EMMANUEL TODD
La implosión de la URSS volvió a poner la historia en movimiento. Sumió a Rusia en una violenta crisis, pero, sobre todo, creó un vacío mundial que absorbió a Estados Unidos, también en crisis desde 1980. Se desencadenó entonces un movimiento paradójico: la expansión conquistadora de un Occidente que se marchitaba en su corazón. La desaparición del protestantismo condujo a Estados Unidos, por etapas, del neoliberalismo al nihilismo, y a Gran Bretaña, de la financiarización a la pérdida del sentido del humor. El estado cero de la religión ha llevado a la Unión Europea al suicidio, mientras Alemania estaba a punto de resurgir.
Entre 2016 y 2022, el nihilismo occidental se fusionó con el ucraniano, nacido de la descomposición de la esfera soviética. Juntos, la OTAN y Ucrania se enfrentaron a una Rusia estabilizada, de nuevo una gran potencia, ahora conservadora, tranquilizadora para el resto del mundo que no quiere seguir a Occidente en su aventura. Los dirigentes rusos han decidido tomar partido: han desafiado a la OTAN y han invadido Ucrania.
Recurriendo a los recursos de la economía crítica, la sociología religiosa y la antropología, Emmanuel Todd nos lleva a recorrer el mundo real, de Rusia a Ucrania, de las antiguas democracias populares a Alemania, de Gran Bretaña a Escandinavia y Estados Unidos, sin olvidar al resto de países, cuya elección decidirá, si no lo ha hecho ya, el resultado no sólo de la guerra y sino del mundo por venir.
INTRODUCCIÓN
LAS DIEZ SORPRESAS DE LA GUERRA
El 24 de febrero de 2022, Vladimir Putin apareció en las pantallas de televisión de todo el mundo. Anunció la entrada de tropas rusas en Ucrania. En lo fundamental, su discurso no se refería a Ucrania o al derecho a la autodeterminación de la población del Donbass. Era un desafío a la OTAN. Putin explicó por qué no quería que Rusia fuera cogida por sorpresa, como en 1941, alargando en exceso la espera del inevitable ataque: «La continua expansión de las infraestructuras de la Alianza del Atlántico Norte y el equipamento militar del territorio de Ucrania son inaceptables para nosotros». Se había cruzado una «línea roja»; no era cuestión de dejar que se desarrollase una «anti-Rusia» en Ucrania; era una acción, insistió, de autodefensa.
Este discurso, en el que afirmaba la validez histórica y, por así decirlo, jurídica de su decisión, revelaba, con cruel realismo, una relación técnica de fuerzas a su favor. Si había llegado el momento de que Rusia actuara, era porque la posesión de misiles hipersónicos le otorgaba una superioridad en el plano estratégico. El discurso de Putin, muy bien construido y muy sereno, aunque delatara cierta emoción, era perfectamente claro y, aunque no había motivos para ceder, merecía ser discutido. Sin embargo, lo que se impuso inmediatamente fue la visión de un Putin incomprensible y de unos rusos incomprensibles, sumisos o estúpidos. Lo que siguió fue una falta de debate que ha desacreditado a la democracia occidental: total en dos países, Francia y Reino Unido, relativa en Alemania y Estados Unidos.
Como la mayoría de las guerras, especialmente las mundiales, esta no ha salido según lo previsto; nos ha deparado muchas sorpresas. Voy a enumerar diez de las principales.
La primera fue la irrupción de la guerra en Europa, una guerra real entre dos Estados, un acontecimiento increíble en un continente que se creía instalado en la paz perpetua.
La segunda son los dos adversarios implicados en este conflicto: Estados Unidos y Rusia. Durante más de una década, el primero había identificado a China como su principal enemigo. En Washington, la hostilidad hacia China atravesaba todo el espectro político y era probablemente el único punto en el que republicanos y demócratas habían logrado ponerse de acuerdo en los últimos años. Ahora, a través de los ucranianos, asistimos a un enfrentamiento entre Estados Unidos y Rusia.
Tercera sorpresa: la resistencia militar de Ucrania. Todo el mundo esperaba que fuera rápidamente aplastada. Tras haberse formado una imagen infantil y exagerada de un Putin demoníaco, muchos occidentales se negaron a ver que Rusia sólo había enviado entre 100.000 y 120.000 soldados a Ucrania, un país de 603.700 km². A modo de comparación, en 1968, la URSS y sus satélites del Pacto de Varsovia habían enviado 500.000 soldados para invadir Checoslovaquia, un país de 127.900 km².
Pero los más sorprendidos fueron los propios rusos. En sus mentes, como en las de la mayoría de los occidentales informados y, de hecho, en la realidad, Ucrania era lo que técnicamente se conoce como un failed state, un Estado fallido. Desde su independencia en 1991, había perdido unos 11 millones de habitantes debido a la emigración y a la caída de la fecundidad. Estaba dominado por oligarcas; la corrupción alcanzaba niveles demenciales; el país y su gente parecían en venta. En vísperas de la guerra, Ucrania se había convertido en la tierra prometida de los vientres de alquiler baratos.
Cierto era que la OTAN había equipado a Ucrania con misiles antitanque Javelin y que, desde el comienzo de la guerra, había dispuesto de los sistemas de seguimiento y navegación estadounidenses, pero la feroz resistencia de un país en descomposición plantea un problema histórico. Lo que nadie podía prever era que encontraría en la guerra una razón para vivir, una justificación para su propia existencia.
La cuarta sorpresa fue la resistencia económica de Rusia. Nos habían dicho que las sanciones, en particular la exclusión de los bancos rusos del sistema de intercambio interbancario Swift, pondrían al país de rodillas. Pero si algunas mentes curiosas de nuestro personal político y periodístico se hubieran tomado la molestia de leer el libro de David Teurtrie Russia. Le retour de la puissance, publicado unos meses antes de la guerra, nos habríamos ahorrado esta ridícula fe en nuestra omnipotencia financiera1. Teurtrie demuestra que los rusos se habían adaptado a las sanciones de 2014 y que se habían preparado para ser autónomos en los ámbitos informático y bancario. En dicho libro, descubrimos una Rusia moderna y, muy alejada de la rígida autocracia neoestalinista que la prensa retrata día tras día, capaz de una gran flexibilidad técnica, económica y social; en resumen, un adversario al que hay que tomar en serio.
