Cuantos hermanos que entran en la iglesia vacía para encontrar "algo" o a "alguien" para hablar de su vacío, de su tristeza, de su soledad y no encuentra ninguna acogida, o algún letrero o un timbre de atención, de esperanza... Somos tan distantes, tan ocupados, tan encerrados en nosotros mismos...
CONVERSIÓN PASTORAL:
UNA IGLESIA ACOGEDORA
“Conversión” Pastoral
Además de la conversión personal y comunitaria, la
situación socio-religiosa, que estamos viviendo, nos ha de conducir también a
una seria “conversión” o renovación pastoral. Y, probablemente el primer
esfuerzo que hemos de hacer es descubrir y evitar algunas reacciones
incorrectas o equivocadas, que no dan una respuesta pastoralmente adecuada a
estos tiempos de increencia.
• La añoranza de tiempos pasados
Una primera reacción es la de aquellos creyentes que,
desconcertados por la situación se refugian en la nostalgia, añorando otros
tiempos en los que todo parecía más claro, mas tranquilo, más seguro.
Pero, en primer lugar, no es tan seguro que otros
tiempos, que ciertamente tuvieron sus valores, sean el ideal para vivir con
sinceridad y radicalidad el Evangelio.
En segundo lugar, intentar volver a la pastoral de
tiempos pasados hoy no ayudaría mucho a despertar, en el hombre moderno, la fe
verdadera. La fe ha de ser la misma, pero otros han de ser los modos de
expresarla, vivirla y trasmitirla.
• Actitud defensiva
Otra postura, por cierto bastante extendida, es la de
los que, ante la situación, adoptan y promueven una actitud defensiva. Ante el
rechazo y desprecio social de la fe, quedamos socialmente a la intemperie.
Somos cada vez menos y socialmente menos significativos. La tentación,
entonces, es poner excesivo y casi exclusivo acento en el fortalecimiento de la
institución; excesivo y casi exclusivo acento en la defensa de un cuerpo
doctrinal seguro, excesivo y casi exclusivo acento en mantener un código de
conducta bien definido; excesivo y casi exclusivo acento en el cumplimiento más
riguroso de la práctica religiosa. Sin duda hemos de redescubrir y reafirmar
también hoy la identidad cristiana. (¡Sin la menor duda! Lo repito: ¡Sin la
menor duda!) Pero, ¿es nuestra tarea hoy construir una Iglesia «a la
defensiva», de creyentes agrupados por el temor, en actitud de víctimas más que
de testigos? Creo sinceramente escuchar algo más hondo y urgente de Aquél que
nos pidió ser «luz del mundo» y «sal de la tierra» (Mt 5,13-14).
• La actitud de huida: los cristianos de la“ausencia”
Una actitud de repliegue es la que lleva a otros a
protegerse en grupos y comunidades ”estufa”. Son creyentes que, ante los aires
helados que corren fuera, se retiran y recogen al abrigo de sus grupos y
comunidades. Muchos viven un “cristianismo emocional”. Para ellos la fe en Dios
no tiene ya ningún poder sobre este mundo, si acaso puede cambiar el interior,
pero no la realidad social. Y orientan la fe solamente a la interioridad de la persona.
No cabe duda que la fe afecta a nuestra vida interior.
Tampoco cabe duda que nuestra fe crece y se fortalece en comunidad. Pero,
también el testimonio, la presencia evangeliza-dora, la apertura dialogante al
mundo, son esenciales para los creyentes llamados por Cristo no a ausentarse
del mundo, sino a no ser del mundo. Hay que salir de los“caladeros” del
desanimo, soltar amarras, remar hacia adentro del mundo, y ser testigos
abrasados del fuego del Señor, navegantes confiados en el mar de sus proyectos
y sellados por su amor, y con su aliento, ser sus seguidores confiados, ser
pescadores de hombres. No, no podemos ser “cristianos de la ausencia”.
• Actitud de falsa adaptación
Otros, ante la crisis, tratan de recuperar o mantener
la relevancia, la audiencia y el prestigio social. Para ello adaptan la fe a
los criterios del mundo moderno. Se corre así el riesgo de configurar el
mensaje cristiano desde las ideologías y criterios del mundo.
Aprender a dialogar con la increencia actual es, sin
duda, una de nuestras grandes tareas hoy. Pero, cuando la cultura moderna se
convierte en criterio de lo que se puede o no se puede aceptar del mensaje
cristiano, la fe pierde su propia identidad, ya no tiene nada válido que
ofrecer al hombre actual. La sal «se desvirtúa », la luz «se oculta». Cuando
los creyentes no proclaman su fe, la fe de la Iglesia, y se limitan sólo a
escuchar y dejarse configurar por las ideologías ajenas, allí no hay
evangelización porque Cristo no está siendo anunciado.
