«La Ideología limita la Libertad
y va en contra de la Poesía»
La lucha por la libertad no siempre ha inspirado las mejores páginas de la literatura. A veces, la urgencia de enfrentarse al totalitarismo ha provocado cierta negligencia en el estilo, desembocando en textos mediocres, con escaso aliento poético. No es el caso de Adam Zagajewski (Lvov, 1945), que ha ejercido la disidencia contra el comunismo, manteniendo una elevada exigencia estética. Exiliado en París desde 1982, advirtió muy pronto que el totalitarismo no es una mera forma de opresión.
Cada escritor, cada poeta, tiene su propia filosofía, pero los poetas no son ideólogos. La poesía se opone a la ideología. Escritores como Joyce, como Kafka, o como Proust, no son ideológicos, sino más bien combatieron la idea de la ideología en la poesía.
De joven, combatí la ideología con mi poesía, ese fue el inicio de mi camino como poeta, pero me aburrí muy pronto de esa actitud. Ahora combato la ideología con artículos, con ensayos, pero no con la poesía, salvo en aquel poema que usted ha mencionado al principio de la conversación. La literatura no necesita ideología porque es la defensa de la humanidad. La ideología limita la libertad y, por tanto, va en contra de lo humano y de la poesía.
Al igual que los tiranos griegos, los gobiernos totalitarios escondieron su rostro bajo una máscara paternal. Zagajewski evoca la Carta al padre de Kafka para explicar la perversa relación que surge entre los ciudadanos y el poder en el marco de los totalitarismos. Al igual que un padre autoritario y displicente, un dictador configura nuestra identidad, pero el desarrollo de nuestra libertad depende de nuestra determinación para romper con la mayor objeción contra nuestro derecho a “alzar el vuelo”. La rebelión contra el padre es necesaria. Es un acto de “resistencia metafísica”. La figura del padre cambia de rostro: Layo, Agamenón, Cronos o Stalin, pero la metamorfosis no afecta a la esencia del conflicto. Los jóvenes que crecieron en los países del “socialismo real” esperan que el sistema muestre su lado humano, “cálido, bueno y amigable”, pero esa expectativa nunca se cumple. La utopía es el nombre que ha elegido el padrecito Stalin para ocultar su frialdad homicida.
Hay una disidencia transitoria y una disidencia permanente. La disidencia transitoria se extingue con el fin del totalitarismo. Hay una disidencia permanente, que es el estado natural del poeta. Esa disidencia esencial, ya no acontece en la esfera de lo público, sino en la intimidad de una conciencia que se enfrenta con el ser. El poeta es un adversario de sí mismo. Su confrontación implica un “sufrimiento vivificante”. La escritura está asociada al dolor y la duda.
La poesía está en otra parte, más allá de las inmediatas luchas partidistas, e incluso más allá de la rebelión –aun la más justificada– contra la tiranía.
El poeta sólo debe temer al silencio. El silencio que le impone la ferocidad de sus censores. El totalitarismo es taciturno. Por eso, el escritor habla. Hablar sin miedo no significa renunciar a “los robles rojizos y las hojas altivas”. Zagajewski es un serio candidato al Nobel. Sería lamentable que ese reconocimiento se interpretara tan sólo como un homenaje a su disidencia política. Zagajewski es el poeta de la libertad y la soledad. Solidaridad y soledad es un brote de exasperada belleza, que nos enseña a mirar el mundo. Solidaridad y soledad es un acto de fe en la palabra. La palabra es lo único que nos queda cuando se apaga el bullicio de la vida. La palabra es lo más precioso y lo más precario. Por eso, es humana, dolorosamente humana.
El «Señor Ten Piedad» de Bach
es la esencia de Europa,
dice Zagajewski,
Premio Princesa de Asturias
El poeta polaco Adam Zagajewski ha sido designado para recibir el Premio Princesa de Asturias de las Letras, que cuenta con una dotación de 50.000 euros.
Empezó su carrera literaria en la Polonia comunista con una poesía de denuncia política, censurada por el régimen.
Huyó a Occidente y vivió varios años en París y Estados Unidos. Ya en la democracia volvió a Polonia. Crítico, contestatario, enemigo de los populismos, ex-emigrante y ex-exiliado, y movido por sus intuiciones de poeta, que pocas veces serán sistemáticas ni vertebradas, explica al diario El País algunos detalles de su visión del mundo.
Por ejemplo, confirma que él cree que la esencia de Europa es una pieza musical: el "Señor ten Piedad de Mí" de la Pasión según San Mateo de Johan Sebastian Bach.
Es lo que quiero que suene en mi funeral, aunque parezca cándido. Hay un mundo espiritual y la música pertenece a él.
