EL COMISARIO
DE LOS
HERALDOS DEL EVANGELIO
CRONOLOGÍA DE LOS HECHOS
2017-2025
SANCIONADOS
SIN DIÁLOGO, SIN PRUEBAS, SIN DEFENSA
¿Por qué hablar del caso de los Heraldos del Evangelio hoy?
Porque, en primer lugar, el caso de los Heraldos del Evangelio parece representativo de varios casos ocurridos durante el pontificado del Papa Francisco. En uno de los últimos, el del Sodalitium Christianae Vitae, vio la supresión de la asociación por parte del Papa Francisco en su lecho de muerte; pero ya en 2024, el Cardenal Carlos Castillo Mattasoglio, Arzobispo de Lima, publicó un artículo en el diario español El País solicitando su supresión.
El caso del Sodalitium evidenció una inversión de la práctica habitual de la Santa Sede, pues incluso ante casos graves de abuso por parte de los fundadores —véase el caso Maciel y los Legionarios de Cristo— la opción siempre fue reformar la congregación y preservar sus buenos frutos.
Sin embargo, el caso del Sodalitium también ilustra una situación que, en América Latina, se tornó tan polarizada, que es la distinción del bien y del mal, de la ideología y de la realidad, y donde errores y pecados se mezclan de tal manera que politizan todas las decisiones difíciles y materializan la lucha entre progresistas y conservadores, que, en la realidad, es cada vez más absorbida por los fieles.
En este sentido, ciertamente no ayudó que, al frente del Dicasterio durante los años descritos, estuviera un cardenal brasileño, João Braz de Aviz, quien no tuvo buenas experiencias con los Heraldos y que, en sus años como obispo en el Brasil, se encontró en posición antagónica.
Sin embargo, no hay abusos reconocidos por parte de los Heraldos, al menos hasta ahora. La obstinación puede ser justificada por la cantidad de acusaciones, pero, en realidad, cuando ninguna acusación es probada ante un tribunal, ¿por qué continuar el ataque?
Pero el caso de los Heraldos del Evangelio recuerda también, mutatis mutandis, al proceso relativo a la gestión de fondos de la Secretaría de Estado del Vaticano, el famoso “Proceso Becciu”, porque, al fin y al cabo, hay varias decisiones que parecen arbitrarias, varias acusaciones que parecen preconcepto y una construcción narrativa que solo puede conducir a un ataque.
Finalmente, el caso de los Heraldos del Evangelio recuerda a muchos otros procesos vaticanos de los últimos años, donde los investigados se vieron envueltos en una tormenta mediática mucho antes de poder defenderse. Esta situación evoca al personaje de El Proceso de Kafka, quien se encuentra en un juicio sin saber por qué y no puede hacer más que defenderse sin saber cómo proceder.
Sobre todo, cabe destacar que más de treinta acusaciones civiles y canónicas movidas contra los Heraldos del Evangelio tuvieron un final favorable para ellos, como atestigua la propia comisión designada por la Santa Sede.
Como una realidad floreciente dentro de la Iglesia, los Heraldos del Evangelio no han podido realizar ordenaciones diaconales ni sacerdotales desde 2019 —contrariamente a la práctica del propio dicasterio— y enfrentan obstáculos para abrir nuevas casas; ni siquiera pueden acoger a nuevos miembros. Todo fue congelado en un proceso que parece interminable.
Conoce lo ocurrido respecto al Comisariado a los Heraldos del Evangelio y nuestra respuesta de una forma honesta y transparente, aclarando cualquier tipo de dudas por desconocimiento.
La noticia sobre la publicación del libro "El Comisariado de los Heraldos del Evangelio" corre como la pólvora por los medios de comunicación internacionales. Tal rapidez, prueba de la actualidad del tema, presenta el riesgo de ignorar los motivos que han determinado la elaboración de esta obra, llevando a juzgarla de forma sumaria e injusta.