Nuestra respuesta pastoral
En primer lugar hemos de enfrentarnos a la situación
con realismo. Pero, también con fe. Llenos de confianza. Y dispuestos a una
necesaria y exigente “conversión pastoral”, que ha de abarcar muchos aspectos.
· Misionera
· Misionera
Durante mucho tiempo han venido funcionando entre
nosotros los canales que tradicionalmente servían para «transmitir» la fe: la
Familia, la Parroquia, la Escuela. Parecía suficiente. Toda la gente se
consideraba cristiana y no se sentía la necesidad de una acción realmente
misionera.
Poco a poco, las Parroquias fueron dedicándose a los
servicios y la atención a los practicantes, perdiendo dinamismo misionero. Bastaban
las celebraciones de culto para que los cristianos practicaran su religión, y
la catequesis para «enseñar» la fe a las nuevas generaciones.
La crisis actual nos está llamando a recuperar la
conciencia evangelizadora, el dinamismo misionero y redescubrir nuestra
verdadera misión en el mundo.
Cada vez vamos tomando conciencia más clara de que el
reto más importante, al que se enfrenta hoy nuestra Iglesia, es poner en marcha
una pastoral misionera. No podemos seguir únicamente con una pastoral que se ocupa
sólo de los allegados, que sólo pone sus esfuerzos en formar y asegurar la vida
de los creyentes integrados en la comunidad. Hemos de poner nuestro empeño en
promover una pastoral misionera hacia los alejados, que en número creciente se
dan en nuestra Parroquia.
• Lo primero: aprender a
evangelizar
Pero, ¿cómo anunciar a Cristo a hombres y mujeres que,
habiendo oído hablar de Él, hoy le dan la espalda? ¿Cómo hacer creíble el
Evangelio a personas que lo rechazan después de haber escuchado, de alguna manera,
su mensaje? Sobre todo, ¿cómo presentar la salvación cristiana a quienes no
parecen necesitarla?
Tal vez nuestra primera tarea, humilde, pero urgente
en estos momentos, es aprender a evangelizar. Aprender a poner en marcha esa
«segunda evangelización» que necesita esta sociedad, tradicionalmente cristiana
y hoy indiferente en gran medida ante el Dios de Jesucristo. Nos falta
experiencia.
Acostumbrados a presentar nuestra fe a personas que la
aceptaban de antemano, no sabemos cómo dialogar con los increyentes.
Acostumbrados a vivir en un ambiente socialmente receptivo, nos desconcierta
vivir en el desamparo, cuando no en el rechazo social. Nos falta experiencia.
El camino será largo. No hay fórmulas fáciles. Es necesaria la colaboración
responsable de todos los que os sintáis creyentes.
· Nuestra misión básica hoy
Nuestra primera misión básica hoy es presentar con
nuestro testimonio (obras y palabras) nuestra vida de hijos de Dios, redimidos
por Cristo y alentados por el Espíritu Santo. Una vida diferente, que es regalo
del Dios que a todos nos ama con amor entrañable y gratuito.
Nuestro primer apostolado lo hemos de hacer con la
fuerza elocuente y significativa de la propia vida; en las circunstancias
normales de nuestra convivencia en la familia, trabajo, círculo de amigos,
etc., hemos de evangelizar manifestándole a todos el amor que Dios nos ha
manifestado y nos ofrece en Jesucristo muerto y Resucitado.
Los cristianos hemos de explicar a las personas con
las que convivimos cuáles son los motivos por los que llevamos una vida
diferente. Hemos de dar razón de nuestra esperanza; hemos de indicar, a todos
los que nos rodean, cuál es la roca que nos salva, sobre la que
edificamos los cimientos de nuestro vivir y nuestro morir, la que nos mantiene
firmes, en medio de las “tormentas” de la vida. Por amor y lealtad a toda
persona hemos de explicar con humildad, pero sin miedo, de dónde nos nace la
fortaleza y la alegría ante los acontecimientos de la vida. Hemos de intentar
mostrar a todos el don que hemos recibido y que da sentido y valor a la vida
humana en todas sus dimensiones y circunstancias, en la vida personal, familiar
y social, en el trabajo y en el ocio, en la salud y en la enfermedad, en la
vida y en la muerte, en este mundo y en la esperanza de la vida eterna.
