⌛¿Cuándo se jodió Venezuela? analiza el declive económico y las políticas imprudentes de un gobierno que utiliza el dinero del petróleo para subvencionar la vida de sus ciudadanos con una miríada de políticas insostenibles, al tiempo que controla casi todos los aspectos de su existencia.
Raúl Gallegos cuenta la historia de cómo una nación con las reservas petroleras más grandes del mundo se convierte en una bomba de relojería. En Venezuela es habitual vender y comprar dólares en secreto, y hacer contrabando con gasolina y comida para sobrevivir. Los conductores llenan el depósito prácticamente gratis y los vehículos no pierden valor con el tiempo. Los venezolanos se endeudan al máximo y gastan el dinero en cirugía plástica y en televisores de pantalla plana como manera de proteger su riqueza. En este país, solo el tonto ahorra dinero, el listo lleva el crédito de sus tarjetas hasta el límite.
A partir de las vivencias de muchos venezolanos y de las experiencias del propio autor entenderemos por qué un país rico en petróleo raciona la venta de pasta de dientes a sus ciudadanos y carece de suficientes ataúdes para enterrar a sus muertos.
Y es que Venezuela es un país pobre que ha sido arruinado por un exceso de petrodólares mal administrado y donde buena parte de los ciudadanos están convencidos que un buen día un líder político generoso resolverá todos sus problemas.
En el subsuelo venezolano se encuentra la mayor reserva mundial de petróleo. Desgraciadamente, el país lo gobierna un régimen disfuncional cuya mala gestión ha sembrado el caos económico y la ruina entre su población. ¿Cómo puede darse tal paradoja?
Como atestigua Raúl Gallegos, espectador de primera mano, la realidad en Venezuela es el resultado de la ignorancia económica y del despilfarro de sus dirigentes. El régimen bolivariano y sus políticas económicas han convertido lo que podría ser una de las grandes potencias latinoamericanas en una de sus naciones más pobres, plagada de absurdas contradicciones.
En Venezuela los ciudadanos llenan los depósitos de sus coches por un precio irrisorio, pero soportan, en cambio, la escasez de medicinas y productos de primera necesidad como la leche, el azúcar o el papel higiénico. Este país rico en petróleo apenas puede pagar sus deudas y se ha convertido en una nación donde los políticos mandan y los votantes obedecen.
La maldición que pesa sobre Venezuela es la existencia de unas enormes reservas de petróleo, a partir de las cuales los venezolanos han desarrollado la singular creencia de que el Gobierno dispone de los medios necesarios para resolver sus problemas, sin que el trabajo o el mercado tengan papel alguno. Y los gobernantes, recíprocamente, han llegado a coincidir en que, contando con el maná petrolero, es posible satisfacer las demandas sociales sin preocuparse mucho del diseño de las instituciones o de la responsabilidad fiscal. Una imagen que funciona como metáfora del problema es que los venezolanos consideren un derecho propio consumir la gasolina más barata del mundo, sin mayor consideración de los costes de extracción y refinado.
Pero al autor no cree en la maldición del petróleo. En un marco institucional adecuado pueden evitarse las sucesivas crisis bancarias y los colapsos de las finanzas que marcan la historia venezolana. Pero eso significa limitar el gasto del Gobierno y financiar con parte de las rentas petroleras un fondo de estabilización e inversión que permita a la economía sobrevivir en las coyunturas adversas. El problema es que en un régimen democrático una línea de contención del gasto e inversión para el futuro exige una opinión pública y una cultura política acordes, y conseguir eso no es tan fácil cuando se parte de una estructura social muy desigual y de repetidas experiencias de consumo acelerado impulsado por las bonanzas petroleras y por la erosión inflacionaria de cualquier ahorro en la moneda nacional.
Gallegos no sólo no cree en la maldición del petróleo, sino que presenta positivamente a quienes, como Arturo Uslar Pietri, previeron los riesgos de que Venezuela derivara en un país rentista, en «parásito petrolero», o a quienes, como Juan Pablo Pérez Alfonzo, lucharon políticamente para lograr una mayor participación del Estado en las ganancias del petróleo −el reparto fifty-fifty− frente a las compañías extractoras. Pérez Alfonzo fue el estratega de la creación de la OPEP, y mal podría culpárselo de que la sociedad venezolana no haya desarrollado una exigencia de uso racional de los recursos petroleros, o de que sucesivos gobiernos no hayan sido capaces de autolimitarse en su gasto.
Pero lo más paradójico es que unas políticas de gasto social y de providencialismo llevado al extremo han conducido a resultados sociales completamente indeseables. La inflación se ha llevado por delante las mejoras de ingresos de las clases populares, la destrucción de empleo en las empresas privadas, a causa de los torpes intentos del Gobierno de ponerlas al servicio de sus propios proyectos, se ha intentado compensar con la introducción de empleos públicos o semipúblicos −con la transformación en cooperativas sociales de las empresas privadas quebradas o intervenidas− que lastran insoportablemente las finanzas del Gobierno en la actual fase de vacas flacas, y la distribución discrecional de apoyos a los sectores ideológicamente afines ha acentuado las peores tendencias clientelares de la sociedad venezolana.