Quinta sorpresa: el desmoronamiento de toda voluntad europea. Al principio, Europa era la pareja franco-alemana, que, desde la crisis de 2007-2008, había adquirido ciertamente la apariencia de un matrimonio patriarcal, con Alemania en el papel de marido dominante que ya no escuchaba lo que su compañera le decía.Pero, incluso bajo esta hegemonía alemana, se pensaba que Europa conservaba cierta autonomía. A pesar de algunas reticencias iniciales al otro lado del Rin, incluidas las vacilaciones del canciller Scholz, la Unión Europea abandonó muy pronto cualquier atisbo de defender sus propios intereses; se desligó de su socio energético y (más en general) comercial ruso, castigándose cada vez más severamente.
Alemania aceptó sin inmutarse el sabotaje de los gasoductos Nord Stream, que garantizaban en parte su abastecimiento energético, un acto terrorista dirigido contra ella tanto como contra Rusia, perpetrado por su «protector» estadounidense, asociado para la ocasión a Noruega, país que no pertenece a la Unión. Alemania incluso ignoró la excelente investigación de Seymour Hersh sobre este increíble acontecimiento, que ponia en tela de juicio al Estado que se presenta como garante indispensable del orden internacional. Pero también hemos visto a la Francia de Emmanuel Macron evaporarse en la escena internacional, mientras que Polonia se ha convertido en el principal agente de Washington en la Unión Europea, tomando el relevo de Reino Unido, que por obra y gracias del Brexit ha quedado fuera de la Unión. En el conjunto del continente, el eje París-Berlín ha sido sustituido por un eje Londres -Varsovia-Kiev dirigido desde Washington. Esta evanescencia de Europa como actor geopolítico autónomo resulta desconcertante cuando recordamos que, hace apenas veinte años, la oposición conjunta de Alemania y Francia a la guerra de Iraq dio lugar a conferencias de prensa conjuntas del canciller Schroder, el presidente Chirac y el presidente Putin.
La sexta sorpresa de la guerra fue la aparición de Reino Unido como zascandil antirruso y mosca cajonera de la OTAN. Gracias a la difusión de la prensa occidental, su Ministerio de Defensa (MoD) se mostró inmediatamente como uno de los más entusiastas comentaristas del conflicto, hasta el punto de hacer que los neoconservadores estadounidenses parecieran tibios militaristas. Reino Unido quería ser el primero en enviar a Ucrania misiles de largo alcance y carros de combate.
De forma igualmente extraña, este belicismo también afectó a Escandinavia, que durante mucho tiempo había mostrado un temperamento pacífico y más proclive a la neutralidad que al combate. Así que nos encontramos con una séptima sorpresa, también protestante y unida al ardor británico, en el norte de Europa. Noruega y Dinamarca son importantes conectores militares de Estados Unidos, mientras que Finlandia y Suecia, al ingresar en la OTAN, muestran un nuevo interés por la guerra, que veremos preexistía a la invasión rusa de Ucrania.
La octava sorpresa es la más... sorprendente. Vino de Estados Unidos, la potencia militar dominante. Tras ir aumentando poco a poco, la preocupación se manifestó oficialmente en junio de 2023 en numerosos informes y artículos cuya fuente original era el Pentágono:la industria militar estadounidense era insuficiente; la superpotencia mundial era incapaz de garantizar el suministro de proyectiles -o de cualquier otra cosa- a su protegido ucraniano. Algo extraordinario sisetiene en cuenta que, en vísperas de la guerra, el producto interior bruto (PIB) combinado de Rusia y Bielorrusia representaba el 3,3% del PIB occidental (Estados Unidos, Canadá, Europa, Japón, Corea). Este 3,3% que es capaz de producir más armas que el mundo occidental, plantea un doble problema: en primer lugar, para el ejército ucraniano, que está perdiendo la guerra por falta de recursos materiales, y, segundo, para la ciencia reina de Occidente, la economía política, cuya naturaleza -nos atrevemos a decir- fraudulenta se ha revelado, así, al mundo. El concepto de producto interior bruto está obsoleto, y en adelante tendremos que reflexionar sobre la relación entre la economía política neoliberal y la realidad.
La novena sorpresa es la soledad ideológica de Occidente y su ignorancia de su propio aislamiento. Acostumbrados a establecer los valores que el mundo debe suscribir, los países occidentales esperaban sincera, estúpidamente, que todo el planeta compartiría su indignación ante Rusia. Se sintieron decepcionados. Una vez pasada la conmoción inicial de la guerra, empezó a aparecer en todas partes un apoyo cada vez menos discreto a Rusia. Cabía esperar que China, a la que los estadounidenses han identificado como el siguiente adversario de su lista, no apoyara a la OTAN. Hay que señalar, sin embargo, que los comentaristas de ambos lados del Atlántico, cegados por su narcisismo ideológico, se las han arreglado durante más de un año para considerar seriamente que China podría no apoyar a Rusia. La negativa de India a implicarse fue aún más decepcionante, sin duda porque India es la mayor democracia del mundo, y esto es un poco embarazoso para el bando de las «democracias liberales».
Nos tranquilizamos pensando que se debía a que el material militar indio era en gran parte de origen soviético. En el caso de Irán, que rápidamente suministró drones a Rusia, los comentaristas de la actualidad inmediata no supieron apreciar la importancia de este acercamiento. Acostumbrados a meter a estos dos países en el mismo saco, el de las fuerzas del mal, los geopolíticos aficionados de los medios de comunicación y de otras partes habían olvidado lo lejos que estaba de ser evidente su alianza. Históricamente, Irán tenía dos enemigos: Gran Bretaña, sustituida por Estados Unidos tras la caída del Imperio británico, y... Rusia. Este giro debería haber sido una llamada de atención sobre la magnitud de la convulsión geopolítica en curso. Turquía, por su parte, miembro de la OTAN, parece estar cada vez más implicada en una estrecha relación con la Rusia de Putin, una relación que ahora combina, en torno al mar Negro, un genwno entendimiento con la rivalidad. Visto desde Occidente, la única interpretación era que estos colegas dictadores compartían obviamente aspiraciones comunes. Pero desde que Erdogan fue reelegido democráticamente en mayo de 2023, esta línea se ha vuelto difícil de mantener. De hecho, tras año y medio de guerra, el conjunto del mundo musulmán parece considerar a Rusia más como un socio que como un adversario. Cada vez está más claro que Arabia Saudí y Rusia se consideran socios económicos y no adversarios ideológicos cuando se trata de gestionar la producción y los precios del petróleo. En términos más globales, día tras día, la dinámica económica de la guerra ha aumentado la hostilidad hacia Occidente en el mundo en desarrollo, porque está sufriendo las sanciones.
