CARTA DE UN CATEDRÁTICO DE LA UGR
DIRIGIDA A LOS ESTUDIANTES UNIVERSITARIOS
"Querido alumno universitario:
Te estamos engañando"
“Vives en una mentira que nosotros edulcoramos”
¿Has leído la carta de un catedrático de la UGR, con toda sinceridad, dirigida a los estudiantes universitarios en la que reflexiona sobre la rebaja de calidad y exigencia? Te la ofrecemos. No te la pierdas.
"Hoy me dedico a engañar más que a enseñar", dice en un carta publicada en su perfil de Linkedin, dirigida a los estudiantes universitarios, Daniel Arias Aranda, catedrático del departamento de Organización de Empresas de la Universidad de Granada (UGR), que ha provocado un encendido debate en redes sociales. En la misiva, el profesor reflexiona con total sinceridad sobre la rebaja de calidad y exigencia que existe en la educación actual.
Es, probablemente, el más sincero y descarnado análisis del sistema educativo universitario
Esta es su carta:
Querido alumno universitario de grado:
Te estamos engañando
"Llevo impartiendo clases en la universidad cerca de 25 años, dos de ellos en la Universidad Complutense de Madrid y el resto en la Universidad de Granada. Por mis clases han pasado directivos de grandes empresas que tenían más o menos mi edad cuando les di clase y otros que, en sus generaciones respectivas, han ido ganándose un puesto en la sociedad gracias a su formación y a su esfuerzo...
Por mis clases han pasado directivos de grandes empresas que tenían más o menos mi edad cuando les di clase y otros que, en sus generaciones respectivas, han ido ganándose un puesto en la sociedad gracias a su formación y a su esfuerzo.
La primera asignatura que impartí fue en el curso 1997/98. Era Dirección Estratégica de la Empresa (sigo aún impartiéndola), entonces del plan antiguo de 5 años de Económicas y Empresariales. Tenía matriculados 524 alumnos en cada grupo. Era imposible distinguir las caras de los que se sentaban atrás en aquellas gigantescas aulas del Pabellón de Tercer Curso de la UCM. Eso sí, las aulas estaban llenas. Algunos alumnos se tenían que sentar en las escaleras porque no cabían.
En las horas de tutoría, los alumnos hacían cola en la puerta de mi despacho. Responder todas las consultas, curiosidades, dudas… era tan agotador como satisfactorio. Las constantes preguntas de los estudiantes en clase me obligaban a llevar la materia muy preparada. Yo ya tenía 25 años y no recuerdo estudiar más que entonces.
La asignatura era dura y las preguntas de desarrollo configuraban exámenes que duraban horas. Era imposible corregir todo aquello en menos de diez días. Las revisiones eran complejas (sobre todo para los que estaban entre el 4 y el 5).
Todo lo anterior es tan sólo un eco del pasado.
Por mis clases han pasado directivos de grandes empresas que tenían más o menos mi edad cuando les di clase y otros que, en sus generaciones respectivas, han ido ganándose un puesto en la sociedad gracias a su formación y a su esfuerzo.
Hoy me dedico a engañar más que a enseñar. Me explico a continuación.
Los grupos hoy son de unos 50 alumnos, de los cuales raramente viene a clase más de un 30%. Los que vienen, lo hacen en su mayoría con un portátil y/o un teléfono móvil que utilizan sin ningún resquemor durante las horas de clase. Las caras de los alumnos se esconden tras las pantallas. De hecho, me sé mejor las marcas de sus dispositivos que sus rasgos faciales. Es raro que alguien pregunte, por mucho que se les incite a hacerlo. Quince minutos antes de que acabe la clase ya están recogiendo sus cosas, deseosos de salir.
Soy consciente que para vosotros, soy sólo un estímulo más que compite con las redes sociales y el vasto imperio de internet. Evidentemente, soy más aburrido que un video de influencers de Tiktok.
Cada vez me siento más como un profesor del instituto de una serie mediocre de los 80 que como un catedrático. A menudo tengo que callarme porque el rumor generalizado se extiende por el aula y me da vergüenza mandar callar a universitarios constantemente. He separado a gente para que no hablen entre ellos, he expulsado alumnos del aula y me he llegado a marchar de clase ante el más absoluto desinterés.
Como respuesta a este panorama y, siguiendo las cambiantes normativas universitarias (siempre peores que las anteriores), los profesores hemos tomado cartas en el asunto con las siguientes medidas:
- El nivel de la asignatura ha bajado. Impartimos menos temas de manera mucho más superficial.
- Hacemos parciales tal y como establece la evaluación continua para tratar de aprobar a un mayor número de alumnos, pues un número de suspensos superior, a lo que la universidad establece como límite, conlleva una sanción que influye en el presupuesto del departamento, esclavizado a través del denominado contrato-programa.