La oposición lleva años denunciando la aparición de una «boliburguesía» surgida gracias a las ventajas selectivas de que gozan quienes tienen acceso, desde el aparato de Estado, a las divisas necesarias para enriquecerse importando lo que ya no puede producirse en Venezuela, incluyendo bienes de lujo para marcar su nuevo estatus social. Pero, quizá, junto al ascenso de esa nueva clase privilegiada, lo más notable sea la aparición de otra clase social sin precedentes: los bachaqueros. Dedicar tiempo a adquirir los bienes escasos a precios regulados que garantiza el Gobierno para contrabandearlos a Colombia o revenderlos en el mercado negro se ha convertido en una lucrativa actividad masiva. No es la guerra económica que denuncia el Gobierno, sino la consecuencia de unas políticas irracionales.
El TSJ dejó sin efecto la investigación sobre el "robulucionario chavista" Rafael Ramírez por la malversación de más de US$ 11.000.000.000 de PDVSA. ¿Tendrá algo que esconder?
#BOLIBURGUESES #BOLIRICOS #HAMPACRACIA #HDP
Radiografía de cómo un grupo de exjerarcas chavistas y empresarios saquearon una de las principales compañías públicas de Latinoamérica
José María Irujo
Joaquín Gil
Eric Beaumard, director de sumilleres del restaurante Le Cinq en el hotel George V, uno de los más exclusivos de París, creyó haberse equivocado cuando el 20 de noviembre de 2009 comprobó en la cuenta de su sociedad Ampelies un ingreso de 99.980 dólares (90.000 euros) procedente de uno de sus mejores clientes, Diego Salazar. Era la propina del amable y conversador empresario venezolano que frecuentaba el establecimiento, donde reservaba la mejor mesa para catar sus vinos. Aquel no era el único dispendio. En Navidad, el potentado cliente le había regalado una vajilla de 78 piezas de Hermes y una cubertería de oro....
El desproporcionado aguinaldo llegó al jefe de los sumilleres desde la cuenta de Highland Asset Corp, una sociedad panameña de Salazar con cuenta abierta en la Banca Privada d’Andorra (BPA), una pequeña entidad en el entonces paraíso fiscal del mismo nombre.
Los sabuesos agentes de Tracfin, el organismo francés de prevención de blanqueo, rastrearon la propina. Y, tras meses de silenciosas pesquisas, conectaron el desenfrenado tren de vida del enigmático venezolano con uno de los mayores latrocinios de Latinoamérica.
Como si de un juego de espejos se tratara, la gratificación accionó el motor para desnudar a la red que saqueó 4.200 millones de Petróleos de Venezuela (PDVSA), según la Fiscalía del país latinoamericano.
La ostentación impúdica, los dispendios en lujo y la indiscreción sepultaron a la trama. Integrada por dirigentes chavistas, funcionarios de la poderosa firma estatal y empresarios, la red se conjuró para desfalcar los fondos de la petrolera. La fórmula consistió en el cobro de comisiones de hasta el 10% a compañías, esencialmente chinas, que aspiraban a millonarios contratos de la energética. Un alambicado esquema de sobornos que operó entre 2007 y 2012 y atrajo a sus filas a jerarcas de la primera hornada de los gobiernos del expresidente Hugo Chávez (1999-2013).
Junto a sus cabecillas, los exviceministros de Energía Nervis Villalobos y Javier Alvarado, la organización se nutrió también de una pléyade de medio centenar de oportunistas que hicieron caja exprimiendo su cercanía al Palacio de Miraflores, sede del Gobierno venezolano. Reinas de la belleza, embajadores, empresarios sin escrúpulos, actrices, abogados y astutos arribistas del chavismo compusieron la farándula de pillaje.
El propio Salazar, aquel desconocido empresario de seguros que dejó la descomunal propina al sumiller del hotel parisino, era primo del que fuera ministro de Energía, presidente de PDVSA y exembajador en la ONU, Rafael Ramírez.
La red no dejó nada a la improvisación. Y, por eso, dirigió su mirada a un país europeo a 7.400 kilómetros de Caracas para ocultar su botín. Con 77.000 habitantes, Andorra, un micro-Estado blindado hasta 2015 por el secreto bancario, fue el lugar elegido para esconder el latrocinio.
Los depósitos de la Banca Privada d’Andorra (BPA) -un banco que hoy tiene a su cúpula directiva procesada por blanqueo- acogieron el secreto de un dinero que circuló a través de decenas de sociedades opacas radicadas en paraísos fiscales y países blindados por el secreto como Suiza o Belice.
