EL Rincón de Yanka: LIBRO "MADRE PATRIA": DESMONTANDO LA LEYENDA NEGRA DESDE BARTOLOMÉ DE LAS CASAS HASTA EL SEPARATISMO NAZIONALISTA CATALANISTA 🌎🌍

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viernes, 18 de junio de 2021

LIBRO "MADRE PATRIA": DESMONTANDO LA LEYENDA NEGRA DESDE BARTOLOMÉ DE LAS CASAS HASTA EL SEPARATISMO NAZIONALISTA CATALANISTA 🌎🌍

MADRE PATRIA
Desmontando la leyenda negra 
desde Bartolomé de las Casas hasta el separatismo catalán
Marcelo Gullo Omodeo

La leyenda negra que condujo a la subordinación social y cultural de Hispanoamérica y de España durante siglos, y que las ha llevado a no reconocer su enorme y rico legado, ha sido la obra más genial del marketing político británico, estadounidense y, curiosamente, soviético. Esta monumental obra rebate, uno por uno, todos los clichés creados durante generaciones y demuestra que nada separa a España de América, ni a América de España, salvo la mentira y la falsificación de la historia, y lo hace desde diferentes perspectivas y valiéndose de múltiples referencias como la literatura o el cine.

El argentino que defiende a España de la leyenda negra: 
"Hernán Cortés liberó a los indios"
El profesor Marcelo Gullo Omodeo publica 'Madre patria' (Espasa), una apasionada enmienda a siglos de vituperios contra nuestro país.


Antes de la 'falsa bandera' en el USS Maine, el navío estadounidense que supuestamente habrían hundido los españoles en la Havana, Cuba, en 1898, antes de la invención rusa de los Protocolos de los Sabios de Sion que estilizaron y mejoraron los nazis para allanar el camino de la Solución Final, antes de cualquier operación de propaganda y 'marketing' político, existió la leyenda negra, la mayor creación cultural de la historia para desprestigiar a un imperio y desactivar a un pueblo, los españoles, o mejor, a dos, si se cuenta a los hispanoamericanos.
Es exactamente lo que defiende con vehemencia el profesor Marcelo Gullo Omodeo, que se presenta como "argentino, es decir, español americano", y eso que en conversación con El Confidencial matiza que él no tiene antepasados de la antigua metrópoli, de la 'Madre Patria' que da título a su obra con el nada ambiguo subtítulo 'Desmontando la leyenda negra desde Bartolomé de las Casas hasta el separatismo catalán' (Espasa). Marcelo desmonta incluso la tesis cliché, esa que se esgrime en España desde hace siglos contra el indigenismo de América: "En todo caso sería tu abuelo el que perpetró la masacre porque el mío se quedó en casa". El abuelo de Marcelo tampoco participó.


La leyenda negra de la casa holandesa de los Orange nació con la obra de Bartolomé de las Casas: 'Brevísima relación de la destrucción de Indias'. Afinando, para Marcelo, la leyenda negra se resume en la madre de todas las batallas: la cuestión de la conquista de América. ¿Hernán Cortés fue un genocida? No, Cortés fue un libertador, "Cortés liberó a los indios", según el argentino. Ni Martí, ni Bolívar, artífices de las independencias americanas en el XIX. Cortés lo hizo en el XVI, mientras que los verdaderos culpables de esa "tergiversación y dominación cultural" fueron los ingleses y estadounidenses a partir de esa primera piedra holandesa.

Sin concesiones

Así, en la línea del éxito de 'Hispanofobia' de la profesora Elvira Roca Barea, que ha elogiado su libro, Marcelo expone en 'Madre Patria' una argumentación sin ninguna concesión, que tiene como objetivo abrir los ojos también en Hispanoamérica a lo que considera una apropiación anglosajona de la historia con intereses de dominación mundial desde hace siglos. Hay un prólogo también que no dejará indiferente a nadie y que firma el exvicepresidente del Gobierno Alfonso Guerra, sí, el mismo socialista que ha sido acusado de "facha" en los últimos tiempos. 'Madre Patria' se suma a una batalla, más que historiográfica, cultural, ya que no hay nuevos datos, sino interpretaciones. Aquí es enconada desde hace años, al otro lado del charco está más desequilibrada: 
"La Leyenda Negra es hegemónica en toda Sudamérica y es hegemónica en todas las universidades porque tanto los hispanoamericanos como los españoles hemos perdido la gran batalla cultural por el relato histórico ya que terminó siendo escrita y contada por aquellos que fueron nuestros adversarios y enemigos. Lo paradójico de esto es que tanto los españoles como los hispanoamericanos terminamos creyendo esa falsa historia, que se entiende que es la Leyenda Negra y más concretamente la Conquista de América que difundieron primero los holandeses [la Casa de Orange] después los ingleses, tras ellos los norteamericanos y curiosamente también los soviéticos".

Tanto los hispanoamericanos como los españoles hemos perdido la gran batalla cultural por el relato histórico

Conviene resaltar, ante la pregunta de este periódico, que, por ejemplo, la Santa Inquisición —que fue otro de los pilares de esa negativa visión del Imperio español a lo largo de los siglos— carece del mismo peso que el relato de la conquista y es así para el profesor argentino porque en definitiva la leyenda nunca respondió a una denuncia moral, sino a un plan puramente de dominio mundial anglosajón, que es una de las tesis centrales del libro. No se denunciaba con esa "propaganda" el integrismo católico a pesar de que existió esa vertiente también religiosa: la disputa del mundo protestante de Países Bajos, Gran Bretaña y después EEEUU contra el Imperio español, si no las bases del poder.
Aquí viene una de las grandes denuncias de 'Madre Patria': "Es una subordinación cultural tanto de España como de Hispanoamérica, que se muestra como el gran talón de Aquiles, el salvavidas de plomo: que impide construir un desarrollo económico, un poder cultural, influencia...", explica Marcelo. Existe, además, una cuestión más polémica: ¿realmente se puede ligar la denuncia o la estrategia de los rivales de la Monarquía Hispánica en los siglos XVII y XVIII con el telón de fondo de la visión en los siglos siguientes sobre el imperialismo y el indigenismo?

Imperialismo británico

Hay que apuntar que esa visión de los pueblos indígenas arrasados por una potencia imperial como España y desposeídos de sus referentes culturales prehispánicos es algo más moderna. Según Marcelo: "Indudablemente, claro que se puede ligar el 'fundamentalismo indigenista', mejor dicho, es un instrumento en manos del imperialismo británico, no hay que creer la falsa hipótesis de que nace a partir de finales del XIX. Consiste en la expansión política, económica y cultural de una gran potencia sobre otros territorios y en ese aspecto es el Imperio español el que se enfrenta al imperialismo británico que no lo puede derrotar en el plano bélico y lo hace en el comercial y cultural fabricando una gigantesca propaganda para desprestigiar a España".

Es el Imperio español el que se enfrenta al británico que no lo puede derrotar en el plano bélico y lo hace en el comercial y cultural

Esto es importante porque en el libro se distingue claramente imperio, imperialismo y colonialismo. La Monarquía Hispánica no habría sido imperialista mientras que Inglaterra sí, puesto que los objetivos fueron diferentes, el meollo de 'Madre Patria', que tiene defensa, pero también mucho ataque: el modelo inglés fue peor como demuestra que Australia fuera una cárcel. Básicamente lo más relevante de esa leyenda negra es fruto de la estrategia de la pérfida Albión para obtener una ventaja contra su rival.
La verdadera aportación aquí comienza en la misma conquista cuando Marcelo aclara que Hernán Cortés, lejos de ser un imperialista, en realidad es un libertador, puesto que los pueblos prehispánicos estaban 'de facto' subyugados por otro imperio que es el azteca y al que erróneamente se identifica con México cuando no es así. Los hechos en este caso son tozudos porque efectivamente la conquista por parte de Hernán Cortés se basó en una revuelta liderada por los españoles contra el dominio azteca en el que participaron los pueblos indígenas.

Grabado propagandístico de la leyenda negra del belga Thierry de Bry 
que mostraría al conquistador Hernando de Soto torturando a los jefes nativos de Florida.

