EL Rincón de Yanka: "LA IGNORANCIA CULPABLE" por PEDRO ABELLÓ 😵🙈🙉🙊

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martes, 23 de abril de 2024

"LA IGNORANCIA CULPABLE" por PEDRO ABELLÓ 😵🙈🙉🙊









LA IGNORANCIA CULPABLE

La ignorancia es muchas veces imputable al ignorante. Hay dos tipos de ignorancia: la excusable, que se debe a la falta de medios y oportunidades para solventarla, y la no excusable, que se deriva de la simple desidia, pereza y falta de interés por conocer, teniendo los medios y oportunidades para hacerlo.
Esta última es una ignorancia culpable, porque la ignorancia impide al hombre llevar a cabo el comportamiento que mejor conviene a sí mismo y a la colectividad, y con ello deja de hacer el bien que podría hacer si su ignorancia no existiese; por el contrario, las decisiones y acciones basadas en la ignorancia suelen comportar males personales y sociales. Esa ignorancia es culpable e inexcusable, y algún día el ignorante culpable deberá rendir cuentas de su ignorancia, si no ante un tribunal mundano, sí ante uno divino.
Nos enfrentamos a un momento histórico crítico, cuyas consecuencias pueden ser devastadoras en muchos sentidos, y para abordar debidamente tal momento es necesaria claridad de ideas, conocimiento, criterio; en definitiva, lo más contrario a la ignorancia en la que, por lo general, estamos sumidos.

La organización política, económica y social de nuestro tiempo no sólo favorece la ignorancia, sino que la necesita para perpetuarse. La sociedad es cloroformizada por todos los medios imaginables. Los medios de comunicación, con esa tele-basura programada para vaciar las mentes de todo contenido crítico y de todo criterio; la pasión desmedida y desordenada por los eventos deportivos; la ingeniería social que configura nuestras mentes mediante un auténtico “formateado” y las rellena de los contenidos que se ajustan a los modelos a los que debemos someternos; el “tsunami” que soportamos diariamente de contenidos publicitarios que excitan nuestro ser más primario; nuestra sumisión al dictamen de la moda en todos los terrenos; las nuevas esclavitudes de la juventud: el ‘smartphone’, el “chateo”, los video-juegos, el alcohol, la droga; la desaparición de las Humanidades en los planes educativos; el desprecio y la manipulación de la Historia… ¿Para qué seguir?

Sólo mediante un esfuerzo individual, a veces trágico y siempre difícil, es posible liberarse de esa anestesia. Pero la dificultad no excusa la obligación que todo hombre tiene de ser libre, aunque la libertad sea trágica. La libertad es, casi siempre, defender un criterio propio contra el que se nos impone; situarnos fuera, al margen, de la corriente general, y eso no sólo es incómodo, sino muchas veces peligroso. Sin embargo, todo eso sigue sin ser excusa para mantenerse cómodamente en la ignorancia. Quien tiene los medios y la oportunidad para conocer, no tiene derecho a dejar de hacerlo.

Hoy la gente se llena la boca con la palabra “libertad”; exige libertad con razón o sin ella, y tengo la impresión de que no sabe lo que pide, o tal vez lo sabe muy bien, pero eso no es la libertad. Imagina que la libertad es la posibilidad de hacer lo que uno quiera, sin restricciones de ningún tipo, y efectivamente, eso es lo que la gente intenta cada vez con mayor afán y con mayor descaro. Pero eso no es la libertad. La libertad exige conocimiento y criterio, y es incompatible con esa ignorancia culpable de la que hablamos.
Porque la libertad exige ser capaz de identificar dónde está el bien, tanto el bien individual como el bien colectivo, y ajustar el comportamiento, las acciones y las decisiones a la consecución de ese bien, incluso si ello supone enfrentarnos a la opinión de la mayoría, a los usos generalmente aceptados de una sociedad como la nuestra; incluso si ello supone aceptar el riesgo de que nos señalen, de que nos marginen, de que nos persigan… Es lo que se llama un comportamiento virtuoso, que nunca es acomodaticio. Por eso la auténtica libertad es siempre trágica. Identificar el bien y ser capaz de ese comportamiento virtuoso exige estar en posesión de un criterio moral, lo cual no es posible sin un marco de referencia que defina y proporcione esos principios morales.

