Calle de Pelayo III
Tengo ya preparadas las respuestas
para las entrevistas periodísticas
que me harán en la prensa, radio y tele.
Querrán saber qué opino y cómo soy.
Me mostraré ingenioso y espontáneo.
Tengo ya preparadas unas listas
de personalidades importantes
e incluso redactados ya los textos,
muy agudos, de las dedicatorias.
Tengo ya preparadas las metáforas
que servirán como brillante ejemplo
o síntesis que aclare lo que exponga.
Saldrán como galaxias de las páginas.
Y tengo preparada mi postura
al sentarme o de pie, tono de voz,
expresión de los ojos y la boca.
Todo está preparado. Todo a punto.
Puedo empezar, pues, a escribir mi libro.
José María Fonollosa
Todos somos Madof, Bernard Madof.
Porque habríamos actuado del mismo modo.
Si estás viendo este video, seguramente estés confundido. No sé cómo has llegado hasta aquí, ni me interesa, hago lo que hago porque me da la gana y no para aumentar el número de visitas. Si quieres seguir escuchándome quizá estés tan loco como yo. Puede que abandones a la mitad o puede que ya te hayas ido. Me da igual: esta grabación tiene que continuar. Debe continuar.
Otros escriben un diario o pierden el tiempo escribiendo blogs que nadie lee. Soy demasiado perezoso. Sólo tengo que darle a este botón y la cámara empieza a grabar. Sencillo. Lo sencillo triunfa, no sé cómo termina convirtiéndose en necesario.
Antes, la gente quedaba a una hora en un sitio, ahora te hacen una “perdida”. Ni siquiera llaman al portero automático. No saben el piso en el que vives, sólo el portal. Llegan abajo y te llaman. Bajas.
Yo habría hecho lo mismo que Bernard Madof porque todos lo hacéis. Lo hacemos. De acuerdo, a Madof se le fue la mano, pero ¿quién no coge lo que está a su alcance, si está seguro de que no le van a descubrir? ¿Y por qué no forzar la máquina, coger un poquito más, correr el riesgo?
La diferencia entre Bernard Madof y el resto es una cuestión de escala. Seguro que conoces a alguien que utiliza el teléfono de la empresa para sus llamadas particulares, alguien que se lleva material de la ofcina a casa, ¿quién no se ha aprovechado de ser “amigo de” o ha rechazado un favor que podría benefciarle? Lo preocupante no es que exista un tal Bernard Madof, sino la cantidad de personas que habrían hecho lo mismo.
Las multinacionales, o los grandes grupos de rock como U2 o los Rolling Stones, que utilizan los paraísos fiscales para evadir impuestos, están haciendo lo mismo que Madof.
Cierto, los paraísos fiscales no son ilegales, todavía, pero sí son inmorales y sin embargo el 69% de las compañías que cotizan en el Ibex 35* cuentan con “sociedades participadas con domicilio en países considerados como paraísos fiscales”:
Altadis, Endesa, Gas Natural, Iberdrola, Prisa, Repsol o Telefónica, BBVA, Banesto, Banco Popular, Banco Sabadell y Banco Santander, por citar las más conocidas.
El Banco de España publica el informe que resume todo el proceso de saneamiento entre 2008 y 2014 de cara a las comisiones de investigación que van a estudiar cómo se hizo el proceso
El montante que no se recupera es casi el 80% de las ayudas directas invertidas
Cree que si España acometiera "reformas estructurales" estaría mejor protegida de estas crisis bancarias.
Ellos también quieren ganar más.
A Madof se le fue la mano, 50.000 millones, pero ¿cuántos habrá como él, que cogen un poquito de aquí, un poquito de allí, que no han sido descubiertos?
Todos somos Madof.
Puedo decir esto tranquilamente porque no le debo nada a nadie, porque ya no espero nada. Porque no creo en nada. Ni siquiera en mí.
Todo es mentira. Todo.
Todos sois unos hipócritas vestidos para la ocasión. No hace falta llevar traje, no sólo mienten ellos: los de traje y corbata. También lo hacen los de la chaqueta de pana. El mendigo que duerme en mi calle miente igual que el millonario de Wall Street; saca mucho menos benefcio, pero el delito es el mismo: viven según el papel que les corresponde, levantan la mano cuando les conviene, agachan la cabeza cuando se lo ordenan. Y se llenan los bolsillos.