El nivel de los trabajos y presentaciones de los alumnos no pasaría, en su mayoría, los estándares del teatrillo de Navidad de primaria. Pero eso, para nosotros es más que suficiente para poner un 5.
De este modo, cumplimos el contrato-programa, el departamento es feliz, la universidad es feliz, nuestros alumnos aprueban, creen que saben algo y son felices y nosotros languidecemos ante la triste realidad.
Soy consciente que para vosotros, soy sólo un estímulo más que compite con las redes sociales y el vasto imperio de internet. Evidentemente, soy más aburrido que un video de influencers de Tiktok.
Por eso, te digo que me dedico a engañarte, querido alumno/a. Vives en una mentira que nosotros edulcoramos. Por eso, es mejor que si quieres seguir viviendo en tu burbuja, mientras puedas, no sigas leyendo, ya que voy a contar lo que hay detrás de Matrix.
Bueno, si sigues leyendo, lo haces bajo tu propia responsabilidad. No digas que no te advertí. Aquí van algunas realidades que no te van a gustar:
1.- Te faltan habilidades básicas indispensables en estudios superiores. No tienes capacidad de expresión. Tu vocabulario es muy básico y se limita a verbos débiles (hacer, ser, estar) en lugar de específicos como desarrollar, evolucionar, ampliar, …
2.- Por ello, cuando entregas un trabajo o haces una exposición de un texto que has copiado de Wuolah, El rincón del vago u otros, donde plantas frases como «considerando la posibilidad de articular el concepto de selección adversa con las bases teóricas de la economía de las organizaciones…», sé de sobra que no lo has escrito tú porque, para más INRI, cuando te pregunto en clase sobre el significado de esa frase, no sabes qué contestar.
3.- Por supuesto, al exponer en clase, la frase del punto anterior la has leído literalmente de tu móvil, del que no despegas los ojos aún enfrente de tus compañeros, y la has colocado en una transparencia de Powerpoint cuyo diseño en 1995 ya estaba obsoleto. El resto de tu presentación se limita al «efecto karaoke», leer los interminables párrafos que has cortado y pegado.
4.- No sabes estar. Sí, estar. Balbuceas, te encorvas, no fijas la mirada, llevas una o las dos manos en los bolsillos, vienes a una exposición en chándal o con leggins… No te dignas a respetar la institución milenaria que te acoge y que se llama universidad. No entiendes lo que eso significa y tampoco tienes ningún interés en saberlo.
5.- Si tu expresión es limitada, tu escritura lo es más. Se nota que ya no se hacen dictados en educación secundaria. Caso aparte merecen los alumnos que no hablan español y no comprendo que hacen ocupando un asiento, especialmente aquellos provenientes del país creador de Tiktok.
6.- Jamás hubieras superado esta asignatura hace 10 o 20 años. De hecho, de tu clase, no más de 10 personas seguirían admitidas en estos estudios. Te lo dice un licenciado que acabó dos titulaciones en la Universidad Carlos III de Madrid donde tras 4 convocatorias suspensas de una asignatura, ibas a la calle.
7.- Tu nivel de lenguas extranjeras es nulo. Doy clases en un Máster íntegramente en inglés donde apenas hay españoles y el nivel de los estudiantes extranjeros es infinitamente superior. De hecho, el máster es lo único que alimenta mi motivación a enseñar.
8.- Las habilidades blandas brillan por su ausencia. ¿Liderazgo, resiliencia, trabajo en grupo? Son básicas para cualquier empleo. Cuando me escribes un email para decirme que te has peleado con tus compañeros de grupo o envías a tu madre a una revisión de exámenes, mi perplejidad no cabe en mi persona. Hace años que no recomiendo a ningún alumno para ninguna empresa.
9.- Vives anestesiado por las redes sociales. ¿Te crees que no me entero? Mientras doy clase veo tu cara de soslayo tras la pantalla con risitas y yo sé que explicar la cadena de valor de la empresa es de todo menos gracioso. No estás en clase, estás en Instagram. Pero yo me hago el tonto y miro para otro lado.
Estos puntos son sólo la cima del Iceberg. Los profesores estamos hartos de formarnos en técnicas docentes multidiversas y de pelajes exóticos para motivar al alumnado. Lo que está claro es que si tú, estudiante, no tienes interés, yo no puedo plantarlo en ti. Pero sí puedo hacerte creer que vales, aunque sepa que es mentira. Me he convertido en un experto en hacerlo porque el sistema me lo exige y cumplo. Y rezo por que esto sólo me ocurra a mí, y como mucho en mi facultad, pero no ocurra en Medicina o Ingeniería de caminos, sobre todo cuando cruce un puente o, Dios no lo quiera, esté en la camilla de un quirófano.
