Asombro y empatía
Dos claves para renovar el lenguaje
de la evangelización y de la catequesis.
EN EL AMPLIO MAR DEL CRISTIANISMO, EN CUANDO UNO EMPRENDE LA NAVEGACIÓN, ENCUENTRA SIEMPRE AGUAS NUEVAS. Y EL SEÑOR CAMINA SOBRE ELLAS, CON LA ASOMBROSA MAJESTAD DE LOS HOMBRES LIBRES.
"VIVIR EN EL ESPÍRITU ES EXPERIMENTAR LA MISERICORDIA CON ASOMBRO QUE NOS IMPULSA EN CONSTANTE CONVERSIÓN,CAMBIO Y RENOVACIÓN DE COMUNIÓN"
Lo mejor que podemos sentir es el lado misterioso de la vida.
Este es el sentimiento que se encuentra en el fondo
del arte y de la verdadera ciencia.
Quien no puede sentir asombro ni sorpresa está como muerto.
Sus ojos se apagaron.
"La cosa más hermosa que podemos experimentar es el misterio. Es la fuente de todo verdadero arte y ciencia. Aquél a quien esta emoción le es extraña, que no puede hacer una pausa para meditar y permanecer en un rapto de asombro, está tan bien como muerto: sus ojos están cerrados."
[Albert Einstein (1879-1955), físico alemán, Premio Nobel de Física 1921]
La capacidad de entusiasmo
es signo de salud espiritual.
Gregorio Marañón
«El asombro es la base de la adoración.»
"Sartor Resartus" (1833-34)
THOMAS CARLYLE
¿Estaremos a la altura de una evangelización que realmente sea nueva en su ardor, en sus métodos y en sus expresiones, como quería san Juan Pablo II?, ¿de una catequesis renovada, más esencial, más mistagógica y más inculturada con el hombre de hoy, sobre todo con las nuevas generaciones?En nuestras manos está el intentarlo, a sabiendas de que, como nos dice Francisco, más vale «una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a sus propias seguridades» (Evangelii gaudium, 49).
El lenguaje del amor
Introducción:
Dos desafíos complementarios
Nadie duda de que el lenguaje es para la comunicación mucho más que un conjunto de códigos de comprensión1. En la comunicación de la fe ocurre exactamente lo mismo, tanto en la evangelización en general como en la catequesis en particular. Por eso, cuando hablamos del lenguaje de la evangelización y de la catequesis, hablamos de todo ese mundo de referencias cognitivas, simbólicas, emotivas y motivadoras del ser humano, creyente y no creyente, en el diálogo vital que trata
del sentido de sus vidas, de la apertura a la experiencia y a la revelación religiosa, y que constituye un contexto en el que los códigos lingüísticos no son solo los idiomáticos, sino todos aquellos códigos de sensación y de comprensión que consideramos su cultura. Por eso, los lenguajes de la evangelización y de la catequesis no son elementos meramente metodológicos, sino constitutivos. Y están sometidos a la doble fidelidad a la que nos invita la misión evangelizadora y catequística de hoy, como explica el Directorio general para la catequesis: Si Jesucristo constituye la viva y perfecta relación de Dios con el hombre y del hombre con Dios, de Él recibe la pedagogía de la fe, en la que se nos da «una ley fundamental para toda la vida de la Iglesia (y por tanto para la catequesis):
la fidelidad a Dios y al hombre, en una misma actitud de amor». Por eso, «será auténtica aquella catequesis que ayude a percibir la acción de Dios a lo largo de todo el camino educativo, favoreciendo un clima de escucha, de acción de gracias y de oración, y que a la vez propicie la respuesta libre de las personas, promoviendo la participación activa de los catequizandos». Lo cual «comporta para la catequesis la tarea nunca acabada de encontrar un lenguaje capaz de comunicar la Palabra de Dios y el Credo de la Iglesia, que es el desarrollo de esa Palabra, a las distintas condiciones de los oyentes» 2.
Se trata del principio de la doble fidelidad: fidelidad al mensaje y fidelidad al destinatario. El lenguaje evangelizador y catequético ha de ser a la vez –y dándole a ambos objetivos la misma importancia– fiel a la Palabra de Dios y fiel a la palabra (el lenguaje, el ámbito lingüístico de comprensión) del hombre de hoy, su destinatario, teniendo en cuenta su mundo y su cultura.
