¿Que seríamos sin tradición?
Seríamos como un violinista en el tejado.
LA PELÍCULA ESTÁ BASADA EL EL LIBRO
"Las hijas de Tevye" (TEVIE, EL LECHERO) de Sholem Aleijem
Sin embargo, la acción se desarrollará, de forma inexorable, contra esa tradición a la que apela Tevye, forzándole a aceptar cambios inesperados.
En Anatevka, una aldea imaginaria de Ucrania –a caballo entre el S. XIX y XX– viven judíos y ortodoxos en armonía casi perfecta. En realidad, apenas se relacionan y así están tranquilos. Es el declive de la época de los zares: el reinado de Nicolás II –famoso, entre otros motivos, por los progromos antisemitas que se produjeron durante su gobierno– acabó en 1917 (él y toda su familia fueron asesinados), con la Revolución rusa, cuyas raíces también se ven reflejadas en esta película.
Pues bien, en este pequeño y pobre pueblo vive Teyve (Chaim Topol), el lechero, con su mujer Golde (Norma Craine) y sus cinco hijas. Como buenos padres judíos, su preocupación principal es buscar los maridos ideales para cada una de ellas, y mejor que sea rico o, por lo menos, con una herencia que les permita vivir más allá de su capacidad actual.
Por tradición, es al padre a quien pertenece el derecho de elección y de cerrar el trato para el casamiento; pero los tiempos están cambiando y una tras otra, le van rompiendo los esquemas: la primera se casa con un pobre sastre, casi sin previo acuerdo con el padre; la segunda, se enamora de un judío revolucionario que será exiliado a Siberia en los sucesos de 1905; y la tercera se casa secretamente con un ortodoxo. Las tradiciones en esta aldea –las tradiciones judías– son muy fuertes y, aunque va aceptando poco a poco estos cambios, no puede ni aprobar ni bendecir lo de la tercera hija, porque hace violencia directa contra la religión.
¡AY, si no fuera por las tradiciones! Es el tema entorno al cual gira toda esta historia. Así lo cuenta Teyve al comienzo de la película:
Parece cosa de locos, ¿verdad? Pero aquí, en nuestro pueblo de Anatevka, cada uno de nosotros es como un violinista en el tejado que intenta ejecutar una melodía grave y sencilla, sin romperse la cabeza. No es fácil, ¿verdad? Tal vez nos preguntan ustedes que por qué nos subimos ahí, si es tan peligroso…; pues si subimos es porque Anatevka es nuestro hogar…Y ¿cómo guardamos el equilibrio? Puedo decirlo con una palabra: ¡Tradición!La Tradición es lo que nos ha permitido guardar el equilibrio durante muchos, muchos años… Sin todas estas tradiciones, nuestra vida sería como un violinista en el tejado.
Así, el misterioso personaje de el violinista –que sólo parece estar en el pensamiento de Teyve– es tanto metáfora de la inestabilidad de la historia de los judíos –que tan condenados a la vida nómada han sido a lo largo de los siglos–, como de las tradiciones mismas que, o las tomas, o las dejas… o haces equilibrio e intentas hacerlas compatibles con aspectos de la vida que sí tienen que –o pueden– cambiar. Y también se pueden como actualizar, que es lo que pasa en la fantástica historia de amor de la canción «Do you love me?»
El violinista en el tejado, es una película que hay que ver varias veces. Es un musical espectacular de tres horas –con el clásico «entreacto» a la mitad–, que te hace pasar un rato muy divertido (Topol es un genio de de la interpretación, el baile, la canción), y dramático a la vez: porque es la historia dura que tuvieron que correr los judíos, también en Rusia. Todos los personajes están interpretados con mucho… cariño –esta es la palabra justa– y hay algunas canciones realmente memorables: no sólo el mítico «If I were a rich man», sino también la ya citada «Do you love me», o «Anatevka», «To life!», y tantas más.
Lo más interesante de la película –a mi entender– es la importancia que se da a Dios. Me hace mucha gracia el diálogo continuo que tiene el protagonista con Él, que, aunque me parece que es una relación fraternal con el Altísimo más propia del cristianismo que del judaísmo, llena de ternura todo el metraje. Topol consigue hacer presente a un Dios muy amigable, a quien se puede dirigir para pedir aunque sea un poco de riqueza –«a small fortune»–, o una máquina de coser –siendo muy consciente de que suficientes problemas tiene con las guerras en el mundo–, o cuidar de que siempre tenga abrigo lu hija que se va a Siberia por amor…
Efectivamente, no creo que haga falta ser muy creyente para darse cuenta de que es esta fe en un Dios cercano –el diálogo que es oración constante– el que hace que estas familias que acabarán siendo echadas de su querida Anatevka, lo vivan todo con esperanza. Una esperanza que impregna al espectador y que lleva a querer ver –y escuchar– de nuevo esta genial película.
Si las diferencias son de principios, es que uno de los dos principios en liza es falso… y amenazo con escribir un nuevo artículo a la menor provocación.
Recientemente, tuve una discrepancia con un amigo. Nada extraño en mí. Soy seguidor de Chesterton, aquel que amenazaba “con escribir un libro a la menor provocación”. En mi caso, artículos en Hispanidad.com.
Mi amigo remachó su posición asegurando que se trataba de “una cuestión de principios” lo que, al parecer, daba por zanjada la cuestión.
Ahora bien, lo primero que hay que responder cuando alguien asegura que su posición es firme, pues se trata de una cuestión de principios, es que cada cual puede tener los principios que le peten pero no incurrir en el principio de contradicción, en el violinista en el tejado.
Me explico: si mi principio es “A” y el de mi contrincante es “B”, uno de los dos, el A o el B, es falso… porque, si no, el otro no podría ser cierto.
En la película "El Violinista en el tejado", el protagonista escucha una tesis teológica de un vecino, y asiente: es cierto lo que dices. Pero, a renglón seguido, aparece otro vecino que expone la tesis contraria, Nuestro hombre le dice lo mismo: es cierto lo que dices. En ese momento irrumpe un tercero que recuerda: no, o lo uno es cierto o lo otro, pero no los dos al mismo tiempo Y entonces, nuestro protagonista, el hombre del siglo XXI, el paradigma actual, el arquetipo de nuestra sociedad, el signo de nuestro tiempo, concluye: Sabes que tú también tienes razón.
Lo que nos pasa es que no sabemos lo que nos pasa, dice un adagio comúnmente acertado para resumir la modernidad. Pues les aseguro que lo que nos pasa en el siglo XXI es eso: que hemos negado el principio de contradicción. Nada puede ser verdad y mentira a un mismo tiempo como nada puede ser y no ser… que resulta, de paso, la mayor de todas las contradicciones que el hombre ha podido inventar.
En la política europea, no sólo española, la anulación del principio de contradicción suele venderse como consenso. No tengo ni la menor idea de por qué puede ser.
Feliz y Santa Navidad.
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