La décima y última sorpresa está en vías de materializarse. Es la derrota de Occidente. Tal afirmación puede resultar sorprendente cuando la guerra aún no ha terminado. Pero esta derrota es una certeza porque Occidente se está destruyendo a sí mismo más que por un ataque de Rusia.
Ampliemos nuestra perspectiva y escapemos por un momento de la emoción que legítimamente suscita la violencia de la guerra. Estamos en la era de una globalización completa, en los dos sentidos de la palabra: máxima y acabada. Intentemos adoptar una visión geopolítica: en realidad, Rusia no es el principal problema. Demasiado vasta para una población que disminuye, sería incapaz de tomar el control del planeta y no tiene ningún deseo de hacerlo; es una potencia normal cuya evolución no ofrece ningún misterio. Ninguna crisis rusa desestabiliza el equilibrio mundial. Es una crisis occidental, y más concretamente una crisis terminal estadounidense, la que pone en peligro el equilibrio del planeta. Sus ondas más periféricas se han topado con un rompeolas ruso, un Estado-nación clásico y conservador.
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El 3 de marzo de 2022, apenas una semana después del inicio de la guerra, John Mearsheimer, profesor de Geopolítica de la Universidad de Chicago, presentó un análisis de los acontecimientos en un vídeo que dio la vuelta al mundo. Tenía la interesante particularidad de ser muy compatible con la visión de Vladimir Putin y de aceptar el axioma de un pensamiento ruso inteligente y comprensible. Mearsheimer es lo que en geopolítica se conoce como un «realista», miembro de una escuela de pensamiento que concibe las relaciones internacionales como una combinación de equilibrios de poder egoístas entre Estados-nación. Su análisis puede resumirse así: Rusia lleva muchos años diciéndonos que no toleraría la entrada de Ucrania en la OTAN. Pero Ucrania, el control de cuyo ejército había pasado a manos de asesores militares de la Alianza -estadounidenses, británicos y polacos-, estaba en proceso de convertirse en miembro def acto de la organización. Así que los rusos hicieron lo que dijeron que harían: entrar en guerra. En el fondo, lo sorprendente fue nuestra sorpresa.
Mearsheimer añadía que Rusia ganaría la guerra, porque Ucrania era una cuestión existencial para ellos, pero -se daba a entender- no para Estados Unidos; Washington sólo se jugaba unas ganancias marginales, a 8.000 kilómetros de distancia. Y deducía que sería un error alegrarnos de que los rusos se topaban con dificultades militares, ya que estas les llevarían inevitablemente a invertir más en la guerra. Si lo que estaba en juego era existencial para unos pero no para otros, Rusia ganaría.
No podemos sino admirar el coraje intelectual y social de Mearsheimer (es estadounidense). Sin embargo, su interpretación, que es clara y desarrolla una línea de pensamiento que ha expresado en sus libros o cuando la anexión de Crimea en 2014, tiene un fallo importante: sólo nos permite entender el comportamiento de los rusos. Al igual que nuestros exégetas televisivos, que no veían en la actitud de Putin más que locura asesina, Mearsheimer no ve en las acciones de la OTAN -de estadounidenses, británicos y ucranianos- más que irracionalidad e irresponsabilidad. Estoy de acuerdo con él, pero es un poco miope. Todavía tenemos que explicar esta irracionalidad occidental. Y lo que es más grave, no ha comprendido que la actuación militar de Ucrania ha conducido, paradójicamente, a una trampa a Estados Unidos, que ahora tiene también un problema de supervivencia, mucho más allá de posibles ganancias marginales, una situación peligrosa que le ha llevado a reinvertir constantemente en la guerra. Me recuerda a un jugador de póker al que un amigo le aconseja que suba la apuesta y acaba yendo all-in con una pareja de doses. Enfrente tiene a un ajedrecista perplejo pero que gana.
En este libro, obviamente, describiré e intentaré comprender lo que está en juego en Ucrania, y plantearé hipótesis sobre lo que es probable que ocurra no sólo en Europa sino en todo el mundo. Mi objetivo es también desentrañar el misterio fundamental de la incomprensión mutua de los dos protagonistas: por un lado, un bando occidental que piensa que Putin está loco, y Rusia con él; por otro, una Rusia o un Mearsheimer que, en el fondo, piensan que son los occidentales los que están locos.
Putin y Mearsheimer no pertenecen al mismo bando y sin duda les resultaría muy difícil ponerse de acuerdo sobre unos valores comunes. Si sus visiones son, no obstante, compatibles, es porque comparten la misma representación básica de un mundo formado por Estados-nación. Estos Estados-nación, que detentan el monopolio de la violencia legítima a nivel interno,garantizan la paz civil dentro de sus fronteras.
Por tanto, podemos hablar de Estados weberianos. Pero, en el plano exterior, como sobreviven en un entorno donde lo único que importa es el equilibrio de poder, estos Estados se comportan como agentes hobbesianos2.
Lo que mejor define la concepción rusa del Estado nación es la noción de soberanía, «entendida», dice Tatiana Kastouéva-Jean, «como la capacidad del Estado para definir su política interior y exterior de forma independiente, sin ninguna interferencia o influencia externas»3. Esta noción «ha adquirido un valor particular bajo las sucesivas presidencias de Vladimir Putin». Se menciona «en numerosos documentos oficiales y discursos como el bien más preciado que posee un país, sea cual sea su régimen u orientación políticos». Es «Un bien escaso del que sólo disponen unos pocos Estados, entre los que destacan Estados Unidos, China y la propia Rusia. Por contra, los escritos y discursos más oficiales se refieren despectivamente a la "vasallización" de los países de la Unión Europea respecto a Washington o califican a Ucrania de "protectorado" estadounidense».
En The Great Delusion, publicado en 2018, Mearsheimer también piensa en términos de Estados nación y soberanía.Para él, el Estado-nación no es sólo el Estado o la nación descrita en abstracto4. Es un Estado y una nación, cierto, pero enraizados en una cultura y poseedores de unos valores compartidos. Esta visión, que es tradicional en su conjunto y que tiene en cuenta el espesor antropológico e histórico del mundo, se presenta en este libro, estaríamos tentados de decir, de un modo axiomático.