Podemos echarle la culpa a la universidad pública y tiene bastante, pero no toda. «Si quieren calidad, que se vayan a la privada», he escuchado por ahí. Y los números van apuntando en esa dirección. Quizás, el pago de una matrícula de cuatro ceros aumente la motivación en lugar de las irrisorias tasas académicas públicas. Puede que la universidad pública reaccione cuando la privada le coma la tostada, cosa que está haciendo muy bien.
Lo que está claro es que si tú, estudiante, no tienes interés, yo no puedo plantarlo en ti. Pero sí puedo hacerte creer que vales, aunque sepa que es mentira
No obstante, mis evaluaciones docentes son muy buenas y las he publicado. Pero no soy una excepción. Cuando hablo con compañeros coinciden con mi visión. Escribir esto es arriesgado y es más cómodo callar y obrar. Lo entiendo perfectamente, patada y al área es la actitud mayoritaria.
No quiero terminar exponiendo un problema sin dar soluciones. Las hay. Pero para ello, hay que romper el paradigma en que estamos sumergidos y ser muy valientes. He aquí algunas propuestas incómodas:
1.- No somos todos iguales. Hay estudiantes con vocación e interés eclipsados por la mediocridad imperante. Centrémonos en ellos. La universidad es para formar a las élites intelectuales. Antes de que me llaméis facha, esa frase es del insigne Gregorio Peces-Barba, mi rector cuando estudiaba en la Universidad Carlos III, padre de la Constitución y socialista de los de verdad (cómo han cambiado las cosas). La Formación Profesional forma grandes profesionales que no han de ser universitarios.
2.- Devolvamos al profesorado universitario las competencias perdidas como autoridad intelectual a la hora de diseñar planes de estudio, modelos de enseñanza y currículum. No podemos esperar dos años a que la ANECA dé el visto bueno a una modificación de los planes de estudio. El mundo cambia demasiado rápido para seguir impartiendo contenidos obsoletos.
3.- Reforcemos las capacidades básicas en enseñanzas no universitarias: Enseñar a pensar, a enfrentarse a obstáculos, a expresarse, a tener modales, a leer y escribir bien en español e inglés, a tener tolerancia a la frustración y, sobre todo, a buscar la superación constante.
4.- Eliminemos cualquier rastro de gadgets tecnológicos en la enseñanza (lo que incluye ordenadores portátiles). Darle un Chromebook a un niño de 10 años es como darle una cuchilla de afeitar a un bebé. SEÑORES TECNO-PROGRES LEAN ESTO POR FAVOR: Cruzar un puente no te hace ingeniero de caminos, de la misma manera que tener un ordenador no te hace nativo digital. Mis alumnos no saben, en su mayoría, elaborar un Excel o dar formato a un texto en Word. Las TICs a edades tempranas sólo sirven para distraer. La plasticidad neuronal se desarrolla con lápiz y papel, no con la dictadura de los teclados.
En todo caso, no busques la solución en el Estado, ni en los sindicatos, ni en los cantos de sirena de los -ismos, ni en las redes sociales. La solución está en ti. Si tú cambias, el mundo cambia
5.- Hacer sentir a los chavales orgullosos de quienes son y donde están, con admiración hacia lo que les rodea y hacia otras culturas. Fomentar la curiosidad innata y el respeto. Crear descubridores y jamás plantar la semilla del odio o la desolación. Huir de los nacionalismos, siempre manipuladores y huir de los populismos, de cualquier cosa negativa que acabe en ismo. La mente de un niño es sagrada.
6.- Fomentar la cultura de la competición y la colaboración en todo tipo de enseñanzas. El esfuerzo conlleva recompensa, a veces a largo plazo. Los mejores serán premiados y los peores se quedarán fuera de juego y, si quieren volver a entrar tendrán que esforzarse más, o bien, centrarse en otro juego, esto se llama flexibilidad académica. Si tu hijo es malísimo en matemáticas, pero le encanta tocar la guitarra, quizás tengas que ponerle un profesor particular en guitarra y no en mates. Y el sistema ha de aceptar esto. Saquemos lo mejor de cada individuo.
7.- Con 18 años no sabes, salvo que tengas una vocación innata, que es lo que quieres estudiar (yo no lo sabía, pero tuve suerte al elegir). Flexibilicemos los primeros años universitarios y de FP. Las titulaciones no han de ser bloques de cemento. ¿Empiezas Informática y no te gusta? Hagamos pasarelas. Implantemos el 'major' y el 'minor' como en EE. UU. Que una mala decisión no frustre una vida.
En fin, querido estudiante, esto es lo que hay. Quizás seas la excepción a todo lo escrito, ojalá sea así, pero los números me dicen que las probabilidades son inferiores al 10%.
