EL Rincón de Yanka: LIBRO "MÁRTIRES DE LA CONCIENCIA: CRISTIANOS FRENTE AL JURAMENTO A HITLER" 🕂💘🕂

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miércoles, 26 de mayo de 2021

LIBRO "MÁRTIRES DE LA CONCIENCIA: CRISTIANOS FRENTE AL JURAMENTO A HITLER" 🕂💘🕂


Mártires de la conciencia
CRISTIANOS FRENTE 
AL JURAMENTO A HITLER


La historia de diez católicos ejecutados por negarse a jurar fidelidad a Hitler
El libro “Mártires de la conciencia, cristianos frente al juramento de Hitler”, relata cómo hasta algunos obispos, intentaron convencerles de que debían firmar por el bien de sus familias.
No solo el campesino austríaco Franz Jägerstätter —a quien la película Vida oculta (A Hidden Life, 2019) de Terrence Malick ha hecho célebre y la Iglesia católica beatificó en octubre de 2007—, perdió la vida por negarse a prestar el juramento de fidelidad a Hitler. Además de Jägerstätter, aproximadamente una veintena de católicos y ocho o nueve cristianos evangélicos objetaron durante el nazismo por motivos religiosos. Con muy contadas excepciones, estos hombres no solo actuaron siguiendo los dictados de su conciencia aún a costa de la vida, sino que pasaron inadvertidos, no solo en vida: hubieron de transcurrir bastantes decenios de «vida oculta» hasta que, solo en la década de 1990, comenzó a recuperarse su memoria.
Los diez mártires de la conciencia

1. Franz Jaggerstatter. El más famoso, llevaba una granja en Austria junto con su familia. Murió decapitado. Su mujer le visitó el día de antes y allí ella le dijo que aceptaba y apoyaba su decisión. Le tuvieron durante meses encadenado las veinticuatro horas del día, y aislado en una celda sin poder recibir visitas ni hablar con nadie. Le intentaron varias veces convencer de que aquello que estaba haciendo era perjudicial para su familia. E incluso el sacerdote de su pueblo le dijo que debía proteger a su familia y que estaba cometiendo un pecado. Pero él nunca aceptó jurar fidelidad. Fue beatificado en 2007, y ahora está en proceso de canonización.

2. Wilhelm Glessner. Un joven franco-alemán que estaba estudiando para ser agricultor. Fue ejecutado en 1940 por negarse a jurar. Estuvo toda la noche anterior rezando con su rosario, del que no se despegó durante las 10 horas antes de su ejecución. Le gustaba pintar. Es mártir pero todavía no es beato.

3. Alfred Andreas Heiss. Era trabajador en la administración pública. Los nazis lo expulsaron por no plegarse a sus designios, por lo que vivió en la pobreza. También fue internado en un campo de concentración por condenar los asesinatos políticos cometidos por los nazis en la noche de los cuchillos largos. Tras su ejecución, fue olvidado por la Iglesia, y solo a partir de los años noventa se ha empezado a recuperar su memoria.
Se comparó con San Pablo por morir decapitado

4. Wilhelm Paul Kempa. Artista y pintor polaco-alemán de gran sensibilidad. No quería matar hombres a causa de su fe. Murió decapitado tras escribir una última carta a sus familiares en la que se comparaba con San Pablo. No ha sido recuperada su memoria hasta hace muy poco.

5. Michael Lerpscher. Trabajaba de obrero en la Sociedad de Cristo Rey, con la que estuvo vinculado toda su vida. Maduró su decisión de no jurar durante muchos años, y fue el primero en ser ejecutado por esta causa. Sus compañeros veteranos de años posteriores se negaron a realizarle un homenaje póstumo por traidor, y la Iglesia se olvidó de él. No fue hasta 1990 cuando se recuperó su nombre.

6. Josef Mayr-Nusser. Era gestor de una empresa tirolesa. Natural del Tirol, estuvo vinculado a la vida social y universitaria católica de esa región, por lo que fue un ejemplo de valentía. Tenía mujer e hijos. Murió camino de su ejecución, por inanición, al llevar 8 días en un camión sin comer ni beber. Uno de los soldados nazis que lo escoltaba dijo que le impactó profundamente su serenidad y alegría, aun en esas condiciones. También ha sido beatificado, en 2017.

Obispos les animaron a firmar

7. Franz Reinisch. Se trata de un sacerdote perteneciente al movimiento Schonsttat, del que le expulsaron contando con su propia conformidad para no arriesgar la vida del resto de la comunidad. Los sacerdotes y obispos le intentaron convencer de que jurara, pero él se negó. Murió en la misma cárcel que Jaggerstatter un año antes. Al sacerdote que le atendió en sus últimos momentos le pidió que celebrara la misa por su alma en ornamentos blancos (no negros como se suele hacer), porque estaba convencido de que iría al cielo. Está en proceso de beatificación.