Es más que dudoso que fuera la intención de Cortés, que conquistaba territorios en nombre del Imperio de los Austrias de Carlos I de España, pero sí que existió una confrontación civil, por decirlo de alguna forma, entre los pueblos subyugados de lo que ahora es México. Lo singular en este aspecto respecto a la interpretación de esta gesta de los conquistadores —como también ocurre con Pizarro con los incas tal y como se recoge en el libro— es que fue un historiador estadounidense William H. Prescott uno de los primeros en difundir en el extranjero esta realidad sobre la conquista de Cortés del Imperio azteca, tal y como se explicó en este artículo de El Confidencial. Sirvió de inspiración para el 'best seller' del húngaro Lazslo Passuth 'El dios de la lluvia llora sobre México', que apuntaló esa versión de Malinche, de los pueblos oprimidos y de la gesta de Cortés.

Tergiversaciones

Entonces, ¿realmente todos los anglosajones han tergiversado la historia? ¿O de hecho muchos de ellos ayudaron a esclarecerla según estas tesis? Ya a finales del XIX y la primera mitad del siglo XX se esgrimió fuera de España una conquista bastante alejada de la influencia de la leyenda negra como la de Prescott. Ojo, porque esto es una de las bases de 'Madre Patria' y Marcelo desmiente a El Confidencial y apunta detalles interesantes sobre Prescott y también sobre la paradoja de que serían académicos de EEUU quienes lucharan contra la leyenda negra antiespañola que promovían en cambio las instituciones de su país:
"Prescott es el más sutil de todos los 'negros legendarios' [difusores de la leyenda negra] y el más inteligente de todos: respalda la política de Isabel y Fernando, los Reyes Católicos, para posteriormente poder desprestigiar la de su nieto Felipe II a quien a él le interesa realmente destruir porque es quien encarna realmente el imperio. Es decir, usa un 80% de verdades, por decirlo de alguna forma, para colocar el otro 20%. El historiador de Harvard sí reconoce que Cortés es una suerte de libertador, pero al mismo tiempo afirma o da credibilidad a cifras como que se mataba a 70.000 por día para agradar a sus dioses: los aztecas tenían las pirámides y sacaban el corazón y los españoles el potro [Prescott sí alude a la Santa Inquisición], pero hay una diferencia de número: no ha existido ningún ente que haya conseguido matar a tanta gente en un día como el Imperio azteca... Al final pasa por un defensor cuando es uno de los enemigos".

No ha existido ningún ente que haya conseguido matar a tanta gente en un día como el Imperio azteca

No elude Marcelo tampoco la cuestión de que, a pesar de que EEUU tuviera como política de estado desprestigiar al Imperio español —y esto es fácil de asimilar porque se quedaron una parte como Cuba o Filipinas—, sus clases intelectuales y sus historiadores —si no Prescott según Marcelo— lideraron una historiografía científica: "Es verdad que a pesar de que EEUU es una república imperial donde se vive y se practica la democracia, dentro de EEUU nació de hecho la refutación de la leyenda negra. Es algo paradójico que la defensa del indigenismo convivió con una excelencia académica en sus aulas que propició el derrumbe de la propaganda. Fue maravilloso porque nos dio una herramienta sin la cual no podríamos denunciar las tergiversaciones. Una verdad objetiva".
En 'Madre Patria' hay, además, muchos detalles sobre la conquista de América como la fundación de hospitales y escuelas más allá del supuesto expolio por parte de la Monarquía Hispánica, que se confronta con lo que fue básicamente el colonialismo inglés mucho más moderno y diferente en ese aspecto al modelo español en los siglos posteriores. También el hecho de que las independencias en el siglo XIX durante el reinado de Fernando VIII —vilipendiado por el autor— se dieron en un contexto que no solo es de la libertad de los pueblos, sino que respondió a otras claves. Constata además que ha existido una desinformación sobre los aspectos esenciales de la conquista aunque algunos sean rebatibles o matizables, y abre una ventana a un acercamiento en la identidad y posicionamiento cultural de España e Hispanoamérica.


Pido a los Santos del Cielo 
que ayuden mi pensamiento: 
les pido en este momento 
que voy a cantar mi historia 
me refresquen la memoria
y aclaren mi entendimiento.
JOSÉ HERNÁNDEZ, 
El gaucho Martín Fierro

"Solo es libre el hombre que no tiene miedo".
FRASE ATRIBUIDA A LOS TERCIOS

"¿Callaremos ahora, para llorar después?"
RUBÉN DARÍO

PRÓLOGO

Madre patria es un viaje hacia el pasado, hacia un momento decisivo de la historia de todos los países hispanohablantes: el momento del descubrimiento , la conquista y el poblamiento de América.
Es un viaje hacia las fuentes históricas que no pueden disociarse del poder de la cultura en la lucha que las grandes potencias han realizado en todos los tiempos.
En esas luchas las potencias que se enfrentaban a España utilizaron la deformación de la historia como método de denigración de España y de los españoles, creando una visión nefasta de la actuación española y difundiendo lo que se conoce como la leyenda negra.
Una leyenda negra es una elaborada operación para lograr la imagen distorsionada de un país, con el objetivo de perjudicar los intereses del país denigrado y obtener beneficios para aquellos que ponen en marcha la manipulación. En verdad, es la exacerbación de un nacionalismo que para avanzar sobre otros países lanza a la opinión pública una especie fabulada entre otros datos reales.
Aquella escaramuza no es una excepción en la historia, en cada momento se ha producido una propaganda negativa contra el país dominante. Lo que diferencia a la leyenda negra española es que, lejos de ser combatida por las víctimas de la desinformación, fue asumida, interiorizada, por ellas, hasta con un cierto placer morboso. Quinientos años después no son pocos los españoles, incluso algunas instituciones públicas, que mantienen una posición que da carta de veracidad a las graves falsedades difundidas por los que se oponían a España hace ya cinco siglos.

Es deslumbrante -y muy eficaz para luchar contra las mentiras sobre España-que haya de ser un español de América, el profesor Marcelo Gullo Omodeo, quien asuma la defensa de la acción española en la América hispana.
El autor rinde un tributo excepcional a la verdad histórica con argumentos que se sostienen sobre las posiciones de especialistas y protagonistas históricos de toda clase y condición, desde el marxismo al peronismo, sin olvidar a los liberales. Gullo Omodeo expone con claridad y precisión sus razones para desmontar la leyenda negra y las apuntala con testimonios directos de personajes que representan un amplio arco ideológico, lo que dota de mayor legitimidad a la ganada por sí mismo con sus certeras aseveraciones.
El profesor no ha escrito solo un libro de historia, sino que sabe ligar los acontecimientos del momento actual con los hechos históricos, mostrando cómo la leyenda negra tuvo consecuencias que llegan hasta nuestros días. Un ejemplo claro está en la hispanofobia que sienten hoy los dirigentes políticos nacionalistas de Cataluña, que solo se puede explicar porque siguen enganchados a la leyenda negra y buscan cualquier señal para oponerse a España y ¡a su lengua!
También ha tomado una decisión heroica: luchar contra «el núcleo duro de la subordinación cultural que sufrimos desde hace más de doscientos años». Y la califico de heroica porque no son muchos los españoles dispuestos a dar esa batalla por la verdad.
El autor nos narra, con sencillez y precisión, la excepción que representó España al cuestionarse a sí misma la legalidad de la conquista. El emperador Carlos V solicitó la opinión de los estudiosos y los filósofos más importantes del momento, convirtiendo la conquista en una hazaña militar, sí, pero también en un intento de hacer prevalecer la justicia , precisamente en una época brutal y sanguinaria.
En Salamanca, y a tenor del cuestionamiento de la conquista, nacerá el Derecho Internacional y la teoría de los derechos humanos, instrumentos muy valiosos, sobre todo a partir de que el imperialismo inglés convirtiera la riqueza y el poder en la medida de todas las cosas sin ningún principio moral que pueda frenar ambas ambiciones. Y así hasta hoy.
Marcelo Gullo Omodeo parte de un principio elemental, pero que no siempre es respetado al analizar los hechos históricos: no se puede juzgar el pasado con los valores políticos y morales que se han desarrollado en épocas posteriores. No es admisible el presentismo, el juicio a los que actuaron en circunstancias muy diferentes de las actuales con los criterios dominantes cuando se emite el juicio; eso sería juego turbio.
Y es que sería inútil intentar comprender el presente sin entender el pasado. 