No podemos dejar de invitar a todos, porque los
queremos, a descubrir ese “tesoro” que llevamos en nuestra pobre “vasija de
barro”. A todos los hemos de invitar a dejarse querer por Dios; a convertirse
al Dios que nos salva; a conocer a Cristo, Hijo de Dios hecho hombre, y a
descubrir el rostro verdadero de la Iglesia, Cuerpo de Cristo. Invitar a todos
a no dejarse llevar por lo que se dice, lo que se cuenta, lo que se oye.
Invitar a todos a que “vengan y vean”, y a acompañarles si se deciden. Este es
nuestro primer apostolado, la urgencia mayor hoy. Y lo tenemos que llevar a
cabo, fundamentalmente, en el “boca a boca”. Hoy sumamos uno a uno, como los
primeros cristianos. Donde, cuando y como podamos, hemos de anunciar a Cristo
como Señor, e invitar a cada uno a conocerlo.
La Evangelización nos exigirá, a cada uno y a nuestra
Parroquia, muchas cosas, pero nos exige, sobre todo, una conversión personal y
comunitaria para recobrar el impulso misionero y ser testigos, no sólo
maestros, de la fe en el mundo. Testigos que aportan con sus hechos y palabras
el testimonio de una vida salvada en Cristo.
LA ACOGIDA Y MISERICORDIA
No es extraño que Jesús se presente como un extranjero:
“Fui extranjero y me acogisteis” (Mt 25, 35). El extranjero es una persona
diferente, que tiene otra cultura, otra fe; el extranjero incomoda porque no
puede entrar en nuestros esquemas de pensamiento.
Acoger es conseguir que el extraño se sienta como en su casa, a gusto, lo cual quiere decir no juzgar, no tener prejuicios, sino dar un espacio para ser (Lc 10, 34)
Una actitud personal y
comunitaria
Adquirir, personal y parroquialmente, este impulso
misionero, en fidelidad al evangelio y a los hombres y mujeres de hoy, nos
exige una actitud evangélica de ACOGIDA Y MISERICORDIA, en el trato con las
personas y, singularmente, con las más alejadas y las más humildes.
La acogida como una manera de ser y vivir la
experiencia del Dios que nos acoge y nos salva en Cristo nuestro Señor. La
acogida como un estilo configurador de una Parroquia que se edifica como
fraternidad, como hogar cálido para la relación y el compartir, como familia
acogedora que abre sus puertas a todos, con predilección no excluyente por lo
pobres, los marginados, los caídos en la cuneta de la vida por la carencia de
medios, o por las miserias de la abundancia. Familia acogedora en la que
“Queremos mucho a la gente. Porque nos sentimos queridos por Dios”
Mediadores de la acogida
y misericordia de Dios.
Se trata de que el amor de Dios y su misericordia
encuentren reflejo en nosotros y se manifiesten, cada día, en la acción
pastoral de nuestra Parroquia y en la presencia misionera de los creyentes en
su contacto habitual con las personas.
Desde esta perspectiva, misionera y acogedora,
queremos plantear nuestros esfuerzos pastorales. Somos conscientes de que no es
la única dimensión, ni la única urgencia, por ello, en nuestro plan pastoral
parroquial hemos señalado además otras urgencias (p.e. la formación) y otros
objetivos. Pero, esta es una urgencia prioritaria. Construir una parroquia
acogedora, servicial, con los que vienen y evangelizadoramente presente, con
sencillez y sin imposición, en el barrio.
Esta dimensión acogedora y misericordiosa de nuestra
pastoral, no es sólo una tarea, es una actitud que ha de estar presente en toda
nuestra pastoral, de modo especial en la Pastoral misionera, que trata de
llevar el primer anuncio a los más alejados y humildes. En toda la acción
pastoral, nuestra parroquia, y cada uno de nosotros, hemos de ser mediadores de
la acogida misericordiosa de Dios. Por ello, hemos de aprender el estilo de
mediadores buscando en la historia de la salvación el rostro misericordioso de
Dios, que hemos de trasparentar con la vida y anunciar con nuestra palabra.