La característica de un axioma, o postulado, es que de él pueden deducirse teoremas, pero que él mismo no puede demostrarse. Sin embargo, es tan plausible que puede darse por supuesto. Por ejemplo, el quinto teorema de Euclides: por un punto dado sólo puede pasar una paralela a una recta dada. No es demostrable y las matemáticas poseuclidianas, con Riemann y Lobachevsky, partieron de un axioma diferente. Pero, de todos modos, para el sentido común, el quinto teorema de Euclides resulta muy convincente. Asimismo, afirmar que existen Estados nación arraigados en culturas diversas es un axioma que, aunque se repita de forma un tanto dogmática como hace Mearsheimer, tiene un alto grado de verosimilitud. Al fin y al cabo, el mundo surgido de las grandes oleadas de descolonización de la segunda mitad del siglo XX se organiza en Estados que no podían imaginar otra cosa que no fuese tratar de llegar a ser naciones. No hay más que ver la composición de la ONU para convencerse.
Este axioma plantea un problema: ciega a Mearsheimer igual que ciega a los rusos; los coloca, frente a los gobiernos occidentales, en una posición de incomprensión simétrica a la de Occidenterespecto a Rusia. En su discurso sobre la guerra del 24 de febrero de 2022, Putin calificó a Estados Unidos y a sus aliados de «imperio de la mentira», un término alejado del realismo estratégico y que evoca a un adversario perdido en un estado psicológico mal definido. En cuanto a Mearsheimer, recordemos que su libro se titula The Great Delusion. Más fuerte que ilusión, quimera, delusion remite eventualmente a la psicosis o la neurosis. El subtítulo del libro es Liberal Dreams and Jntenational Realities (Sueños liberales y realidad es internacionales). El proyecto estadounidense de expansión «liberal» se presenta como un sueño y, frente a este sueño, hay una realidad de la que Mearsheimer sería el apoderado. Trata a los neoconservadores que han llegado a dominar el establishment geopolítico estadounidense como nosotros tratamos a Putin: los psiquiatriza.
En este libro, propongo una interpretación, por así decir, poseuclidiana de la geopolítica mundial. No dará por sentado el axioma de un mundo de Estados nación. Al contrario, partiendo de la hipótesis de su desaparición en Occidente, hará comprensible el comportamiento de los occidentales.
Un déficit sistemático deja obsoleto el concepto de Estado-nación, ya que la entidad territorial en cuestión sólo puede sobrevivir por la percepción de un tributo o una prebenda del exterior, sin contrapartida. Este criterio por sí solo nos permite afirmar, incluso antes del análisis en profundidad de los capítulos 4 a 10, que Francia, Reino Unido y Estados Unidos, cuyo comercio exterior nunca está equilibrado sino que siempre es deficitario, ya no son plenamente Estados nación.
Un Estado-nación que funcione de manera correcta presupone también una estructura de clases específica, con las clases medias como centro de gravedad, y, por tanto, algo más que un buen entendimiento entre la elite dirigente y las masas. Seamos aún más concretos y situemos los grupos sociales en el espacio geográfico. En la historia de las sociedades humanas, las clases medias forman, con otros grupos, una red urbana. Es gracias a una jerarquía urbana concreta, poblada por una clase media culta y diferenciada, que puede surgir el Estado, el sistema nervioso de la nación. Veremos hasta qué punto el desarrollo tardío, malparado, trágico de las clases medias urbanas en Europa del Este es un factor explicativo crucial de su historia hasta la guerra de Ucrania. También veremos cómo la destrucción de las clases medias ha contribuido a la desintegración del Estado-nación estadounidense.
La idea de un Estado-nación que sólo puede funcionar gracias a unas clases medias fuertes que rieguen y nutran al Estado recuerda mucho ala ciudad equilibrada de Aristóteles.Así habla Aristóteles de las clases medias en su Política:
El legislador debe siempre contar con las clases medias en la constitución: si establece leyes oligárquicas es necesario que tenga presente a la clase media y si la legislación es democrática, atraerse a esta con las leyes. Pero donde la clase media aventaja en número a los dos extremos o bien a uno sólo, ahí es posible que la constitución tenga estabilidad. No se ha de temer que los ricos se pongan de acuerdo con los pobres para ir contra la clase media, porque jamás unos querrían estar sometidos a los otros, y aunque pretendiesen buscar una constitución que sirviese para ambos no encontrarán otra que no sea esta, pues a causa de su mutua desconfianza no aceptarían gobernar por turno. En todas partes el árbitro es 'el que goza de mayor crédito y el árbitro aquí es la clase media5.
Prosigamos, sin aspirar a ser originales, con nuestro inventario de los conceptos cuya articulación permite la existencia misma del Estado-nación. Sin conciencia nacional, por definición, no hay Estado-nación, pero aquí estamos rozando la tautología.
En el caso de la Unión Europea, ir más allá de la nación es bastante fácil de aceptar porque está en el corazón mismo del proyecto, aun cuando la forma que ha adquirido no sea la que se había previsto. Lo curioso es la pretensión de las elites europeas de permitir que la superación de la nación coexista con su persistencia. En el caso de Estados Unidos, no hay planes oficiales para dicha superación. Sin embargo, como veremos, el sistema estadounidense, aunque haya logrado subyugar a Europa, padece espontáneamente el mismo mal que esta última: la desaparición de una cultura nacional compartida por las masas y las clases dirigentes.
Volvamos a Mearsheimer y a su trascendental vídeo del 3 de marzo de 2022. En él, decía, vaticinaba una victoria inevitable de los rusos porque, a sus ojos, la cuestión ucraniana para ellos es existencial, mientras que no lo sería para Estados Unidos. Pero si desechamos la idea de que Estados Unidos es un Estado-nación y aceptamos que el sistema estadounidense se ha convertido en algo totalmente distinto; que el nivel de vida estadounidense depende de unas importaciones que las exportaciones ya no cubren; que Estados Unidos ya no tiene una clase dirigente nacional en el sentido clásico; que ya ni siquiera tiene una cultura central bien definida, sino que subsiste con una gigantesca maquinaria estatal y militar, se pueden concebir otros desenlaces que el simple repliegue de un Estado-nación que, tras sus retiradas de Vietnam, Iraq y Afganistán, asumiría una enésima derrota en Ucrania, encarnada en los ucranianos.
¿Debería considerarse a Estados Unidos un Estado imperial en lugar de un Estado-nación? Muchos lo han hecho. Los propios rusos no son ajenos a ello. Lo que ellos llaman el «Occidente colectivo», en el que los europeos son meros vasallos, es una especie de sistema imperial pluralista. Pero utilizar el concepto de imperio exige el cumplimiento de ciertos criterios: un centro dominante y una periferia dominada. Se supone, además, que ese centro tiene una cultura común a las elites y una vida intelectual razonable. Como veremos, este ya no es rel caso de Estados Unidos.