No puedo resistirme a una cita del profesor por su vibrante actualidad y magistral explicación:

¿Qué pasaría si a un pueblo se le tergiversa o se le falsifica su pasado? ¿Qué le sucedería a un pueblo si sus niños y sus jóvenes estudian una historia, la de su propio pueblo, intencionadamente falsificada? La respuesta es simple: ese pueblo perdería su «ser», su «ser nacional». Aquello que le hace ser lo que es quedaría vacío de contenido, como un cuerpo sin alma. Eso es exactamente lo que le acontece a España en estos momentos, y de ahí los impulsos separatistas, el peligro de su disolución. Adelantemos ahora una premisa clave: la leyenda negra es el corazón de la falsificación de la historia de España y de Hispanoamérica. Es decir, la historia de los pueblos hispánicos ha sido deliberadamente falsificada, y el olvido y la falsificación de la historia ha llevado, tanto en España como en Hispanoamérica, a la pérdida de su ser nacional.

Como sostiene el filósofo marxista argentino Hernández Arregui:

Todo eso exige una revisión de la historia. Revocar la imagen aceptada sin crítica sobre España y sobre la América hispánica [...] que ha marcado nuestra servidumbre material y cultural a lo largo de los siglos XIX y xx; [es necesaria] la abolición del concepto sobre España difundido por la oligarquía argentina, cuyos intereses de clase [como en todas las oligarquías de todas las repúblicas hispanoamericanas] la trocaron en un apéndice del Imperio británico.
Gullo Omodeo señala con acierto que la leyenda negra ha pasado a formar parte del núcleo duro de lo políticamente correcto, esa nueva forma de censura que castra la libertad y que solo es útil para que los autoritarios eliminen de la competencia a todo aquel que se niegue a seguirle, sea en el ámbito político, académico o periodístico. El profesor aporta una numerosa nómina de los conceptos que no «deben» ser mencionados cuando se opina sobre la conquista. Es lo que Gullo llama subordinación ideológico-cultural:
Hoy, en las universidades que pueblan Hispanoamérica, negar la leyenda negra de la conquista española de América y afirmar que a los conquistadores españoles no solo les movía el afán de riqueza y que no fueron violadores en serie de las mujeres indígenas y asesinos de los pueblos originarios implica condenarse al ostracismo.

También confirma la fuerza de la creación de situaciones falsificadas a lo largo de la historia mediante la exposición de algunos casos relevantes, como la organización del viaje de Lenin -exiliado en Suiza- a Petrogrado, realizada por los servicios secretos del Imperio alemán a fin de que Rusia abandonara la guerra; el soborno de los generales franquistas a cargo de la diplomacia británica -con la especificación de las cantidades a cada general con nombres y apellidos- para garantizar la neutralidad española durante la Segunda Guerra Mundial; la «gallardía» del general Franco negando en Hendaya a Hitler la participación en la guerra o la utilización que hizo la CIA de la novela Doctor Zhivago para debilitar a la Unión Soviética.
Estos y otros ejemplos dan idea de cómo durante los siglos XVI, XVII, XVIII y XIX la Casa de Orange, Francia y Gran Bretaña usaron el libro de Bartolomé de las Casas para dañar el poder y el prestigio del Imperio español de una manera extraordinaria y casi irreversible.

En la actualidad, y a partir de 2007, la crisis económica surgida en los Estados Unidos de Norteamérica, y exportada al mundo entero, anuncia un reverdecer de los nacionalismos egoístas, con su correlato de organizaciones políticas totalitarias. El mundo creyó en 1945 que se habían vencido para siempre los fascismos, pero hoy muestran de nuevo su apetencia de dominio de la sociedad.
La globalización y la concentración de Estados en unidades supranacionales, regionales -la Unión Europea es un buen ejemplo-, ha reavivado las reivindicaciones territoriales; así, en España (Cataluña, País Vasco), Reino Unido (Escocia), Bélgica (flamencos y valones), Francia (Córcega), Alemania (Baviera), Italia (Padania), etc.
En todas las unidades subestatales se elabora una historia falsificada, se manipulan los datos reales de la historia de los pueblos para justificar su pretensión de fragmentar el territorio de la nación. Para ello han de recurrir a la mentira, en la búsqueda de ofensas y humillaciones que nunca existieron, pero que ayudarán a reclutar a ciudadanos descontentos que vivirán su filiación a estas ideas «nacionales» como se vive la pertenencia a una secta, con una actitud acrítica, ciega, sumisa.

El profesor Gullo Omodeo sostiene con verdadera agudeza que la Unión Europea se verá abocada a solucionar su problema demográfico -el envejecimiento de su población- mediante una inmigración masiva, con lo que las identidades nacionales originarias pueden sufrir un proceso de disolución. La solución para España está en una inmigración que habla su misma lengua y tiene una concepción de la organización de la sociedad semejante a la de la sociedad de acogida. Pensando en tramos largos de la historia, la reconciliación de españoles e hispanoamericanos se lograría con una nueva convivencia a través de los inmigrantes hermanos. Solo restaría el abandono de la leyenda negra a este y a aquel lado del océano.

Termina el libro con estas palabras:

Para que España siga siendo España es necesario que usted y todos los españoles europeos recuerden ahora -y nunca más vuelvan a olvidarlo -que ningún hispanoamericano -moreno, indio o criollo- es extranjero en España y que los españoles americanos sientan que ningún español europeo es extranjero en Hispanoamérica.

Cómo bien dijo Alejandro Pandra en su intento de abatir los mitos fabricados contra España:

Al fin la leyenda negra parece haber ganado su batalla cultural, determinando conciencias, costumbres y prejuicios. Pero los tiempos están maduros para la restauración de la verdad.

No es otra la tarea que el profesor Gullo Omodeo emprende con este libro -derribar mitos-, que generará polémica, pero que también ofrece al lector que mantenga su mente abierta la posibilidad de romper numerosos prejuicios que una política de difamación ha logrado instalar en los pueblos hispanoamericanos y, particularmente, en el pueblo español.
El lector descubrirá otra realidad, con continuas sorpresas al paso de su lectura. Estas breves líneas de introducción no pretenden abarcar la amplitud de los muchos temas que trata el libro, documentadísimo , en la línea de los libros de María Elvira Roca Barea, que apasionará al lector, aunque por abordar de manera directa tantos asuntos aquel pueda encontrar alguna discrepancia de criterio, como cuando vierte opiniones sinceras sobre el controvertido concepto del peronismo.
En resumen, Madre patria es un libro bien escrito, con un estilo cuidado y directo, que puede ser calificado de libro de historia, pero también de política, de sociología y de ética pública, y que proporciona una inmensa cantidad de interesantes datos. Es, por supuesto, un gran alegato frente a la difamación histórica contra España, la leyenda negra, y un grito de hermandad de todos los pueblos hispanoamericanos.
ALFONSO GUERRA

LA LEYENDA NEGRA: EL HUEVO DE LA SERPIENTE

Estimado lector: a usted, que ya tiene este libro en sus manos, le propongo realizar un viaje hacia las fuentes de donde surgen muchos de los fenómenos que hoy vemos. Un viaje al pasado para volver al presente, ese presente que hoy nos aflige, llevando un mejor bagaje de hipótesis explicativas con las que partiremos a indagar el futuro. Presente-pasado -presente -futuro han sido siempre las coordenadas de mi método al escribir mis libros, y le confieso que ya estoy mayor para cambiar de método.
Le invito, pues, a navegar hacia las fuentes, pero le advierto - para que no me diga que voy a aburrirlo-que ese surcar el mar del tiempo nos llevará inevitablemente a aquel momento decisivo de la historia de todos los países hispanoparlantes, de uno y otro lado del Atlántico, que es el descubrimiento, la conquista y el poblamiento de América.

Le debo prevenir también del hecho de que ese viaje hacia las fuentes no se puede realizar sin establecer un adecuado marco conceptual que explicite la importancia del poder cultural en la lucha que las grandes potencias han sostenido -y sostienen­ por la hegemonía mundial. Es preciso también dar cuenta del papel decisivo que ocupa la subordinación cultural en la política exterior de los Estados, una subordinación que siempre utilizan como instrumento para la imposición sutil de su voluntad. Asimismo es importante establecer la diferencia teórica que existe entre imperio e imperialismo, porque en ella radica la posibilidad de comprender que no fue la codicia la que movió a España a conquistar América, tal y como predicaron constantemente, a lo largo de la Historia, los enemigos de España.
Tanto para los españoles americanos como para los españoles europeos navegar hacia las fuentes implica más dificultades y desafíos que las que Ulises hubo de afrontar cuando intentaba volver a su patria. Y esto es así porque nuestra historia ha sido deliberadamente tergiversada.
La leyenda negra de la conquista española de América constituyó el principal ingrediente del imperialismo cultural anglosajón para derrotar a España y dominar Hispanoamérica. Vargas Llosa, de quien nadie podría sospechar simpatías franquistas o abrigo de viejos sueños imperiales trasnochados, afirma que «contribuyó a la extensión y duración de la leyenda negra la indiferencia con que el Imperio español, primero, y, luego sus intelectuales, escritores y artistas, en vez de defenderse, en muchos casos hicieron suya la leyenda negra, avalando sus excesos y fabricaciones como parte de una feroz autocrítica que hacía de España un país intolerante, machista, lascivo y reñido con el espíritu científico y la libertad»

Buscando el huevo de la serpiente, el filósofo marxista José Hemández Arregui, a quien nadie en su sano juicio podría acusar de «falangista», llega a la siguiente conclusión:

El menosprecio hacia España arranca de los siglos XVII y XVIII como parte de la política nacional de Inglaterra [...). Es un desprestigio de origen extranjero que se inicia con la traducción al inglés, muy difundida en la Europa de entonces, del libro de Bartolomé de las Casas: Lágrimas de los indios: relación verídica e histórica de las crueles matanzas y asesinatos cometidos en veinte millones de gentes inocentes por los españoles. El título lo dice todo. Un libelo.