8. Richard Reitsamer. Agricultor. Aunque momentos antes de su muerte le entró la flaqueza, finalmente avanzó hacia el cadalso con una gran serenidad. Olvidado hasta hace muy poco.

9. Josef Ruf. También miembro de la Sociedad de Cristo, donde desempeñaba varios trabajos. Tomó su decisión de no jurar junto con Lerpscher. Su familia se avergonzaba de su decisión, y su hermano nazi intentó que cambiará de parecer en varias ocasiones. Recibió la comunión justo antes de morir. En proceso de beatificación.

10. Ernst Volkmann. Fabricante de guitarras, con esposa y tres hijos. El sacerdote de la cárcel le intentó convencer de que era su deber cristiano jurar para poder cuidar a su familia. Murió imperturbable. Ha sido declarado mártir.
Sacralidad de nuestra conciencia

El autor rememora el contexto personal de cada uno de estos mártires, sus historias familiares, sus ocupaciones y labores, sus amistades, sus aficiones, su persecución política, y su muerte.
Con ello se persigue un objetivo claro: recordar a todos aquellos que dieron más valor a su conciencia que a sus propias vidas, oponiéndose de manera oculta y desapercibida a la destrucción de su fe, de su nación y de Europa. "Así pues, estas historias nos afirman a todos los cristianos en la sacralidad de nuestra conciencia, frente a la que los poderes del mundo nada pueden hacer", explican desde la editorial.

Las ideas nazis y la persecución religiosa

En el libro explican que cuando el nacionalsocialismo envenenó las mentes de millones de alemanes y austriacos, el Papa y los obispos realizaron una severa advertencia: las ideas nazis podían conducir a una nueva persecución religiosa, más rigurosa que la de Nerón, más extendida que la de Diocleciano. Las ideas de Hitler podían llevar a una nueva destrucción de Europa. Y así fue. El III Reich asoló el viejo continente, aniquiló razas enteras y destruyó toda forma cultural europea que no se ajustara a su relato histórico.
En ese clima de furor y rabia, los alemanes se lanzaron enérgicamente a la creación de un hombre nuevo y de un mundo nuevo. Aunque a simple vista parece que la nación entera se consagró a esta visión, un puñado de patriotas se opusieron con valentía a la corriente de los tiempos, pagando con su vida la osadía de denunciar la maldad del régimen nazi. Muchos de estos opositores eran cristianos.

Prólogo

Hace ahora quince años, en 2006, publicaba La Rosa Blanca. Los estudiantes que se alzaron contra Hitler con su única arma: la pa­labra. Me movió a hacerlo el interés por dar a conocer a los lecto­res de lengua española un movimiento estudiantil que osó plan­tar cara al nazismo. Poco antes se había estrenado Sophie Scholl - Los últimos días (2004); aunque la película es muy fiel a los he­chos, pensé que podría ampliar los conocimientos que trasmitía, aportando el trasfondo, las bases humanísticas y religiosas que marcaron a dicho grupo estudiantil.

En 2011, salía a la luz Cristianos contra Hitler. La apasionante his­toria de seis personas que se opusieron al nazismo, en la que am­pliaba el estudio sobre la resistencia alemana al nazismo con bio­ grafías breves de seis figuras señeras: el cardenal Clemens August von Galen (1878-1946), denominado el León de Münster por sus homilías contra el nazismo y especialmente contra el programa de eutanasia nazi; Wilm Hosenfeld (1895-1952), el oficial de la Wehrmacht que salvó la vida al músico Wladyslaw Szpilman, y a quien Roman Polanski dio a conocer a un amplio público, si bien muy someramente, en El pianista (2002); Franz Jagerstatter (1907-1943), que acababa de ser beatificado por la Iglesia católica poco antes (2007), Karl Leisner (1915-1945), el único sacerdote ordenado en un campo de concentración, en Dachau. En este libro trataba también de Helmuth James van Moltke (1907-1945), quien organizó un grupo de resistencia en Kreisau, con personali­dades de gran altura intelectual y políticos de renombre. Por úl­ timo, Irena Sendler (1910-2008), la enfermera polaca que salvó, con sus propias manos, a más 2.500 niños judíos del gueto de Varsovia.

