez eclesial que implica su pleno desarrollo e inserción en la vida de la Iglesia, siempre en comunión con los pastores y atentas a sus indicaciones. De hecho, la existencia de nuevas realidades llena el corazón de la Iglesia de “alegría y gratitud” pero las llama también a “relacionarse positívamente con todos los demás dones presentes en la vida eclesial” para “promoverlos con generosidad y acompañarlos con paterna vigilancia” por los pastores para “que todo contribuya al bien de la Iglesia y su misión evangelizadora”.
A propósito del reconocimiento jurídico de las nuevas realidades eclesiales, la Carta indica dos criterios fundamentales a tener en cuenta, según las formas establecidas por el Código de Derecho Canónico. El primero es el “respeto por las características carismáticas de cada uno de los grupos eclesiales”, evitando forzamientos jurídicos que mortifiquen la novedad. El segundo criterio se refiere al “respeto del regimen eclesial fundamental”, favoreciendo la promoción activa de los dones carismáticos en la vida de la Iglesia, pero evitando que se conciban como una realidad paralela, sin una referencia ordenada a los dones jerárquicos.
La Iuvenescit Ecclesia evidencia cómo la relación entre dones jerárquicos y carismáticos deba tener en cuenta la “relación esencial y constitutiva entre la Iglesia universal y las Iglesias particulares”. Esto significa que, efectivamente, los carismas se dan a toda la Iglesia, pero que su dinámica “sólo puede realizarse en el servicio a una diócesis concreta”. Y no sólo eso sino que también representan “una auténtica oportunidad” para vivir y desarrollar la propia vocación cristiana, ya sea el matrimonio, el celibato sacerdotal, o el ministerio ordenado. La vida consagrada también, “se coloca en la dimensión carismática de la Iglesia”, porque su espiritualidad puede convertirse en un recurso importante tanto para los fieles laicos como para el presbiterio, ayudando a ambos a vivir una vocación específica.
La carta de la Doctrina de la Fe va dirigida a los obispos, recuerda que los carismas son dones, que los frutos son superiores a las dificultades y que es necesario dar el testimonio de la unidad.
El cardenal Müller recordó la capacidad que debe tener la Iglesia para desafiar el desgaste del tiempo, gracias a la acción del Espíritu Santo. Y esta es la “perspectiva adecuada para entender” la Iuvenescit Ecclesia, y “la relación entre dones jerárquicos y carismáticos”, los cuales son “puestos al servicio de la vida y de la misión eclesial”.
“El surgir de tantas nuevas agregaciones, asociaciones y movimientos eclesiales, así como de gran cantidad de nuevos institutos de vida consagrada después del Concilio Vaticano II, ha hecho descubrir nuevamente y concretamente el porte eclesial de esta afirmación conciliar”, observó. Y porque demuestra que “la Iglesia no crece por proselitismo sino por atracción”. Y si siempre existió el nacer de nuevos carismas, particularmente se “asistió a un florecer inesperado y arrollador de tantas de estas realidades”, subrayó el cardenal.
Por ello la carta, señala “los elementos teológicos y eclesiológicos que puedan favorecer una ordenada participación de las nuevas agregaciones a la comunión eclesial para un pleno empeño misionero de toda la Iglesia”.
O sea, más allá de cualquier estéril contraposición o yuxtaposición (unas junto a otras sin sobreponerse), se trata de favorecer una ordenada comunión, relación y sinergia, en vista de un renovado elan misionero. Así sin entrar entrar demasiado en los temas pastorales y prácticas, el texto profundiza las problemáticas teológicas de fondo.
“Entre los puntos centrales –aseguró el prefecto de la Doctrina de la Fe– está la afirmación de la co-esencialidad entre dones jerárquicos y carismáticos que pertenece a la constitución divina de la Iglesia fundada por Jesús”. Y que “no sea lícito contraponer una Iglesia del Espíritu a una Iglesia de la Institución”.
Se habla también de la colocación de los carismas, en las relaciones entre la Iglesia Universal y particulares, especialmente en aquellas que necesitaban de una nueva evangelización.