En definitiva, la leyenda negra, a través de la cual se produjo la subordinación cultural pasiva de España, que dura hasta nuestros días y que la lleva a no reconocer a sus hijos y a preferir en su suelo a los rubios teutones o, en Cataluña, a los descendientes del antiguo invasor, fue la obra más genial del marketing político británico.
Entendemos también que no es fácil comprender que el pasado explica el presente. Y a usted, con razón, le preocupa el presente. Por eso, a estas alturas, seguro que quiere preguntarme: 

«Don Marcelo, ¿qué relación podría existir entre el deterioro de los salarios en España y la leyenda negra? ¿Qué relación podría existir entre el separatismo catalán, que amenaza con hacer implosionar la unidad de España, y la leyenda negra?...». Y, así, usted podría seguir preguntándome durante un buen rato y mi respuesta siempre sería la misma: que esa relación existe, aunque usted no lo sepa.
Escucho ahora la voz de un lector venezolano que me pregunta: «Profesor, ¿qué relación hay entre las manifestaciones indigenistas que en la ciudad de Quito, capital de Ecuador, obligaron al presidente Lenin Moreno a abandonar la ciudad y a huir a la ciudad de Guayaquil y la leyenda negra? ¿Qué relación hay entre la situación de Argentina o de México -países que teniéndolo todo no son nada-y la leyenda negra? ¿Qué relación hay entre la miseria y el hambre que sufren hoy los venezolanos y la leyenda negra?...». Y mi respuesta vuelve a ser la misma: esa relación existe, aunque usted no lo sepa.
De todo eso es de lo que voy a hablar en este libro.

Cansado ya usted de esta introducción , mi querido lector español, podría preguntarme: «Bueno, ¿y de qué nos sirve conocer la verdad o la falsedad de la leyenda negra de cara al futuro?». Y yo, un poco enojado, le contestaría: «Sirve para que China no convierta a España en un parque temático y a ustedes en los extras de la película que vean los chinos cuando vuelvan a sus casas. Para que mañana y pasado mañana, usted, sus nietos y sus bisnietos puedan, en cualquier barrio de Madrid, Sevilla o Alicante, seguir tomándose en las cálidas tardes de julio una caña o un tinto de verano. Porque solo una inmigración masiva de hispanoamericanos podrá salvaguardar a España, que ya tiene una pirámide funeraria de un trágico final anunciado, y hacer entonces que España siga siendo España. Pero eso requiere de una profunda reconciliación entre los españoles americanos y los españoles europeos, una reconciliación para la cual hay que terminar con el mito de la leyenda negra, con lo que coloquialmente en Argentina denominamos zonceras -esas ideas dominantes que no nos dejan ver la realidad tal cual es y que son repetidas ad nauseam- relativas al genocidio de los pueblos originarios, a que España no descubrió América, a que Cortés conquistó México porque tenía dos arcabuces, cuatro perros y diez caballos, a que en Perú, antes de que llegara el cruel Pizarra, había un paraíso comunista donde todos los pueblos sometidos por los incas comían, bebían y danzaban alegremente».

De todas esas zonceras me propongo hablarles en este libro, porque constituyen el núcleo duro de la subordinación cultural que sufrimos desde hace más de doscientos años.
Escucho de nuevo la voz del lector venezolano: «¿Profesor, y a nosotros, todo eso de ayudar a España y terminar con el mito de la leyenda negra, qué diablos nos importa?». Y yo le contesto:
«Bueno, a mí me importa porque en los años que me quedan de vida, que espero sean muchos, quiero seguir visitando España y seguir disfrutando en Madrid de unas tapas de jamón o chorizo ibérico con una caña, o en Segovia de un cochinillo con un buen vino, y que no me pase como me ocurrió en Cherburgo-Octeville, un pueblecito perdido del norte de Francia, donde, en el único bar que estaba abierto para cenar algo, me dijeron que ahí no se servía ni vino, ni cerveza, ni jamón, ni embutidos, ni ningún producto que fuera francés. El pueblecito parecía Francia, pero ya no era Francia».
Claro que, si me tranquilizo un poco, podría darle otra respuesta: nosotros los hispanoamericanos -e incluyo a nuestros hermanos brasileños- no estamos divididos porque seamos subdesarrollados , sino que somos subdesarrollados porque estamos divididos. Y hoy el fundamentalismo indigenista, que tiene su raíz en la leyenda negra y se expande como un huracán que lo destruye todo a su paso, amenaza con provocar una nueva fragmentación territorial de la ya inconclusa nación hispanoamericana, lo que terminará haciéndonos aún más subdesarrollados.

La propagación de la leyenda negra y del indigenismo fue parte sustancial de la política exterior de Gran Bretaña, de Estados Unidos y, curiosamente, de la Unión Soviética. Todos esos «buenos muchachos» que cada 12 de octubre desfilan por las calles de Lima, Santiago de Chile o Buenos Aires contra la conquista española de América, siendo lo mejor que tenemos, porque son jóvenes idealistas, son al mismo tiempo la mano de obra más barata del imperialismo internacional del dinero, que utiliza el fomento del indigenismo para realizar una nueva balcanización de Hispanoamérica.
Los más originales pensadores hispanoamericanos, que en este libro englobamos bajo la denominación de la «generación de la indignación», como José Enrique Rodó, José Vasconcelos, Manuel Ugarte o Manuel Gálvez, se manifestaron contra el mito de la leyenda negra. Ninguno de los grandes líderes populares de Hispanoamérica fue indigenista ni partidario de la leyenda negra: ni Hipólito Yrigoyen, ni Juan Domingo Perón, ni Eva Perón, ni Víctor Raúl Haya de la Torre... Ni siquiera el mismísimo comandante Fidel Castro fue partidario de la leyenda negra, aunque, muy a su pesar, tras el acuerdo con la Unión Soviética y su «conversión» al comunismo, tuvo que ponerse el uniforme «negrolegendario». Pocos saben que el mítico Che Guevara admiraba a los conquistadores.

De todos estos temas trata este libro, porque todos ellos tienen relación con el destino tanto de los españoles americanos como de los españoles europeos.
Por último, estimado lector, me gustaría que supiera que no tengo ningún vínculo sanguíneo con España. Mis cuatros abuelos nacieron en Italia, unos en el norte y otros en el sur. Por mi abuelo materno, militante comunista y compañero de Antonio Gramsci, sentí siempre un profundo cariño, y a él le debo mi vocación por la política. Durante mi infancia jamás le escuché hablar de España, y mi padre maldecía siempre a su «paisano» Cristóbal Colón -al que le gustaba llamar Cristoforo Colombo- por haber pedido ayuda para su soñado viaje a los Reyes Católicos y no al rey de Inglaterra.
Sin embargo, debo confesarle dos cosas: la primera es que tuve una abuela «postiza» -«abuela de cariño», dicen en Perú- a la que quise entrañablemente, doña Ricarda Marcos de Martín, nacida en Miranda del Castañar, un pueblecito de la provincia de Salamanca perdido en el tiempo .. Doña Ricarda me crio como a su propio nieto y fue en su casa donde por primera vez escuché hablar de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Ahora que lo pienso bien, es una suerte haber tenido una «abuela» castellana.