¿Cuál es el marco de referencia que puede proporcionar ese criterio moral al hombre de hoy? El marco existe, y es el que ha permitido la construcción de lo que llamamos “civilización occidental”, hoy en proceso de autodestrucción: nuestro fundamento en la Biblia judeo-cristiana, la filosofía griega, especialmente aristotélica, y el derecho romano, un fundamento que nos estamos esforzando en dinamitar.
La ignorancia –por lo menos esa ignorancia no excusable – hace imposible la verdadera libertad, y hoy el mundo se confabula para mantenernos en la ignorancia, que es la forma más segura de privarnos de esa libertad que, de existir, pondría en cuestión los principios por lo que ese mundo se rige, y nos engaña con el señuelo de una patética parodia de libertad que es precisamente la mayor de las esclavitudes. Se da la curiosa paradoja de que hoy el mundo es más esclavo que nunca, y sin embargo se siente más libre que nunca.
Pedro Abelló

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Ignorancias culpables
Es culpable la ignorancia de un católico 
que no trabaja por conocer su fe

¿Existen ignorancias culpables? O, en otras palabras, ¿existe obligación de saber ciertas cosas?
La respuesta a la segunda pregunta lleva a la respuesta a la primera: si hay obligación de saber algo antes de actuar, entonces habría ignorancias culpables.
Podemos decir, con certeza, que sí existen ignorancias culpables. Porque todos estamos obligados a conocer cuáles son los deberes y responsabilidades que nos corresponden como hijos, como esposos o padres, como miembros de la sociedad, como profesionistas, como católicos.
  • Es culpable la ignorancia de los novios que no han reflexionado en serio si aceptan al otro en sus cualidades y en sus defectos, que no se plantean si son capaces de vivir como esposos y como padres hasta que la muerte los separe.
  • Es culpable la ignorancia de unos padres que no buscan el mejor modo para cuidar, curar, educar y orientar a los hijos en el camino de la vida. Como también es culpable la ignorancia de los hijos que prefieren estar ocupados con juegos electrónicos o con otras diversiones en vez de conocer y tomarse en serio sus deberes hacia los padres, hacia los estudios, hacia los amigos, hacia la sociedad.
  • Es culpable la ignorancia de quien usa desconsideradamente su dinero en apuestas que ponen en peligro el patrimonio familiar, sin reflexionar primero sobre los muchos peligros de los abusos en este campo.
  • Es culpable la ignorancia del médico que comete errores por no haber querido actualizar su saber, por haber optado por hacer un diagnóstico rápido en vez de controlar seriamente todos los datos, por secundar los deseos de un paciente en vez de preguntarse si tales deseos estaban o no de acuerdo con la deontología médica y con las leyes justas de un pueblo.
  • Es culpable la ignorancia del político que no reflexiona a fondo acerca de las consecuencias de sus decisiones para el bien de la gente, especialmente de los más pobres, de los ancianos, de los enfermos, de los niños.
  • Es culpable la ignorancia de un católico que no trabaja por conocer su fe, que no lee con una buena guía la Biblia, que no consulta a sacerdotes o laicos bien preparados, que no se pregunta si sea o no sea pecado el emborracharse, el abusar de la comida o del tabaco, el consumir drogas, el entregarse a caprichos sexuales, el vivir sin responsabilidad respecto al ambiente, al orden público, a la lucha por la justicia en su propio país y en el mundo globalizado.
  • Es culpable la ignorancia de quien llega a descubrir que muchas noticias divulgadas por la prensa sobre la Iglesia son falsas o distorsionadas pero no pone medios concretos para llegar a conocer de primera mano la doctrina católica o las intervenciones del Papa y de los obispos.
Hay muchas ignorancias culpables. Porque es más fácil vivir con prisa y seguir las propias “corazonadas” que buscar en profundidad lo que sea verdaderamente justo y bueno. Porque las pasiones presionan de mil modos para que no reflexionemos sobre nuestros actos y para que sigamos al instinto antes que a la voz de la conciencia bien informada. Porque la misma sociedad difunde continuamente ideas erróneas sobre el bien y sobre el mal, y cuesta mucho luchar contra corriente para decidir no según las modas sino según una vida deseosa de buscar a la verdad del Evangelio, configurada según las enseñanzas del Maestro y de su Iglesia.
Hay ignorancias culpables, y pueden ser vencidas. Con más honestidad, con humildad sincera, con un profundo deseo de ser buenos, con el compromiso práctico por estudiar los principios éticos y las enseñanzas de la Iglesia. De este modo, habrá menos ignorancias culpables. Habrá, sobre todo, más hombres y mujeres comprometidos seriamente a vivir y testimoniar las bellezas del cristianismo, entregados con toda su mente y con todo su corazón al verdadero amor a Dios y al hermano.