EL Rincón de Yanka: LIBRO "LA CONJURA DE LOS NECIOS" por JOHN KENNEDY TOOLE

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martes, 6 de abril de 2021

LIBRO "LA CONJURA DE LOS NECIOS" por JOHN KENNEDY TOOLE

John Kennedy Toole, 
desventuras de un torpe entrañable
Harto de no ser reconocido, el escritor se suicidó con 32 años. Su madre cogió el testigo y no se arrugó pese a que ocho editoriales rechazaran 'La conjura de los necios', y consiguió que las divertidas chanzas que le ocurren al gordinflón Ignatius Reilly lograran el Pulitzer
«Cuando en el mundo aparece un verdadero genio, 
puede identificársele por este signo: 
todos los necios se conjuran contra él». 
Jonathan Swift

Desde su publicación en 1980, La conjura de los necios se convirtió en un clásico por su original historia, repleta de sentido del humor y con una carga de crítica social. Sin embargo, la novela -que en el 81 se quedó con el premio Pulitzer- fue escrita en 1969 y debió atravesar un camino de penurias antes de ver la luz, siendo la más importante el suicidio de su autor, John Kennedy Toole.

Ignatius es un enorme hijo único, vago y consentido que siempre está comiendo. Ignatius Reilly es un jeta y un desvergonzado. Un gorrón insoportable al que a ratos se le quiere y otros resulta insoportable. Ignatius J. Reilly te puede hacer reír y a la vez te saca de tus casillas. Un esperpento.
Pero ahí está, ocupándolo todo, con restos de patatas fritas en las comisuras de los labios, bajo una gorra de cazador, con pantalones de tweed y camisa de franela. Tanto en invierno como en el muy cálido verano de Nueva Orleans. El ejemplo del mal gusto y los peores modales. Un mozalbete que habla solo y padece (y quizá goza) de flatulencias. Un gordinflón que no quiere trabajar y encima se cree el más listo de la clase. Un genio incomprendido. Vaya.

Ignatius es la creación insólita de un tipo muy particular, John Kennedy Toole (1937-1969), un profesor que hizo de la escritura un modo de estar en el mundo porque no entendía la vida. Un escritor que se inventó un personaje que acabó devorándole. John Kennedy Toole, harto de ser rechazado por las editoriales, se suicidó demasiado joven (con 32 años). Y tuvo que ser su madre, una madre coraje, la que años después consiguió que acabaran aceptando el libro, y el libro fue creciendo y creciendo hasta lograr el Pulitzer. Todo muy exagerado.
El holgazán Ignatius J. Reilly es un personaje divertido, travieso, tierno y sobre todo un enorme niño de su mamá. Viven los dos solos en una vieja casa humilde a punto de derrumbarse, malviven del aire pero sin importarles demasiado. Pertenecen a una clase media desclasada de esas que intentan guardar buenos modales por el qué dirán. Madre e hijo no se soportan, pero no pueden estar el uno sin el otro. Ignatius, cuando se enfada (y lo hace a menudo), se encierra con un portazo en su habitación como un adolescente a escribir en unos cuadernos una especie de manifiesto contra «las prostitutas, los exhibicionistas, anticristos, alcohólicos, sodomitas, drogadictos, fetichistas, onanistas, pornógrafos, estafadores, jugadores...» que arruinan la ciudad.