Explica que no le gusta la poesía sentimental. Cuenta que los poetas y los filósofos a veces chocan, que la poesía debe decir cosas sin decirlas al mismo tiempo y que detesta cuando los poemas son meros juegos lingüísticos.
"Nunca me han atraído las religiones exóticas". No soy teólogo ni mucho menos, sino un cristiano que detesta la Iglesia polaca porque se ha vuelto provinciana y chovinista. Hay quienes me consideran un poeta católico, pero es muy diferente escribir poemas que predicar. En la poesía se inventa ex nihilo [desde la nada].
“La poesía mató al comunismo”. El populismo difuso es una forma de semifascismo, porque la gente no respeta las palabras. Y no les importa la verdad", asegura el flamante ganador del premio.
Y añade algo sobre el poder de la poesía... al menos en los años 70 y 80.
La poesía fue un arma muy poderosa durante el totalitarismo porque la poesía busca la verdad que consigue desmontar los subterfugios de la ideología. La poesía mató al comunismo. Ahora es mucho más difícil con el presente populismo difuso, que es una forma de semifascismo, porque la gente no respeta las palabras. Y no les importa la verdad.
"Señor ten Piedad de Mí"
de la Pasión según San Mateo
de Johan Sebastian Bach.
Erbarme dich, mein Gott,
Um meiner Zähren willen;
Schaue hier,
Herz und Auge Weint vor dir
bitterlich.
Erbarme dich!
Ten piedad de mí, Dios mío,
advierte mi llanto.
Mira mi corazón
y mis ojos que lloran
amargamente ante Ti.
¡Ten piedad de mí!
Recuerda los largos días de junio,
fresas silvestres, gotas rosadas de vino.
Los hierbajos que metódicamente invadían
las casas abandonadas de los desterrados.
Debes alabar al mundo herido.
Mirabas yates y barcos,
uno de ellos tenía que emprender un largo viaje,
al otro le aguardaba sólo la salobre nada.
Veías refugiados caminar hacia ninguna parte,
oías a los verdugos cantar
alegremente.
Deberías alabar al mundo herido.
Recuerda aquellos momentos, en la habitación blanca,
cuando estabais juntos y el visillo se movía.
Vuelve con la mente al concierto, cuando estalló
la música,
Recogías bellotas en el parque en otoño
y las hojas sobrevolaban girando las cicatrices de la tierra.
Alaba al mundo herido
y la pluma gris perdida por un mirlo,
y la luz delicada que vaga y desaparece
y regresa.
AUTORRETRATO
Entre ordenador, lápiz y máquina de escribir
se me pasa la mitad del día. Algún día se convertirá en medio siglo.
Vivo en ciudades ajenas y a veces converso
con gente ajena sobre cosas que me son ajenas.
Escucho mucha música: Bach, Mahler, Chopin, Shostakovich.
En la música encuentro la fuerza, la debilidad y el dolor, los tres elementos.
El cuarto no tiene nombre.
Leo a poetas vivos y muertos, aprendo de ellos
tenacidad, fe y orgullo. Intento comprender
a los grandes filósofos -la mayoría de las veces consigo
captar tan sólo jirones de sus valiosos pensamientos.
Me gusta dar largos paseos por las calles de París
y mirar a mis prójimos, animados por la envidia,
la ira o el deseo; observar la moneda de plata
que pasa de mano en mano y lentamente pierde
su forma redonda (se borra el perfil del emperador).
A mi lado crecen árboles que no expresan nada,
salvo su verde perfección indiferente.
Aves negras caminan por los campos
siempre esperando algo, pacientes como viudas españolas.
Ya no soy joven, mas sigue habiendo gente mayor que yo.
Me gusta el sueño profundo, cuando no estoy,
y correr en bici por caminos rurales, cuando álamos y casas
se difuminan como nubes con el buen tiempo.
A veces me dicen algo los cuadros en los museos
y la ironía se esfuma de repente.
Me encanta contemplar el rostro de mi mujer.
Cada semana, el domingo, llamo a mi padre.
Cada dos semanas me reúno con mis amigos,
de esta forma seguimos siendo fieles.
Mi país se liberó de un mal. Quisiera
que le siguiera aún otra liberación.
¿Puedo aportar algo para ello? No lo sé.
No soy hijo de la mar,
como escribió sobre sí mismo Antonio Machado,
sino del aire, la menta y el violonchelo,
y no todos los caminos del alto mundo
se cruzan con los senderos de la vida que, de momento,
a mí me pertenece.
Versión de Elzbieta Bortkiewicz
Autor: Adam Zagajewski
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