En su artículo "El Ermitaño" , el Beato Palau aborda todos los acontecimientos de su época.
Vio problemas religiosos, políticas sociales, económicas e incluso tecnológicas - - como parte de un enorme movimiento que fue excitado por Lucifer y sus seguidores, tratando de derrocar a la Iglesia Católica y el orden social cristiano.
Analista agudo e intenso de las informaciones que llegaban a Barcelona a través de revistas y telégrafos, habiendo visto visiones inspiradas en la fe y estudios teológicos difíciles de rechazar de inspiración profética.
Su lenguaje, como era habitual en su época, utiliza muchas figuras y símbolos.
Por ejemplo, en el siguiente artículo, titulado "Un cometa", publicado el 25 de agosto de 1870. El cometa aquí simboliza la liberación de Satanás para hacer daño al mundo, predicho en Apocalipsis:
"Vi un cometa, era un cometa que tenía una señal misteriosa en la que había muchos reflejos. Su cola tenía forma de espada, una espada de fuego que lanzaba bolas de fuego hacia el suelo. Tenías cuidado de apuntar a la espada. Me trajo horrible asombro, apareció un hombre misterioso que empuñaba la espada, y en ese momento en todo el mundo se escuchaban canciones de guerra: Guerra en la cumbre política, guerra entre reyes, guerra por razones de intereses puramente materiales.
"Mientras miraba al hombre que sostenía la espada de acero contra las cabezas de los reyes, salió del cometa con otro pegamento, y apareció mientras tanto otro hombre que vio el pegamento del cometa que tenía forma de arma de fuego y todo, y entre las verdades y las espadas que juegan los rayos y las chispas contra el mundo, y las espadas que se golpean entre sí, iluminaron en la tierra la guerra más amarga que los siglos han visto: en la política y en la religión: una guerra universal. (... )
"El cometa fue un signo colocado en el firmamento del mundo de los espíritus. Se proyecta una luz que ilumina la historia presente y que proviene de este mundo material visible donde tiene cabida la actividad humana. (...)
“La luz de este cometa ilustra el cumplimiento de esta profecía: 'Satanás será liberado de su prisión..."
"A la luz de este cometa vemos la obra de Satanás, ese misterio de iniquidad que comenzó a conspirar contra la Iglesia, cuando aún era niño. Satanás sedujo desata a todos los reyes y a todos los príncipes de la tierra; se volvió sus espaldas espadas y cetros contra la Iglesia: ésta es su obra".
"El cometa muestra a los hermanos y ambos empuñan una espada, y se levantan contra Cristo y su Iglesia, y anuncian una guerra igual a los primeros siglos, pero más terrible, no hay comparación". (...)
“Satanás ha desatado su maldad, porque hemos logrado estas apostasías políticas de todos los reyes y gobiernos".
"Yo, el Ermitaño, al darse cuenta de este hecho, tomé dos piezas de madera, hizo una cruz y lo scribí quería ut Deus? (...)"
"Los medios de los cometas desbloquean el gatillo y liberan al diablo y, en consecuencia, la apostasía predicha por el apóstol: un reino de tinieblas y del mal, una era de incredulidad y error".
"El cometa se encuentra en anatema, maldición, muerte, días de guerra, anarquía social de duelo y luto; y cuando al ermitaño le aparezca esta señal, se decide, el diablo desatado, dirá, y siempre será lo mismo". Se repite, seguro que el tiempo confirmará la verdad de estos hechos".
Lucifer, el autor de la revolución en el cielo, instiga una revolución similar en la Tierra.
Algunos textos proféticos
publicados en «El Ermitaño»
«Son espíritus puramente tales, inteligencias que subsisten como el hombre, pero independientemente de la materia, superiores al hombre en fuerza física y espiritual, considerando al hombre mientras sea puramente natural. Exceden al hombre en ciencia, inteligencia, malicia y astucia. (…)
«El hombre que vive en la tierra, desde que apostata de Dios y de la Iglesia Católica, forma con esos seres espirituales familia, pueblo, nación, imperio, transformándose en súbdito de su poder.
«Estos hombres, apóstatas de Dios, soldados de Satanás, en unión con los demonios, constituyen en la tierra el reino visible de la maldad que llamamos mundo.»