¿Un Estado bajo imperial, entonces? El paralelismo entre Estados Unidos y la Roma de la Antigüedad es atractivo. En Apres l'empire, señalé que Roma, al hacerse con el control de toda la cuenca mediterránea e improvisar una especie de primera globalización, también había acabado con su clase media6. La afluencia masiva de trigo, productos manufacturados y esclavos a la península itálica había destruido el campesinado y la artesanía, de un modo no muy distinto a como la clase obrera estadounidense ha sucumbido a la llegada deproductos chinos. En ambos casos, exagerando un poco, surgió una sociedad polarizada en una plebe económicamente inútil y una plutocracia depredadora. El camino hacia una larga decadencia estaba ya trazado y, a pesar de algunos sobresaltos, era inevitable.
Sin embargo, el término Imperio tardío o Bajo Imperio resulta insatisfactorio debido a la novedad de muchos de los elementos actuales: la existencia de internet, la velocidad de los cambios (sin parangón) y la presencia en torno a Estados Unidos de unas naciones gigantescas como son Rusia y China (el Imperio romano no tenía vecinos comparables; dejando al margen la lejana Persia, estaba, por así decirlo, prácticamente solo en su mundo). Por último, una diferencia fundamental: el Bajo Imperio romano asistió a la instauración del cristianismo. Ahora bien, una de las características esenciales de nuestra época es la completa desaparición delsustrato cristiano, fenómeno histórico crucial que explica precisamente la pulverización de las clases dirigentes norteamericanas . Volveremos sobre ello largo y tendido: el protestantismo, que en gran medida dio a Occidente su fuerza económica, ha muerto. Fenómeno tan masivo como invisible, incluso vertiginoso si se piensa un poco, veremos que es una de las claves, si no la clave explicativa decisiva, de las actuales turbulencias mundiales.
Volviendo a nuestro intento de clasificación, estaría tentado de hablar, en lo que respecta a Estados Unidos y sus anexos, de Estado posimperial: si Estados Unidos conserva la maquinaria militar del imperio, ya no cuenta en su núcleo con una cultura que muestre inteligencia, razón por la cual en la práctica lleva a cabo acciones irreflexivas y contradictorias como la expansión diplomática y militar en un momento de contracción masiva de su base industrial, teniendo en cuenta que «guerra moderna sin industria» es un oxímoron.
Llevo observando la evolución de Estados Unidos desde 2002 (año de publicación de Apres l'empire). En aquel momento, esperaba que retornara a una forma de Estado-nación gigante, lo que fue en su fase imperial positiva de 1945-1990, frente a la URSS. Hoy, tras constatar la muerte de protestantismo,tengo que admitir que este renacer es imposible, lo que en el fondo no hace sino confirmar un fenómeno histórico bastante general: el carácter irreversible de la mayoría de los procesos fundamentales. Este principio se aplica, en este caso, a variios ámbitos esenciales: a la secuencia «fase nacional, luego imperial, luego posimperial»; a la extinción religiosa, que ha acabado por conducir a la desaparición de la moralidad social y del sentimiento colectivo; a un proceso de expansión geográfica centrífuga combinado con una desintegración del núcleo original del sistema. El aumento de la mortalidad estadounidense, concretamente en los estados del interior republicano o trumpista, al tiempo que cientos de miles de millones de dólares fluyen hacia Kiev, es característico de este proceso.
En La Chute finale (1976) y Apres l'empire (2002) (dos libros que especulaban sobre futuros colapsos sistémicos), había utilizado representaciones «racionalizadoras» de la historia humana y de la actividad estatal7. En Apres l'empire, por ejemplo, interpreté la agitación diplomática y militar de Estados Unidos como «micromilitarismo teatral», una postura diseñada para dar, a un coste razonable, la impresión de que seguía siendo indispensable para el mundo tras la caída de la Unión Soviética. Básicamente, setrataba de asumir un objetivo racional de poder. En este libro conservaré, por supuesto, los elementos de la geopolítica clásica: nivel de vida, fuerza del dólar, mecanismos de explotación, relaciones objetivas de poder militar, un universo más o menos racional en apariencia. La cuestión del nivel de vida estadounidense y del riesgo que correría en caso de colapso sistémico estará muy presente. Pero abandonaré la hipótesis exclusiva de una razón razonable y propondré una visión más amplia de la geopolítica y de la historia, que integre mejor lo que hay de absolutamente irracional en el hombre, en particular sus necesidades espirituales.
Por ello, los capítulos que siguen tratarán también de la matriz religiosa de las sociedades, de las soluciones que el ser humano ha intentado encontrar al misterio de su condición y a su naturaleza difícil de aceptar, y de las tribulaciones que puede causar la desintegración terminal de la matriz religiosa cristiana en Occidente, en particular de la variante protestante. No todo sobre sus efectos se presentará como negativo, y este libro no es radicalmente pesimista. Pero veremos el surgimiento de un «nihilismo» que nos ocupará mucho. Lo que llamaré el «estado religioso cero» producirá en algunos casos, los peores, una deificación del vacío.
Utilizaré la palabra nihilismo en un sentido que no es necesariamente el más común y que recuerda más -no por casualidad- al nihilismo ruso del siglo XIX. Es sobre una base nihilista que Estados Unidos y Ucrania han unido sus fuerzas, aun cuando estos dos nihilismos sean de hecho el resultado de dinámicas bastante diferentes. El nihilismo, tal como yo lo entiendo, tiene dos dimensiones fundamentales. La más visible es la física: una pulsión destructiva de cosas y personas, una noción que a veces resulta muy útil a la hora de estudiar la guerra. La segunda dimensión es conceptual, pero no menos esencial, sobre todo cuando consideramos el destino de las sociedades y la reversibilidad o no de su decadencia: el nihilismotiende irresistiblemente a destruir la noción misma de verdad, a prohibir cualquier descripción razonable del mundo. En cierto modo, esta segunda dimensión coincide con la interpretación más común del término, que lo define como un amoralismo derivado de la ausencia de valores. Dado mi carácter científico, me resulta muy difícil distinguir entre las dos parejas que forman el bien y el mal, lo verdadero y lo falso; a mis ojos, estos binomios conceptuales se cofunden.