En el tercer libro sobre las relaciones entre cristianos y el na­zismo, «La Iglesia y el nacionalsocialismo. Cristianos ante un mo­vimiento neopagano» (2015), traté algunas cuestiones por así de­cir más abstractas o teóricas, en parte controvertidas: las diferen­tes posturas de la jerarquía alemana frente al nazismo, el Concor­dato de 1933 o la encíclica Mit brennender Sorge («Con viva preo­cupación») de Pío XI del 14 de marzo de 1937, así como una cuestión esclarecedora: la distribución del voto al partido NSDAP en las últimas elecciones libres de julio de 1932 en relación con la confesión religiosa, que permite concluir que si alguien no en­cumbró a Hitler al poder, esos fueron los católicos. Sin embargo, también aquí me refería a personas concretas, por supuesto a Pío XII, pero asimismo a sacerdotes perseguidos por el nazismo y a otros católicos que destacaron en la resistencia contra esta ideología neopagana.

Cuando -tras el estreno de la película Vida oculta (A Hidden Life, 2019) de Terrence Malick- la editorial Digital Reasons me soli­citó estudiar si, además del campesino austríaco Franz Jagerstatter, había habido otras personas que se negaron a prestar el juramento a Hitler, se ofrecía la posibilidad de investigar un modo de resistencia al nazismo que -salvo alguna excepción, como Franz Jagerstatter o el padre palatino Franz Reinisch- si­gue siendo prácticamente desconocido a la opinión pública, in­cluso en Alemania.

Después de varios meses de investigación, conseguí reunir docu­mentación sobre casi una veintena de objetores en la época nazi. Con el fin de no superar unos ciertos límites, seleccioné a diez personas, fundamentalmente dependiendo de que exista sobre ellos suficiente material escrito y gráfico. Sin embargo, la infor­mación disponible difiere bastante de uno a otro; la documenta­ción sobre aquellos que han sido beatificados o están en vías de beatificación es mucho más extensa que sobre otros, lo cual se re­ fleja también en la amplitud de los diferentes capítulos de este li­bro. Teniendo en cuenta que Franz Jagerstatter es el más cono­cido, le dedico el primer apartado; los demás, seguirán por orden alfabético. Cuando estaba ya en una fase avanzada de redacción, Helmut Kurz publicó la primera obra monográfica sobre esta cuestión que aún pude consultar para cotejar algunos datos y re­ llenar algunas lagunas; a ella me referiré aquí en repetidas ocasiones.

Para el autor, este libro ha supuesto un viaje apasionante a un mundo hasta ahora para él prácticamente ignoto, en el que ha en­contrado a personas que, en su gran mayoría, vivieron una vida «oculta», pero que supieron ser fieles a su conciencia, aunque en ello les fuera la vida. Al lector deseo ese mismo apasionante itine­rario hacia una época pasada, de la mano de personas cuyos prin­cipios aún hoy siguen vigentes.

1. Introducción

La película Vida oculta (A Hidden Lije, 2019) dio a conocer al beato Franz Jagerstatter a un amplio público; aunque la Iglesia ca­tólica le había beatificado varios años antes -en octubre de 2007-, hasta entonces su biografía apenas había trascendido el ám­bito católico.

En dicho filme, el guionista y director Terrence Malick muestra la lucha interior de Franz Jagerstatter, un sencillo campesino que -plenamente convencido de la incompatibilidad entre el nazismo y el cristianismo- toma en conciencia la decisión de negarse a prestar el juramento a Hitler, pese a las reticencias de los habitan­ tes de su pueblo y a las consecuencias que ello acarrearía. Sobre la respuesta personal a la cuestión que le llevaría al martirio han de­jado constancia los escritos del propio Jagerstatter, que recoge Georg Bergmann (1988) en su extensa biografía del campesino austriaco. Bergmann reproduce también los escritos de Franz Jagerstatter, en 40 folios sueltos y tres cuadernos, a los que se vie­ nen a añadir sus cartas, además de una especie de tratado amplio con el título Was ein Christ wissen soll (Lo que debe saber un cristiano). Franz Jagerstatter fue condenado a muerte por el delito denominado Zersetzung der Wehrkraft o Wehrkraftzersetzung (ac­tos que socavan la fuerza de defensa). Dicho supuesto penal fue in­troducido por un Reglamento del 17 de agosto de 1938, que entró en vigor el 26 de agosto de 19 39; es decir, tan solo unos días antes de comenzar la Segunda Guerra Mundial, pues en el Código Penal Militar vigente hasta entonces, de 1872 -reformado en 19 34 y 1935- no existía tal delito, sino que el rechazo a prestar el servi­cio de armas se subsumía en el de «deserción», y la negación a prestar el juramento se trataba como «desobediencia militar». El reglamento fue publicado en el Diario Oficial del Reich de 1939; lo reproduce Garbe (1995, pág. 87 y 214).

