EL Rincón de Yanka: "SOCIALIZARON EL TERROR Y AHORA, LA DESMEMORIA" por RAÚL LÓPEZ ROMO 👥👿🐍 y PONENCIA TERRORISTA "OLDARTZEN"

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miércoles, 21 de mayo de 2025

"SOCIALIZARON EL TERROR Y AHORA, LA DESMEMORIA" por RAÚL LÓPEZ ROMO 👥👿🐍 y PONENCIA TERRORISTA "OLDARTZEN"


Socializaron el terror y ahora, 
la desmemoria

Hace 30 años ETA y la izquierda abertzale pusieron en marcha al unísono su última táctica para intentar imponerse mediante el recurso a la violencia sistemática. Lo conocemos como la «socialización del sufrimiento», aunque la fórmula admitía diversas variantes que vienen a significar lo mismo. 
«Extender» o «repartir» el dolor son intenciones que aparecen explícitamente desde mediados de los 90 en comunicados y declaraciones en su prensa afín. Veamos algunos ejemplos: 
«Hasta ahora solo hemos sufrido nosotros, pero están viendo que el sufrimiento comienza a repartirse» o «nos va a tocar sufrir, pero ese sufrimiento lo vamos a compartir con ellos» (Joxe Mari Olarra); «Esta situación de violencia algunos la estamos viviendo y sufriéndola hace años; a otros les está tocando vivirla más de cerca ahora» (Tasio Erkizia); «¿Cuál es la solución? Socializar las consecuencias de la lucha» (Joseba Álvarez); «O se soluciona el conflicto o se agudiza» (carta dirigida al PNV por militantes del abertzalismo radical). La propia ETA advirtió tras matar a Gregorio Ordóñez: 
«Los políticos profesionales han entendido que las consecuencias de la prolongación del contencioso afectarán a todos». 
Era una manera de decir que o nos dais lo que queremos (autodeterminación, amnistía, independencia) o vamos a ser muy malos porque en el fondo vosotros sois peores.

Documentar todo esto es imprescindible porque tiende a diluirse con el tiempo. No se trata de vivir anclados al pasado, no podemos fustigarnos constantemente con él, pero mientras no hagan una autocrítica profunda y sincera, no solo por lo que hacían los comandos de ETA, sino también por las miserables afirmaciones y actos de muchos simpatizantes a su alrededor, habrá que afeárselo constantemente.

Cuando intentamos explicar por qué acabaron así, lo hacemos mediante metáforas como el «cartucho final» o una «huida hacia adelante». 
La violencia deshumaniza al que la practica. El Pacto de Ajuria Enea (1988) había mostrado la soledad política de Herri Batasuna (HB), aislada en su maximalismo, que la persuadía de estar en guerra con el Estado. La detención de la cúpula de ETA en Bidart (1992) fue un golpe operativo mayúsculo. La campaña pacifista del lazo azul por la libertad de los secuestrados (1993) comenzó a disputar su control del espacio público. Los demócratas interpretaban estos hechos como hitos del debilitamiento progresivo del entramado que sostenía al terror. Pero, en su lógica desquiciada, para el mundo radical significaba un aumento de la represión. Así que, pensaron, si el otro nos golpea duro, no vamos a ser menos: responderemos proporcionalmente.

Con esos mimbres, sintiéndose las auténticas víctimas, se lanzaron en una escalada inédita a asesinar a políticos del PP, y enseguida del PSOE y de UPN; a cometer miles de actos de violencia callejera; a acosar al conjunto del constitucionalismo vasco y navarro, incluyendo sus líderes intelectuales; a poner en el punto de mira a jueces, funcionarios de prisiones, ertzainas; a quemar batzokis... Además de continuar su espiral homicida contra sus objetivos de siempre, incluyendo guardias civiles, policías nacionales y militares. 
«Todos los terroristas del mundo creen ser contraterroristas que se limitan a replicar a un terror anterior», explicó Tzvetan Todorov en El miedo a los bárbaros. Cuando te convences de que es el otro el que te odia y machaca, te preparas para hacer exactamente eso. Hoy lo vemos en diferentes partes del mundo, empezando por Rusia.