La segunda es que uno de mis apellidos es Castrogiovanni, evidentemente un soldado español que se quedó en Sicilia e italianizó su nombre y apellido. A veces me gusta imaginar que aquel Juan Castro que se quedó en Italia fue compañero de armas del Gran Capitán, don Gonzalo Fernández de Córdoba. Nací en la ciudad de Rosario, a orillas del majestuoso río Paraná, que en guaraní quiere decir «río hermano del mar», y soy, como ya se habrá dado cuenta, argentino y, por tanto, un español americano. Porque la lengua en la que sueño, pienso, amo y a veces odio es el español. Por ello, nada de lo que acontezca en España y en Hispanoamérica me es ajeno.

Claves para comprender el tablero de ajedrez mundial 

El mundo está en gran medida gobernado por teorías, verdaderas y falsas. Charles Beard Durante siglos, el Mediterráneo fue el gran protagonista de la historia y de la leyenda. Luego lo fue el «mar tenebroso», que era como los antiguos llamaban al océano Atlántico, y avancemos que, sin duda, hoy día ese papel principal lo tiene el océano Pacífico. Desde las playas del Mediterráneo se miraban y entraban en contacto tres continentes: Europa, Asia y África. En las costas del Mare Nostrum, gustaba recalcar Federico Hegel, surgió Grecia —poderoso foco de luz—, el judaísmo y el cristianismo, y no muy lejos, en la Meca y Medina, la fe musulmana. Para los hebreos y otros pueblos de Oriente Medio, el extenso territorio poco conocido y situado al oeste, es decir, «donde se pone el sol», era Europa. De hecho, con la voz semítica Ereb se nombraba el poniente y el crepúsculo. Los navegantes fenicios hicieron conocer esta palabra a los griegos y romanos, y estos últimos la divulgaron con la forma latina de «Europa». Fueron los fenicios los primeros que se atrevieron a surcar el Atlántico y los primeros que establecieron relaciones comerciales con la India. A las costas de Fenicia llegaban el lino y los cereales de Egipto; la lana y el vino de Damasco; los bordados de Babilonia y Nínive, los caballos de Armenia; el cobre de las costas del mar Negro; el plomo de España; la mirra y el incienso de Arabia; el marfil, el ébano y el algodón de la India, y las especies de las misteriosas islas de Catay y de Cipango, ubicadas en la lejana Asia. 

Por el Mediterráneo llegó la milenaria civilización asiática a la península y las islas griegas, y a partir de ese momento los filósofos, artistas y poetas helenos crearon los temas esenciales de la cultura occidental. Roma hizo del Mediterráneo su mar y preparó las rutas por las cuales caminarían los apóstoles del nazareno. Tierra adentro, hacia el norte nebuloso, un mundo, el de los bárbaros, una Selva Negra. Con los monjes cristianos de la Edad Media, la selva de los bárbaros quedaría incorporada a Europa. Paradoja de la historia, los bárbaros llegaban tarde, pero con el paso del tiempo se creerían los padres y dueños de Europa. En ese escenario faltaba América. La «hora del Atlántico» Cuando todos los continentes comenzaron a interactuar, hace aproximadamente cinco siglos, empezó a formarse, lentamente, lo que hoy denominamos «el gran tablero de ajedrez mundial». En 1453, los turcos se apoderaron de Constantinopla y una tormenta histórica se abatió sobre Europa. El poder musulmán —liderado por «los turcos»—, con sus cimitarras y su fanatismo religioso, cerró para Europa las puertas de Oriente al tiempo que amenazaba con conquistar Roma. El comercio se detuvo y los productos asiáticos —los básicos y los superfluos— dejaron de llegar a Europa. Ya no arribaban las especias y la seda, el algodón y los tapices, las piedras preciosas y los perfumes. 

Los turcos habían clavado su puñal en el Mediterráneo, dando comienzo a la «hora del Atlántico». En un intento por romper el cerco islámico, que amenazaba con estrangular estratégicamente a los pequeños y fragmentados reinos cristianos de Europa, Portugal y Castilla se lanzaron a navegar el Atlántico para llegar a Asia bordeando el poder musulmán, lo que permitía atacar al islam desde su retaguardia. En Eurasia, a través de la guerra y el comercio, numerosas tribus, reinos e imperios mantenían un contacto más o menos intenso desde hacía siglos, influenciándose unos a otros. Sin embargo, hasta 1521 y 1533, respectivamente, los dos grandes imperialismos del continente americano, el azteca y el inca —que habían asimilado, por la fuerza, a otros muchos pueblos y lenguas—, no habían recibido jamás la influencia de Eurasia. Aztecas e incas desconocían la existencia de Roma, Constantinopla, Damasco, la Meca o Pekín, y nunca habían tenido contacto con los centros de poder euroasiáticos. Solo a partir de la llegada de Hernán Cortés a México y de Francisco Pizarro a Perú, todas las grandes unidades políticas del mundo se situaron en el mismo tablero, integrando un mismo sistema, lo que significa que las acciones de una unidad política influían —directa o indirectamente— en las demás unidades políticas con una intensidad que dependía del grado de vulnerabilidad que cada una poseyera

La conquista, a debate: la Escuela de Salamanca Fue en este momento histórico cuando surgieron, con la escuela teológica española —que analizaba la legalidad o ilegalidad de la conquista hispánica de América—, las semillas del Derecho Internacional y el germen de lo que hoy llamamos «derechos humanos». Uno de los representantes más reconocidos de esa escuela fue el padre Francisco de Vitoria, quien, en 1539, desde su cátedra de la Universidad de Salamanca, dio dos clases magistrales sobre la legalidad o ilegalidad de la conquista. Vitoria afirmó por primera vez el derecho sagrado a la vida y estableció el principio de que la soberanía de las unidades políticas quedaba limitada por ese derecho, idea de la que se desprende que ninguna unidad política, amparándose en el principio de soberanía, podía violar en su territorio el derecho natural, lo que, traducido en términos actuales, quiere decir que ningún Estado podía realizar un genocidio excusándose en el principio de soberanía. Sin comprender cabalmente las tesis de Vitoria, el 10 de noviembre de 1539 el emperador Carlos V ordenó el secuestro del texto base de las clases magistrales del padre Vitoria y de los apuntes tomados por sus alumnos. 

Sin embargo, la Universidad de Salamanca se negó a doblegarse a la voluntad del emperador, quien, lejos de arremeter contra la institución, comenzó él mismo a cuestionarse la legalidad o ilegalidad de las conquistas que allende los mares realizaban sus súbditos. Conviene recordar que era la primera y única vez en la historia que una unidad política se cuestionaba si tenía o no derecho a conquistar un territorio. Como afirma Gustavo Gutiérrez, uno de los padres fundadores de la teología de la liberación, «es importante, sin embargo, recordar que solo en España se tuvo el coraje de realizar un debate de envergadura sobre la legitimidad y justicia de la presencia europea en las Indias». En aquella España premoderna, el poder no era la medida de todas las cosas. Tampoco lo era la riqueza. Para España, sería bueno no tanto lo que le diera poder o riqueza, sino lo que fuese justo. Ni antes ni después ninguna unidad política actuaría de esa manera. En ese sentido, España fue una excepción histórica. Tan sincero y profundo fue ese cuestionamiento que el 15 de abril de 1550 Carlos V ordenó detener la conquista de las nuevas tierras hasta que la cuestión estuviese definitivamente resuelta. El emperador creó entonces una comisión encargada de debatir el asunto, la Junta Consultiva para las Indias —compuesta por varios miembros del Consejo de Indias y cuatro teólogos—, que se reunió por primera vez ese mismo año. Se invitó alternativamente al padre Juan Ginés de Sepúlveda, filósofo, historiador y jurista, y a fray Bartolomé de las Casas para que defendieran sus respectivos puntos de vista. Importa resaltar la valiente decisión del emperador al pedir la opinión de los intelectuales más reconocidos de su tiempo, a sabiendas de que sus puntos de vista podían ser absolutamente críticos con la política llevada a cabo por la Corona. De este extraordinario hecho —que ha sido aplastado por el peso de la leyenda negra— poco saben los españoles americanos y los españoles europeos. Así, como bien señala el historiador Lewis Hanke: 

La conquista de América por los españoles no fue solo una extraordinaria hazaña militar en la que un puñado de conquistadores sometió todo un continente en un plazo sorprendentemente corto de tiempo, sino, a la vez, uno de los mayores intentos que el mundo haya visto de hacer prevalecer la justicia y las normas cristianas en una época brutal y sanguinaria. Cierto es que en Salamanca germinaron las semillas del Derecho Internacional y de los derechos humanos, pero, derrotada España por la modernidad anglosajona y conducido el proceso histórico por el imperialismo inglés, la riqueza y el poder se convertirían, hasta nuestros días, en la medida de todas las cosas. 

