Fernando Múgica:
“El 11-M me ha costado la vida”
La muerte de Fernando Múgica truncó su proyecto de escribir un libro basado en sus investigaciones sobre el 11-M. Este texto, en el que sostiene que las Fuerzas de Seguridad taparon con pruebas falsas el papel de "potencias extranjeras", iba a servirle de prólogo. EL ESPAÑOL lo reproduce como homenaje a su tesón en la búsqueda de la verdad.FOTO RICARDO
Una de las personas más importantes del Gobierno de Aznar me hizo varias confidencias junto al mar. Fueron muchas horas de conversación durante dos días de verano. Hubo solo un mensaje que repitió en tres ocasiones.
"A mí lo que siempre me ha fascinado" -me insistió- "es por qué no has tenido problemas físicos. Sigues empeñado" -se refería claro está a la investigación sobre el 11-M- "en pasar de la cascarilla. Lo que me asombra es que a tu edad sigas con esa fantasía de que vas a poder llegar más allá de la espuma de lo que pasó. Estás loco. Tú eres perfectamente consciente de que en el momento en que traspases la espuma de la realidad duras exactamente 24h".
Y tenía razón. El conjunto de datos de la investigación policial que dio lugar al sumario y, más tarde, a la sentencia del 11-M constituyen una simple y gigantesca cascarilla. La razón de Estado, apoyada con el doble estímulo del terror y las prebendas, se impuso entre las fuerzas del orden para fabricar esa espuma envolvente que tanto nos ha distraído.
Los más escépticos entre los periodistas, los políticos y los agentes de la ley, fuimos laminados. A otros se les estimuló con reconocimientos, ascensos o traslados a diferentes embajadas. Se colocó en puestos clave de control a tres policías incondicionales del nuevo Gobierno, aunque para ello tuvieran que sacrificar durante una temporada a la maquinaria engrasada y eficaz de la Unidad Central de Inteligencia. Se controlaron llamadas y ordenadores. Se cambiaron cerraduras y protocolos.
Al final, unos antes y otros después, todos los cuerpos de seguridad terminaron apoyando una versión en la que cada cual trató de introducir a sus culpables. Fue una batalla sin cuartel, y contra reloj, de fabricación de pruebas, camuflaje de listados de teléfonos y tarjetas y terminales que llegaron a detenciones anticipadas y arbitrarias.
Al final, unos antes y otros después, todos los cuerpos de seguridad terminaron apoyando una versión en la que cada cual trató de introducir a sus culpables. Fue una batalla sin cuartel, y contra reloj, de fabricación de pruebas, camuflaje de listados de teléfonos y tarjetas y terminales que llegaron a detenciones anticipadas y arbitrarias.
UN ERROR GARRAFAL
Uno de los errores más grandes que hemos cometido a lo largo de la investigación es considerar que las Fuerzas de Seguridad del Estado actuaron desde el primer momento con una única intención.
Al final, unos antes y otros después, todos los cuerpos de seguridad terminaron apoyando una versión en la que cada cual trató de introducir a sus culpables. Fue una batalla sin cuartel
La realidad es que en los primeros dos meses tras el 11-M se produjo una batalla salvaje entre los distintos organismos policiales y de inteligencia. Cada grupo se enrocó, se impermeabilizó por instinto, ante la brutal sorpresa de los atentados. Cada departamento razonaba, dentro de su muralla, que si no habían sido los suyos, ni la gente que ellos controlaban, tenían que estar implicados los demás. Se montaron, unos a otros, escuchas y seguimientos porque nadie se creía que aquellos primeros personajes que ciertos departamentos de la policía presentaban como autores tuvieran nada que ver con lo sucedido.
El asunto era muy grave así que se exigieron pruebas de fidelidad, se desenterraron viejas hermandades de los años 80 y 90, como el clan de Valencia, los de Barcelona o los guarreras de la vieja Brigada de Interior. Tardaron varias semanas en ponerse de acuerdo y al final lo hicieron convencidos de que seguir por ese camino nos podía llevar a todos a una catástrofe mucho mayor de la que había sucedido.
La matanza ya no tenía remedio. El cambio político no tenía marcha atrás. Hubo un juramento por el que nadie iba a responsabilizar de nada a ningún colega si se llegaba a un consenso férreo sobre los culpables. El linchamiento público de Agustín Díaz de Mera, ex Director General de la Policía, -un político que no pertenece al Cuerpo- cuando quiso salirse del guion, camina en esta dirección.
Fernando Múgica -fallecido el pasado 12 de mayo- que "fue el primero que investigó el 11-M y de los que más celebrarían este primer éxito para que en España se empiece a investigar de una vez el 11-M".
Para Federico Jiménez Losantos, estos años de batalla judicial han sido "una batalla contra una injusticia monumental que demuestra que España está en manos de liberticidas". Prueba de ello es que "hasta el último momento el Gobierno de Mariano Rajoy ha intentado a toda costa torpedear" el derecho a la libertad de expresión. Por este motivo, "ha sido una derrota unánime, una condena a España por el 11-M". Por otro lado ha lamentado que haya tenido que ser el tribunal de Estrasburgo el primero que reconozca la libertad de expresión de "aquellos que defendimos la verdad del 11-M y denunciamos que había políticos y policías que se negaban a investigar los atentados".
Fernando Múgica, in memoriam
Compartí con él algún viaje. Intercambiamos datos en más de una ocasión. Y siempre pude admirar en Fernando al auténtico periodista, al maestro de reporteros, a la persona insobornable dispuesta a ponerse al mundo por montera para perseguir la verdad. Fueran cuales fuesen las consecuencias. Y vaya si las tuvo su compromiso con el periodismo. "El 11-M me ha costado la vida", declaró en la que creo que es la última entrevista que le hicieron, hace ahora un año.
Resultaba difícil, para los que le conocieron, no sentir cariño por Fernando. Y resulta imposible, para los que le admirábamos, no sentir una pena inmensa por su muerte. Nos ha dejado un gran profesional y una gran persona. Alguien de quien tanto aprendí y a quien todos los españoles tanto debemos. Un hombre que amaba el periodismo hasta la extenuación.
Descansa en paz, Fernando. Dejas en nuestros corazones un inmenso agujero negro, que nadie podrá nunca llenar.
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