La Parroquia acogedora y
misericordiosa
La comunidad cristiana ha de acoger y vivir con amor y
misericordia como lo hace Dios. La acogida no es para nosotros una simple
estrategia para captar“ clientela”. Es algo que nos nace de dentro cuando,
mirando el corazón y las entrañas de Dios, contemplan-do cómo Jesús ama y
acoge, sentimos la urgencia de ser una Iglesia samaritana, acogedora, Iglesia
con rostro paterno y materno, Iglesia que evangeliza no desde las normas, sino
desde el amor que comunica la Buena Noticia del Evangelio y transmite
esperanza, salvando y liberando. "Por tanto, la actuación, el mensaje y el
ser de una Iglesia auténtica consiste en ser, aparecer y actuar como una
Iglesia-misericordia; una Iglesia que siempre y en todo es, dice y ejercita el
amor compasivo y misericordioso hacia el miserable y el perdido, para liberarle
de su miseria y de su perdición. Solamente en esa Iglesia-misericordia, puede
revelarse el amor gratuito de Dios, que se ofrece y se entrega a quienes no
tienen nada más que su pobreza"
La comunidad parroquial, nacida del amor
misericordioso del Padre Dios, ha de ser Comunidad de misericordia y acogida,
que ama más a los más incapaces de amar. Para ello hemos de cultivar la
dimensión contemplativa, que hace a nuestra comunidad más humana, es decir, más
comprensiva, cercana y acogedora; la contemplación desarrolla la finura en la
acogida, sin discriminaciones, reduplicando la atención con los que no tienen
sitio en la mesa común de nuestro mundo: los pobres y excluidos. Con esta
actitud contemplativa la Comunidad cristiana se hace más tolerante y, en vez de
cerrar la puerta, la abre de par en par y hace de su casa común un lugar de
encuentro, un ámbito de reposo (Cf. Mt 11, 28-30), una posibilidad de
reconciliación y perdón. Así la Parroquia se convierte en el hogar que sabe
acoger a los pequeños (Cf. Mt 18,5) y es posada donde cualquier persona es
acogida con calor: "Acogeos mutuamente como Cristo nos acogió a nosotros
para gloria de Dios" (Rom 15,7). Al mismo tiempo, la Parroquia se
convierte en el hogar misionero, cuyos miembros salen en busca de los alejados
(cf. Lc. 15) y viven una espiritualidad encarnada, siguiendo las huellas del
Maestro, que "pasó haciendo el bien", siendo como Él acogedores y
misericordiosos.
Después de la exposición de estos sencillos
presupuestos, señalo los que me parecen algunos rasgos configuradores de la pastoral
de la acogida y de la misericordia, a fin de poder llevar a cabo la pastoral
misionera en el contexto actual.
PASTORAL DE LA ACOGIDA Y
LA MISERICORDIA
El sujeto de la pastoral
de la acogida y la misericordia
El sujeto de la acogida y la misericordia es toda la
comunidad cristiana y cada uno de sus miembros, que tenemos que acoger a cada
persona en los ámbitos propios (laboral, social, familiar, etc.) donde se
desarrolla su vida: "La presencia de los cristianos en los grupos humanos
ha de estar animada por la caridad con que nos amó Dios, que quiere que también
nosotros nos amemos mutuamente con la misma caridad. En realidad, la caridad
cristiana se extiende a todos sin distinción de raza, condición social o
religión; no espera lucro o agradecimiento alguno. Porque así como Dios nos amó
con amor gratuito, así los fieles han de vivir preocupados por el hombre mismo,
amándole con el mismo movimiento con que Dios lo buscó" (AG 12). Todos
hemos de ser acogedores (agentes) porque todos somos acogidos (pacientes) por
el amor misericordioso de Dios
Actitudes personales y
comunitarias
La pastoral misionera es dinámica, y ese dinamismo ha
de expresarse, además de en la búsqueda de los destinatarios de la
evangelización, en los nuevos modos de relación y comunicación con ellos, en la
convivencia normal o cuando acuden a la Parroquia para demandar todo tipo de
servicios, especialmente sacramentales. De ahí que presentemos algunas de las
actitudes que son necesarias para realizar un encuentro pastoral eficaz y
evangelizador.
Actitud acogedora
Antes de ser una tarea pastoral a organizar y planificar,
la Pastoral de la acogida supone una actitud evangélica que tiene su fuente en
la experiencia personal de sentirnos acogidos misericordiosamente por Dios.
En el encuentro evangelizador debe tener ese estilo
acogedor que debe manifestarse a través de la disponibilidad, hospitalidad,
amor servicial y gratuidad: "la obra de la evangelización supone, en el
evangelizador, un amor fraternal siempre creciente hacia aquellos a los que
evangeliza" (EN 79).
El amor gratuito toma siempre la iniciativa de ir al
otro, no busca un interés personal, deja en libertad sin condicionar al que se
dirige, no condena ni enjuicia, acoge de manera incondicional, con un amor
gratuito.