«¿Qué fuerza los sostiene, no uno, sino muchos años, esclavizando, destruyendo, desorganizando, disolviendo hasta el orden de la naturaleza?»
«Los príncipes y potestades superiores rigen desde los aires a los reyes de la tierra que se rinden a ellos por la apostasía, y los conducen a una anarquía completa, a una disolución social universal, ya la guerra contra Cristo y su Iglesia»
«La única diferencia es que esas inteligencias, por ser superiores al hombre que han vencido, son las potestades y los poderes verdaderos que dirigen esa guerra.»
«El Anticristo nos va a sorprender»
«Satanás, dice en el capítulo XX del Ap, será desencadenado, saldrá de su cárcel y seducir a las naciones que viven en las cuatro partes del mundo. Esa corrupción, seducción y apostasía es ya un hecho consumado»
«Al día siguiente un decreto imperial anunciará la supresión del culto católico en todo el universo.»
«Esta secta acaba de hacer una invitación general a todas las religiones por orden de los espíritus superiores, para que todas, incluso el catolicismo, se unan y constituyan una sola religión bajo su dirección.»
«Oficialmente no habrá otra religión que la del Estado. Un solo Dios, una sola religión. Y ese Dios será el Anticristo, y esa religión, la anticristiana «.
«Así como el Verbo encarnado tiene sus sacerdotes y un pontífice para relacionarse oficialmente y comunicarse por sus órganos a los pueblos y naciones, [así también] los demonios, nuestros adversarios, han establecido (…) una especie de sacerdocio para entrar por medio de él en relación oficial con la sociedad humana «
«No les convenía presentar su sacerdocio de público y oficialmente, porque no sería tolerado por el poder de la Iglesia. Así comenzó la fundación del masonismo.»
» No hay soberano en la tierra que no esté iniciado en los secretos de la franco-masonería».
» Destronados todos los Reyes católicos, sus tronos están ocupados por hombres poseídos por el diablo».
«Convoco a los designios de Satanás ocultar su sacerdocio; no teniendo el color oficial, asumía y asume formas varias y esconde su operar en las tinieblas de la noche, dentro de las cuevas de la tierra.
«Entonces la gente no cree que existen y no los conocen, y su actuar está a cubierto del brazo de la ley y de la autoridad.»
«¿Cómo? Por medio de leyes impías, bárbaras, que despojan a la nación de todo lo que hay en ella de santo y sagrado. De estos centros proceden los decretos emitidos contra los prelados, contra las Órdenes religiosas, contra la religión.»
«Por la corrupción de las costumbres [Satanás] entró en el Sancta Sanctorum, y mientras dirige a todos los reyes y poderes políticos de la tierra en batalla contra mí allá afuera de la ciudad santa, de dentro de mi propio alcacer paraliza mi acción, entorpece a mis empresas y frustra mis proyectos [dice el Señor]».
“¿Cuándo vendrá? Cuando nadie lo crea; cuando todas las naciones hayan consumado en la persona de sus reyes la apostasía de la Fe; cuando veas al diablo gloriándose en su triunfo, resistiendo al poder de los católicos. Cuando el diablo llegue al extremo de presentarse al frente de todos los reyes de la Tierra dando en guerra contra Dios bajo su lema propio: ¡Revolución! Cuando vosotros los encargados de arrojarle al abismo, seáis impotentes para vencerle por causa de vuestra incredulidad. Entonces aparecerá al mundo este hombre para anunciarle su fin…»
“El mundo ha de ser redimido una segunda vez, semejante a la forma como fue la primera, pues, Satanás, su verdadero tirano fue nuevamente desencadenado. Y, gozando de libertad, puso a las naciones bajo su cruel y despótico dominio.”
“La Iglesia mudará una segunda vez la faz del mundo. Pero antes, debe descender al silencio de los sepulcros, y teniendo sus templos destruidos, Ella se retirará a la soledad de la montaña. Allí recibirá el Espíritu Santo y la plenitud de los dones de que necesita para salvar a la sociedad moderna.”