Como demostró Adam Ferguson, un representante de la Ilustración escocesa, en su Essay on the History of Civil Sociey (Ensayo sobre la historia de la sociedad civil, 1767), los grupos humanos no existen en sí mismos, sino siempre en relación con otros grupos humanos equivalentes. En la más pequeña y remota de las islas, explica, mientras esté habitada y por pocos que sean sus pobladores, siempre habrá dos grupos humanos enfrentados. La pluralidad de sistemas sociales es consustancial a la humanidad, y estos sistemas se organizan unos contra otros. «Los títulos de ciudadanos y compatriotas», escribió Ferguson, «si no tuvieran que oponerse a los de emigrad o y extranjero, [...] caerían en desuso y perderían su significado. Amamos a los individuos por sus cualidades personales, pero amamos a nuestro país porque forma parte de la humanidad [...]»8.
El surgimiento de Francia e Inglaterra es una espléndida ilustración de ello. Durante la Edad Media, estas dos producciones estatales del valle del Sena van a definirse el uno contra el otro. Luego, para nosotros los franceses, el adversario sustituto fue Alemania, principal rival, no se olvide, de Inglaterra en vísperas de la guerra de 1914.
Una de las tesis clave de Ferguson es que la moralidad interna de una sociedad guarda relación con su inmoralidad externa. Es la hostilidad hacia otro grupo lo que hace que uno se sienta solidario con el suyo. «Sin la rivalidad entre las naciones, sin el ejercicio de la guerra», escribe, «la propia sociedad civil tendría apenas razón de ser y dificultad de encontrar una forma»9. Y continúa diciendo: «es inútil pretender dar a un pueblo entero un sentido de unión sin admitir su disposición a la hostilidad hacia los que se le oponen. Si, por casualidad, pudiéramos extirpar en una nación elsentimiento de antagonismo que le inspira el contacto con naciones vecinas, es probable que los lazos de la sociedad se debilitarían, incluso se romperían a la vez que se agotaría la fuente más fecunda de las ocupaciones y virtudes nacionales»10.
La paradoja de este libro es que, partiendo de una acción militar de Rusia, nos conducirá a la crisis de Occidente. El análisis de la dinámica social rusa entre 1990 y 2022, con el que comenzaré, resultará sencillo y fácil. Las trayectorias de Ucrania y de las antiguas democracias populares, paradójicas a su manera, no parecerán muy complicadas. En cambio, examinar Europa, Reino Unido y aún más Estados Unidos será un ejercicio intelectual más difícil. Tendremos que enfrentarnos a ilusiones, reflejos y espejismos antes de penetrar en la realidad de lo que cada vez se parece más a un agujero negro: más allá de la espiral descendente de Europa, encontraremos, en Reino Unido y Estados Unidos, desequilibrios internos de tal magnitud que los convierten en amenazas para la estabilidad del mundo.
La última paradoja es que tenemos que admitir que la guerra, la experiencia de la violencia y el sufrimiento, el reino de la insensatez y el error, es también una prueba de realidad. La guerra nos lleva al otro lado del espejo, a un mundo en el que la ideología, los engaños estadísticos, la conculcación de los medios de comunicación y las mentiras del Estado, por no mencionar los delirios de los teóricos de la conspiración, están perdiendo gradualmente su poder. Emergerá una verdad simple: la cns1s occidental es el motor de la historia que estamos viviendo. Algunos ya lo sabían. Cuando la guerra termine, nadie podrá negarlo.
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1 W Davied Teurtrie, Russie. Le retour de lapuissance, París,Dunod, 2021.
2 Weber define el Estado por su monopolio de la violencia legítima; Hobbes presenta el estado de naturaleza como una guerra de todos contra todos.
3 Tatiana Kastouéva-Jean, «La souveraineté nationale dans la vision russe», Revue Déjense nationale 848 (marzo de 2022), pp. 26-31.
4 Publicado por Yale University Press; por tanto, no estamos en la periferia del sistema estadounidense.
5 Aristóteles,Política, ed. Pedro López Barja de Quiroga y Estela García Fernández, Madrid, Istmo, 2005, p. 255.
6 Apres l'empire. Essai sur la décomposition du systeme américain, París, Gallimard, 2002; véase reed. en «Folio actuel», con un posfacio inédito del autor, 2004, pp. 94-95. [ed. cast.: Después del Imperio, trad. José Luis Sánchez-Silva, Madrid, Akal, 2003].
7 La Chute jinale. Essai sur la décomposition de la sphere soviétique, París, Robert Laffont, 1976; nueva edición aumentada, 1990.
8 Adam Ferguson, An Essay on the History of Civil Sociey, Cambridge, Cambridge University Press, 1996, p. 25 [ed. cast.: Ensayo sobre la historia de la socied ad civil, ed.María Isabel Wences Simón, Madrid, Akal, 2010, pp. 62s.).
9 Ibid., p. 28 [ed. cast., p. 66).
10 Ibid., p. 29 [ed. cast., p. 67).
Es importante porque la situación es extraña en Francia, como en Occidente, porque en cuanto sugieres que Putin tiene inteligencia y que Rusia existe como un pueblo con tradiciones políticas específicas, muy ligadas a la idea de soberanía, la gente te acusa de ser prorruso y putinista, y esto no es cierto. Soy un occidental, me encantan el pluralismo y la democracia liberal y no defiendo una moral particular. Soy antropólogo social, y mi trabajo es analizar. Quiero aportar algo a la discusión social, ni siquiera me considero un intelectual.
Usted afirma que su libro es una secuela de La ética protestante y el espíritu del capitalismo, de Max Weber. Y asegura en él que el capitalismo actual se ha liberado de la ética protestante y que esta es la causa de su deficiencia moral y de su simpleza intelectual.
Sí, es una cuestión de deficiencia moral, pero también lo es de falta de eficiencia. Hay un vínculo evidente entre el despegue de la economía en Europa y en EEUU y el auge del protestantismo. Existen varias razones, pero la más importante es la relación con la educación. Como un buen protestante debe saber leer las Sagradas Escrituras, entre los siglos XVI y XVIII, se produjo una alfabetización masiva. Y en la medida en que la gente sabe leer y escribir, también comienza a ser mucho más eficiente a la hora de formarse laboralmente.
Pero también están el componente social y moral y la actitud hacia el dinero. Los protestantes tenían que trabajar para demostrar algo. Si querías ser un buen católico, intentabas hacer el bien y así obtenías una recompensa. El protestantismo era otra cosa a causa de la predestinación. Habías sido elegido para la vida eterna (o para la muerte eterna) y lo que hacías en la Tierra era la prueba. Por eso el trabajo y el éxito eran buenos, porque demostraban que eras uno de los elegidos. Esto produce una psicología loca, en la que tienes a Dios metido en tu inconsciente diciéndote que trabajes duro. En los países católicos teníamos dificultades para entender esto.