La carta de Pablo a los Corintios nos presenta todo un
programa de relación educativa, motivadora y estimulante para el evangelizador
cristiano: "El amor es compasivo, es servicial, no tiene envidia. El amor
no presume ni se engríe, no es egoísta, no se irrita ni lleva cuentas del mal;
ni simpatiza con la injusticia, simpatiza con la verdad. El amor disculpa
siempre, se fía siempre, espera siempre, aguanta siempre. El amor no falla
nunca" (1 Cor. 13,4-8).
Capacidad de diálogo y respeto
En nuestra misión evangelizadora hemos de cultivar
siempre la capacidad de escucha y de diálogo, pero, hemos de cultivar con mucho
cuidado, esas actitudes, en la Pastoral misionera, en la que insistimos en el
primer anuncio. Así ayudamos a las personas a superar inhibiciones, timideces y
posibles bloqueos, con los que se acercan a la Comunidad. Hay que tener en cuenta
que muchos de los que se acercan a nosotros llegan a un ambiente al que están
poco habituados y ante el que sienten cierta timidez y falta de familiaridad.
Lo mismo cuando nos acercamos a la gente y establecemos el encuentro
evangelizador, es necesario mantener un "respeto a la situación religiosa
y espiritual de la persona que se evangeliza. Respeto a su conciencia y a sus
convicciones, que no hay que atropellar" (EN 79).
Humildad y paciencia
Tenemos el “tesoro”. La salvación. Pero, lo llevamos
en nuestras “vasijas de barro”. Por eso hemos de evangelizar humildemente. No
creernos más que nadie, pero, eso sí, que la gente vea en nosotros un
algo…Actuar desde la pobreza compartida, como hermanos. Dispuestos a confesar
nuestra fragilidad y a pedir perdón, si fuera preciso, a quien haga falta.
Presentándonos como somos: humildes pecadores perdonados y acogidos por la
misericordia de Dios. Y ese amor misericor-dioso de Dios es lo que anunciamos.
Evangelizar es educar. Cuando la Iglesia evangeliza
está también educando, porque está llevando a las personas al desarrollo
integral de su ser. Y el evangelizador debe saber que los destinatarios de la
evangeliza-ción son sujetos activos y responsables de su propio destino y de su
propia opción existencial. Por tanto, nuestra tarea no es violentar, sino
educar, y se educa con la paciencia y la constancia que exige el respeto al
propio ritmo de las personas. La fe se ofrece en libertad y sin coacción, y con
un proceso gradual.
Empatía y confianza
En nuestros encuentros evangelizadores hemos de actuar
con simpatía (sintiendo con el otro) y empatía (sintiendo desde el otro), con
una actitud positiva de acogida incondicional de las personas, con su historia,
su presente, pasado y futuro, con sus modos de expresarse y de vivir.
Comprendiendo no solo su situación y sus problemas objetivos, sino sus
sentimientos. Trasmitiendo, además, la certeza de nuestra comprensión. Para
todo ello es necesaria la capacidad de escucha, que no se reduce a dejar hablar
al otro, sino tener una atención acogedora.
Nuestra acogida ha de ser sin reservas, ni juicios de
valor. Eso no significa que demos todo por bueno, significa acogida generosa
que haga que el otro se sienta valorado, respetado y querido, más allá de lo
que haga o diga. ¡Cuánto tenemos que aprender de esto en la Iglesia! ¡La gente
de Iglesia!
La desconfianza provoca el bloqueo de las
posibilidades; la confianza sabe reconocer y despertar el bien profundo que hay
en el corazón de la gente y el ansia y la necesidad de Dios que consciente o
inconscientemente hay en muchos. El amor estimula lo mejor que hay en el
individuo (cf. AG 11).
Hemos de aprender a mirar la realidad con ojos
caritativos, pacientes, misericordiosos, amigos, y cordiales: "Animad a
los apocados, sostened a los débiles, sed pacientes con todos. Mirad que nadie
devuelva a otro mal por mal, esmeraos en hacer el bien unos con otros y a
todos" (1 Tes. 5,14-15).
El evangelizador está llamado a ver y mirar con ojos
de misericordia. La misma misericordia con la que él mismo se siente mirado y
amado por Aquel en quien cree. Quien no se sienta mirado así por Dios, le será
difícil aprender a mirar con amor y misericordia. El padre que nos presenta la
parábola del hijo pródigo tiene ojos para mirar y acoger sin “leer la cartilla”.
Jesús, con la Samaritana, no empieza juzgando y menos condenando su vida… Antes de ofrecer a las
personas el Agua Viva, y para que la acojan, se tienen que sentir acogidas, sin
condenas ni reproches.