De hecho, desde hace más de ocho años, la Asociación Privada Internacional Heraldos del Evangelio, así como las dos Sociedades de Vida Apostólica surgidas de ella, han sido objeto de una prolongada intervención por parte del Dicasterio para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica.
Esta inexplicable y embarazosa situación ha suscitado, como es obvio, perplejidad por parte de quienes siguen o confían en la institución.
Hasta ahora guardando un respetuoso silencio, debido al escándalo que podría producir, una comisión de heraldos con la debida preparación académica elaboró, finalmente, este trabajo bajo la coordinación del Prof. Dr. José Manuel Jiménez Aleixandre, doctor en Derecho Canónico por el Angelicum de Roma, y la Hna. Dra. Juliane Vasconcelos Almeida Campos, doctora en Filosofía. La obra pretende relatar de manera imparcial los hechos ocurridos a lo largo del período en cuestión.
Respaldada por documentos sólidos y abundantes, la narración es, por un lado, un deber de justicia, ya que la prolongación de esta situación podría suscitar sospechas infundadas sobre la existencia de delitos graves en la institución y, por otro lado, es también un acto de legítima defensa, en vista de los perjuicios acumulados: casi treinta diáconos, por ejemplo, no pueden ser ordenados sacerdotes; siete tandas de seminaristas aún no han podido acceder al diaconado; muchos otros miembros no pueden realizar los votos perpetuos o temporales.
A esto hay que añadir los aspirantes que no pueden ser admitidos y los adolescentes, con sus respectivas familias, que han visto truncadas sus aspiraciones con la suspensión del proyecto educativo promovido por los Heraldos del Evangelio.
Por último, cabe mencionar las diversas violaciones de las leyes canónicas detalladas en la obra como grave motivo para su redacción. El libro en cuestión, por lo tanto, no es un ataque ni una protesta, ni pretende perjudicar a nadie.
Se trata de una mera obra de carácter tutelar, motivada por el deber de conciencia, de justicia y de amor a la Iglesia, con el objetivo, entre otros, de que los excesos de los que vienen siendo víctimas los Heraldos no se repitan, en aras de la justicia y la reparación equitativa.
Gracias, Heraldos del Evangelio
Un libro de 700 páginas que desenmascara años
de arbitrariedad romana y nos recuerda
que sin derecho no hay Iglesia, sólo poder.
No se puede plantar cara al poder… salvo que estés dispuesto a pagarlo
Llevamos años escuchando que esta es la Iglesia sinodal, la Iglesia del diálogo, la Iglesia de la escucha, la Iglesia de los procesos. Todo eso está muy bien para los eslóganes, pero en la práctica hay una regla de oro que todos han aprendido rápido: al poder no se le planta cara.
Y menos después de doce años de dictadura bergogliana, con una corte perfectamente engrasada para premiar a los fieles del régimen y triturar a los que molesten. Entre los colaboradores de esa larga etapa de hierro se encontraba, por cierto, el entonces prefecto de la Congregación para los Obispos, el cardenal Robert Prevost, hoy León XIV.
En ese clima, la mayoría de instituciones católicas han optado por lo que podríamos llamar la “estrategia de la tortuga”: meterse en su caparazón, salvar sus pequeños intereses, evitar problemas y rezar en silencio para que la tormenta pase sin arrasarles la casa y la cuenta bancaria.
Los Heraldos han hecho exactamente lo contrario: han decidido ir con todo.
Comisariados… y con el comisario en el banquillo moral
A los Heraldos del Evangelio los comisariaron. Había que comisariar a alguien; el sistema necesitaba un enemigo visible, un “caso ejemplarizante”, una advertencia a navegantes: así termina quien no se alinea. Nada nuevo bajo el sol.
Lo que sí es nuevo –y casi inaudito– es la respuesta. En lugar de bajar la cabeza, pedir perdón por existir y desaparecer discretamente del mapa, los Heraldos han hecho algo que sólo se le ocurre a quien no ha perdido la fe ni el respeto por la verdad: han recopilado, documentado y publicado una crónica completa del atropello.
