La independencia de Hispanoamérica
y el salto al vacío de nuestra identidad,
y el salto al vacío de nuestra identidad,
«Porque la patria es el asiento de la civilización que hemos heredado»
La frase reproducida es, a mí me lo parece, la esencia y síntesis de nuestro Día de la Hispanidad, fiesta también de Nuestra Señora del Pilar. Tan cerca a la vez de la conmemoración de Santa Teresa de Jesús, a la que se cita en el artículo.
La revista Cruz de Sur publicó en el número 14 de su año V, 2015, un artículo que no puede ser ignorado de este blog, so pena de renuncia a su vocación. Creo que su lectura será para todo hijo de España gozo inefable que acelera el corazón y esponja el alma; consuelo revitalizador para nuestros anémicos genes históricos; sorpresa feliz de que en esta hora de tinieblas brillen nuevos rayos de sol español. Más que nada por su proyección a nuestro ser universal todavía presente en lo ancho del mundo.
Por su extensión, este artículo del argentino Patricio Lons, periodista e historiador, pensé darlo en dos posts pero creo que perdería encanto. Sugiero, pues, que sea leído con tiempo y calma en sus necesarios 20 minutos. No será tiempo perdido porque rebosa proposiciones y pensamientos, sobre todo recordatorios, tan hermosos que se blinda ante cualquier oposición de contrarios.
Pido perdón al autor porque para facilitar en un medio digital la lectura de texto tan copioso y rico -¡qué goce multiplicado!-, algunos párrafos, pocos, los he subdividido sin que nada quiten o disminuyan, creo, al impacto de sus ideas. Los destaques en negrita y cursiva son míos; sus textos, los del señor Lons, obviamente.
* * *
“No; la independencia no es el supremo bien. El supremo bien es la comunión. Sépanlo los hombres, sépanlo los pueblos. Y, entre Pascua y Pascua, no olviden que, si una aparición en un camino solitario corre siempre el riesgo de no pasar de fantasma, las lenguas de fuego sólo descienden encima de las asambleas”. Eugenio d’Ors: Nuevo Glosario. Madrid, Aguilar, 1949, III, 897-898.
I. Hispanidad y lucha.
Como argentino desperté mi hispanismo al ver, primero con asombro y luego con orgullo, cómo a España y a sus naciones hijas, le bastaba con menos para vencer lo que fuese y a quien fuera, un muerto como el Cid venció a los moros, dos hombres baldados de piernas, ojos y brazos perdidos en varios combates como Blas de Lezo y Millán Astray vencieron a ingleses y a los demás enemigos que les enfrentaron, halcones de vieja generación bramando a ras del agua desataban miedo y pavor en la flota británica en las aguas heladas del Atlántico sur y admiración en los hombres libres de todo el orbe.
Y cuando España estuvo en peligro de muerte, fueron mujeres sin entrenamiento militar las que dieron vuelta a las derrotas hasta convertirlas en victorias como María Pita en La Coruña, Galicia, al vencer a los ingleses en 1589, Rafaela Herrera en el Castillo de la Inmaculada Concepción de Nicaragua al derrotar a un ejército inglés en julio de 1762, la “tucumanesa” Manuela Pedraza, Martina Céspedes y sus hijas y la gallega Lorea en las invasiones inglesas en Buenos Aires en 1806-1807, y Agustina de Aragón en Zaragoza al vencer a los franceses de Bonaparte en 1809. Y nuestras maravillosas enfermeras en la guerra de las Malvinas que, como ángeles guardianes, dieron todo de sí mismas en un magnífico espíritu de abnegación para atender a nuestros heridos. Y cuando la identidad estuvo en peligro, Santa Teresa de Avila volcó la mano de Dios para señalar nuestro destino.
Era el concepto civilizador cristiano que nos mantenía unidos como cultura y como pueblos, hasta que nos empezamos a olvidar de lo que somos, dando un salto al vacío cuando nos separamos en el siglo XIX.