CRITERIOS FUNDAMENTALES
Criterio marco:
Antes que ser una organización de tareas y servicios,
la acogida es un estilo que nos nace de la experiencia de sentirnos acogidos
por el Señor, y que ha de estar presente en todas las acciones pastorales de la
Parroquia y de sus miembros. Cada cristiano, y toda la Comunidad, hemos de ser
mediadores de la misericordia y acogida divinas, por ello la acogida habrá de
ser una actitud que ha de estar presente en todas las acciones pastorales.
Criterios Pastorales y
Evangelizadores
La acogida personal
La acogida personal es el rasgo característico del
evangelizador misionero. A veces se evangeliza más y mejor con la actitud de
disponibilidad, respeto y escucha atenta que con las palabras, por mucho
mensaje que encierren. Es necesario acoger a cada uno como persona, con su
propia dignidad. La gente no acepta correcciones o consejos de quien no conoce
o no estima, o de personas o instituciones hacia las que siente desconfianza.
Sólo una acogida amable y familiar permitirá hacer las correcciones y
precisiones que sean necesarias.
Hay que actuar desde un diálogo constructivo, pues la
misión de la Iglesia es abrir puertas y no cerrarlas, evitando llegar a la
ruptura y a actitudes que enjuicien o condenen: "otra señal de este amor,
decía el papa Pablo VI, es el cuidado de no herir a los demás, sobre todo si
son débiles en su fe" (EN 79).
Animar el proceso de crecimiento en la fe de una
persona no es imponer, no es llevarla por la fuerza a metas no deseadas o que
sólo el animador conoce. Animar es compartir, es buscar juntos, es conjuntar
deseos y proyectos, es estimular y motivar, es incentivar a través del
testimonio, de la comunicación de la propia experiencia.
Hemos de crecer en la capacidad de cercanía y acogida
para con los pobres y los sencillos, prefiriendo la humildad de los signos al
ruido de las palabras. Habrá que hacer más visible, ante todos, nuestra
valoración de la persona del pobre y los esfuerzos por liberarlo de su
situación, desarrollando más el acompaña-miento de los pobres y la promoción de
las personas, llevando a cabo iniciativas que busquen mitigar los sufrimientos y
problemas de la gente.
La acogida comprensiva y la denuncia profética
La actitud acogedora del evangelizador no se
contrapone con su necesaria actitud crítica. Más aún, será más comprensivo
cuanto más crítico haya sido ante el mal. La comprensión nos brota de la
experiencia de acogida y perdón que Dios mantiene con nosotros.
Comprender es situarse en el lugar de los otros y
descubrir las dificultades, las contra-riedades, los sufrimientos, etc., que
pesan sobre ellos. No significa cerrar los ojos a las situaciones que sean
claramente ajenas o contrarias a la fe, sino asumir las circuns-tancias y
obstáculos que hay que salvar para salir de ella. La actitud comprensiva se
contrapone a la intransigencia pastoral, al dogmatismo doctrinal, al legalismo
moral. No deberíamos absolutizar lo relativo, ni universalizar lo particular,
ni dogmatizar lo opinable. Y nunca, nunca hemos de rechazar a las personas,
aunque, a veces, no podamos aceptar lo que dicen o hacen.
La pastoral de la acogida y la misericordia ha de ejercerse
también desde la función profética con el anuncio y la denuncia que se
verifican en el amor solidario, liberador y justo; el cual se compromete en el
respeto de la dignidad del ser humano y se erige en voz que clama, con
urgencia, por la restitución del sitio y la palabra que le corresponde al pobre
dentro de la comunidad humana. En este sentido, hemos de sensibilizar a todos
ante las situaciones de injusticia de los pobres y ante las situaciones
pecaminosas que ofenden la dignidad del hombre y lo apartan de su destino de
ser libre para los planes de Dios.
Al encuentro de los alejados
Una Parroquia acogedora y misericordiosa no sólo ha de
ocuparse de los que se fueron, sino también de los que nunca estuvieron. La
pastoral misionera parte del hecho de que muchos están fuera del alcance de la
pastoral ordinaria. El derecho, sin embargo, que tienen a conocer y vivir la
buena nueva de Jesús nos obliga a salir a su encuentro y buscarlos donde quiera
que estén. En la medida en que la parroquia se abra al exterior, están haciendo
posible el encuentro misionero y en la medida en que la cuestión del hombre nos
preocupe y nos interesemos por ella estamos evange-lizando.