El poder como base del gran juego de ajedrez mundial Tanto el poder español como el de sus rivales —islámico, francés e inglés— desarrollaron su existencia dentro de un proceso histórico que los abarcó y contuvo, si bien, al mismo tiempo, contribuyeron a conformarlo. Según San Agustín o Hegel, gracias al impulso recibido de fuerzas trascendentes; según Karl Marx, gracias a una dialéctica interna. La discusión sobre si el proceso histórico obedece a la participación de fuerzas trascendentes o a una dialéctica interna inmanente excede, lógicamente, los límites de esta obra. Sin embargo, resulta interesante destacar las reflexiones del gran politólogo brasileño Helio Jaguaribe, que sostiene que la dialéctica interna … se derivó no solo de la lucha de clases, como sugirió Marx, sino de todos los motivos e impulsos que mueven a los hombres a perseguir sus objetivos, desde la simple necesidad de buscar su propia subsistencia hasta un propósito más idealista, como el de Juana de Arco o Fidel Castro. 

Los hombres en sus actividades humanas, además de a su propia voluntad, se ven sometidos a las circunstancias de su medio material y cultural, y —como sabiamente observó Polibio— al juego arbitrario del azar. ¿No puede por analogía decirse lo mismo de las actividades desarrolladas por los Estados en el gran tablero de ajedrez mundial? Por consiguiente, el proceso histórico se ve sometido a un cuádruple régimen de causalidad, determinado por factores reales e ideales, el azar y la libertad humana. Los factores reales abarcan todas las condiciones naturales y materiales que rodean al hombre. Los factores ideales contienen la cultura de una sociedad en un momento determinado de la historia y la cultura de las sociedades con las que interactúa. El azar es la manera aleatoria en que, en un espacio y un tiempo dados, se combinan todos los actores para afectar a un actor determinado. 

Los dos primeros factores (el real y el ideal) son de carácter estructural. Forman el medio objetivo dentro del cual ocurren las acciones humanas. Los dos factores últimos (azar y libertad) son de carácter coyuntural: los hechos humanos ejercen su libertad dentro de un contexto dado por los factores reales y los ideales, según la configuración última de las circunstancias resultantes del azar. Si donde Jaguaribe utiliza la palabra «azar» escribiésemos «fuerzas trascendentes», quizá San Agustín o Santo Tomás no estuviesen tan en desacuerdo con esta definición de proceso histórico. En este sentido, y refiriéndose a la historia de España, el historiador argentino Vicente Sierra afirma: Isabel y Fernando llegaron a reinar por un juego tal de acontecimientos imprevisibles que el historiador se siente como ante títeres movidos por las manos ocultas de misteriosos tramoyistas. Vale la pena leer atentamente las palabras de Sierra: Para que la Corona de Aragón pasara a la testa de Fernando fue menester que la primera esposa de Juan II, la reina Blanca de Navarra, muriera sin descendencia y el rey contrajera segundas nupcias con doña Juana Enríquez, de cuyo matrimonio nació don Fernando. Fue preciso, además, que el príncipe de Viana, heredero de Aragón y Navarra, muriese sin haber contraído enlace y sin sucesión. Para que Isabel fuera reina de Castilla fue necesario que Enrique IV no tuviera descendencia, reconociera la deshonra suya y de la reina y admitiera que había tratado de desheredar a su hermana; y, finalmente, que el infante don Alfonso, hermano de Isabel muriera sin herederos… 

Los caminos de la historia son oscuros. Sin esta sucesión de acontecimientos extraños a la voluntad de los hombres es probable que el siglo xv hubiera sido distinto de lo que fue. Vencida la idea de «imperio», sustentada por la monarquía española —mientras la Corona inglesa sustentaba la idea de «imperialismo»—, y constituido el sistema internacional a partir del concepto de Estado-nación, se impuso la «razón de Estado» como único criterio válido para la acción política en el ámbito internacional. A partir de entonces, de la mera observación objetiva del escenario internacional se desprende que la igualdad jurídica de los Estados es una simple ficción, por la sencilla razón de que algunos son más poderosos que otros, lo que lleva a que el Derecho Internacional sea siempre un obstáculo, imposible de sortear por el más débil y sencillo de evitar por el más fuerte. Los Estados existen como sujetos activos en el sistema internacional en tanto en cuanto poseen poder. Poder militar, poder económico y, sobre todo, poder cultural. Solo los Estados que tienen poder son capaces de dirigir su propio destino. Los que carecen de poder militar, económico y cultural suficientes para resistir la imposición de la voluntad de otro Estado, son objeto de la historia, porque son incapaces de dirigir sus propios destinos. En el sistema internacional conformado a partir de la modernidad, los Estados con poder tienden a constituirse en Estados líderes o a transformarse en Estados subordinantes, y, viceversa, los Estados desprovistos de los atributos del poder necesarios para mantener su autonomía (en materia militar, económica y cultural) tienden a devenir en Estados vasallos o en Estados subordinados, es decir, en colonias informales o semicolonias, más allá de que logren conservar los aspectos formales de la soberanía. 

A partir de la modernidad, que sitúa a la riqueza y al poder como la medida de todas las cosas, sin ningún principio moral que pueda frenar ambas ambiciones, la hipótesis sobre la que reposan las relaciones internacionales, como sostiene Raymond Aron, viene dada por el hecho de que las unidades políticas se esfuerzan por imponer, unas a otras, su voluntad. La política internacional comporta siempre una pugna de voluntades: voluntad para imponer o voluntad para no permitir que se imponga la voluntad del otro. La libertad de los pueblos y la riqueza de los Estados que no tienen poder son siempre transitorias, efímeras, porque la riqueza de algunas naciones suele despertar en otras el deseo vehemente de poseer los bienes ajenos, un deseo que lleva al robo, al hurto y a la estafa; es decir, a sufrir subordinación militar, económica o ideológica-cultural. Esta última es la forma más perfecta para subordinar un Estado, porque se trata de un engaño o un ardid —construido mediante la ideología— con el fin de obtener las riquezas de un Estado, y su subordinación política, sin que se percate. 

A partir de la Revolución Industrial, la política exterior de Gran Bretaña tuvo como uno de sus principales objetivos el de imponer a los otros Estados integrantes del sistema internacional la adopción de un modelo económico basado en la apertura indiscriminada de la economía; es decir, en la aceptación absoluta del libre comercio y de la teoría de la división internacional del trabajo. Algo similar a aquello que realizó Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial y que, en el medio plazo, también hará la República Popular China. Por lógica consecuencia, el modelo económico adoptado por los Estados sujetos a la presión británica se transformaba en un acto de aceptación o de resistencia a la voluntad de Gran Bretaña como potencia hegemónica y, de esta forma, en el elemento fundamental de la relación con dicha potencia. De esta manera se intrincaba la política económica con la política exterior. Es decir, para todo Estado sujeto a la presión británica, la adopción de un modelo económico basado en el libre comercio o en el proteccionismo económico era en realidad un acto o una acción de política exterior. Este es un dato fundamental para comprender la historia de las repúblicas hispanoamericanas tras la llamada «guerra de la independencia». 

La naturaleza del poder Si hacemos una lectura de las acciones políticas llevadas a cabo por las grandes potencias, es posible comenzar a armar el rompecabezas de la situación mundial. Sin embargo, el «presente» —es decir, el escenario internacional, las acciones de los Estados, sus respectivas estrategias políticas, económicas e ideológicas, y la propia arquitectura interna del sistema— no se entiende con el mero análisis de la actualidad o con la simple acumulación de crónicas sobre el presente. Es aquí donde entra en juego la historia, porque es a través del estudio histórico profundo como podemos aproximarnos al conocimiento de la real naturaleza del poder mundial. Por ello, nuestro método va desde el análisis del «estar» —la forma coyuntural del fenómeno político internacional— al análisis del «ser» —la sustancia concreta de dicho fenómeno— para, volviendo al «estar», vislumbrar el devenir. Desde el «hoy» del sistema internacional (o desde el hoy del Estado cuyo comportamiento se analiza en el tablero) hasta su pasado más reciente y más remoto —su «ser»—. En este sentido, y siguiendo a Alberto Methol Ferré, se puede afirmar que, para entender el presente y proyectar hipótesis sobre el futuro, es necesario realizar … un viaje hacia las fuentes de las que surgen los fenómenos que hoy vemos, para volver al presente llevando un mejor bagaje de hipótesis explicativas con las que de nuevo partir para indagar el futuro. 