Cuando en cuarto grado de primaria me enseñaron la historia de las invasiones inglesas, me llené de orgullo al saber de lo que fueron capaces nuestros ancestros, derrotar a la mayor potencia naval de esos tiempos. Mas, ¡qué extraño era aprender en la segunda parte del año que los valientes próceres de las invasiones ya no lo eran, sino que pasaban a la condición de traidores y los ingleses dejaban de ser nuestros enemigos, para traernos a los futuros libertadores! Algo no me cerraba.
¡¡Parece que éramos muy malos cuando éramos españoles en todo el continente!! Sin embargo, al revisar la historia nos dimos cuenta que fue muy distinto, pues vivíamos felices bajo un cetro justo, gozando del testamento de nuestra primera reina de Indias, doña Isabel la Católica. Inocente era nuestra existencia, hasta que Albión nos convenció de que no éramos felices en nuestra civilización, que estábamos gobernados por tiranos y que libres de esos supuestos hombres viles estaríamos mejor. ¿Cuál fue el resultado? Ahora con la misma lengua y religión ¡somos las partes debilitadas de 25 nacionalidades distintas!! ¡¡¿¿Alguien puede explicar esta falta de cordura??!!
II. Balcanización e ingeniería social tempranas.
Primera moneda global.
Sólo nosotros, los pueblos de América, conocemos y sufrimos semejante ingeniería social de balcanización. Un país en su origen unido por la fe, las leyes, la lengua, el gobierno y la cultura fue dividido en 25 partes ¿Acaso alguien conoce 25 Francias o 25 Rusias distintas? Y la pregunta que todo patriota debería hacerse es ¿quién se benefició con esta fiesta de repartijas territoriales que nos dejaron enfrentados entre nosotros y a merced de la voracidad extranjera? El pueblo, seguro que no. Las burguesías dominantes en Hispanoamérica desde 1810 y sus amos ingleses, seguro que sí, pues se quedaron con nuestra economía y nos convirtieron en vasallos, sin que nos diéramos cuenta. Destruyeron nuestra moneda, el Real de a ocho, que fue la primera moneda global que nos permitió dominar, entre los siglos 16 y principios del 19, el comercio del área Asia-Pacífico, tan disputada en estos días. Que, incluso resellada, era usada en Inglaterra y sus colonias. Y los gobernantes, clérigos y militares que reaccionaron ante el previsible desastre post-independencia, hoy son los malos de la película.
Con esta moneda mundial, el Real de a ocho, podías caminar desde el Río de la Plata hasta Filipinas y China, donde fue la base del yuan chino y otras monedas asiáticas y donde circularon 515 millones de monedas de plata americana con reconocimiento legal hasta 1948. Eso es 124 años después de la batalla de Ayacucho, cuando comienza nuestro declive, batalla en la cual se enfrentaron no menos de ochenta familias en ambos bandos, que cometen el suicidio de nuestra patria, en un crimen de lesa Hispanidad.
Martín de Álzaga, héroe de las invasiones inglesas, que manejaba el comercio asiático con Filipinas y Buenos Aires, no quiso, en 1806, entregar las rutas comerciales a los ingleses y por eso, lo fusilaron los revolucionarios de Mayo y así perdimos todo nuestro comercio con Asia que, entre los siglos XVI y XIX, hizo que las economías de China e Hispanoamérica fuesen complementarias gracias a la fortaleza de nuestra moneda.
Por eso, la política de "la pérfida Albión" fue atacar a ambos imperios hasta destruirnos. Esta fue la primera moneda global reconocida en los cinco continentes, el Real de a ocho u onza castellana de plata que, aunque hoy parezca una fantasía, fue nuestra moneda. Y se perdió a partir del Tratado de amistad y comercio con Gran Bretaña firmado por los nuevos estados americanos en 1825. Se mantuvo como moneda global hasta que desaparecimos como imperio y fuimos sustituidos por la libra inglesa que se quedó con el mercado asiático y nosotros con la pobreza disfrazada de libertad.