“(Advierte el Apocalipsis): Después de un tiempo Satanás será desencadenado, saldrá de su cárcel y seducirá todas las naciones que hay en los cuatro ángulos del orbe terrestre. Congregará sus ejércitos para la batalla contra Dios. Aquí se ve cumplido este texto. Todas las naciones representadas por sus sistemas políticos y sus gobernantes actuales han apostatado de Dios”.
“El poder de los que combaten el catolicismo irá siempre en creces hasta llegar a su apogeo: en el terreno de la política, y de la fuerza material prevalecerá el enemigo, y la Iglesia santa perderá completamente el apoyo de los poderes políticos de la tierra. Solo con Dios, luchará contra todos los poderes del infierno, coligados con los políticos de la tierra, y vencerá por la acción inmediata de Dios. La caída del imperio del mal, y el triunfo de la Iglesia, sobre las ruinas de la incredulidad, será un cataclismo el más espantoso que hayan visto los siglos”.
“Nadie os seduzca con vanas esperanzas de paz y de triunfo: el triunfo de Dios sobre la tierra no es otra cosa que la conversión a su Iglesia de los poderes que ahora la combaten, y antes que esto suceda, ha de preceder la época de los martirios».
“Las naciones al separarse del Evangelio han caído prisioneras, y el vencedor las ha ligado con sus cadenas de dominio. Satanás desencadenado y libre, “solvetur de carcere suo, exibit”, seduce todas las naciones (…) Los medios de salvación están envueltos en profundos misterios: es de noche, la gente duerme, las tinieblas cubren la faz de la tierra; pero Dios como autor de este orden natural que el hombre trastorna, despertará por la voz del Arcángel a los soñolientos, y les despertará en un horrendo cataclismo de la naturaleza misma, y este orden arrojará de si a los que le combaten”.
«En la medida en que la sociedad humana se acerque al cataclismo, sentirá convulsiones, conmociones horribles, tendrá un presentimiento seguro, que le anunciará la desgracia.»
“Nosotros los vigilantes nocturnos damos el grito de ¡alerta! ¡A las armas católicos! Alerta, pero la gente duerme tan profundamente que no nos oyen y si alguno hay que esté despierto no nos entiende; piensa que el sereno se ha vuelto loco anunciando catástrofes y desgracias”.
«Aquí tenéis todo lo que conviene preceder al establecimiento de un imperio universal en el orbe.»
«Un solo Dios, un solo rey, una religión sólo: este es el programa que grabado en las banderas imperiales, llenará un día de espanto al mundo entero, y al día siguiente le dará la paz y la prosperidad.»
«Este día está tan cerca, como cerca sentimos estar la disolución social universal en todos los sentidos y en todas las partes del cuerpo social».
La condición intrínsecamente misteriosa de la Iglesia es para él dato revelado, constatación o verificación; sobre todo, conciencia.
Al sintetizar sus ideas en forma rigurosa sobre la Iglesia las inserta siempre en el credo de su fe, incluso aquellas proposiciones que son simpre derivación de lo revelado. Quiere destacar de inmediato que nada puede afirmarse de la Iglesia si no es arrancando del dato de fe: la existencia de la misma es don gratuito de la revelación divina. Después de haberse ensimismado en la contemplación de esa gozosa realidad y haber penetrado en sus intimidades más recónditas se da a la brega de formular conceptualmente su inteligencia mística. Se ve forzado a confesar a la misma Iglesia que se mueve a oscuras, en pura fe, y que apenas consigue extraer algo de lo que se contiene en el artículo «creo en la Iglesia una, santa». Más que entender y comprender hay que creer. Y formula su ya famoso credo eclesial en nueve proposiciones, todas ellas apuntando a la vida íntima y misteriosa de la realidad apenas sugerida en el dato revelado.
La confesión del misterio se hace tanto desde la óptica doctrinal — eclesiológica — como desde la visión teologal — eclesialidad —. Es persuasión o conclusión y es conciencia nítida. La fórmula más simple para enunciar el convencimiento suena así:
«Es un misterio que no veremos en esta vida», que sólo se nos manifestará a través de velos y analogías. Sólo en la otra se dejará contemplar a cara descubierta». Las variaciones de ese motivo son abundantes en todos los tonos y claves. Apenas merece la pena insistir.