Presente-pasado-presente-futuro: si se pudiera graficar nuestro método, estas serían sus coordenadas. Aquí es preciso puntualizar que, para entender el presente de Argentina, España, México o Perú, y proyectar hipótesis sobre sus respectivos futuros, es necesario navegar hacia las fuentes de las que emanan los problemas que hoy observamos, y ese navegar hacia las fuentes nos lleva, inevitablemente, a aquel momento decisivo de la historia de todos los países hispanoparlantes que es el descubrimiento, la conquista y el poblamiento de América. Si volvemos al presente despojados de los prejuicios creados por la subordinación cultural del mundo hispánico al imperialismo cultural anglosajón, rápidamente llegaremos a formular la hipótesis de que la única posibilidad que tiene el mundo hispanoparlante de afrontar con éxito el futuro es a partir de la recreación de su unidad mediante una nueva forma política creativa y original. Reflexionando sobre la importancia del conocimiento histórico y del método histórico para el conocimiento de los fenómenos políticos y el estudio del tablero mundial, Luiz Alberto Moniz Bandeira afirma lo siguiente: Difícilmente pueda comprenderse la política exterior y las relaciones internacionales de un país sin situarlas en su historicidad concreta, en sus conexiones mediatas, en sus condiciones esenciales y en su continua mutación. El pasado —no el pasado muerto sino el vivo— constituye la sustancia real del presente, que no es nada más que un permanente devenir. 

Cuando se hace hincapié en la importancia del conocimiento histórico para entender la partida que se está jugando —así como a cada una de las piezas que hay en el tablero—, conviene advertir que solamente se puede comprender la realidad de una época en la totalidad de su proceso y que … el conocimiento del proceso histórico exige, pues, la comprensión de los fenómenos en el contexto de la época, ligados a la estructura de la sociedad en que sucedieron, develando los nexos de causalidad, sin recurrir a una abstracta conceptualización de valores, ajena a la realidad de aquel tiempo. No se puede juzgar una época según los valores políticos y morales generados en épocas posteriores.  Por tanto, entendemos que el conocimiento histórico es fundamental para la comprensión del hoy —el estado actual de la partida— y para deducir cuál será el próximo movimiento que se producirá en el tablero de ajedrez mundial. El conocimiento de la historia es clave para la previsión de las corrientes de poder del mañana, porque el pasado, como sustancia real del presente, modela el devenir. Así, para Hans Morgenthau, «dibujar el curso de esa corriente [de poder] y de los diferentes afluentes que la componen, y prever los cambios de dirección y velocidad, es la tarea ideal del observador de la política internacional». 

No se puede comprender el hoy de España y de toda Hispanoamérica si olvidamos la historia, la historia de la reconquista, la historia de la conquista de América y la historia de la disolución del Imperio. Sería inútil intentar comprender el presente sin entender el pasado. Cabe aquí una pregunta: ¿qué pasaría si a un pueblo se le tergiversa o se le falsifica su pasado? ¿Qué le sucedería a un pueblo si sus niños y sus jóvenes estudian una historia, la de su propio pueblo, intencionalmente falsificada? La respuesta es simple: ese pueblo perdería su «ser», su «ser nacional». Aquello que le hace ser lo que es quedaría vacío de contenido, como un cuerpo sin alma. Eso es exactamente lo que le acontece a España en estos momentos, y de ahí los impulsos separatistas y el peligro de su disolución. Adelantemos ahora una premisa clave: la leyenda negra es el corazón de la falsificación de la historia de España y de Hispanoamérica. Es decir, la historia de los pueblos hispanoamericanos ha sido deliberadamente falsificada, y el olvido y la falsificación de la historia han llevado, tanto en España como en Hispanoamérica, a la pérdida del ser nacional. Por ello, como sostiene Juan José Hernández Arregui, para recuperar el ser nacional es obligatorio buscar sus orígenes en la historia y reflexionar sobre la pérdida del ser nacional. 

El filósofo argentino sostiene: Hay, pues, que retroceder a España y al hecho de la conquista, calar en la culturas indígenas y en el periodo hispánico, vadear el más cercano de la caída del Imperio español en América con el ascenso del dominio anglosajón, de ahí pasar a la época actual descifrando la influencia del imperialismo con su tendencia a la disgregación de lo autóctono, y, finalmente, como resultado de este retorno a los orígenes, que es el único método que explica el estado actual de una realidad histórica, denunciar enérgicamente la versión antinacional adulterada sobre estos pueblos, sancionada a través del sistema educativo por las oligarquías dominantes. Todo eso exige una revisión de la historia. Revocar la imagen aceptada sin crítica sobre España y sobre la América hispánica […] que ha marcado nuestra servidumbre material y cultural a lo largo de los siglos xix y xx; [es necesaria] la abolición del concepto sobre España difundido por la oligarquía argentina, cuyos intereses de clase [como en todas las oligarquías de todas las repúblicas hispanoamericanas] la trocaron en un apéndice del Imperio británico. 

Las falsas imágenes proyectadas por la leyenda negra «actúan como narcóticos culturales», y por ello, … para reconocernos como hispanoamericanos, es perentorio conocer la historia de la América hispánica, deformada mediante técnicas de penetración y dominio que el imperialismo utilizó durante el siglo xix para guardarnos desunidos. La exigencia de ahondar en la realidad de la América hispánica responde al imperativo de contemplarnos como partes de una comunidad mayor de cultura. Y en tal orden, el estudio de la historia iberoamericana es la sustancia de nuestra formación como argentinos. Sagazmente, Arregui apunta: Uno de los motivos del olvido deliberado del período virreinal por parte de la historiografía de las oligarquías ha respondido al plan oculto de hacerles perder a estos países el recuerdo de la primitiva unidad, bajo el dictado de los intereses extranjeros suplantados por nacionalismos enfermos sin fundamentos geográficos reales.  

Siguiendo la lógica de Hernández Arregui, ¿no podría pensarse que aquello que en su momento le aconteció a Hispanoamérica le está sucediendo ahora a la propia 
España? El olvido deliberado de la historia de España promovido en Cataluña, en los Países Vascos y, en menor medida, en Galicia, ha provocado en estas regiones la pérdida del recuerdo de su unidad con el resto de los pueblos de la península y la aparición de nacionalismos enfermos. El poder de las ideas Es en el mundo de la cultura —en la dimensión cultural de la vida— donde los intelectuales generan las grandes categorías de análisis metapolíticas, que condicionan la llamada política nacional o internacional. Son esas categorías las que permiten al hombre llegar a conocer el mundo que le rodea (la realidad nacional o internacional), pues el proceso de cognición de un objeto no es un simple acto mecánico mediante el cual la realidad se refleja en la conciencia del hombre, sino un proceso complejo en virtud del cual el conocimiento de lo singular, de la experiencia, se interpreta mediante lo general. Así pues, las categorías conforman un mundo (categorial) que, si bien no se percibe de forma inmediata —solo se percibe por sus efectos—, provoca un condicionamiento de la vida política, tanto de los hombres como de los pueblos; tanto en el ámbito nacional como en el internacional. Las zonceras de las que le hablaba, siguiendo al pensador argentino Arturo Jauretche, consisten en … principios introducidos en nuestra formación intelectual desde la más tierna infancia —y en dosis para adultos— con la apariencia de axiomas, para impedirnos pensar las cosas del país por la simple aplicación del buen sentido […]. 

Cumplen la misma función de un sofisma, pero más que un medio falaz para argumentar, son conclusiones del sofisma, hecha sentencia. Su fuerza no está en el arte de la argumentación. Simplemente excluyen la argumentación actuando dogmáticamente mediante un axioma introducido en la inteligencia —que sirve de premisa— y su eficiencia no depende, por tanto, de la habilidad en la discusión como de que no haya discusión. Sin duda, como la crítica histórica seria ha demostrado, una de las más grandes zonceras que es repetida hasta el hartazgo en cursos, seminarios, programas de televisión, películas y libros es la leyenda negra de la conquista española de América. La leyenda negra es la conclusión de un sofisma hecho sentencia. Hoy, en el mundo universitario iberoamericano, los tópicos establecidos por la leyenda negra —el genocidio de los pueblos originarios, el robo del oro de América, la destrucción de culturas extraordinarias— no pueden ser cuestionados ni discutidos. 