Hemos de prepararnos para el encuentro evangelizador
con las personas: "Id por todo el mundo" (Mc 16,15). El evangelizador
ha de ponerse en camino: de búsqueda, desprendimiento y partida, como lo hizo
Pablo de cara a los gentiles (cf. Ef. 3,8). Hemos de salir al encuentro de l as
personas como lo hizo Jesús con los discípulos de Emaús: "se acerca y pone
en camino con ellos" (Lc 24,13-32), interesándose por sus preocupaciones y
búsquedas, interpelando sus experiencias, atendiendo a sus sentimientos,
confrontando lo vivido con la iluminación de la Palabra de Dios. Se trata,
pues, de una pedagogía de comunicación de tú a tu, rompiendo la muralla del
silencio y teniendo la alegría y el coraje de anunciar sin complejos la propia
experiencia de fe, sabiendo estar con una actitud de humildad, dispuestos a
recibir y aprender de las personas. Y a esto no estamos acostumbrados. Nos
callamos, no acabamos de decidirnos. No confesamos abiertamente nuestra fe, ni
nos atrevemos, muchas veces, a invitar a los demás a conocerlas, no de oídas
sino por experiencia. Y esto es algo a recuperar urgentemente.
Cuidar en la Parroquia los espacios de encuentro con
los alejados
Hay que darle a la vida de la parroquia, y
particularmente en los momentos en los que se acerquen personas alejadas o en
búsqueda, un estilo de atención a la persona, de escucha, de acogida, que haga
que se encuentre a gusto, como en su casa. Es contrario a esto la desconfianza,
el legalismo, las prisas.
Antes de dar respuestas negativas, a las demandas
impertinentes de quienes vienen solicitando servicios a la Parroquia, necesitamos
conocer las situaciones humanas, sus motivaciones de fondo, que nos permitan
comprender a las personas y buscar cómo transformar sus demandas, a veces, sólo
sociales, en demandas evangélicas y eclesiales.
No debemos actuar, tampoco, a la defensiva, porque
algunas de las personas a las que nos acercamos no quieran o no sepan acoger
nuestro estilo y nuestras ofertas. Hemos de saber aceptar el riesgo de la
derrota y de la banalización de nuestra actitud y nuestros argumentos; pues
éstos se basan en el amor y la gratuidad, que son connaturales a la propuesta
de fe.
Hemos de comprender que a los escépticos, a los
"satisfechos", a los egoístas e insolidarios, a los instalados en su
bienestar, el evangelio no les interesa, no es su primera opción. El secreto
para llevar a estas personas a ser "capaces del Evangelio", está en
la naturaleza de las experiencias que les ofrecemos, que han intentar que
cambien la orientación del corazón y así poder entender, valorar y asumir la
propuesta del Reino. Pero, ya lo dijo Jesús: "Hijos, que difícil es entrar
en el Reino de Dios para los que confían en las riquezas. Más fácil es que pase
un camello por el ojo de una aguja, que un rico en el reino de Dios". (Mc.
10, 24).
Lo más acertado es presentar la imagen de una Iglesia
amiga, que les ofrece a todos motivaciones claras, métodos respetuosos, en un
clima comunitario amistoso y significativo, que anima y no aleja. "La
Iglesia propone, no impone nada: respeta a las personas y las culturas, y se
detiene ante el sagrario de la conciencia" (Redemptoris Missio
n.39)
Nuestras actitudes y palabras deben ser portadoras de
la Buena Noticia de Jesús. Todos somos conscientes de que se ha abusado
excesivamente del anuncio condenatorio. Hemos sido más profetas de calamidades
que mensajeros de salvación. Esta actitud de anuncio gozoso y esperanzador es
la que debe acompañar al evangelizador en su tarea.
Ya que la Iglesia no puede dejar de ser conciencia
crítica en medio de la sociedad, no habrá nunca de confundir la acogida, el
acompañamiento, la comprensión y el cariño hacia toda persona con la dejación
de las responsabilidades y exigencias que su misión comporta.
ACCIONES CONCRETAS
Lo principal: cuidar de
las personas
Los caminos que nos lleven a este horizonte de
misericordia y acogida pueden ser muchos y diversos, y dependerán de muchos
factores.
Aquí os señalo algunas propuestas que no pasan de ser
intuiciones, que habrá que concretar en nuestro caminar personal y comunitario.
Yo creo que nuestra parroquia no será más acogedora sólo por tener más servicios
de acogida, sino por cuidar más a las personas. Por eso, aunque son necesarios
los servicios, es imprescindible un talante, un estilo, un espíritu acogedor y
establecer las prioridades en función de ese espíritu acogedor y no en función
de la tarea o el departamento creado. Desde esa perspectiva señalo algunas
acciones concretas y posibles.