¿Se ve ahora más claro por qué llevamos dos siglos de retraso con escasos y honrosos períodos de lucha por nuestra dignidad? ¿Entendemos, queridos amigos, por qué no debemos olvidarnos de aquel dos de abril de 1982 pleno de dignidad nacional, donde las únicas naciones que nos apoyaron en la guerra de las Malvinas fueron de origen español como Perú, Guatemala, Bolivia, Ecuador, Paraguay, Panamá, Venezuela y cientos de militares españoles que se ofrecieron voluntarios? ¿Podemos ver que si nos damos cuenta de que somos 550 millones de compatriotas hijos de la Madre Patria, podemos construir una potencia?
Ahora se ve más claro por qué se trabaja tanto en destruir a nuestra identidad y cuál debe ser nuestro accionar frente a ello. Creo firmemente que tanto Malvinas, como Belice, Esequibo y Gibraltar deben ser gestas conjuntas de la Hispanidad. Saquen sus conclusiones sobre estos acontecimientos. No hubo independencia, luego del 9 de julio de 1816, los próceres andaban buscando una potencia que los tutelase, ya fuese Brasil, Francia o Inglaterra; lo que hubo fue una secesión americana del resto de las Españas, como bien explica el Dr. Julio Carlos González, cuya obra recomiendo a todo historiador.
Con las falsas independencias promovidas por Inglaterra, perdimos todos y fabricamos conflictos chauvinistas. ¡Unámonos en un gran estado bioceánico y seamos fuertes de verdad como lo éramos en nuestro origen!
III. Identidad y grandeza.
Para recuperar nuestra grandeza debemos ir a las fuentes, debemos recordar qué es la argentinidad. Porque parece que nadie sabe qué es ser argentino; un tema remanido entre nosotros. Esa palabra, argentino, es una palabra muy cuidada y doblada prolijamente con amor tierno e infantil, pero que la mayoría no sabe qué significa y sin identidad que defender, el patriotismo se convierte en un chauvinismo de inmobiliaria que solo pretende defender un límite territorial como el linde de un terreno en disputa pero baldío de espíritu. Somos inteligencias de párvulos que necesitamos llegar a un puerto de origen para saber lo que somos.
Y de esa manera, al aferrarse inocentemente a un espacio dentro de un mapa que ni siquiera saben interpretar en su historia, extensión y posibilidades, algunos no se dan cuenta que nuestra identidad [histórica] cubre un territorio mucho más grande que es nuestra verdadera patria, es decir, toda la Hispanidad con quinientos cincuenta millones de personas y veinte millones de kilómetros cuadrados de tierra y mar. Porque la patria es el asiento de la civilización que hemos heredado.
Pero algunos se conforman en pensar en chiquito. Y todavía se preguntan por qué nos pasa lo que nos pasa en nuestro eterno discurrir decadente con pocas glorias que mostrar. Sabemos, intuimos que fuimos grandes, que hay algo en potencia en nosotros, pero no tenemos clara cuál es nuestra identidad como pueblo. Estallamos de alegría ante un triunfo nacional, pero no logramos articular un proyecto civilizatorio, por el contrario, nuestros políticos trabajan día y noche y desde hace varias generaciones, por la destrucción de nuestros antiguos cimientos ancestrales que forjaron entre españoles y naturales creando un nuevo mundo y una nueva raza.
La identidad hispano católica argentina es un debate que lo han sacado a la luz tanto nacionalistas, como socialistas, peronistas, radicales y tradicionalistas.
¿Cuál es nuestra identidad más allá del espacio que ocupamos? Raza, credo, lengua, historia compartida, valores que van unidos para construir las bases y los techos de nuestros lares.
España nos trajo su ímpetu civilizador y evangelizador, nos forjó con su destino de nueva Roma imperial de quien era justa heredera, nos educó en la filosofía griega y nos vivificó en la fe de Tierra Santa.