Me refiero al volumen El Comisariado de los Heraldos del Evangelio. Sancionados sin pruebas, sin defensa, sin diálogo. Crónica de los hechos 2017–2025, coordinado por el Prof. Dr. José Manuel Jiménez Aleixandre y la Hna. Dra. Juliane Vasconcelos Almeida Campos: más de 700 páginas de hechos, documentos, decretos, actas notariales, informes canónicos, cartas, dictámenes jurídicos y testimonios.
Y lo que hacen en esas páginas es demoledor: demostrar que no hubo proceso, ni pruebas, ni defensa, ni diálogo. Sólo una cadena de abusos de autoridad, maniobras oscuras, filtraciones interesadas a la prensa, silencios culpables y una construcción artificiosa de sospechas para justificar un comisariado que –si se respetara mínimamente el derecho– jamás se habría podido sostener.
No sólo eso: el libro muestra cómo, con el tiempo, el comisariado ha terminado convertido en una caricatura de sí mismo, hasta el punto de que el propio comisario queda moralmente “comisariado”, puesto bajo foco y cuestionado en su idoneidad. Es difícil imaginar un boomerang más perfecto.
Quince años terribles sin derecho
Hay una frase que sobrevuela todo este caso, aunque no siempre se diga en voz alta: “hemos vivido quince años terribles”. Quince años en los que el derecho canónico se ha tratado como un estorbo, una molestia burocrática a la que se puede dar la vuelta o ignorar cuando no conviene.
El libro de los Heraldos lo ilustra con precisión quirúrgica: decretos mal redactados o directamente alterados; decisiones sin motivación; acusaciones genéricas y nunca demostradas; visitas apostólicas convertidas en expediciones de pesca en busca de delitos que no aparecen; restricciones impuestas sin base; procesos civiles que terminan exonerando a la institución mientras en Roma se hace como si nada.
En resumen: durante demasiado tiempo, la ley ha sido sustituida por la voluntad del que manda. Y eso, en la Iglesia, es letal. Una cosa es creer en la autoridad; otra, muy distinta, es justificar la arbitrariedad.
Mientras todos callaban, una institución decidió perder el miedo
Lo más escandaloso de todo esto no es que haya habido abusos. Eso, por desgracia, lo sabemos y lo hemos visto en demasiados ámbitos. Lo verdaderamente escandaloso es que, ante los abusos, casi todo el mundo ha callado.
Han callado órdenes religiosas veteranas y recientes. Han callado universidades católicas. Han callado movimientos eclesiales poderosos. Han callado fundaciones y congregaciones que sabían muy bien lo que estaba pasando, pero prefirieron mirar hacia otro lado para no poner en peligro subvenciones, permisos, privilegios o simplemente tranquilidad institucional.
Y, de repente, hay una institución que no calla. Una institución que, en lugar de aceptar resignada el papel de víctima dócil, decide poner por escrito todo el proceso, con nombres, fechas, referencias y anexos. Una institución que se atreve a afirmar, con hechos en la mano, que lo que se ha hecho con ellos es un caso paradigmático de persecución ideológica dentro de la Iglesia.
No se trata sólo de “defender su nombre”. Se trata de algo mucho más serio: defender la idea misma de que en la Iglesia debe existir un orden jurídico. Que los decretos no pueden falsificarse. Que las firmas no pueden manipularse. Que un comisario no puede comportarse como si estuviera por encima de la ley. Que los fieles y las comunidades tienen derechos, no sólo obligaciones.
Lo que toda la Iglesia debe a los Heraldos
No hace falta compartir el carisma de los Heraldos ni disfrutar con sus procesiones para reconocerlo: la Iglesia entera les debe gratitud.
Porque, al negarse a ser triturados en silencio, han obligado a poner sobre la mesa lo que todos intuían y casi nadie decía: que en Roma se ha actuado demasiadas veces “sin pruebas, sin defensa, sin diálogo”. Que se ha jugado con las personas y las obras como si fueran piezas de un tablero ideológico. Que las “visitas” y los “acompañamientos” han sido, en no pocos casos, instrumentos de presión y control.
