Hugo Wast y un libro singular
Es menester indicar quién fue Hugo Wast pues, si es cierto que se trató de uno de los escritores más célebres de la primera mitad del siglo XX, no lo es menos que hace mucho su nombre sufre la condena de un ominoso silencio.
Presentando a Hugo Wast (Gustavo Martínez Zuviría)
Gustavo Martínez Zuviría, tal su verdadero nombre, fue uno de los más grandes escritores de La Argentina. Patriota de rancia aristocracia y, por ende, atento al Bien Común, era también cristiano viejo, cuya catolicidad se notaba en cada línea, como quería Chesterton. Fue también uno de los argentinos más leídos en el mundo pues sus obras tuvieron centenares de ediciones, muchas de ellas traducciones a lenguas como el alemán, checo, eslovaco, esloveno, francés, holandés, húngaro, italiano, inglés, japonés, noruego, portugués, polaco, ruso y vasco.
Muy joven se recibió de abogado y aunque se doctoró en derecho (para lo cual hubo de presentar dos tesis, pues la primera le fue rechazada por tratar la cuestión del “panteísmo de Estado”), apenas ejerció aquella profesión. Lo que sí abordó fue la política, entendida ésta como “oficio del alma” en pos del bien de su Patria. Fue Director de la Biblioteca Nacional durante dos décadas, diputado y también Ministro de Justicia e Instrucción Pública. Y, mientras tanto, se hizo del tiempo para escribir unos cuarenta libros.
Don Bosco y su tiempo de Hugo Wast es considerada por muchos la mejor biografía del santo.
Aunque emprendió magistralmente el ensayo y la biografía -la que dedicó a "DON BOSCO Y SU TIEMPO" es considerada la mejor escrita sobre el santo-, Hugo Wast fue principalmente un novelista. En esas obras, que el público esperaba con expectación y leía con deleite, está presente todo lo humano, lo excelso y lo protervo, lo sublime como lo miserable. No sólo las virtudes, sino también los vicios quedaron señalados en su prosa fresca y sencilla, porque entendió que "el pecado es materia de arte. No se trata de escamotearlo, como si no existiera; pero si se lo presenta, es necesario presentarlo como pecado. Nada más". También, publicó otro libro sobre el santo: "LAS AVENTURAS DE DON BOSCO".
Nuestro autor vivió el escarnio y la persecución, pero también el encomio y los reconocimientos. Por citar sólo un puñado de éstos últimos, destacamos que en 1928 la Real Academia Española lo designó Miembro Correspondiente y, poco después, el Papa Pío XI lo invistió Comendador Pontificio de la Orden de San Gregorio Magno, en mérito de su vasta labor literaria y religiosa. Asimismo, en 1954 el gobierno de España le confirió la Condecoración de la Gran Cruz de Alfonso X, el Sabio. En la Madre Patria se lo leía y honraba sin miramientos y, de hecho, la primera edición de sus Obras completas fue publicada por la editorial Fax, en el Madrid de 1957.
Dos cosas queremos subrayar en esta sencilla evocación. En primer lugar, su antológico discurso ante el cardenal Pacelli, en el Congreso Eucarístico de Buenos Aires de 1934. Esos días de octubre, en los que “la noche tocó a su fin” en La Argentina, como afirmó Manuel Gálvez en paráfrasis de San Pablo, Wast pronunció una pieza extraordinaria que preludió la célebre alocución del Primado de España, el cardenal Gomá. Entre otras muchas cosas, dijo allí:
“Buenos Aires, y cuando digo Buenos Aires digo la Nación y digo nuestra América y digo nuestra raza, se ha puesto de pie para seguir a Cristo y librar bajo su pabellón las supremas batallas contra las puertas del infierno, por la fe, por la familia, por la patria”.
Y una última mención acerca de su vida pública: en 1943, siendo a la sazón Ministro de Justicia, restauró la enseñanza de la religión católica en las escuelas públicas, tras largos años de hegemonía pedagógica laicista. Es cierto que la reparación duró poco –no tardó en ser derogada por el Peronismo- pero aquella decisión política subraya la valía de Wast como católico animoso por restaurar todo en Cristo.
¿Cómo es posible que este maestro de las letras castellanas haya desaparecido en la apreciación del gran público? En parte, ya lo hemos explicado, fue un autor católico y como tal sujeto a la persecución e incomprensión del Mundo. Él mismo lo afirmaba: “Soy un escritor con vocación de impopularidad”, que es lo mismo que decir lisa y llana incorrección política.
Hugo Wast sigue siendo reeditado y leído, pese al silencio oficial sobre una obra fascinante.