En todo caso, no busques la solución en el Estado, ni en los sindicatos, ni en los cantos de sirena de los -ismos, ni en las redes sociales. La solución está en ti. Si tú cambias, el mundo cambia.
Y si no quieres cambiar, no te preocupes, te seguiremos engañando, haciéndote creer que lo estás haciendo muy bien".
«Hoy me dedico a engañar más que a enseñar«. La abrumadora sinceridad de Daniel Arias Aranda, catedrático del departamento de Organización de Empresas de la Universidad de Granada (UGR), ha provocado un encendido debate en redes sociales. El profesor ha escrito una misiva en la red social Linkedin en la que reflexiona sobre la bajada de calidad y de exigencia que existe en la educación actual.
Desde sus 25 años de experiencia, Arias lamenta que el nivel ha ido disminuyendo para adecuarlo a los alumnos, para que aprueben en sus respectivas materias y todos puedan ser felices. Pero tras esto se esconde un fracaso enorme tanto de la educación como de la sociedad, que ha sido incapaz de adaptarse a los nuevos tiempos marcados por la tecnología.
Y los profes, dizque, haciendo que no ven el estropicio. Alumnos, intelectualmente inapetentes, tiranía digital mediante, “anestesiados con las redes sociales”, con peor nivel que tantos padres que tuvieron que dejar la escuela con diez añitos para ponerse a currar. Alumnos, hogaño, que no saben escribir. Ni hablar. Ni expresarse con cierta profundidad. Copiando y pegando cualquier cosa que hallan en internet.
Además de mal intelecto, pésimas ética y estéticas: “No sabes estar. Sí, estar. Balbuceas, te encorvas, no fijas la mirada, llevas una o las dos manos en los bolsillos, vienes a una exposición en chándal o con leggins”. Hablando mal español, lo dicho. Y, de otras lenguas, mejor ni hablar. La siniestra filfa del bilingüismo (o trilingüismo en ciertas autonosuyas)…
..Y el futuro: “Te seguiremos engañando, haciéndote creer que lo estás haciendo muy bien”. En fin.
QUERIDO ALUMNO,
TE ESTAMOS ENGAÑDO
Una propuesta para enfrentar los problemas del sistema educativo.
«Hoy me dedico a engañar más que a enseñar». Así rezaba la carta con la que Daniel Arias encendió en las redes un gran debate sobre nuestros jóvenes y nuestro sistema educativo. Este libro, en cambio, no engaña a nadie. Tras veinte años de experiencia docente, el catedrático madrileño es claro, aunque inquietante: la actitud antiuniversitaria de muchos estudiantes, apresados por las redes sociales, los móviles inteligentes y demás herramientas digitales, hace que sea «el ciber» quien rige sus vidas y no al revés. El problema es grave porque estos alumnos no solo terminan por no poseer conocimientos dignos de su calidad de universitarios, sino que han perdido el interés en alcanzarlos; este se ha desplazado hacia el entretenimiento y la evasión crónicas. Y mientras tanto, «la sociedad disimula y mira para otro lado».
Con un mensaje sencillo, directo y práctico, capaz de conectar toda la comunidad educativa —estudiantes incluidos—, el autor nos da las claves que nos han hecho llegar a este punto y nos acerca a la realidad en las aulas a día de hoy. Además, nos propone acciones «incómodas» para solventarlo y romper el paradigma actual. ¿Seremos lo bastante valientes como para llevarlas a cabo?
PREFACIO
Cuando publiqué el artículo «Querido alumno universitario de grado; te estamos engañando» en Linkedln jamás me imaginé la difusión que tendría. En él, ponía de manifiesto algunas de las debilidades del sistema universitario y exponía algunas medidas para mitigarlas. El revuelo mediático fue tal que durante semanas se habló ya no solo de los problemas de la universidad, sino del bajo nivel de la primaria y la secundaria en nuestro país. Recibí (y aún sigo recibiendo) cientos de comentarios con reflexiones profundas de las que he aprendido muchísimo, la inmensa mayoría con ánimo constructivo, incluso aquellas que disentían de mi opinión. A todos los que me leísteis: gracias de corazón.
La acogida de mi articulo, que podéis encontrar al final del libro, en la página 247, me despertó varios sentimientos. El primero, de satisfacción al darme cuenta de que la educación universitaria preocupa a tantas personas. El segundo, de asombro,pues ni por asomo pensaba que este tema se pudiera viralizar. Y, el tercero, de perplejidad al leer algunos comentarios ofensivos.