La madre de Ignatius resopla y suspira las ocurrencias del hijo. Esa mujer, gruesa de los nervios, padece no de artritis, sino de arturitis, como ella dice. Esta señora es de misa dominical y le gusta beber a escondidas para llevar mejor las deudas y los eructos de Ignatius. Una mujer que se siente sola, harta y olvidada. Que no entiende cómo su hijo puede vestir (siempre) una chaqueta de maderero. Que se escandaliza por casi todo, que le ha cogido gusto a jugar en la bolera desde que la invitó una noche una amiga que la quiere ennoviar con un viudo mayor y con dinero, pero que se arroba a la primera.
A la madre y al hijo les pasa cada día de todo. Entre la mala suerte y las carambolas, van dando traspiés en un mundo que no entienden, que les viene ancho. La madre no comprende que la sociedad no reconozca la inteligencia de su hijo, y el hijo, harto de ser ninguneado, desprecia el desprecio de los demás. Hasta que no le queda más remedio que trabajar (unos días) en la oficina de una desvencijada empresa textil (a la que conseguirá ir en taxi). Ignatius, que gasta un tupido bigote y «una mata densa de pelo negro aplastada contra el cráneo con vaselina», es un experto en la Edad Media, no tiene clara su relación con el sexo y se cartea con una joven judía muy progre que se ha ido a Nueva York. Un cinéfilo de doble sesión. Patoso e ingenioso. Amigo de los negros en el Sur de los años 60. Un jovenzuelo que sólo salió una vez de la ciudad y vive traumatizado por aquel viaje en autobús. No se parece a nadie y tiene algo de todos.

Todo este delirio lo inventó un profesor soltero y casto que estudió en la Universidad de Columbia, enseñó inglés a los reclutas estadounidenses destinados en Puerto Rico, llegó a sargento, padeció esquizofrenia paranoica, que como se aburría escribió su primera novela a los 16 (sí, a los 16) y luego, ya de mayor, La conjura de los necios (Anagrama). No tan de mayor porque se suicidó a los 32: tras un viaje en solitario de dos meses por el país sin avisar a su madre, aparcó su coche junto a unos pinos, escribió una carta a sus padres (nunca se supo el contenido) «y después introdujo un extremo de una manguera de jardín en el tubo de escape y metió el otro en el coche por una rendija de la ventanilla».
Esto lo cuenta en el muy documentado estudio Una mariposa en la máquina de escribir. La vida trágica de John Kennedy Toole y la extraordinaria historia de 'La conjura de los necios' (Anagrama) un aplicado Cory Maclauchlin. No sólo se sentía Kennedy Toole incomprendido por el rechazo de su novela, también pudo influirle que un tío de su madre se suicidara poco antes de que él naciera, que un cuñado de su madre se arrojara al vacío desde un rascacielos y que un hermano de su progenitora sufriera trastornos mentales.

La madre es un caso: aguantó la demencia senil de su marido, vivió con modestia de los ingresos de pasadas inversiones, el seguro de vida y una pensión. Ya mayor, acostumbraba a ir tocada con un sombrero sin ala y guantes blancos. Y sobre todo fue la que buscó sin respiro editorial para su hijo una vez que superó la depresión de su suicidio. Envió la única copia de los folios de su hijo metidos en una caja (atada con una cuerda) a ocho editoriales y las ocho le dijeron no. Hasta que aparecieron dos capítulos en la New Orlenas Review en la primavera de 1978. Y hasta que LSU Press la editó con 3.000 ejemplares de tirada inicial. El resto es tan increíble como las aventuras de Igantius cuando vendía salchichas empujando un carrito por el Barrio Francés de Nueva Orleans («tengo la impresión de estar pegado a un niño subnormal que exige una atención constante»): estuvo en las listas de los más vendidos del New York Times y por segunda vez en la historia del Pulitzer se concedió el premio a título póstumo. No está mal para aquel profesor que escribió aquellas 400 páginas con disciplina militar. Y, a fuer de ser sincero, con otra novela escrita 10 años antes y que se publicaría sin pena ni gloria, La Biblia de neón.

Aquello fue el triunfo de John Kennedy Toole y el de su madre, quien anciana logró ser la vedette con que soñó de adolescente: concedía entrevistas para relatar las virtudes de un genio incomprendido. No le faltaba razón, como reza la cita de Jonathan Swift con la que se abre el libro: «Cuando en el mundo aparece un verdadero genio, puede identificársele por este signo: todos los necios se conjuran contra él».

"Alguien inteligente aprende 
de la experiencia de los demás". 
Voltaire