Sus detractores, cuando se ocuparon de él, antes de terminar por “borrarlo del mapa” de la literatura, le apostrofaron de mil modos, hasta endosarle el consabido anatema de “antisemita”, cosa que Hugo Wast, en tanto católico cabal, jamás fue. Incluso sus libros fueron decomisados más de una vez de las librerías de Buenos Aires. No se lo menciona en las antologías al uso, ni forma parte de las historias oficiales de la literatura argentina. No obstante, y a Dios gracias, algunas de sus obras siguen siendo reeditadas por selectas editoriales católicas. Entre ellas, el libro que hoy presentamos.
Autobiografía del hijito que no nació
"Mi cuerpo es tan pequeño todavía que no puede ser visto por los ojos de nadie, pero mi alma ya es tan grande como lo será siempre". Así comienza este magnífico libro, de género único, en el que un nascituro piensa y sufre, habla con los ángeles y arcángeles y sueña, como sueñan las almas inocentes, con ser un sacerdote al servicio de Cristo Rey.
La Autobiografía del hijito que no nació es el libro póstumo de Hugo Wast, el último tesoro que nos legó. Su intención fue clara y él mismo la anuncia: “Si con este libro lográsemos evitar que se disipe la vida de un niñito - ¡no más que uno! - (…) nos consideraríamos ricamente pagados, sin que nos importase nada el odio sobreviviente al haber expuesto con palabras claras las leyes de Dios y las enseñanzas de la Iglesia en materia pocas veces novelada”.
Hugo Wast sabía que el Mundo le odiaría por escribir esta obra -como lo odia hoy, cuando el librito adquiere dolorosa vigencia- pero lo que estaba en juego no admitía ambages ni tibiezas, como él mismo lo señala: “El autor de este libro no quiere tener que tomarse el trabajo de juntar sus propios huesos el día de la resurrección de la carne, pues, según la Vulgata, Dios dispersa los huesos de los que agradan a los hombres (Ps,52,6)".
Esta singular Autobiografía es una obra cristocéntrica y mariana, eucarística y marcadamente angelológica y, a la vez, profundamente humana. Cristocéntrica porque se expresa allí el escándalo de la Cruz y se manifiesta, en el sufrimiento del niño que sabe que se lo asesinará, aquello de San Pablo: "Cumplo en mi carne lo que falta a la Pasión de Cristo" (Col 1, 24). Nada mejor que el dolor señorial de una criatura inocente para aprehender, siquiera en parte, el Misterio de la Redención de nuestro Señor. Porque no hay Gloria sin la Cruz, ni felicidad sin Calvario.
Y es también un libro mariano, porque capta la luz de la Maternidad de la Virgen y desde Ella analiza las luces y sombras de la maternidad humana. Gran parte del texto se sostiene en el suspenso acerca de la decisión de la madre terrena del nascituro (el que va a nacer), que se sacude en el terrible péndulo de ser fiel a su vocación materna, por un lado, y por el otro, a la tentación, azuzada por el diablo, de dar paso al egoísmo del marido y suyo propio para cometer el abominable crimen. Al hablar de su ángel guardián, que se estremece de amor al sólo nombre de la Señora, el niño dice que la mejor lección que éste le ha dado es "la de que Dios me ama desde antes que yo existiera con un amor inmenso y que la Santísima Virgen es Madre de Dios y también madre mía, otra madre que me quiere más que la que ahora me lleva en su seno".
Se trata también de un libro eucarístico. Temor y temblor producen las páginas en las que el pequeño nascituro ve iluminarse el seno materno por la luz irradiada por la Comunión. Y es también un libro angelológico pues no otro que su ángel guardián es el interlocutor del niñito, mientras se aproxima el desenlace terrible. Y es, finalmente, en escena sublime, el ángel custodio quien otorga al nascituro el milagro del Bautismo, diciéndole a uno de los practicantes del crimen: "Tenga piedad de este niño que todavía vive. Usted, que sabe la fórmula, bautícelo".
Libro profundamente humano, en fin, porque explica la naturaleza creatural del hombre -allí, en el confín de lo visible y lo invisible- desde la cual se desprende toda sana antropología, la que busca a Dios en el interior del hombre. Si la obra describe el horror del aborto, causado por la oscura aceptación de los padres, es para señalar otra "noche de las entregas", en las conciencias oscurecidas por el pecado, pero también para transmitir el sentido de nuestra esperanza. Porque eso es lo sublime del hombre, el ser capaz de lo peor, por su caída en el pecado, pero también de lo excelso y diáfano, por su tensión a Dios, por ser capax Dei.
Recomendamos vivamente este libro, sobre todo en este tiempo aciago en el que se cierne sobre los no nacidos la amenaza constante del aborto, pues si esta obra nos permite asomarnos al abismo del mal, sobre todo nos aproxima al Misterio de la Redención.
Y terminamos aquí, considerándonos más que satisfechos si con estas sencillas líneas lográsemos sumar un lector de la obra del entrañable Hugo Wast.
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