Esa identidad nos unió cabalgando sobre nuestra lengua castellana pisando el límite del actual Canadá hasta la Patagonia, en una forja sin igual en otro continente. Esas columnas de nuestra identidad, nos permitieron defender nuestra soberanía política, buscar la justicia social e intentar la independencia económica y a la vez, unificar el globo terráqueo, construir una civilización y rescatar a pueblos de la barbarie.
Sin España, las tribus naturales se hubiesen extinguido, pues no llevaban un desarrollo paralelo a sus primos asiáticos, estaban en un punto de decadencia y con la pirámide poblacional severamente invertida o en riesgo de tal condición. Fueron decayendo hasta no reconocerse entre ellos y matarse y dominarse, esclavizarse e incluso comerse unos a otros.
Aquí sólo habría quedado una tierra yerma de tribus dispersas, que posiblemente hubiese sido ocupada por los británicos quienes las habrían extinguido o esclavizado según intereses de momento, hasta no dejar testigos de sus atrocidades, o por Rusia que llegó hasta Alaska o por chinos, si los primeros que cruzaron por Bering o por mar, hubiesen podido regresar a Asia. ¿Qué hubiese sido del Nuevo Mundo poblado por rusos, chinos, ingleses y sus socios holandeses? No lo sabremos nunca.
Pero fue voluntad de Dios, ese Dios pescador de almas e hijo de un carpintero pobre, aunque de sangre real y enemigo de la usura que, gracias a la América hispana, Occidente fuera católico y no pagano, ni ortodoxo ruso ni mucho menos confucionista. La historia fue así. Y en ese discurrir, hubo hazañas, progresos, abusos, alegrías y desgracias, héroes y pusilánimes, generosos y avaros, santos y pecadores, como lo es la humanidad desde el pecado original. Disneylandia es solo un juego, en la realidad no existe y las utopías nos alejan de lo bueno, no nos hacen caminar, sino retroceder, por lo general de manera sangrienta como lo demuestra la historia. Nuestro mundo nuevo, no fue una utopía, fue una realidad efectiva. Pero cada vez que se pudo,
España puso límites tanto a la barbarie indígena que terminó por abandonar la antropofagia y los sacrificios humanos, como al abuso de los encomenderos, muchos de los cuales, se duda que fuesen auténticamente españoles de fe y de origen.
Las Leyes de Indias que protegían a los pueblos indígenas fueron la base del Derecho Internacional, así que aún con abusos, las cosas se hicieron mejor de lo que estaban y de lo que habrían realizado los ingleses u holandeses, poco proclives a respetar vidas ajenas, pero sí a pagar plumas vernáculas para denostar a nuestra civilización.
¡Recordemos, estimados compatriotas, que los verdaderos abusos hacia los naturales, provinieron de los revolucionarios que les quitaron las tierras, a partir de mayo de 1810, en nombre de un igualitarismo que ellos no practicaron, sino que se enriquecieron sirviendo a Londres!
Y prueba de eso fue que la mayoría de las tropas realistas estuvieron formadas por negros e indios libres, incluso algunos, y no pocos, con grado de generales que, sin dar un paso atrás ni ceder a los cantos de sirenas seudo libertadores, pagaron con sus vidas su fidelidad a un ideario de civilización cristiana.
IV. La verdadera derrota de los nativos.
Aquí el genocidio contra el indio comenzó a partir de 1810 a punto tal que la burguesía independentista uruguaya exterminó a los charrúas por 1830, llegando incluso a vender a sus últimos indios a un zoológico belga, donde el pueblo católico luchó por liberarlos y finalmente socorrerlos con éxito, quedándose en esas tierras lejanas donde sobrevivieron. Y lo mismo trataron los revolucionarios de mayo, que en nombre de una falsa igualdad, les quitaron a los aborígenes sus derechos de propiedad.