Aunque, como he comentado antes, la gran mayoría de las interacciones fueron respetuosas, no pude librarme de la virulencia de algunos. No es mi intención dedicar espacio a los haters, a aquellas personas que buscan hacer daño desde la trinchera del anonimato. Sin embargo, recibir en primera persona su odio me ha servido para reafirmarme en mi visión. Si a mí, que tengo la piel curtida de cinco décadas en estos lares, no llegaron a ofenderme pero lograron inquietarme, ¿cómo pueden afectar a una persona vulnerable o a alguien más joven? Recibir mensajes de este pelaje es una de las cosas más horribles que le puede suceder a un chaval que aún esté formando su personalidad. La intención es hundir el cuchillo donde más puede doler, eso sí, a ciegas.
Las redes sociales mal utilizadas nos pueden hacer caer en su visión sesgada y errónea de la realidad. No descubro nada nuevo si afirmo que su negocio se basa en atrapar nuestra atención y mantenernos inmersos en su mundo artificial. En ellas, la falacia del hombre de paja está a la orden del día. Se trata de escoger un objetivo, ridiculizar su imagen reduciendo su esencia al estereotipo que sequiera atacar y, poco a poco, una jauría se unirá al acoso y derribo por el mero placer de clavar el diente, sin preguntarse nada sobre la víctima. Son los instintos más primarios llevados al extremo en la era de la tecnología. El problema es que esto no se queda en las redes y que no es anecdótico. ¿Qué haces cuando sabes que tu opinión puede hacer peligrar tu integridad? ¿Por qué hay tantos estudiantes brillantes que se autocensuran?
En teoría de juegos,diríamos que la estrategia de «callar y pasar desapercibido» es la única que tiene esperanza positiva en estos casos, y me entristece que sea así. Ciertamente, hay que ser muy valiente para destacar entre la mediocridad y sacar la cabeza sabiendo que te arriesgas a la vejación en el ciberespacio y, por extensión, fuera de él. A pesar de todo, no me cansaré de defender la importancia de poder expresar opiniones bien argumentadas, sobre todo en etapas formativas. Lo hablaré en profundidad a lo largo de este libro, pero ya te lo avanzo aquí: una de las lacras de nuestro sistema universitario es que los estudiantes no saben comunicarse (solo falta que, cuando lo hacen, sus opiniones sean blanco de insultos).
Traté de dar respuesta a todos los comentarios que recibió mi artículo, pero la avalancha me superó. Por eso era necesaria una reflexión mucho más amplia, que es la que da sentido a este libro. Por ejemplo, en el artículo comentaba que si un alumno va a una exposición en chándal o leggins no «sabe estar» y no respeta la institución universitaria. Sabía de antemano que esta opinión iba a generar polémica. El argumento en contra es facilón: «¿Quién es usted para decirme a mí cómo tengo que vestir?». Aquí va mi defensa.
A los profesores se nos repite continuamente que hemos de impartir una formación integral. Se llaman competencias y las hay de varios tipos, que no voy a extenderme a desarrollar aquí. Una de ellas establece que el alumno ha de «conocer y aplicar las herramientas para la búsqueda activa de empleo y el desarrollo de proyectos de emprendimiento». Cuando una prueba de evaluación consiste en realizar una presentación, se trata de simular una situación real que los alumnos se pueden encontrar en su carrera profesional. Yo estoy ahí, como profesor de management, para guiarles y explicarles que las empresas tienen un código de vestimenta, y que no puedes presentar tus resultados o ir a una entrevista de trabajo enseñando el ombligo o vestido como un cantante de trap. Podría callarme y dejarlo pasar.
A nivel personal, me importa un bledo cómo vista cada uno. Sin embargo, si estudias dirección de empresa y aspiras a ser un ejecutivo en el futuro, tienes que empezar a pensar y a vestirte como tal. Es parte del proceso de aprendizaje. En tu casa puedes ir en bata y pantuflas, pero en una presentación en la universidad y en una entrevista de trabajo, no.
¿Pero qué ocurre si el alumno que venía en chándal a hacer la presentación se queja al defensor universitario? Que le darán la razón porque yo no tengo ningún tipo de autoridad a ese respecto. Mis exigencias, entonces, quedarán desparramadas sobre la tarima de la clase, y otros se encargarán de pisotearlas. Me sentiré un defraudador y le diré al alumno en cuestión: «Tienes razón, no tengo derecho a decirte cómo tienes que vestir. Mañana, si quieres, vente de Rosalía».
Muchos de los lectores me preguntaron cómo se puede revertir esta situación generalizada de desdén. El gobierno de la universidad se encuentra en una encrucijada complicada. La realidad es que, si quieres ganar unas elecciones a rector, desmarcarte del sistema actual es muy arriesgado. Cualquier programa electoral que incluya una sola de las medidas descritas en el artículo (que van desde dar más competencias al profesorado hasta limitar el uso de la tecnología en el aula) se convertirá en papel higiénico. Las huestes de según qué asociaciones de estudiantes sete echarán encima, al igual que los sindicatos. El profesorado, aun estando de acuerdo con tu programa, no te apoyará porque te verá como un perdedor y tendrá miedo a represalias.