Fotograma de la película Vida oculta de Terrence_Malick: Franz]iigerstiitter 
(Au­ gust Diehl) con su esposa Franziska, «Fani» (Valerie Pachner).

Sin embargo, Franz Jagerstatter no fue el único que se negó a pres­tar el juramento a Hitler. En agosto de 2019, en el periódico de la diócesis de Linz, Josef Wallner preguntaba: «¿Cuántos Franz Jagerstatter hubo?». Wallner remite a la historiadora Annette Mertens, quien -entre los 18,3 millones de hombres que forma­ron parte de la Wehrmacht- identificó a exactamente 14 católi­cos que se negaron a entrar en el ejército, así como a cuatro miem­bros de la iglesia evangélica. Aunque también Detlef Garbe ofrece un resumen de las personas que, por motivos de su fe, objetaron y fueron condenados a muerte, no existía hasta ahora una mono­ grafía dedicada exclusivamente a dichas personas, si bien tanto el martirologio alemán como el austriaco del siglo XX han ido inclu­yendo, en sus sucesivas ediciones, a muchos de ellos.

Esta laguna la viene a llenar ahora Helmut Kurz con un extenso libro de 320 páginas en las que recoge 22 biografías de objetores y en el que, respecto a Mertens y Garbe, eleva el número de los que rechazaron el juramento a Hitler a nueve cristianos evangélicos y a 20 católicos. Sus investigaciones corroboran que fueron sobre todo los Testigos de Jehová -debido a su rechazo generalizado al servicio militar- los que se negaron a seguir el llamamiento a fi­las en la Wehrmacht. De 1939 a 1945: entre los condenados por este supuesto se encontraban 494 Testigos de Jehová, frente a otras 103 personas de diferentes confesiones religiosas, dictán­dose sentencias de muerte contra 337 Testigos de Jehová y 56 de otras confesiones (de las que se ejecutaron 282 y 51, respectiva­mente). En este contexto, resulta significativo que en algunas sentencias con las que se condenó a muerte a católicos -Michael Lerpscher, Josef Ruf, Franz Jagerstatter, Wilhelm Paul Kempa­ no solo se indique como supuesto penal el ya mencionado de «ac­ tos que socavan la fuerza de defensa», sino que se añada entre pa­réntesis la denominación Bibelf Orscher (Estudiante de la Biblia). Esta denominación hace referencia a una comunidad religiosa surgida en Estados Unidos en el siglo XIX, a partir del Adven­tismo. Los Testigos de Jehová son una rama escindida (en el deno­minado «Tercer Cisma», entre 1928 y 1931) de los Estudiantes de la Biblia.

La divergencia entre las cifras que aportan Mertens y Garbe, por un lado, y Kurz, por el otro, se debe a que este cuenta también a quienes, por un motivo u otro, no fueron ejecutados a pesar de haber sido condenados a muerte: Ernst Friedrich y Theodor Ro­ller, entre los evangélicos; Siegfried Dapunt y Paolo Mischi -de ellos hablaremos en el capítulo dedicado a Richard Reitsamer-, Bernhard y su hermano Josef Fleischer, Bargil Pixner y Vinzenz Schaller, entre los católicos. Además la diferencia estriba también en que Helmut Kurz añade dos «anónimos» que se negaron a en­trar en la SS; uno se llamaba Gustav G.; el otro, era un «campesino desconocido de los Sudetes», así como otros dos -Alfred Geier y Gustav Tafel- que fueron ejecutados por desertores el 7 de fe­brero de 1945, pero que solo se dieron a conocer por un artículo publicado en el Schwéíbisches Tagblatt el 7 de febrero de 2020.
Ahora bien, Helmut Kurz advierte que su balance solo puede ser provisional pues resulta prácticamente imposible calcular el nú­mero de objetores, no solo por haberse perdido muchos documen­tos, sino también porque no se han evaluado aún las actas de los múltiples tribunales de guerra que existieron en diversas unidades. Además, de algunos no se conocen los nombres, como es el caso de los dos «jóvenes anónimos» que fueron ejecutados por negarse a entrar en las SS, a los que se hizo referencia en el párrafo anterior.