Si hoy existe un relato detallado de cómo funciona esa maquinaria, es en gran parte gracias a ellos. Y eso no sólo es útil para su propio caso; es un servicio, incómodo pero necesario, a toda la Iglesia. Cualquier institución que mañana se vea en la diana del sistema sabrá que no está obligada a desaparecer en silencio.
En un tiempo en que la palabra “sinodalidad” se usa para justificarlo todo, los Heraldos han recordado, con hechos y documentos, que sin justicia no hay comunión posible. Que la caridad sin verdad se convierte en sentimentalismo. Y que la autoridad sin ley degenera en despotismo.
Hace ocho años que los Heraldos del Evangelio están bajo una intervención canónica del Vaticano y, naturalmente, la inexplicable prolongación de esta situación ha suscitado dudas y preguntas entre el público católico. Con el fin de aclarar esta situación, se ha elaborado un dosier con una narración sencilla y directa de los hechos, con el objetivo de informar a los hombres y mujeres de buena voluntad que esperan explicaciones.
Es una cuestión de justicia. Porque la prolongación de esta situación puede suscitar sospechas infundadas sobre la existencia de situaciones graves que, en realidad, no existen.
El vaticanista subraya cuatro hechos comprobables: la contradicción entre el parecer favorable de la visita apostólica y la posterior intervención; la conocida animosidad del cardenal Braz de Aviz hacia los Heraldos desde su época como obispo en Ponta Grossa, Brasil; la existencia de un extenso apéndice documental que evidencia graves perjuicios morales, financieros y espirituales sufridos por la institución; y la situación procesal sin cargos específicos que enfrenta la congregación.
Treinta procesos, ninguna condena
Aunque se abrieron más de 30 procesos contra la institución, Gagliarducci señala que tras examinar el robusto aparato documental recopilado por el propio comisariado y recogido en el libro, «es posible percibir su artificialidad». Según el analista, estos procesos fueron orquestados —incluso con participación de ciertos eclesiásticos— para crear un «estruendo mediático».
El experto menciona acusaciones sobre menores y supuestos exorcismos, pero insiste en que todos los procedimientos, tanto civiles como canónicos, concluyeron favorablemente para los Heraldos del Evangelio, con sobreseimientos o absoluciones. Hay informaciones, además, de que ciertos agentes han intentado influir negativamente sobre el Papa respecto a este asunto.
A pesar de la ausencia de condenas, el Dicasterio ha paralizado completamente el proceso vocacional de la congregación: no pueden recibir nuevos miembros y, sin que exista impedimento canónico alguno, no se han producido ordenaciones diaconales ni sacerdotales desde 2019. Esto ha privado a la Iglesia de al menos cien nuevos sacerdotes.
Los Heraldos denuncian que nunca se les informaron los motivos de la visita apostólica ni del nombramiento del comisario. Incluso el propio comisario designado, el cardenal Raymundo Damasceno Assis, no fue recibido adecuadamente, y el obispo de Bragança Paulista —bajo cuya jurisdicción se encuentra un número muy significativo de casas de los Heraldos— tampoco tuvo acceso.
Ocho años de persecución ideológica han sacado a la luz las malas intenciones y el abuso de poder de ciertos eclesiásticos, y han revelado la inadecuada conducta canónica y moral de muchos de estos intervinientes…
Abuso de autoridad no solo por parte de Su Eminencia el Cardenal João Braz de Aviz —según la abundante documentación recopilada en el libro—, sino también de la actual Prefecta del Dicasterio, la Reverenda Hna. Simona Brambilla, sumamente dispuesta a escuchar a quienes se oponen a la Asociación, pero poco dispuesta a escuchar a la otra parte, ni siquiera a quien fue enviado a representar al dicasterio, es decir, el propio comisario, el Cardenal Raymundo Damasceno.