Las empresas prosperan porque llevan a cabo una selección de su equipo directivo y, si los resultados no son los esperados, se renueva y se busca a los mejores. La universidad no. Siquieres ganar unas elecciones, has de contentar a todos. A fin de cuentas, la masa mayoritaria de tu electorado desea la quietud. Los profesores no quieren problemas, los alumnos quieren aprobar de forma fácil, los sindicatos quieren manejar su corral y el Personal de Administración y Servicios (PAS) quiere trabajar de ocho a tres sin demasiadas complicaciones. Promételes eso y serás alzado a los cielos.
Si queremos devolver a la institución su brillo y salir de este ciclo infinito de mediocridad, con la nueva ley de universidades en la mano, necesitamos rectores valientes que tomen decisiones necesarias siendo conscientes de que van a tener que lidiar con la resistencia al cambio. Con su esfuerzo, dejarán un legado libre de engaños,pero también alisarán el teneno del candidato populista de turno que se presente a las siguientes elecciones... y vuelta al engaño. No soy catastrofista, soy realista.
Para revertir la situación de decadencia de la universidad no basta con un rector motivado. Solo podremos avanzar cuando haya un alumnado comprometido con su formación, un profesorado con vocación docente y que disponga de los mecanismos ne cesarios para tomar decisiones y asumir riesgos, y un personal ágil y formado que comprenda que su trabajo vertebra la universidad.
No son mis frustraciones laborales las que motivan que escriba estas páginas, sino la enorme cantidad de personas que se conmovieron con mis palabras y que me pidieron más: más respuestas, más soluciones, más verdad. Somos muchos los que queremos una educación mejor.
Mi objetivo es que este libro invite a la reflexión y al análisis, pero también a la búsqueda de alternativas. Para nada trato de resolver todos los problemas, que son muchos, del sistema educativo en nuestro país. Para eso, hace falta mucho más que un libro.
Pero por algo hay que empezar.
VER+:
¿POR QUÉ LOS ESPAÑOLES CAEN TAN MAL?
VER+:
GARCIA, HECTOR C.
OLMEDA, ALFREDO
Crítica del sistema de enseñanza, de Héctor C. García y Alfredo Olmeda, es el quinto trabajo editorial de la colección central de La Neurosis o Las Barricadas. En esta obra se hace un recorrido por los puntos que el movimiento anarquista siempre ha considerado más relevantes en el análisis del sistema educativo como institución fundamental en las sociedades actuales:
La vieja tesis de los movimientos sociales de que a mayor educación se aumentarían las posibilidades de cambio social ha resultado ser equivocada. El avance de la escolarización obligatoria y su extensión a capas de edad más amplias cada vez no ha producido deseos mayores de liberación. A menudo, ha resultado tener un efecto contrario, pues quienes salen de las escuelas han asumido el discurso del Poder y se han convertido en férreos defensores del estado de las cosas.
¿Qué papel ha tenido la propia escuela en este proceso? Recogiendo toda una tradición crítica y partiendo en especial de las ideas anarquistas al respecto, este libro pone de manifiesto el papel de reproducción del sistema que juega la escuela oficial, convertida en un instrumento más de dominación. Así, se analizan en la obra los aspectos explícitos de la escuela en cuanto transmisora de la cultura e ideas del capitalismo (y de la socialdemocracia, del comunismo, del nacionalismo), como los contenidos que se enseñan de manera declarada o las relaciones entre el diseño escolar y la estructura jerárquica de la democracia y también aquellos aspectos que quedan más o menos ocultos, como la influencia de la metodología o de la visión antropológica del sistema de enseñanza en la misión que mejor cumple: aprender a obedecer.
Al tiempo, los autores ofrecen las claves de una visión libertaria de la educación, esgrimiendo los rasgos generales de las ricas experiencias anarquistas en este terreno, en la búsqueda de personas libres que contribuyan a una sociedad libre.
INTRODUCCIÓN
Un fantasma recorre las aulas: el fantasma del aburrimiento. Miles de niños, niñas y adolescentes languidecen en las clases entre el sopor y la incomprensión, buscando resquicios para evitar la disciplina y el muermo de un sistema educativo diseñado para adormecer las aspiraciones creativas y la curiosidad de cualquiera. Miles de profesores soportan con dificultades una profesión cada vez con menos sentido, que dice intentar lograr el perfeccionamiento humano, pero que solo cumple con el logro de la obediencia que demanda el sistema educativo. Un sistema educativo que da pruebas de resquebrajarse por todas partes: ni sirve para los seres humanos que están obligados a permanecer en él ni sirve para lo que dice perseguir, incluso desde una óptica capitalista: informes elaborados por especialistas liberales acusan a la escuela de no satisfacer los criterios del mercado, pues mientras el capitalismo ha mutado de industrial a postindustrial y a tecnológico, la escuela se ha mantenido en su forma de fábrica fordista, con sus tiempos medidos, sus filas, su rigidez metodológica, sus contenidos inamovibles, etc.