A quien no esté familiarizado con sus modos expresivos o no conozca la dinámica de su experiencia íntima, le puede asaltar la duda acerca de la postura definitiva de Palau en este punto. Insiste machaconamente en que a partir de 1860 la Iglesia se le manifestó, se le aclaró, se le reveló, se dio a conocer, se le entregó amorosamente. Lo que antes no conocía, ahora le resulta claro, cierto, seguro. Y atañe nada menos que a lo más íntimo y recóndito del ser de la Iglesia. Como si a la ausencia hubiese sucedido la presencia, la vista o visión pacífica y luminosa.
Un mínimo esfuerzo de confrontación textual disipa cualquier duda posible. La gracia mística situada en 1860, en lugar de aminorar, ha ensanchado la conciencia del misterio. Pasado el lance y la primera impresión, Palau constata que no ha sido más que un entreabrir la puerta, un acuciar el deseo de claridad y transparencia. Fue suficiente para entablar «relaciones amorosas con alguien real y vivo», pero quedó oculta su cara. Continúa sin manifestarse más que en sombras, figuras, vislumbres de lo que realmente es. Crece por eso el ansia, el deseo de comprensión y esclarecimiento, porque la vivencia no logra romper el velo de la
fe. Es más, desde ese momento la fe se purifica, se adelgaza y perfecciona porque sometida a la dialéctica de la presencia y de la ausencia, del sí, pero todavía no.
Todo el entramado de Mis Relaciones gira en torno a ese eje o torcedor: creer, palpar la realidad misteriosa de la Iglesia, pero oculta bajo el manto de la oscuridad. A cada paso Palau renueva su profesión de fe, reitera su ansia incontenible de luz y claridad; sobre todo, su ardiente deseo de que se rompa la tela de la vida y llegue el dulce encuentro con la Amada para verla cara a cara.
Todos sus encendidos coloquios con la amada-iglesia terminan con idéntico suspiro, con la ratificación del misterio, porque mientras viva en carne mortal «no podrá verla sino bajo el velo del enigma y del misterio y no cara a cara como desea».
Lo que ahora a duras penas logra entreverse aparecerá luminosamente claro y beatificante en la otra vida, cuando se contemple la «carne glorificada de Cristo». No solo lo ansia y suspira Palau, lo canta en tono vibrante: «Allí veremos de un golpe de vista el objeto de nuestro amor, que es Dios y los prójimos constituyendo en Jesucristo cabeza una sola cosa, que es su Iglesia...
No solo veremos a Dios, sino a todos nuestros prójimos: veremos a éstos constituyendo un solo cuerpo bajo Cristo, su cabeza, veremos la Iglesia triunfante glorificada en su carne inmortal: la veremos allí en todo su orden, en su ser perfecto, sin faltarle un cabello de su cabeza... Allí veremos». Infinidad de cosas que se resumen en esto: «la belleza indefinible e indescriptible de la Iglesia». La Trinidad nos «descubrirá sin velos la Iglesia santa».
Revolviendo sin cesar en su espíritu la realidad de ese misterio que nunca acaba de desvelarse del todo, Francisco Palau va penetrando tan adentro que tiene la sensación de llegar hasta la raiz más honda del mismo. Aunque las modulaciones son diferentes, simpre se clava su flecha indagadora y suplicante en el mismo flanco. En el fondo, el misterio de la Iglesia es el misterio mismo de la gracia en su dimensión esencialmente comunitaria o compartida, en cuanto reflejo y participación de la comunión trinitaria. De ahi deriva que la Iglesia es reino, es pueblo, es cuerpo mistico.