Por eso y con justa razón, los aborígenes americanos lucharon en el ejército realista llegando incluso a las más altas jerarquías militares. Los indios guajiros, varios caciques, incluso con grado de general como Agustín Agualongo en Nueva Granada (actual Colombia); en Perú el cacique Antonio Huachaca; en Venezuela, el cacique Dionisio Cisneros; en Chile, el cacique Vicente Benavídez y luego los hermanos Pincheira liderando a los últimos indios libres de la isla de Chiloé al sur de Chile, todos ellos eran partidarios del rey, que les reconocía sus tierras y era custodio de sus libertades y por eso se opusieron a la Independencia, mientras que parte de las tropas libertadoras de tierra y mar, estaban formadas por británicos, por negros a cambio de su libertad y por leva obligatoria. Y el dinero “libertador”, era británico o era nuestro pero robado por los británicos.
“La España nos ha hecho la guerra con hombres criollos, con dinero criollo, con provisiones criollas, con frailes y clérigos criollos y con casi todo criollo”. Afirmaba Germán Roscio a Bolívar en 1820. Mientras que Bolívar lo hizo con armas, dinero, soldados, marinos y flota inglesa.
Unos cinco mil hombres componían la Legión Británica, supuestamente un cuerpo mercenario independiente de Londres, aunque compuesto por oficiales y soldados veteranos de las guerras napoleónicas y de la segunda guerra contra los Estados Unidos. Su tamaño y su profesionalidad, fueron fundamentales para la balcanización americana que nos dividió en 30 estados, hoy muchos de ellos, en el Caribe, ya son definitivamente británicos.
Y si, en Sudamérica casi todos los indios, junto a negros y miles de gauchos, se pusieron de parte del rey, fue porque, pese a que éste no era un santo, tampoco era un perverso. Fernando VII encarnaba un orden social cristiano diferente al expolio protestante inglés, al cual luego, los pueblos americanos fueron todos expuestos a partir de la batalla de Ayacucho y de la firma del Tratado de amistad, comercio y navegación con Inglaterra en 1825, que nos sojuzgó y endeudó para siempre, comenzando un libre comercio apoyado con buques y cañones ingleses, que se utilizaban cuando nos queríamos retobar, robando nuestra moneda de plata que Inglaterra resellaba con la imagen de su rey e imponiéndonos para el comercio una moneda, la libra, incomparablemente inferior a la que teníamos con España. Por eso el rey era mejor que la nueva administración de los criollos, descendientes de los conquistadores.
Igualmente, a veces este apoyo al rey, les hace parecer torpes o apátridas, en parte por la propaganda criolla histórica de corte liberal, que llega hasta la actualidad. Lo cierto es que los indios, al menos los jefes, estaban totalmente al corriente de las novedades políticas, como la Constitución de Cádiz. Para ellos, como en el Perú, lo ideal era acabar con el tributo indígena, cosa que los últimos virreyes hicieron.
Desgraciadamente, perdieron la guerra, y el cercano gobierno de los nuevos criollos liberales fue absolutamente opresivo, diferente al ejercido con indulgencia, por el monarca católico a miles de kilómetros desde Madrid. Pero la historia la escriben los que ganan…
V. ¿Progreso o retroceso?
¿Hemos avanzado en estos doscientos años o nos fuimos dividiendo con un siglo XIX pleno de guerras internas continuadoras de la gran guerra civil que significó el habernos dividido en veinticinco países? ¿Somos más fuertes que cuando juntos conformábamos una potencia con moneda única que circulaba hasta en oriente y África, o lo somos ahora con monedas depreciadas continuamente y sin peso internacional entre las naciones más poderosas?
El nivel de vida en las naciones del imperio era tan alto como en Europa, cosa que nunca más volvió a ocurrir salvo los interregnos de las guerras mundiales.
Alexander von Humboldt, el gran explorador mundial, fue testigo de la felicidad de los pueblos hispánicos y así lo expresó en sus memorias: “no veo pueblos más felices, que aquellos gobernados por España”. El libertador de Filipinas, general Aguinaldo, afirmó con tristeza y arrepentimiento, que luego de 1898 dejaron el imperio para ser un mercado de consumo americano.