Recordarlo hoy es importante por varios motivos. Primero, porque hace nada una parte de nuestros conciudadanos carecía de libertad, arrebatada ante la indiferencia de muchos. Si ocurrió hace poco, no cabe negar que podría volver a pasar; quizás no un calco, quizás con otros protagonistas, pero sí con consecuencias parecidas. Ojalá la historia fuera magistra vitae, pero nunca aprendemos la lección.

Segundo, tiende a ignorarse la matriz totalitaria que hay detrás de ciertos comportamientos. Izquierdas y derechas debieran denunciar con especial ahínco, sin sectarismos, los desmanes cometidos por extremistas en su nombre, en vez de relativizarlos y fijarse en los de enfrente. No fue cosa de algunos descarriados que fueron demasiado lejos. Miles de personas estuvieron implicadas en cometer, sostener y justificar todo tipo de salvajadas contra sus vecinos, a los que, de forma premeditada y coordinada, procuraron expulsar del país. «Zamarreño, estás muerto», le gritaban desde los balcones y en llamadas amenazantes al honrado concejal del PP en Rentería Manuel Zamarreño. Él, indefenso, lo sabía. A su perro, según su hija Naiara, le decía: «Qué poco le queda a tu dueño». 
Qué culpa tendría Manuel, y tantos con él, del conflicto que decían padecer sus verdugos.

Tercero, los afectados no tuvieron suficiente apoyo. Dado que no podemos dar marcha atrás y corregirlo, al menos hay que escuchar sus historias, aunque sean incómodas, y reconocer el sacrificio que hicieron por todos nosotros. Gogora, el instituto de la memoria dependiente del Gobierno Vasco, ha organizado hace poco un acto donde más de 400 estudiantes de Secundaria escucharon a varias víctimas de la «socialización del sufrimiento». Es una iniciativa positiva. Sería todavía mejor introducir esos testimonios de forma sistemática en los centros de enseñanza, cosa que corresponde a las autoridades educativas.

Leer la prensa de la izquierda abertzale, no la de hace 15 años, sino la de hoy en día, es una magnífica vacuna contra ingenuidades: adolece de una nula preocupación hacia los damnificados por ETA, una constante atención a los presos de la banda, una transferencia de culpabilidad a sus adversarios tradicionales y, en lo que respecta a aniversarios como el de la «socialización del sufrimiento», procura correr un tupido velo como si nada hubiera pasado o detenerse en aspectos que les resultan cómodos, como la división de los partidos a la hora de conmemorarlo. Ahora nos cuentan que, como la expresión «socialización del sufrimiento» no aparece tal cual en Oldartzen (la ponencia aprobada por la militancia de HB a finales de 1994), todo es mentira. En un documento público como aquel no iban a confesar que sentían la necesidad de matar a políticos y periodistas. Pusieron que había que pasar a la «ofensiva».

Intentarán diluir su responsabilidad, hablarán de manipulaciones de la maquinaria mediática, de fabulaciones para desprestigiar a la izquierda abertzale, pero la verdad de lo ocurrido está en las víctimas. El asesinato de Manuel Zamarreño, y el de cientos de personas con él, y los más miles de heridos y amenazados en un bullying a gran escala, no fueron un relato, fueron un hecho. El macarra del instituto es un frustrado sin causa. Por el contrario, el bullying del nacionalismo vasco radical se debía a un frío cálculo político: creerse en posesión de la verdad absoluta y usar la fuerza como herramienta para dominar. Matar por ideales no es eximente, sino agravante.

Reyes Mate escribió que «socializar el terror» es una de las frases más despiadadas jamás pronunciadas, pues contraviene la tradición humanitaria que habla de aliviar el dolor o de compadecerlo. La degeneración moral está ya en el primer asesinato (1968), cuando cruzaron la «línea invisible». Pero hay otra degeneración en el hecho de que los que se creían los más puros, revolucionarios y libertadores acabaran atravesando todos los límites que ellos mismos se habían impuesto hasta terminar atemorizando a cualquiera que no pensara igual, llevándose por delante a concejales de pueblo, ertzainas de tráfico, etc. Debería ser una lección de cómo terminan los tentados por las armas; una lección que no estamos aprendiendo y sobre la cual los responsables no han dado suficientes explicaciones. Sus herederos políticos ya están en un tercio de los votos en Euskadi, que es la mejor prueba de la desmemoria reinante.