En la actualidad, la ciencia —incluidas las ciencias sociales, tales como la historia, la antropología, la psicología, la sociología, la economía y las relaciones internacionales, entre otras— ha heredado el prestigio de las grandes religiones del pasado y le dice al hombre común lo que es cierto y lo que no lo es. Si los científicos sociales son los que escriben los nuevos textos sagrados, los periodistas, en los diarios, revistas y canales de televisión, son los sumos sacerdotes de la nueva religión. Y en esos nuevos textos sagrados, la leyenda negra de la conquista española de América ocupa un lugar central. Como afirma el sociólogo brasileiro Jessé Souza: Es preciso siempre tener en cuenta que […] son siempre las grandes ideas de intelectuales y especialistas las que están en la base de los programas de los partidos políticos, de la planificación estatal, de aquello que se enseña en las aulas, de lo que se decide en los tribunales y de aquello que se publica en los diarios. Como la genealogía de las ideas dominantes [la leyenda negra es una de ellas] no es realizada o explicitada, es que tenemos la impresión de que las ideas brotan espontáneamente. Eso no es verdad. Son ideas fuerza de intelectuales y especialistas que se conectan a intereses poderosos y logran institucionalizarse como lectura dominante de toda una sociedad sobre sí misma.  

¿Qué duda cabe de que la leyenda negra se ha institucionalizado como lectura dominante de toda la sociedad española sobre sí misma? ¿Qué duda cabe de que la leyenda negra se ha institucionalizado como la lectura dominante de todas las sociedades hispanoamericanas sobre sí mismas? Cabe preguntarse, entonces: ¿a qué intereses geopolíticos poderosos estuvo y está conectada la producción y difusión de la leyenda negra? Los pueblos y las unidades políticas que estos organizan adquieren un carácter específico según las circunstancias en que se formaron y desarrollaron. La impronta recibida por las unidades políticas en su etapa fundacional modela su porvenir y, en cierta forma, su comportamiento posterior en el escenario internacional, incluso su comportamiento en la historia misma. No se puede comprender lo que son Estados Unidos, China, Alemania, Francia, España, México, Argentina, Brasil o Turquía —ni ninguna otra unidad política— sin conocer profundamente su pasado, sus orígenes y cómo evolucionaron a lo largo de los siglos: Los médicos, para diagnosticar una enfermedad, generalmente buscan conocer la historia personal y los antecedentes familiares del paciente. El conocimiento de lo que un individuo es o puede hacer, su capacidad y su vocación, se obtiene del modo en que actuó o de lo que produjo a lo largo de su vida, o sea, a través de su curriculum vitae o del prontuario policial. Por tanto, la comprensión de un fenómeno político o de la política de un Estado pasa por el conocimiento de la historia, pues si nada es absolutamente cierto, tampoco nada es absolutamente contingente, casual 

Se impone aquí, entonces, una pregunta: ¿España, respecto a América, tiene un currículum o un prontuario? La leyenda negra nos ha hecho creer que España tiene únicamente un prontuario.  
La conquista de América: el peso de lo políticamente correcto A esta altura de nuestro razonamiento resulta interesante la reflexión que realiza Jean-Pierre Péroncel-Hugoz tras su prolongada experiencia en los medios de comunicación de masas: Cerca de treinta años de periodista al servicio de los diarios franceses más leídos me han hecho aprender por lo menos una cosa: sin tambores ni trompetas, la libertad de expresión no ha cesado durante todo ese período de tiempo de disminuir. No fue necesario para eso de la Gestapo o del Gulag, ni siquiera de un censor. Simplemente, el peso social, profesional, cotidiano, invisible e inodoro, pero rápidamente convertido en incuestionable, del «pensamiento único» y de lo «políticamente correcto», que destruyeron, más que todos los totalitarismos pasados, las plumas y las voces que intentaron oponerse a ese sistema de control político transnacional, inédito en los anales universales de la represión. 

Es imprescindible remarcar que la leyenda negra de la conquista española de América forma parte del «núcleo duro» del pensamiento políticamente correcto. Cuestionar ese núcleo duro implica asumir el riesgo de ser expulsado automáticamente de la «comunidad académico-científica». Por temor a perder privilegios, honra y hasta amistades, lo políticamente correcto impone entre los académicos no solo lo que hay que decir, sino lo que no se debe decir. Digamos a modo de ejemplo, y solo de paso, que no se debe hablar de la política de mestizaje exitosa fomentada por los Reyes Católicos, de los mestizos que destacaron en la literatura, las armas o el comercio, de los miles de matrimonios felices entre las doncellas indias y los conquistadores, de las universidades de excelencia creadas por España en América, de los cientos de profesores que España envió a América, de la política de creación de hospitales, de la nobleza indígena que conservó sus privilegios después de la conquista…, pero, sobre todo, no se debe mencionar ni por casualidad el canibalismo reinante en la mayoría de los mal denominados «pueblos originarios» ni la existencia del imperialismo antropófago establecido por los aztecas en la meseta mexicana, porque eso pondría al desnudo el mito del buen salvaje y dejaría al descubierto la falsedad de la leyenda negra, es decir, la historia de la conquista de América escrita por las potencias enemigas de España

El concepto de subordinación cultural El pensamiento políticamente correcto —en cuyo núcleo se encuentran, entre otros tópicos, el genocidio de los pueblos originarios acontecido después del descubrimiento de América y la violación sistemática de las mujeres indígenas por los conquistadores españoles— se impuso tanto a las élites políticas como a las masas populares a través de lo que algunos autores han denominado «poder blando» o «imperialismo cultural», pero que nosotros preferimos denominar simplemente subordinación ideológicacultural. ¿En qué consiste ese poder blando o imperialismo cultural? Las políticas destinadas a lograr la subordinación ideológicacultural —es decir, las que pretenden imponer los objetivos de un Estado por medio de la seducción— fueron denominadas, elegantemente, por el politólogo estadounidense Joseph Nye como «poder blando». 

El propio Nye afirmaba: Hay una forma indirecta de ejercer el poder. Un país puede obtener los resultados que prefiere en la política mundial porque otros países quieren seguirlo o han accedido a un sistema que produce tales efectos. En este sentido, es tan importante establecer la agenda y estructurar las situaciones en la política mundial como lo es lograr que los demás cambien en situaciones particulares. Este aspecto del poder —es decir, lograr que los otros quieran lo que uno quiere— puede denominarse comportamiento indirecto o cooptivo de poder. Está en contraposición con el comportamiento activo de poder de mando consistente en hacer que los demás hagan lo que uno quiere. El poder cooptivo puede descansar en la atracción de las propias ideas o en la capacidad de plantear la agenda política de tal forma que configure las preferencias que los otros manifiestan. Los padres de adolescentes saben que, si han estructurado las creencias y las preferencias de sus hijos, su poder será más grande y durará más que si solo ha descansado en el control activo. De igual manera, los líderes políticos y los filósofos hace mucho tiempo que han comprendido el poder que surge de plantear la agenda y determinar el marco de un debate. La capacidad de establecer preferencias tiende a estar asociada con recursos intangibles de poder tales como la cultura, la ideología y las instituciones. Esta dimensión puede pensarse como un poder blando, en contraste con el duro poder de mando generalmente asociado con recursos tangibles tales como el poderío militar y económico. 

Los Estados poderosos cuentan con instrumentos —«oficiales» y «no oficiales»— para lograr la subordinación ideológicocultural de los Estados más débiles. En términos de Nye, existen «generadores oficiales» —los organismos del Estado— y «generadores no oficiales» —Hollywood, Harvard, la Fundación Bill y Melinda Gates, etc.— de «poder blando». Entre los instrumentos oficiales, Nye menciona a la diplomacia, los medios de comunicación, los programas de intercambio, la ayuda para el desarrollo, la asistencia en casos de desastres naturales o los contactos entre ejércitos. Para Nye, el «poder blando» debe estar dirigido a conseguir la conquista de las mentes y los corazones tanto de las élites como de las masas populares: Los estudiantes extranjeros que regresan a su país y llevan consigo ideas estadounidenses aumentan nuestro poder blando, la capacidad de conquistar las mentes y los corazones de otros. Podemos afirmar, siguiendo el pensamiento de Hans Morgenthau, que el objetivo ideal o teleológico de la subordinación cultural, el «imperialismo cultural», consiste en la conquista de las mentalidades de todos los ciudadanos, tanto de los que hacen la política del Estado al que se quiere subordinar como de la ciudadanía en general.

12 DE OCTUBRE,  
¡FELIZ DÍA DE LA HISPANIDAD!


¿ENTIENDES POR QUÉ NOS QUIEREN 
DIVIDIDOS Y ENFRENTADOS?