Por su parte el cardenal Ouellet, señaló que la relación entre dones jerárquicos y carismáticos permiten que la Iglesia “proclame la alegría del Evangelio y despierte la adhesión de los fieles, y también de los no creyentes, no por proselitismo sino por atracción”. Añadió que este documento promueve en base a los criterios bíblicos y teológicos y al Magisterio de la Iglesia.
Y si bien en la historia de la Iglesia se registraron cismas debido a doctrinas apocalípticas, “asociadas a una misteriosa era del Espíritu Santo”, la Lumen Gentiumsupera enteramente esta realidad problemática distinguiendo entre dones jerárquicos y carismáticos, y subrayando “su diferencia en la unidad”.
Recordó la co-esencialidad entre ambos dones, como reiterado por Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco. “En definitiva –concluye el prefecto– es posible reconocer una convergencia del reciente magisterio eclesial sobre coexistencialidad entre dones jerárquicos y carismáticos”. Al concluir, el cardenal señaló que no obstante las tensiones inherentes, los frutos son muy superiores a las dificultades.
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LA IGLESIA ES INSTITUCIONAL Y CARISMÁTICA;
APOSTÓLICA Y PROFÉTICA;
TRADICIÓN Y NOVEDAD INNOVADORA
"...edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, siendo la piedra angular Cristo mismo, ...hasta ser morada de Dios en el Espíritu”. Ef 2,20-22"
«La tradición pervive por la fe del pueblo»
Federico Rico, ABAD
"Las claves para una teología y espiritualidad del laicado:
una condición sacramental de servicio, una condición carismática de libertad, un testimonio evangelizador en el mundo, y una presencia eclesial de corresponsabilidad”. S. Pié y Ninot
La Iglesia de la diversidad de miembros singulares, de dones, de ministerios y de obras está dispuesta carismáticamente –según el carisma particular del cristiano- y no con criterios mundanos o de prejuicios humanos. Sino, guiados por el discernimiento carismático de la propia comunidad y por la Institución apostólica.
Qué tiene que ver los criterios del mundo con la Iglesia.
Me explico: que tiene que ver los títulos, las magistraturas, las licenciaturas con los carismas de la Iglesia.
Por qué se utilizan los mismos argumentos de poder, de competencia, de "oposiciones"; de ser el mejor... el más listo, el que tiene más títulos... para desempeñar un servicio, ministerio u obra eclesial que es en sí mismo un don de Dios y no una jerarquía categórica de grados académicos.
Sí, como dice San Pablo -en La 1ª de Corintios-, los carismas son dones -de servicio- que se dan de forma particular, ejecutada y repartida por voluntad del Espíritu Santo, para el bien común de la Iglesia... Éste es el meollo de la cuestión. Se está hablando de jerarquía de carismas discernida en COMUNIDAD COMO PUEBLO DE DIOS. Ya que, los mismos carismas no se aprenden; SE CON-VIVEN. SON DONES que ni son propios ni nos pertenecen.
Cuando aceptaremos (como dice Pascal) que el Dios de Jesús -y de su religión-, no es el dios de los filósofos, ni de los teólogos intelectualistas, ni de los más inteligentes, ni de los más graduados; que no es tan complicado como se pretende mostrar, que es más simple:
Que es El Dios de Abraham y de Sara; de Isaac y de Rebeca; de Israel y de Raquel; de Jesús y de María: simples obreros, simples pastores...
No quitando importancia a la formación, al estudio... Es importante pero no principal; es necesario pero no imprescindible. Más bien, necesitaremos empaparnos de MISERICORDIA.
Se habla mucho de formación, adoctrinamiento... Pero, no se habla de inspiración, de moción, de ESPÍRITU...
Más experiencia, más con-vivencia comunitaria y menos racionalismo fundamentalista dirigente... Necesitamos embriagarnos de Espíritu para construir y edificarnos juntos.
Tenemos que dar un paso decisivo de una Iglesia clerocéntrica a una Iglesia corresponsable y copartícipe (“Iglesia eclesial”).