Ponencia Oldartzen

Convencido el entorno de ETA de que no podía con las estructuras y fuerzas del Estado decidió a finales de 1994 dirigir sus atentados criminales contra la clase política y los periodistas: «si se golpea a un eslabón bajo de la cadena política, la propia cadena magnifica el golpe y llega a atemorizar a toda la cadena». Se trataba de «socializar el terror». Semanas después en enero de 1995 asesinaban a Gregorio Ordóñez en el casco antiguo de San Sebastián en presencia de María San Gil. Luego vendría el de Fernando Mújica en enero también de 1996. Estos días los hemos recordado, como también al de Alberto Jiménez Becerril y su mujer Ascensión Ortiz, asesinados tres años después en Sevilla. En febrero del 1999 les seguiría Fernando Buesa. Eduardo Madina lo sufriría en propias carnes en febrero de 2002. Entre estas fechas, hay decenas de concejales asesinados del PP, PSOE y UPN cuyos nombres y cuyo sacrificio nunca deberíamos olvidar. Constituían el «eslabón bajo», según Oldartzen. Ellos simplemente se habían ofrecido para servir en su pueblo –Rentería, Ermua, Durango, Málaga, Zumárraga, San Adriá del Besós, Valdecavalls, entre otros– sin sueldo ni escolta.
Tampoco escaparon los periodistas: atentaron hasta ocho veces contra Luis del Olmo; otra contra Carlos Herrera y asesinaron a López de la Calle de «El Mundo», uno de los fundadores del Foro de Ermua, el movimiento surgido tras el vil asesinato de Miguel Ángel Blanco.
ETA lo intentó todo en cinco décadas: el asesinato contra miembros de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad y sus familias; provocaciones asesinas contra miembros de las Fuerzas Armadas, Magistratura, Diputaciones, y funcionarios de Prisiones y de la Policía; los secuestros, la extorsión a industriales, la lucha callejera, la presión política, la manipulación de sectores de la Iglesia Católica, la internacionalización del conflicto, las huelgas, el chantaje contra los Juegos Olímpicos de Barcelona y contra la Expo de Sevilla en 1992, las malas artes de abogados que se aprovechaban de las garantías de nuestro Estado de Derecho, la presión criminal en cada ronda de conversaciones. «No hay nada y tenemos que poner muertos sobre la mesa cuanto antes», ordenaba «Txeroki». El atentado de Barajas (Dic. 2006) daría cumplida respuesta a la sexta ronda de conversaciones que se celebraba en Suiza.

Escaparían Aznar y nuestro propio Rey Juan Carlos, contra quien intentaron atentar en ARCO, en el Guggenheim, Coruña y en Palma de Mallorca. El mismo Rey que en febrero de 1981 paró un golpe de Estado del que ETA tuvo mucho que ver: el año anterior –1980– había contabilizado 97 asesinatos; una crisis política consecuente había llevado a Suarez a la dimisión.

He hablado de pulsos, de romper cadenas, de sacrificios, de inmenso dolor. Porque tras cada nombre que cito –siento no poder incluir a tantos– y en sus entornos familiares, ha habido desesperación, incertidumbre, convulsión, dolor.

De ello extraigo dos conclusiones:

A quienes ahora adjuran de nuestra Transición simplemente porque han nacido más tarde o porque han olvidado antes, debemos decirles que el tránsito se apoyó en enormes sacrificios. No fue gratuito. Solo de ETA contabilizamos 3.517 atentados, 860 de los cuales con resultado de muerte: el primero en un lejano junio de 1968 contra el guardia civil Pardines, los últimos también contra los guardias civiles Sáenz de Tejada y Salvá en Palma de Mallorca en 2009 y contra el gendarme Jean Serge Nerin en Francia en marzo de 2010. Y cito solo una parte –aunque sangrante– del esfuerzo de muchos españoles por construir una España en paz, moderna, adelantada y europea, que es la que ahora han encontrado. Solo les pido ser consecuentes.