Esta influencia es evidente si nos fijamos en Prusia, Suecia, Países Bajos o Gran Bretaña. El mapa de mayor alfabetización en Europa y el de las principales nacionales industriales hacia 1900 coinciden con los países protestantes. Gran Bretaña y Alemania eran los Estados más avanzados, y fuera de Europa estaba EEUU. Francia se mantenía en la carrera porque era un país católico que estaba suficientemente cerca del mundo protestante como para mantenerse al día. Esa fue también la época de relativo declive de Italia o España.
La desaparición de los valores protestantes en el mundo angloamericano en las últimas décadas hace comprensible el declive de EE. UU. y el de Gran Bretaña, así como su incapacidad para producir toda clase de bienes, incluidas las armas que necesitan para las guerras. Puedes entender su fracaso educativo, el desorden moral y la huida del trabajo. Y también se puede apreciar cómo el neoliberalismo no es tanto una innovación como un nuevo sistema moral.
Estos procesos son bien conocidos y son muy difíciles de revertir. La ética cristiana tardó siglos en construirse. La pérdida de la ética protestante no es algo de lo que se pueda recuperar EEUU en unos cuantos años.
Una de las consecuencias de lo que usted llama ‘protestantismo cero’ es la construcción de una economía irreal, con un enorme PIB ficticio. Hay una gran separación entre la economía de los grandes números y la de la vida cotidiana, entre la economía financiarizada y la productiva.
Sí, sin duda. Proviene de la disminución de los estándares educativos en el mundo angloamericano y de su huida del trabajo manual, que es un algo típico en la historia, aparece en todos los procesos de decadencia.
El capítulo más difícil de escribir fue el de Gran Bretaña porque tengo un vínculo personal con el país, le debo mucho, específicamente a Cambridge. Por eso, hasta ahora, me resultaba difícil criticar lo que estaba sucediendo en Gran Bretaña allí, no era capaz de verlo. Me resultaba complicado aceptar la idea de que Margaret Thatcher fuese tan horrible como Ronald Reagan con el nacimiento del neoliberalismo y la destrucción de una sociedad civilizada.
Lo que está sucediendo en Gran Bretaña es importante porque en ella aparecen ese tipo de economía falsa que hay en EEUU y la desintegración de los valores morales, específicamente entre su clase dominante. Gran Bretaña no es un país poderoso, pero la clase dominante británica, antes de su desintegración, había sido un modelo para la clase dominante estadounidense. La Universidad estadounidense para las élites, así como su escuela secundaria, se inspiraron en el sistema británico, en Oxford, Cambridge y en sus escuelas. Y este colapso de las élites británicas ha tenido y tendrá efectos secundarios en las élites estadounidenses, y en lo poco que queda de su racionalidad.
Gran Bretaña, aunque política o geopolíticamente era un submarino estadounidense en Europa, fue la madre de los Estados Unidos, y la implosión de Gran Bretaña tiene y tendrá un importante efecto negativo para los EEUU.
Presta en el libro mucha atención a Rusia. Hay un deseo expresado con insistencia en Gran Bretaña, pero también en países europeos y en EEUU, de que Rusia sea derrotada en Ucrania. Usted afirma que no es posible.
El libro lo escribí el pasado verano durante la llamada contraofensiva ucraniana. Nos decían que los ucranianos reconquistarían territorio y llegarían hasta Crimea. En fin, se trataba de una contraofensiva que solo estaba en las mentes del Pentágono y de los británicos, aunque los muertos fueran ucranianos. No soy un militar ni un ideólogo, sino un historiador, y desde este punto de vista era fácil ver, y así lo escribí, haciendo prospectiva, que no iba a funcionar.
Al final, Ucrania será derrotada porque Rusia es ahora estable y más poderosa. Es incluso capaz de producir más armas que el oeste. Vemos que el ejército ruso progresa poco a poco. Lo hacen lentamente, porque los rusos no quieren tanto ganar territorio como destruir el ejército ucraniano y tratan de evitar, en la medida de lo posible, que sus bajas sean muy numerosas. Por supuesto, esta postura es totalmente contraria a lo que se lee en nuestra prensa.
Creo que los rusos querrán recuperar Járkov, pero también llegar hasta Odesa. Los británicos han provocado que este sea el propósito, porque han sido tan eficientes a la hora de enviar drones a Sebastopol que los rusos ahora saben que su flota no estará segura hasta que lleguen a Odesa. Así que es inevitable. Creo que lo que los rusos querrán es conquistar y conservar parte del territorio ucraniano y convertir lo que quede de Ucrania en un Estado neutral con capital en Kiev.
Esto no es agradable, y espero que no se vea como una posición prorrusa, porque no es el caso. Sin embargo, hay un problema al que nos tenemos que enfrentar y no lo estamos haciendo.
La derrota ucraniana es segura y será una derrota occidental. Tenemos que elegir entre aceptar esa derrota y llegar a una negociación, que será en términos rusos, o negar esa situación y seguir adelante. De ahí todas las especulaciones sobre que Putin no se detendrá en Ucrania y avanzará hacia Europa occidental amenazando nuestra seguridad. Eso es un completo disparate, porque la demografía es importante, y los rusos tienen muy poca población para un territorio tan extenso, necesitarían muchos más soldados para intentar empresas mayores. Además, no quieren volver a Europa del Este, que ha sido su pesadilla, están bien como están, sin tener que lidiar con ese problema. Tengo algunas dudas, eso sí, sobre los países bálticos.
Pero lo que vemos estos días no es la aceptación de la negociación, sino una sensación de pánico. Los gobiernos occidentales, que pensaron que eran tan poderosos, no han aceptado mentalmente que Rusia existe tal y como es ahora. Por eso tratan de escalar el conflicto. Están diciendo que permitiremos a los ucranianos utilizar misiles de largo alcance franceses, británicos o estadounidenses para atacar territorio ruso. ¿Con qué propósito? No lo sé. Creo que no hay ninguna intención estratégica, se trata de continuar con la guerra.
Lo que afirman los rusos es que lanzar misiles de largo alcance contra su territorio equivale a una declaración de guerra. Vladímir Putin dio una conferencia de prensa la semana pasada al respecto y explicó que esos misiles no pueden ser operados por los ucranianos: no cuentan con el personal militar capacitado ni con los sistemas de satélites que serían necesarios. Por lo tanto, afirmó Putin, como los europeos estarían involucrados en su lanzamiento, utilizarlos sería un acto de declaración de guerra. Amenazó con represalias específicas y serias.