Actitud que antes tomaron otros ‘libertadores’; Bolívar dijo que había arado en el mar y San Martín hablaba pestes de una falsa libertad conseguida. Belgrano también escribe líneas de arrepentimiento: “yo veía tiranos en todas partes”, decía el creador de la bandera. En algún período, bastante prolongado de la historia, fuimos [está citando a la Hispanidad] la primera potencia global. Esa condición fue la que perdimos. Y lo sabemos, o lo intuimos y por eso ponemos tanto énfasis en contrarrestar nuestras frustraciones poniendo todo nuestro entusiasmo nacional en un campeonato mundial, de lo que sea, si es en fútbol mejor y si le ganamos a Inglaterra que lo inventó, más que mejor, pues el pueblo argentino sospecha por donde viene la mano que nos golpea.
Hoy estamos en el umbral de una nueva secesión territorial y nadie reacciona sino que critica 1492 sin ver que desde 1982 nos quitaron parte del Mar Argentino, islas y Antártida. Y lo siguen haciendo, avanzando sobre nuestros intereses. Y esa quita, sobre todo la antártica, no es a los argentinos y chilenos nada más, es a todos los pueblos hispanoamericanos que, desunidos somos cada vez, notoriamente más débiles.
En dos siglos, pocas veces se pudo sublevar el subsuelo de la patria formada con estas Españas americanas. Y los que lo intentaron terminaron fusilados o perseguidos, denostados, difamados y mutilados hasta después de muertos.
Por eso, antes de renegar de lo que somos, por no saber siquiera cuál es nuestra verdadera identidad nacional, meditemos un momento y valoremos que, si este continente logró el mestizaje, fue gracias a esa magnífica columnata española formada por España, Roma, Grecia, Tierra Santa y los naturales americanos que lograron conformarse en un nuevo continente con identidad propia durante tres siglos, donde nuestra lengua, religión y nuestra moneda, la onza castellana de plata, reinaron en todo el continente, parte de África, Filipinas, China, India e islas de Asia.
Como dijo el padre Castañeda, “por Castilla fuimos gente”. Con ese espíritu nacimos y nos hicimos hidalgos, que resumido nos lo enseña el lema de la Cruz de Asturias que dice: “Ese signo te protege; bajo ese signo el enemigo es vencido.”
Eso somos los argentinos, herederos de un imperio espiritual y terrenal a restaurar.
Empezamos a perder nuestra identidad a partir de los sucesos secesionistas producidos entre 1810 y 1825, que nos llevó a la fragmentación, a enfrentamientos en un salto al vacío y del vacío no se salta a ningún lado, se sale de él caminando sobre los pasos mal dados hasta recuperar el origen de nuestra identidad otorgada por España y así cumplir nuestro destino en la magna obra de Dios.
¿Está Argentina lista espiritualmente para enfrentar el Juicio divino a las naciones como se preparó Isabel la católica en Medina del Campo en 1504 al enfrentar sus últimos momentos luego de una vida de servicio a Dios y a su pueblo por Él encomendado? ¿O hemos abandonado la identidad heredada de nuestra estirpe? Hasta que no recuperemos las islas y la patria secuestrada en su identidad y territorio, no habremos completado la gesta de España.
Más, si llegó el fin de las naciones, como paso previo a la Parusía, Argentina, España y nuestras naciones hermanas, ya hemos dado un grito de fe en la historia que nos redimirá ante el juicio del Eterno.