Participación eclesial, significa tomar parte en la decisión, en la ejecución, en la elección, en la administración y en la evaluación del modelo eclesial que queremos. Porque si no sabemos qué Iglesia queremos, no vamos a saber qué laicos somos, ni qué presbíteros somos, ni qué consagrados somos. No por casualidad el sínodo de 1985 dijo que la Iglesia era ministerio, comunión y misión. El cardenal Pironio, decía siempre: «es el Pentecostés del siglo XX, tenemos que asumirlo y tenemos que vivirlo, la libertad frente al Vaticano II, consiste exclusivamente en asumirlo, no rechazarlo»
Qué tiene que ver los criterios del mundo con la Iglesia.
Me explico: que tiene que ver los títulos, las magistraturas, las licenciaturas con los carismas de la Iglesia.
Por qué se utilizan los mismos argumentos de poder, de competencia, de "oposiciones"; de ser el mejor... el más listo, el que tiene más títulos... para desempeñar un servicio, ministerio u obra eclesial que es en sí mismo un don de Dios y no una jerarquía categórica de grados académicos.
Sí, como dice San Pablo -en La 1ª de Corintios-, los carismas son dones -de servicio- que se dan de forma particular, ejecutada y repartida por voluntad del Espíritu Santo, para el bien común de la Iglesia... Éste es el meollo de la cuestión. Se está hablando de jerarquía de carismas discernida en COMUNIDAD COMO PUEBLO DE DIOS. Ya que, los mismos carismas no se aprenden; SE CON-VIVEN. SON DONES que ni son propios ni nos pertenecen.
Cuando aceptaremos (como dice Pascal) que el Dios de Jesús -y de su religión-, no es el dios de los filósofos, ni de los teólogos intelectualistas, ni de los más inteligentes, ni de los más graduados; que no es tan complicado como se pretende mostrar, que es más simple:
Que es El Dios de Abraham y de Sara; de Isaac y de Rebeca; de Israel y de Raquel; de Jesús y de María: simples obreros, simples pastores...
No quitando importancia a la formación, al estudio... Es importante pero no principal; es necesario pero no imprescindible. Más bien, necesitaremos empaparnos de MISERICORDIA.
Se habla mucho de formación, adoctrinamiento... Pero, no se habla de inspiración, de moción, de ESPÍRITU...
Más experiencia, más con-vivencia comunitaria y menos racionalismo fundamentalista dirigente... Necesitamos embriagarnos de Espíritu para construir y edificarnos juntos.
Tenemos que dar un paso decisivo de una Iglesia clerocéntrica a una Iglesia corresponsable y copartícipe (“Iglesia eclesial”).
Participación eclesial, significa tomar parte en la decisión, en la ejecución, en la elección, en la administración y en la evaluación del modelo eclesial que queremos. Porque si no sabemos qué Iglesia queremos, no vamos a saber qué laicos somos, ni qué presbíteros somos, ni qué consagrados somos. No por casualidad el sínodo de 1985 dijo que la Iglesia era ministerio, comunión y misión. El cardenal Pironio, decía siempre: «es el Pentecostés del siglo XX, tenemos que asumirlo y tenemos que vivirlo, la libertad frente al Vaticano II, consiste exclusivamente en asumirlo, no rechazarlo»
Los carismas que nos han sido donados para el servicio desapercibido y verdaderamente humilde: toda vocación, todo ministerio, toda institución, toda jerarquía es para la misión. Como dice Pablo, “ un carisma en la Iglesia es válido siempre y cuando “sirva” para contribuir a la comunión eclesial. Aceptando una LIBERTAD CRÍTICA CONSTRUCTIVA que implica que tod@s en la Iglesia tenemos que someternos a la crítica fraterna de los “otr@s”.
Un obispo, un sacerdote, un laico que no acepta la “crítica” está condenado a equivocarse, por no seguir la voluntad del Señor que no vino a ser servido, sino a servir. Porque, el carisma que más sirve, el carisma más carismático es la humildad verdadera.
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