No es, sin embargo, este el propósito que nos anima a emprender la escritura del libro, pues la crisis educativa siempre estuvo ahí y lo que puedan pensar los puntales del capitalismo vertiginoso nos trae sin cuidado. Hay otras pistas que nos han conducido a redactar lo que tienes en tus manos.
En primer lugar, nuestra propia preocupación por la educación. Tanto por formación, como por relación profesional y personal, se trata de uno de los temas que percibimos como centrales en la sociedad y no debemos estar demasiado errados, a tenor de las pasiones que provoca incluso entre los diferentes partidos políticos que tratan de gestionar la miseria del capitalismo (más encrudecido en el sistema comunista como en Venezuela, Cuba o Nicaragua). La educación es escenario de la batalla política: leyes y contraleyes se suceden ante la indignación de algunas personas y la indiferencia de la mayoría, incluidos los docentes, que se han creado una coraza por la que resbala toda normativa que afecte a sus rutinas. Algunos, que no han tocado poder, claman por un pacto entre lobos, entre partidos, para reconducir al rebaño de forma homogénea, más homogénea aún. Todos son sabedores de que controlar el espacio educativo es interesante, tanto por lo que tiene de control ideológico como por lo rentable que resulta un negocio en el que los clientes deben asistir obligatoriamente al establecimiento, rehenes legales.
Frente a estas batallas, que son más artificiales que profundas, defendemos un espacio diferente para la educación, un espacio que ha empezado a extenderse de forma más o menos silenciosa en los últimos años ampliándose de manera significativa, poniendo en marcha diferentes experiencias de educación llamada alternativa. [1] Sin embargo, no todas estas experiencias coinciden con nuestros criterios, incluso algunas están claramente en oposición a los mismos, pues responden precisamente a la necesidad de adaptar al alumnado a la sociedad dinámica y creativa que se supone representa el capitalismo tecnológico y no ocultan carecer de un proyecto social divergente del actual. Simplemente se trata de una revolución metodológica que, al fin y a la postre, dejará intacto el mundo, si bien disimulará las cadenas. Otras de estas experiencias, más cercanas a nuestros planteamientos, viven en la arrogancia de la desmemoria, algo muy del signo de los tiempos, en los que cualquiera cree haber inventado la pólvora y reconocer raíces parece ser descubrirse desfasado. El caso es que muchas escuelas y proyectos de los denominados alternativos beben directamente de las líneas maestras del rico pensamiento y acción libertaria, de las que nosotros nos consideramos herederos sin rubor.
Con este panorama de crisis del modelo educativo, de intereses personales y de ampliación del espacio alternativo, pusimos en marcha esta obra. Es muy posible que lectores que hayan realizado una profundización en la crítica al sistema de enseñanza no encuentren grandes aportaciones en este libro, lo reconocemos desde este mismo momento. Sin embargo, echábamos en falta una obra que sistematizase la visión crítica de una forma sencilla y ordenada. Nuestro punto de partida son las ideas anarquistas y, en ese sentido, pese a que en los últimos años ha habido una cierta proliferación de obras en este terreno, no se ha conseguido, creemos, mostrar las líneas maestras de análisis del sistema de adoctrinamiento de la escuela.
Por supuesto que esta obra quedará también incompleta, pues partir desde las ideas fuerza del anarquismo nos hace considerar al sistema de enseñanza una pieza, importante pero pieza al fin y al cabo, de todo un sistema de dominación que se corresponde con todo un entramado de relaciones sociales, políticas, económicas y personales que tienen como base la autoridad y el control de unos seres humanos por parte de otros.
Si bien reconocemos nuestras ideas anarquistas, si bien proclamamos con orgullo que este es un libro escrito por anarquistas, no es exactamente un libro escrito para anarquistas. En primer lugar, hemos intentado esgrimir nuestros argumentos y nuestros análisis de forma comprensible para el mayor número de gente posible, evitando al tiempo que se trate de una publicación para profesionales. Padres, madres, alumnado y cualquiera a quien interese el tema pueden leer el texto y tratar de complementarlo. Es por ello por lo que, entre otras cosas, hemos eliminado la habitual costumbre de citar montañas de bibliografía, a pesar de que numerosas lecturas y prácticas estén detrás de lo que vamos a contar. Incluimos al final una breve bibliografía para ampliar conocimientos, pero dejamos al lector la posibilidad de rastrear de dónde hemos bebido para redactar este trabajo. Tampoco hemos querido insistir en un lenguaje excesivamente técnico, pues si consideramos que la educación es un asunto que afecta a toda la sociedad, no tiene sentido crear un paralenguaje que nos ponga en el pedestal de los especialistas que dicen a los demás qué hacer. En los casos en que hemos visto necesario hacer referencia a teorías o autores significativos, hemos incluido notas para aclarar tales conceptos. Hemos vencido también la tentación de escribir un libro de una extensión enorme, entre otras cosas para proporcionar un material económicamente asequible para aquellas personas que tengan interés en el asunto. Queríamos alejarnos lo más posible de las obras que acaban en las estanterías de sesudos analistas para coger polvo, docto polvo. Por supuesto, estas ventajas tendrán como contraposición que alguien pueda echar en falta análisis más extensos sobre algunos aspectos, pero siendo conscientes de ello, aspiramos a que nuestro libro sirva de puente hacia otros desarrollos teóricos y/o prácticos.