El segundo punto va referido a una Cataluña de la que algunos quieren apropiarse y que no estuvo tan alejada del sangriento devenir de ETA: Hipercor, Casa Cuartel de Vich, asesinato de Ernest Lluch, de los concejales del PP José Luis Casado en San Adriá del Besós y Francisco Caso en Viladecavalls, guardia urbano Gervilla en Barcelona, atentado contra el edifico del Gobierno Militar, coronel Leopoldo Garcia Campos, santuario etarra en Liçá de Munt; apoyo y justificación de «La Crida» culpando al Estado por no reaccionar a tiempo ante los preavisos de la banda asesina. Hicieron suyo en Cataluña el criminal: «No es nuestro problema si los guardias civiles utilizan a los niños como escudo» (Vich 1993). No es de extrañar por tanto que el alcalde de la ciudad no participase en ningún acto de reconocimiento. Luego completaría la jugada Carod Rovira diciendo: «Ahora solo me atrevo a pediros que cuando queráis atentar contra España, os situéis previamente en el mapa». ¡Estos lodos!

Todo bulle en mi cabeza. Olvidamos sacrificios pasados y parece que no hemos aprendido. Bien sé que los movimientos secesionistas catalanes no son los asesinos de ETA, la punta del iceberg de un separatismo más amplio. Tampoco lo intuían en sus sacristías fundacionales.

Oldartzen, 
en árabe se traduce como Hamás
Oldartzen (del euskera oldartu, que significa «acometer, agredir, rebelarse») fue un colectivo político del País Vasco francés de ideología abertzale y de izquierdas.
Fue fundado en 1989 con el objetivo de «redefinir y acelerar los objetivos de la izquierda abertzale». En 1991 comenzó a colaborar con la organización juvenil Patxa y en las elecciones legislativas de Francia de 1993 ambas organizaciones pidieron el voto para la coalición de Euskal Batasuna y Ezkerreko Mugimendu Abertzalea. En 1994 se fusiona con Patxa para crear Herriaren Alde.

Socializar el sufrimiento como fórmula de implicar a toda la sociedad en la actividad de quienes consideraban "vanguardia" de la lucha por la libertad, fue la opción política que, en el año 1994 y en este país, tomó la izquierda abertzale en una ponencia denominada Oldartzen. Como panegírico de la violencia como fórmula legitima de lucha política, se encubrió una de las metodologías más crueles que jamás se haya podido imaginar en una sociedad civilizada, y sirvió para que quienes empuñaban armas pretendieran someter a una sociedad la vasca, a algunos de los momentos más duros, crueles e indignos de su historia. Su objeto, tomar como rehén a su mismo pueblo; hacer cómplice de su crueldad a toda la sociedad; secuestrar su representación por un arsenal militar. Y, sin duda, provocar un sufrimiento insoportable. 

Si bien aún hoy seguimos sin escuchar que aquella ponencia fue una salvajada y a pesar de que la tenía enterrada en el cajón de las pesadillas, compruebo que por desgracia y hoy en día, hay sucesos que las reeditan. No aquí. En Palestina. En especial, en Gaza. Al margen del propio conflicto palestino-israelí y de las resoluciones de la ONU sobre la cuestión, cuyo cumplimiento debiera seguir siendo el vector de solución, los hechos de los últimos días retrotraen mis sensaciones a las vividas como consecuencia de aquel dislate conceptual. 

Un movimiento supuestamente político toma como rehén a su propio pueblo, lo coloca de escudo humano, concreta su acción política en su arsenal, y secuestra su representación para situarlo en situación de guerra ante quienes considera enemigo y aun cuando sabe que, en el terreno militar, nunca lo podrá vencer. No hace falta acudir al debate del derecho de Israel a su defensa. Tampoco al de la necesidad de dar cauce a una solución a las legítimas pretensiones palestinas. Ni siquiera hace falta recordar la calificación terrorista de Hamás, ni la condición totalitaria y antidemocrática de su proyecto político teocrático. O a su falta de legitimación democrática interna, donde existe una Autoridad Nacional Palestina. Basta con recordar sensaciones vividas ya en este país, donde algunos pretendieron tomar como rehenes a su propio pueblo para entender que socializar el sufrimiento e implicar a quienes no participaban de sus métodos en su lucha sangrienta, es algo totalmente inaceptable. Oldartzen, ni en Euskadi ni en Palestina.