Pero Palau va más a lo hondo y escondido del misterio; lo centra más certeramente. El misterio radica en esa organización íntima y vital entre Cristo — cabeza y los miembros, y entre estos entre sí. Con otra formulación, Palau lo identifica en la fusión humanamente incomprensible entre pluralidad y unidad, es decir, en que subsista como unidad de ser y de vida a pesar de que está integrada por tantos miembros y tantos elementos. Bien ponderadas sus incontables afirmaciones al respecto, se descubre que ahí radica para él el carácter «sacramental» de la Iglesia: la multiplicidad de factores externos o visibles y la unidad esencial de la vida participada y comunicada. Los matices y detalles dispersos en infinidad de lugares responden en síntesis a textos como el siguiente:
«Su cuerpo, su constitución, su organismo, las funciones respectivas de cada uno de sus miembros, la perfecta armonía entre cada una de sus partes, las relaciones de cada una de éstas con el alma o espíritu que las vivifica y glorifica, las relaciones entre miembro y miembro, sus glorias, sus grandezas, sus inmensas riquezas, oh, ni el ojo lo vio ni el oido puede percibir, y el corazón humano puede formarse apenas una idea o bosquejo de quién es esa Virgen siempre virgen... sobre la que se reflejan todos los atributos y perfecciones de Dios».
Ahí se asienta el corazón del misterio: en la urdimbre de lazos y vínculos vitales que unen a Cristo y a todos los que comunican en la vida, en la gracia, que de él dimana. De ese hontanar brota la unidad irrompible que anima a ese ser personal y dinámico capaz — según Palau — de amar y ser amado. De ahí que esa «persona mística» puede decirse legítimamente Esposa de Cristo, su amada y amante y, a la vez, Amada-Esposa de todo creyente.
La Iglesia no tiene nombre aducuado, no admite definición exacta, porque no es posible conocerla en lo más radical de su ser. Es lo que Palau escucha de ella misma: «Así como no puedes conocer intuitivamente mi naturaleza, mi constitución moral orgánica, las relaciones de todos mis miembros entre sí, y la de
éstos con la Cabeza, las del Cuerpo todo con el Espíritu, tampoco puedes conocer mi nombre», quiere decirse, definirme.
Calar en el subsuelo de la Iglesia obliga a señalar dónde se detiene la capacidad humana y dónde se sitúa la estructura nu clear del misterio. Reconocer la imposibilidad de conjugar intelectualmente la pluralidad dispersa de elementos con la unidad de ser y de vida no es más que asir el primer anillo de una cadena. Efectivamente, la Iglesia es el misterio de los misterios, si se quiere el misterio por antonomasia, y no sólo en sentido paulino.
Francisco Palau conecta desde la Iglesia con todo el misterio revelado, con la universalidad de misterio divino. Quiere decirse que distingue con claridad diversas vertientes en el misterio eclesial. Ante todo, la vinculación de éste con el misterio de Cristo (en todas sus dimensiones y aspectos) y con el misterio de Dios
Uno y Trino.
Vertiente también destacada insistentemente es precisamente la del «sacramentum hoc magnum est» (Ef. 5,31-32): el desposorio entre Cristo y la Iglesia, en cuanto se prolonga, desdobla y realiza entre la Iglesia (Cristo y los miembros de su cuerpo místico) y cada creyente, de modo actual y pleno en la Eucaristía. Puede llamarse, en terminología palautiana, «el misterio de la caridad».
«La caridad — escribe — dispuestas todas las fuerzas del hombre, y ordenadas a la gloria de Dios y de los prójimos, y siendo estos dos objetos uno solo en la Iglesia, le une con ésta en fe, esperanza y amor, y este matrimonio espiritual entre la Iglesia y su amante es el complemento de todas las leyes, es el sacramento grande y admirable que encierra profundos misterios». Es el matrimonio espiritual «de quien dice el Aposto!: "este sacramento es grande, y lo es entre Cristo y su Iglesia”».
Considerada la Iglesia como la obra cumbre de la creación recapitulada en Cristo, resulta natural — casi inevitable — otra vertiente del misterio; la primaria y clásica en San Pablo: Cristo centro de la creación y de la historia reconduce y recapitula en si todas las cosas. Todas están en función del plan divino realizado por él y para él. Según Palau ese plan o designio misterioso de Dios, para conducir a sí al hombre y a todo lo criado, se identifica con la Iglesia. De ahí que las fórmulas con las que ésta se expresa o describe tienen en su pluma alcance amplísimo, comenzando por la del Cuerpo Místico. Esa dimensión prioritaria del misterio eclesial es una de las propuestas estudiadas por él con notable extensión e insistencia.
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