VI. La unidad verdadera y su reconstrucción.
Hay una unidad exegética de Argentina y España, que grita dolorosa en Gibraltar y Malvinas, que se funden en la imagen protectora y maternal de la Inmaculada Concepción, de quién Manuel Belgrano y el rey Carlos III, fundador de nuestro virreinato del Río de la Plata, tomaron los colores para sus propias banderas. Y por lo tanto, esa unidad... no se olvida. Nuestra historia hoy incluye la bandera azul celeste y blanca, pero también las aspas de Borgoña que porta el Regimiento Patricios y se inicia con la bandera de Castilla y León en 1492. España y las Indias nacimos juntas en ese año. ¡No éramos estados preexistentes a esa fecha! como explica el profesor Tomás Pérez Vejo de la Universidad de México ¡Hasta nuestras lenguas nacieron en ese tiempo!
Pues en ese año Nebrija, le presentó a Isabel de Castilla “la más poderosa arma a los pies de su majestad”, la gramática castellana. Y a partir de la gesta del Nuevo Mundo, las lenguas de los nativos de este continente, pasaron de orales a escritas, agregando verbos, palabras, sintaxis y pensamiento abstracto, profundo y religioso.
Por eso, como dice la profesora Mónica Luar Ribeiro Nicoliello de la Banda Oriental: “¿No deberíamos considerar a las lenguas americanas como lenguas indígenas españolas por ser España quién las rescató y convirtió en lenguas escritas?
Estas lenguas son indohispanas porque cronológica y espacialmente se desarrollaron en el Reino de España e Indias, que formaba una unidad bajo la Monarquía hispánica. No existían como lenguas escritas antes del 1500; se formaron al calor de la cultura española, que unificó dialectos formando lenguas como el quechua, el nahuatl y el guaraní, que desde entonces han florecido y se han extendido. Y las lenguas indígenas hicieron su aporte al castellano con numerosas palabras y convirtiéndolo en español al darle universalidad.
Y me atrevo a agregar a los conceptos de la profesora Nicoliello que hoy, por la cantidad de hablantes, el español es una lengua americana que también se habla en Europa. La empresa de unificar al globo con escasos medios, poca información y muchas dificultades en menos de medio siglo, solo se entiende en las palabras esperanzadoras de José María Pemán, autor del himno de España al decir así: “Cuando hay que consumar/la maravilla /de alguna nueva hazaña /Dios estaba en un trono/y los ángeles que están junto a su silla/miran a Dios... y piensan en España”. 1492 ya fue y nos hizo nacer pero, las independencias ¿Eran necesarias? ¿Es posible separarse de uno mismo?
Me parece un imposible. Nadie se puede separar de lo que ya es. Vimos esa unidad en la guerra de 1982. En ese mismo coraje hispano criollo, que partió al combate un dos de abril, con la orden de recuperar esa parte irredenta del legado español a nuestra bendita Argentina. Y del mismo punto en que Magallanes desembarcó en nuestra tierra y que bautizó como Bahía San Julián para celebrar una misa en 1520. Nuestros halcones, siglos después, despegaron para batir a la insolente flota pirata, en un año glorioso donde concurrieron naciones hispánicas en nuestro socorro. ¡¡Que bella imagen de hermandad nos mostraban!! Y me llega a mi memoria la inmortal frase del teniente Estévez, héroe de la patria, que es una síntesis de lo que significa ser argentino, cuando en carta a su padre, le escribe: “Gracias por hacerme católico de sangre española”, uniendo en esas palabras y en una misma gloria, a la bandera argentina con las aspas de Borgoña. Lengua, religión, era y es nuestra civilización creadora de cultura y usos y costumbres encarnados en los hábitos, que bien transmitida es tradición y eso nos hace una nación. Por eso, debemos comprender que nacimos en Españas americanas de distinto nombre. Lo contrario, la desvalorización de nuestra raíz fundacional, nos niega, nos hace desaparecer. Las colectividades aportaron lo mejor de sí mismas que son sus almas, pero son colectividades, no son piedras fundacionales.
¡¡Pongamos manos a la obra para reconstruir la unidad de los pueblos hispánicos, que tenemos todo para no depender de nadie!! Sin independencia económica no hay soberanía política ni habrá justicia social en América. Y para eso es necesario recuperar nuestra identidad. Eso es posible si lo hacemos con esperanza, pues como nos habló el ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha en su enseñanza universal en aquella frase: “…como no estás experimentado en las cosas del mundo, todas las cosas que tienen algo de dificultad te parecen imposibles, confía en el tiempo que suele dar dulces salidas a muchas amargas dificultades.”