La Hermana Brambilla, la primera mujer al frente de un Dicasterio, terminó frustrando la —como ella misma la llamó— “conversión sinodal”, cuyo propósito es, en sus propias palabras, “escuchar, (…) con la conciencia de que la otra persona tiene mucho que revelarme y de que el Espíritu puede hablar a través de cualquier persona”; más aún si esta persona tiene pruebas de lo que dice.
De hecho, los Heraldos del Evangelio recibieron sentencias favorables en más de 30 causas civiles —abiertas en parte por instigación de los propios emisarios del dicasterio—, demostrando así un desprecio por la justicia brasileña (y latinoamericana) y por los reconocidos jurados que emitieron opiniones tan claras sobre la Institución, así como por el ilustre jurista Ives Gandra.
En resumen, todo este “affaire” se ha manejado con gran “misericordia” sinodal, en la que sus autores ejercen una inconfesada soberanía de veredicto, otorgándose los roles de demandante, auxiliares de la justicia, peritos y, por supuesto, también de jueces. En estos casos, incluso cardenales, como el Cardenal Damasceno, acaban condenados a renuncia, ya que las sentencias parecen dictarse antes de cualquier procedimiento judicial…
Sin embargo, ocho años de persecución ideológica no solo arrojaron luz sobre la mala fe y el abuso de poder de ciertos eclesiásticos, sino que también revelaron la conducta inadecuada (canónica y moral) de muchos de estos intervinientes; además de evidenciar el afán de embargar los bienes de estas mismas Asociaciones e Institutos, hasta el punto de querer disolverlos para obtener su patrimonio.
Esta situación, que revela una situación más grave de lo que se podría suponer dentro de la propia Iglesia, exige transparencia y justicia.
Cada día se revelan nuevos abusos por parte de quienes, en este caso, tergiversan la verdad...
VER+:
El Odio a la Pureza: Verdades Oscuras Contra los Heraldos del Evangelio
Quien lee los artículos y libros del prestigioso vaticanista, Sr. Andrea Tornielli, puede recrearse pensando en la pintoresca imagen de un camaleón. Y es que sus publicaciones denotan una astuta capacidad para adaptarse al entorno en el que se encuentra y llevar a cabo sus actividades: supo sonreírle a Juan Pablo II, acariciar el pontificado de Benedicto XVI y, al mismo tiempo, ir poniéndolo discretamente de lado, cuando ya andaba cogido de la mano de Francisco…
Recientemente, el señor Tornielli ha publicado un polémico artículo en el blog Vatican Insider, del diario La Stampa: «La doctrina secreta de los «Heraldos»: «Plinio Correa incentiva la muerte del Papa»». Teniendo en cuenta el conocido carácter camaleónico del articulista, surgen dos preguntas en relación con esta publicación: ¿qué es lo que pretende? ¿Para qué ambiente está ya anticipando una nueva adaptación?
Es interesante notar que el autor resucita, en el artículo mencionado, denuncias antiguas, muy antiguas, contra el profesor Plinio Corrêa de Oliveira, sobre la veneración que muchos le tenían en vida, y la devoción privada a su madre, Dña. Lucilia. Ahora, Mons. João Scognamiglio Clá Dias, fundador de los Heraldos del Evangelio, es el blanco de los mismos ataques. Son acusaciones ya obsoletas, que fueron todas ellas contestadas y debidamente refutadas según los dictámenes de la más estricta doctrina católica.
– ¿A quién representa el Sr. Andrea Tornielli?
– ¿Tiene la intención de causar un cisma en la Iglesia?
– ¿Con qué objetivo?
Por último, aclaradas las falsedades y distorsiones, le hacemos una invitación a que vuelva a un periodismo culto, serio y ético. Los Heraldos del Evangelio consagran a San José, patrono de la Iglesia, su propia defensa, con la certeza de que no van a ser desamparados por el padre virginal de Jesús y esposo castísimo de María. Sin perjuicio de los propios derechos, están dispuestos siempre a acoger con benevolencia la retractación de los calumniadores y a perdonarlos sinceramente, pues no guardan ningún resentimiento.



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