A diferencia de los Testigos de Jehová, debido a su oposición en general a todo servicio de armas, para los objetores católicos y evangélicos el motivo principal para dicho rechazo fue la negativa no solo a formar parte del ejército de un régimen que considera­ban incompatible con su fe, sino concretamente a prestar el jura­mento a la persona del Führer. La fórmula utilizada en la jura hasta 1934 -«Juro por Dios este sagrado juramento, que serviré siempre fiel y cabalmente a mi pueblo y mi Patria y que como sol­ dado valiente y obediente estaré dispuesto a dar mi vida en todo momento por este juramento» -fue modificada tras la muerte del Presidente del Reich, Paul von Hindenburg, a los 86 años, el 2 de agosto de 1934; ya el día anterior había entrado en vigor una ley que unificaba el cargo de Presidente del Reich -y con este, también el de comandante en jefe de la Wehrmacht- con el del Canciller, en la persona de Hitler. Ahora, la fórmula decía: 

«Juro por Dios este sagrado juramento, que prestaré obediencia incon­dicional al Führer del Reich y Pueblo Alemán, Adolf Hitler, jefe supremo de la Wehrmacht, y que como soldado valiente y obe­diente estaré dispuesto a dar mi vida en todo momento por este juramento». Precisamente ese culto a la persona era lo que rechazaban.

Los objetores fueron, incluso dentro de los que practicaron más o menos resistencia dentro de la Wehrmacht, una minoría muy exigua. Entre estos, el fenómeno más extendido fue la deserción; en un artículo de 2011, publicado en el semanario político Der Spiegel, Markus Deggerich, cifraba en unos 30.000 los desertores del Ejército alemán durante la Guerra. Meinrad Pichler, en un es­tudio sobre la resistencia y la persecución nazi en la región aus­tríaca de Vorarlberg menciona en este contexto también «la pos­tura de aquellos soldados que, mediante sabotaje, desobediencia de órdenes, o mediante la dilación o elusión de las instrucciones, se opusieron al sistema de la violencia, salvaron vidas humanas o, al menos, se comportaron decentemente frente a la población ci­ vil en los territorios ocupados» (Pichler, pág. 6 y ss.).

Los pocos que se negaron a prestar el juramento y a formar parte de la Wehrmacht, tomaron esta decisión prácticamente en soledad, salvo alguna excepción como la de Franz Jagerstatter y la de Josef Mayr-Nusser, que siempre contaron con el apoyo de sus es­posas, Franziska y Hildegard respectivamente. En contraposición a los Testigos de Jehová, que podían contar con el respaldo de su propia comunidad, los cristianos católicos y evangélicos no tuvie­ron el soporte de sus jerarquías; en muchas ocasiones estas in­cluso condenaron tal decisión expresamente. Detlef Garbe (1995, pág. 93-94) refiere el caso de un protestante que, buscando orien­tación, se dirigió al Consejo de la Iglesia Confesora de Hessen­ Nassau en octubre de 1937; este respondió que «el rechazo del servicio de armas no puede fundamentarse ni en las Escrituras ni en el Credo».

En su libro anteriormente mencionado, Helmut Kurz dedica un capítulo a la postura de la Iglesia católica durante la Segunda Guerra Mundial (Sobre las relaciones entre la Iglesia católica y el nacionalsocialismo en general se puede consultar también: Gar­cía Pelegrín 2015). Después de recordar la doctrina referente a la «guerra justa», se refiere al «dilema de los obispos católicos» que, por un lado, sabían que la guerra no era justa, pero que -siguiendo la doctrina paulina- llamaban a la obediencia frente a la autoridad y al cumplimiento de las obligaciones civiles, sobre todo teniendo en cuenta la lucha contra el bolchevismo que supo­ nía la guerra de Alemania contra la Unión Soviética, por lo que la objeción de conciencia, en la Segunda Guerra Mundial «no fue un tema» para la Iglesia católica. Sin embargo, Kurz olvida que la Iglesia católica había celebrado un concordato con el Reich; en el Artículo 27 de este se regulaba la atención pastoral militar: difí­cilmente podía la Iglesia prestar atención religiosa a los soldados, por un lado, y llamar a la objeción de conciencia, por otro. En este contexto resultan significativas las afirmaciones de Max-Josef Metzger, un pacifista convencido y contrario al régimen nazi: ya en 1933, dirigió un escrito a los miembros de la Sociedad de Cristo Rey, por él fundada:
A quien considere la objeción al servicio militar como un medio eficaz para combatir la guerra y a quien se niegue a responder a la obligación de prestar el servicio militar por motivos de conciencia, se le reconocerá la libertad d e su conciencia. La Sociedad ha recha­zado tomar expresamente postura al respecto y deja a sus miem­bros la libertad d e su decisión personal en conciencia (cit. por Kurz, pág. 176).