Y entonces aparece Macron, que es el presidente más tonto del mundo, diciendo que esos misiles se utilizarán ahora o más adelante. No tiene ni idea de lo que está haciendo. Quizá Francia quiera declarar la guerra a Rusia, pero no ha explicado a los franceses que habría ataques de represalia contra nosotros y contra nuestras bases.
La sensación de declive occidental está muy anclada en el sur global. Usted afirma en el libro, por ejemplo, que la India ve el declive del imperio estadounidense como la continuación lógica del imperio británico. Pero no es más que una muestra de una creencia dominante, en especial sobre Europa, a los que nos ven como los perdedores de esta época. Nosotros nos percibimos como países poderosos, pero fuera nos tienen una consideración muy diferente.
En Occidente predomina una actitud de negación que es muy narcisista. La nueva situación es muy difícil de aceptar para países occidentales que han dominado el mundo durante tanto tiempo. Pensaron que con el derrumbe de la Unión Soviética habría un nuevo sistema que renovaría su preeminencia. Y entonces comenzaron a hacer tonterías. Enviaron sus industrias a países donde la gente no sabía leer ni escribir y cobraban salarios miserables a los que podían explotar. Pero, al hacerlo, perdieron sus sistemas industriales y se volvieron dependientes del resto del mundo. Adoptaron sanciones contra Rusia que no han funcionado porque no han sido apoyadas por el resto del mundo y que han tenido que pagar las clases medias y trabajadoras occidentales. No buscan ganancias evaluando costes. Los anglosajones ya no tienen un modelo racional, sino nihilista, propio del protestantismo cero.
Hace 20 años escribí un libro titulado Después del imperio, que fue un éxito en todo el mundo. En ese momento, cuando la gente hablaba de la fuerza del hiperpoder estadounidense, dije que no era posible. El mundo era demasiado diverso para que funcionase un sistema así. Además, las tasas de alfabetización estaban aumentando rápidamente en muchos lugares. Era algo que los EEUU no podrían controlar. Solo había que tener paciencia para que los efectos negativos para Occidente se manifestasen.
Al mismo tiempo, en el plano interno, la desaparición de la ética protestante ha dejado paso a la pasión por el nihilismo, por la destrucción de las cosas y de la realidad, por la irracionalidad. Hay una cosa que debería haber añadido en el libro, un listado de todas las acciones irracionales que EEUU ha llevado a cabo en los últimos años, como atacar inútilmente países o seguir en guerras continuas. Es muy fácil darse cuenta de que la gente de todos los países grandes y pequeños del resto del mundo nos odia y nos teme al mismo tiempo. Cuando ves a Arabia Saudí negociando el precio del petróleo con Rusia o llegando a acuerdos con China y con Irán… Y no es solo China, son países como Sudáfrica o Brasil o India.
Es increíble el estado de negación en Occidente, que ya no piensa estratégicamente. No hay más que acordarse de Nixon y Kissinger, que tenían un gran problema con el mundo comunista. Vieron que había diferencias entre la URSS y China y lo aprovecharon, llegando a un acuerdo con Pekín para evitar la alianza entre los dos países comunistas. Eso es una geopolítica razonable, ahora se ha hecho justo lo contrario. O fíjate en Gaza. Los estadounidenses no son capaces de decir a los israelíes que se detengan. El efecto de esto en el mundo árabe y musulmán es que acaben deseando una victoria rusa porque gran parte de su población ve a los rusos como un escudo frente a la forma de hacer estadounidense. En definitiva, hay demasiada estupidez y demasiada irracionalidad en las acciones de Washington.
Un asunto relevante para explicar la decadencia occidental es el debilitamiento de sus clases medias. No puede haber instituciones sólidas cuando la sociedad se divide profundamente fruto de la desigualdad. El Estado necesita de bases donde asentarse y cuando las clases medias caen, desaparece también su primer pilar. La inestabilidad vital aumenta. Este es un gran problema para Occidente. ¿Qué podemos hacer al respecto?
En fin, soy un investigador, alguien que analiza, no soy un ideólogo, no trato de aportar soluciones. Lo que puedo proporcionar es un análisis, que es en buena medida pesimista, pero no del todo. Hay elementos optimistas en el libro. El mismo hecho de que podamos estar hablando de esta manera gracias a Internet ya marca una diferencia positiva. La decadencia del protestantismo también ha provocado que las formas de racismo disminuyan, especialmente en EEUU. No quiero decir que no haya racismo, pero es menor que el de otras épocas.
Hay, no obstante, dificultades evidentes. La desaparición de las clases medias es la consecuencia de la destrucción de un sistema industrial y también de una mentalidad. La verdadera matriz de la sociedad durante siglos era la religión. Pero esa matriz se ha ido desintegrando, y no solo por el debilitamiento de la religión o por la pérdida de fuerza de las formas familiares, sino por la desaparición de las formas ideológicas (la nación, el comunismo, el socialismo) que reunían a la gente. El individuo se ha quedado solo y no hay ninguna estructura que haya venido a sustituir a las antiguas.
Uno de los elementos principales, ahora que la gente vuelve a estar obsesionada con la Primera Guerra Mundial, es la falta de dinamismo de la población. Entre principios del siglo XX y, más o menos, la década de 1980, las poblaciones se reproducían con una tasa elevada de fertilidad, lo que hacía posible seguir adelante. Tuvimos la guerra de 1914 y millones de personas murieron. Hubo una segunda guerra y murieron más millones de personas todavía. Pero después de 1945, a los europeos todavía nos quedó energía para avanzar. Hubo un despegue económico formidable con una sociedad de consumo fuerte porque los parámetros demográficos lo hicieron posible. Este ya no es nuestro caso. Quiero decir, hay una natalidad baja en todas partes y tenemos una población que envejece. ¿Encontraremos otra vez la energía para seguir luchando?
La última pregunta. No sé si hay una analogía a la que podamos acudir para entender nuestra época. ¿Se parece a la república romana, a la república de Weimar, a la caída de la URSS…?
Quizá el final del Imperio romano. Ahí estaba el colapso de los sistemas religiosos, la destrucción de las clases medias por la esclavitud, la falta de sentido existencial. Pero resulta difícil comparar nuestra época con otro momento de la historia. El Imperio romano era una parte del mundo, no especialmente grande, y ahora estamos hablando del mundo entero, tenemos muchas más posibilidades tecnológicas, más riesgos… Estamos en una situación sin equivalente histórico. Creo que lo que viene será muy sorprendente.
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