En ese sentido, estás ante un libro escrito por anarquistas preocupados y conocedores del sistema educativo, pero necesariamente incompleto. Nuestro conocimiento del fenómeno educativo nos hace comprender que se trata de algo muy complejo y siendo la extensión de la obra la que es, la escuela queda retratada como fenómeno general, aun a sabiendas de que hay momentos y lugares excepcionales, a pesar de que la generalidad sigue siendo una escuela liberticida y adoctrinadora. No se ofenda pues el lector trabajador de la tiza si se ve retratado de manera en la que no se reconoce, al igual que familias o alumnado. Toda obra de análisis necesita de cierta abstracción que solo puede obtenerse por la generalización y toda generalización contiene en sí rasgos certeros y, de alguna manera, pérdida de detalles.
Hemos dispuesto esta obra en seis capítulos dedicados a diferentes aspectos de la enseñanza que nos parecen relevantes y que pueden hacer un retrato del sistema de forma ordenada. Comenzaremos, ya que es el asunto central, haciendo unas aclaraciones sobre lo que consideramos que es aprender y lo que la escuela representa de ese aprendizaje, en una reducción del concepto bastante significativa. Pasaremos luego a un repaso histórico para la comprensión de la génesis de los sistemas estatales educativos, novedad que incluye la obligatoriedad y que magnifica el papel del Estado en la educación de todas las personas dominadas por él. En el capítulo tercero nos centraremos en las relaciones entre la escuela y el poder, tanto como construcción ideológica como en tanto que realidad tangible, ahondando en lo que la escuela enseña de forma oculta, para explicar en el siguiente capítulo lo que la escuela enseña de forma explícita, los llamados contenidos, y en cómo estos contenidos no son neutrales, sino que responden a criterios que se relacionan con el modelo político y económico imperante. En el capítulo quinto haremos un análisis de la metodología escolar actual y, para terminar el libro, expondremos la concepción antropológica que subyace al modelo educativo, la visión del ser humano que sostiene la escuela actual. Como es lógico, podríamos haber ordenado nuestras tesis de otra forma, pero hemos considerado que de esta forma se construye una especie de embudo dialéctico que va de lo más general, que puede ser la consideración del aprendizaje de una forma muy amplia, al objetivo central de la enseñanza estatal o privada: la creación de un modelo humano concreto, cercenado y obediente.
El libro estará recorrido por una tesis central poco novedosa: la escuela es una herramienta de reproducción del sistema, que genera o trata de generar individuos conformistas. Esto obedece, tanto a un plan declarado en las diferentes disposiciones legislativas como a la dinámica no declarada, así como a las prácticas irreflexivas de la escuela, que repite rutinas heredadas.
Sabemos que para algunos lectores esta tesis resultará familiar y para otros supondrá un choque con sus percepciones sobre la escuela como factor de movilidad social o de aprendizajes sistemáticos y útiles, por lo que animamos, sin duda, a la lectura de esta obra y de otras, a la multiplicación de respuestas, a la puesta en marcha de iniciativas, a la transformación desde la reflexión y, en definitiva, a la acción.
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[1] A lo largo del libro se hablará a menudo de escuelas o proyectos educativos alternativos. Estos forman una variada red de espacios con denominaciones diferentes: escuelas libres, no directivas, activas, antiautoritarias, libertarias… Todas comparten un rasgo común: el rechazo por la escuela convencional y la puesta en marcha de prácticas donde el alumno es el centro del proyecto de enseñanza y aprendizaje. El nombre que se da a sí misma una escuela nos sirve para conocer sus preocupaciones, pero realmente no hay, a priori, una diferencia significativa entre, por ejemplo, una escuela no directiva y un proyecto educativo que se considere antiautoritario. Quizás la única diferencia marcada por estas denominaciones señaladas se relaciona con los proyectos libertarios que muestran su explícita identificación con la tradición pedagógica y política del anarquismo.
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