Estoy cansado de que me mientan.
-¿Cómo lo ha adivinado? Bonito nombre, Verne, ¿lo ha elegido pensando en alguna obra en particular? ¿Veinte mil leguas de viaje submarino? ¿De la Tierra a la Luna? ¿Cree que llegaremos alguna vez a la Luna? ¿Llegaremos antes nosotros o ellos? ¿Y al centro de la Tierra?
- Quisiera hablar de trabajo, no de literatura, si no le importa.
- Por supuesto, es lo que estoy haciendo, Monsieur Verne. ¿Conoce Esperando a Godot, de ese genio irlandés, Samuel Beckett? Jean y yo la vimos en un teatro de París hará cosa de dos años.
¡Una obra maestra!
El hombre no dejó de mirar al lago.
- No le sigo, Monsieur Mariani.
- Ni usted ni ningún otro, por suerte. Mire usted, a pesar de nuestros orígenes italianos, mi socio y yo somos más bien como esos dos personajes, Vladimir y Estragón, que esperan y esperan a alguien que no llega nunca. - Ya me habían hablado de sus modales excéntricos, Monsieur Mariani. - ¿Y le han informado también sobre el coste de nuestros servicios? –intervino el otro.
- De este modo hace usted que parezca esto un sucio meretricio, Monsieur Azzoni.
- ¿Y de qué se trata si no?
- Me habían asegurado que no carecían ustedes de motivaciones ideales.
- Verá, Monsieur Verne, lo que mi amigo Lucien quería decir es que nos han hecho esperar demasiado, y nuestras esperanzas en un mundo de iguales se han visto, ¿cómo decir?, un tanto adormecidas. Es cierto que la esperanza es lo último que se pierde, pero mientras tanto hay que apañárselas también para vivir. Y es mejor apañárselas bien. Por tanto, llegados a este punto es más fácil actuar por dinero que por pasión. Esto ofrece mayores garantías también para ustedes, entre otras cosas. Un mercenario no puede caer en la desilusión, porque no tiene ilusiones. No podrán desilusionarnos nunca, de ello se ha ocupado ya Stalin. Lo que mi amigo y yo haremos lo haremos solo por dinero. Queríamos dejarlo claro.
En un fraude como el de Madof hacen falta colaboradores. No me creo que fuese el único que estaba al corriente de lo que sucedía. Estoy seguro: alguien le tuvo que ayudar, pero seguramente nunca confiese quienes le ayudaron.
Madof no es un psicópata, es un tipo normal como tú, como todos, que mintió para obtener un beneficio. El trabajo, sin ir más lejos, es una mentira que te mantiene ocupado entre ocho y diez horas diarias, cinco días a la semana como mínimo. El resto del tiempo, estoy convencido, te ves obligado a poner buena cara a tu vecina, a la cajera del supermercado, a un conocido que preferirías no cruzarte. Es lo mismo que hacía Madof en el club de campo de Palm Beach. Su sonrisa mientras entraba al juzgado, la insensibilidad con la que se dirigió al juez son sólo pruebas de que sabe que lo que ha hecho está mal y tendrá que pagar por ello.
Le han pillado.
Tiene setenta años y pasará el resto de su vida en la cárcel. ¿Te has parado a pensar en qué condiciones?
Esa sonrisa de anciano venerable con la que aparece en las fotografías es la conformidad con su destino, un destino mucho mejor que el de las personas que ha estafado, algunos de los cuales atrajeron nuevos inversores a la tela de araña que Madof llevaba tejiendo desde hace treinta años, personas que eran rechazadas una y otra vez e insistían en poder participar en su Fondo de Inversión, que proporcionaba un beneficio medio entre el 8 y el 12 por ciento anual, independientemente de la evolución de la Bolsa de Nueva York, un Fondo de Inversión que había sido denunciado en varias ocasiones, la primera en 1999, y cuya única garantía era
ex director de NASDAQ,
miembro fundador.
La vida es una sucesión de mentiras con algunos momentos de sinceridad.
Y todo el mundo puede con ello. Todos.
Porque nadie se para a pensarlo.
* Fuente: Observatorio de la Responsabilidad Social Corporativa (RSC). Informe del año 2007.
MADOFF, EL MAGO CRIMINAL DE LAS ESTAFAS
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