El sistema fue sencillo. No hacía falta viajar a Europa, visitar las montañas nevadas del principado pirenaico o caminar por sus tranquilas y comerciales calles empedradas. Un avispado agente del banco andorrano en Caracas facilitaba a los miembros de la trama los formularios KYC (know your client, conoce a tu cliente, en inglés), donde estos detallaban el origen de su fortuna y facilitaban su pasaporte.
El banco creaba sociedades off shore en Panamá, como la utilizada por Salazar para las propinas. Y estas figuraban como titulares de las cuentas. Solo los más desconfiados solicitaban depósitos cifrados.
Para no levantar sospechas, el grupo comunicaba a los bancos que sus millonarios ingresos procedían de unos trabajos de asesoría que presuntamente no existieron y que, a veces, se justificaban con informes ficticios.
Gracias al maná sin fin, la red navegó por un insólito tren de lujo. El exviceministro Villalobos, el empresario Salazar, y el primo de este último, Luis Mariano Rodríguez Cabello, desembolsaron más de 10 millones en joyería, obras de arte, vinos, relojes y alquiler de helicópteros. Se hicieron también con un emporio inmobiliario valorado en decenas de millones que contempló 21 exclusivas propiedades. Viviendas de lujo, áticos de revista y apartamentos en rascacielos de ensueño integraron estas inversiones en ladrillo, que principalmente se adquirieron en Venezuela y EE. UU.
La propina de Salazar al sumiller activó en 2009 unas pesquisas internacionales que se indagan hoy en juzgados de Portugal, Estados Unidos, España y Andorra, donde una jueza procesó en 2018 a una treintena de integrantes de la red por blanqueo y pertenencia a organización criminal.
Estos son los principales protagonistas del saqueo, según una investigación de EL PAÍS hace que arrancó hace siete años:
Nervis Villalobos
Ingeniero. Viceministro de Energía y Petróleo de Venezuela entre 2007 y 2010. También fue responsable del control y suministro de electricidad entre 2001 y 2006 en el país latinoamericano. Tras abandonar sus cargos públicos, este hombre nacido en 1955 en Caracas asesoró a grandes empresas.
Javier Alvarado
Ingeniero eléctrico. Exviceministro de Energía de Venezuela y director entre 2007 y 2010 de la compañía pública Corporación Eléctrica Nacional (Corpoelec) del país latinoamericano.
Luis Mariano Rodríguez Cabello
Empresario
Diego Salazar Carreño
Empresario de seguros nacido en Caracas en 1968.
Luis Carlos de León Pérez
Abogado corporativo de Pdvsa y exdirector financiero de la empresa estatal Electricidad de Caracas. Nació en Mississipi (EE. UU.) en 1976.
Rocío del Valle Maneiro
Embajadora de Venezuela en Londres y exembajadora en Pekín (entre 2004 y 2013)
Omar Farías Luces
Empresario. Conocido como el zar venezolano de los seguros por haber levantado un emporio en este sector al calor de los mandatos del expresidente Chávez (1999-2013) y de la joya de la corona estatal, Pdvsa.
José Luis Zabala
Nacido en Caracas en 1973, empresario y corredor de seguros
Fidel Ramírez Carreño
Director general de Servicios de Salud y Asistencia de Pdvsa.
Claudia Paola Suárez Fernández
La Miss Mundo de Venezuela en 2006, nacida en Mérida (Venezuela) es implicada en la trama de corrupción de la petrolera estatal PDVSA por la compra de un departamento.
Administrativa y reina de la belleza. Fue miss Venezuela y representó a este país en el certamen Miss Mundo de 2007.
Ramón Elías Morales Rossi
Secretario de Seguridad Ciudadana de Caracas.
Habib Ariel Coriat Harrar
Joyero. Copropietario de la joyería de lujo Daoro San Ignacio de Caracas.
José Luis Parada
Exdirector general de Producción y Explotación de PDVSA
José Márquez Cabrera
Exsecretario general de Entes Corporativos de PDVSA
Luis Abraham Bastidas Ramírez
Exgerente de Logística y Servicios Generales de PDVSA
Carmelo Urdaneta
Director general de asesoría legal del Ministerio de Energía y Petróleo de Venezuela –organismo del que depende Pdvsa- entre 2009 y 2011.
Eudomario Carruyo
Contador. Director financiero de Pdvsa entre 2005 y 2011.
Luis Enrique Tenorio
Ex primer secretario de la embajada de Venezuela en China.
Francisco Jiménez Villaroel
Director de la filial de Pdvsa Deltaven y gerente de la oficina de representación de la petrolera en China entre 2005 y 2013.
José Ramón Arias Lanz
Acumuló varios puestos: gerente técnico de la Corporación Venezolana de Petróleo, gerente de planificación de Pdvsa y director en Ecuador y Refinería del Pacífico.
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