Como nos dice el papa Francisco, «el encuentro catequístico es un anuncio de la Palabra y está centrado en ella, pero siempre necesita una adecuada ambientación y una atractiva motivación, el uso de símbolos elocuentes, su inserción en un amplio proceso de crecimiento y la integración de todas las dimensiones de la persona en un camino comunitario de escucha y de respuesta […]. Hay que atreverse a encontrar los nuevos signos, los nuevos símbolos, una nueva carne para la transmisión de la Palabra, las formas diversas de belleza que se valoran en diferentes ámbitos culturales
e incluso aquellos modos no convencionales de belleza que pueden ser poco significativos para los evangelizadores pero que se han vuelto particularmente atractivos para otros» (Evangelii gaudium, 166-167).
En este trabajo abordamos dos aspectos de esta doble fidelidad del lenguaje evangelizador y catequético. Son dos aspectos entre muchos otros, pero dos aspectos hoy en día indispensables. En primer lugar, y mirando más hacia la fidelidad al mensaje –pero sin olvidar la fidelidad al destinatario–, proponemos una especial atención y recuperación del genuino lenguaje religioso, o lenguaje religioso originario, que es el lenguaje que nos remite a la experiencia religiosa universal, incluso previa a la revelación cristiana, y completamente asumida y reconocida por esta.
Es el lenguaje del asombro religioso, que ha existido y existirá siempre como seña de identidad de una verdadera religación trascendente, de religación a lo sagrado y a su misterio que es Dios. Se trata de una propuesta de purificación del lenguaje religioso desde la novedad del acontecimiento religioso por excelencia, la encarnación del Hijo de Dios, que ha roto el velo que separaba abismalmente lo sagrado de lo profano. Y que, al mismo tiempo, nos salva de la tentación de una mundanización o secularización de la propuesta cristiana, presentada no pocas veces como una ética –cuando no una ideología– inmanentista y arreligiosa.
Este requerimiento del lenguaje del asombro sirve para abordar no pocos desafíos de la evangelización y la catequesis de hoy, como son el de apuntar a una nueva evangelización que sea nueva en su ardor explícitamente religioso y a recuperar una verdadera catequesis de la experiencia, de iniciación y de conversión cristianas, y una catequesis más mistagógica. Y que, por tanto, supere una catequesis meramente doctrinal que resbale para quienes no han hecho nunca la experiencia religiosa del asombro, y al mismo tiempo que supere también una catequesis que, con el sano deseo de conectar con la experiencia vital de los destinatarios, termine siendo un bucle que sirva solo para dar vueltas sobre la experiencia humana, sin abrir una puerta a la experiencia del asombro ante Dios y de la conversión a Él.
El reclamo del asombro en la evangelización y en la catequesis coincide además con la primacía de la transmisión de la experiencia del evangelizador en la evangelización y del catequista en la catequesis, pues solo es capaz de contagiar el asombro quien vive del asombro. Como dice el teólogo José María Castillo, «las creencias religiosas solamente se pueden comunicar desde la propia experiencia religiosa, no meramente desde los conocimientos religiosos. Esto es lo grande y también lo peligroso y exigente que tiene la religiosidad. Por eso hay personas que no paran de hablar de religión y lo que producen es rechazo y malestar. Mientras que otras personas apenas hablan y, sin embargo, su sola presencia transmite tal bondad, tanto respeto, tanta humanidad, que inmediatamente uno siente que ahí está Dios»3.
Y –no menos importante– el reclamo del asombro en la evangelización y en la catequesis es capaz de conectar, en este caso en preeminente clave de fidelidad al destinatario, con esa «nostalgia de Dios» que anida en el corazón del hombre secularizado de hoy, que demanda espiritualidad porque anhela amar y ser amado de modo infinito, porque anhela la experiencia de Dios en su sentido más amplio y natural, en su necesidad de sentido y de destino para su vida.
1 Si nos fijamos en el clásico esquema del proceso comunicativo, el lenguaje no conforma solo el mensaje y el canal en el proceso, sino que configura también al emisor y al receptor, y determina tanto la llave del acceso (gate-keeper) de la comunicación como sus efectos (feedback). El lenguaje está en todos los elementos del proceso, porque si bien se identifica principalmente con el canal porque los códigos (a codificar y a descodificar en el proceso) son fundamentalmente lingüísticos, el lenguaje tiene que ver con la persona del emisor y del receptor (con su mundo cognitivo y emotivo), con su capacidad de suscitar embudos y ruidos, frenos y desviaciones en el proceso, y de determinar la reacción del receptor cuando pasa a ser el emisor en la comunicación interactiva.
2 CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, Directorio general para la catequesis, EDICE, Madrid 1997, pp. 164-165 (nº 145-146). En el nº 145 cita a JUAN PABLO II en su exhortación apostólica Catechesi tradendae, 55.
3 Cf. JOSÉ MARÍA CASTILLO, La humanidad de Dios, Trotta, Madrid 2012.
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