Nuestro único camino para salir de este atolladero histórico es reencontrar nuestras raíces que nos permitan volver a caminar en el sentido de un destino universal. Y para eso, debemos convertirnos en custodios de lo sagrado, del tesoro de la manifestación trascendente de la historia. Hasta ahora y desde hace doscientos años, nos comportamos como entrañables hobbits, algo indolentes con nuestro camino, en un discurrir histórico acomodaticio; con una visión aldeana de la política.
Y así nos fue, hemos llegado al pozo de la decadencia moral, sin aristocracia de pensamiento y sometidos a una dirigencia contumaz, de un igualitarismo chato y aplastante de toda virtud y carente de todo espíritu de entrega.
¿Creemos poder sobrevivir así en un siglo donde las distintas corrientes religiosas, culturales y políticas van a jugarse a fondo por el dominio mundial? Tenemos una Patagonia desguarnecida y con secesionismo mapuche a ambos lados de la cordillera, manejado por Inglaterra, en conveniencia de sus intereses, que (por las dudas) fortalecen su posición militar desde Malvinas. ¿Serán nuestra Patagonia y el sur de Chile, monedas de cambio entre las potencias?
Nos midieron el ataúd a todos los pueblos hispánicos en los siglos XVIII y XIX, lo clavetearon bien fuerte al decir de los ingleses que, a partir de la independencia, la América española sería de ellos y lo vuelven a hacer en el XXI.
Pues no solo nosotros perdimos numerosos territorios convertidos en nuevos países, sino que esos países nos perdieron a nosotros. España perdió a América y Filipinas y estas perdieron a España. Y ahora podemos perder mucho más.
¿Podremos revertir esta situación que comenzó allá por 1810? Sí, podemos sobrevivir... y ganar. Pero si reaccionamos como los hobbits de Tolkien que ante la adversidad, sacaron todo de dentro de ellos mismos, tomaron las riendas de su destino e impidieron que otros les sigan escribiendo su historia, decidiendo tomar los lápices del coraje y escribirla ellos mismos. Y nuestra historia es nuestra civilización cristiana. Si nos sostenemos de ella y nos paramos sobre ella, tendremos la visión que abarca más allá del horizonte. Debemos recuperar nuestras creencias religiosas, nuestra cultura, nuestras costumbres y tradiciones y pelear por ellas al grito de “Santiago y cierra España y las Españas”. Y convertirnos en “custos sacri” custodios de lo sagrado.
Por eso debemos decir.
¡Gracias Isabel, sierva de Dios y soberana de América! ¡Gracias por darnos nuevos horizontes! ¡Nuevos sueños vinieron contigo y viejos barbarismos desaparecieron en las Indias!
Y quiero cerrar con la oración de los navegantes al alba, que en camino al Nuevo Mundo, rezaban esta plegaria que nos desnuda sus almas:
Bendita sea la luz y la Santa Veracruz,
Y el Señor de la Verdad y la Santa Trinidad
Bendita sea el alba y el Señor que nos la manda
Bendito sea el día y el Señor que nos lo envía.
Amén.
Estimados amigos ¡Luchemos el buen combate, que de Dios es la victoria!
Revista "Cruz del Sur".- Nº 14 de su año V, 2015
Pacheco n° 106, Martínez (B1640FEF).-
Partido de San Isidro. Provincia de Buenos Aires. Argentina.
LOS HISPANOAMERICANOS TENEMOS EL PECADO DE HABERNOS DESUNIDO
Hispanoamérica desunida y debilitada | Patricio Lons
La Indias no eran colonias by Revista Bucentauro
LAS INDIAS NO ERAN COLONIAS
RICARDO LEVENE
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