Formar a los creyentes
para que sean acogedores sus ámbitos propios
Cada miembro de la comunidad tiene que ser acogedor en
sus ámbitos propios, tiene que cultivar las relaciones humanas y manifestar
preocupación por las alegrías y las penas de la personas, en el trabajo o en el
paro, en los espacios de tiempo libre y en los ámbitos sociales y familiares.
Los miembros de la comunidad somos el rostro visible de la Iglesia en nuestros
ambientes.
Introducir la actitud de
acogida en todas las acciones pastorales
Todas las acciones de la comunidad han de estar
impregnadas de esta pastoral de la acogida. La acogida no sólo se ha de
realizar en Cáritas y en los actos litúrgicos, sino que ha de estar presente en
todas las acciones pastorales que desarrolla la Parroquia. Debe ser el elemento
configurador de nuestro Plan Pastoral.
Fomentar espacios de
acogida, acercamiento y de fraternidad
La acogida no debe reducirse sólo a circunstancias
dolorosas o límites, sino también a las alegres y festivas. En este sentido
tenemos que entender la Convivencia anual de la Comunidad, las fiestas de Noche
Buena y de la Vigilia Pascual que celebramos juntos, u otros espacios que
podamos abrir para la acogida, el acercamiento, la fraternidad. Cuando hacemos
una celebración de este tipo no se reduce, por tanto, a “corrernos una juerga”,
es algo más hondo y de más alcance, alcance que nunca deberíamos perder de
vista.
Revalorizar los
contactos personales
Cuidar los momentos y lugares en los que se acerquen
personas alejadas o en búsqueda, y muy particularmente hemos de cuidar la
acogida de los pobres, los inmigrantes, los sencillos, los que llegan a
nosotros rotos, a veces solamente a que les escuchemos su problema.
Cuidar la acogida antes
y después de la celebración de la Eucaristía
Antes y/o después de las celebraciones, sobre todo en
la Eucaristía, hemos de expresar con gestos concretos, la acogida a las personas,
tanto por parte de los sacerdotes, como de los grupos de animación litúrgica:
lectores monitores cantores… todos tendríamos que ejercer este ministerio de la
acogida a las personas que asisten a la Eucaristía.
Cuidar los locales
parroquiales
La Comunidad ha de reconocer y agradecer el trabajo de
las personas que limpian el Templo y los salones Parroquiales. Hemos de
continuar con ese exquisito cuidado para que todos los lugares de la Parroquia
produzcan sensación de acogida y bienestar a los que acuden a ellos: decoración
sencilla y digna, limpieza, luz, temperatura adecuada, etc.
Cultivar en todo el
Pueblo de Dios la espiritualidad de acogida evangélica
El trato personal que dispensamos a los demás,
inspirados en la mansedumbre y la humildad que quiso Jesús que aprendiéramos de
Él, no se improvisa. Es el fruto de una vida que se alimenta día a día en el
seguimiento del Señor y que va revistiéndose, con la gracia del Espíritu, de
entrañas de misericordia. La acogida, en definitiva, refleja, de cara a los
demás, lo que nosotros somos y poseemos. Debe ser una gracia que con
perseverancia imploramos al Señor en la oración: ¡Ser acogedores como Tú,
Señor, nos acoges!
Educar para la
creatividad a los agentes de pastoral
La pedagogía del encuentro y de la oferta gratuita de
la fe en el Señor exigen creatividad en el evangelizador. De ahí que la
educación para la creatividad sea una necesidad en la formación de los agentes
de pastoral. Con creatividad es seguro que el evangelizador no sólo ofrecerá
variedad de servicios, sino también sabrá utilizar la variedad de situaciones y
circunstancias para hacer el anuncio del evangelio.
Crear servicios de
acogida para los pobres y los enfermos
Cáritas es, en la Parroquia, el servicio habitual a
través del cual la Comunidad atiende a los pobres. Pero, Cáritas representa a
la Comunidad, no la sustituye. No podemos desentendernos de la acogida y
servicio a los pobres. En sintonía con los criterios y acciones de Cáritas,
todos hemos de acoger, atender, acompañar, etc., a los pobres, y buscar
conjuntamente respuestas solidarias a su exclusión o pobreza.
La pastoral de enfermos ha de ser expresión también de
nuestra misericordia y acogida. Tenemos que crear equipos que promuevan y
lleven a cabo la visita a los enfermos; pues ella es el gesto de acercamiento
de la comunidad al propio enfermo y de ayuda y aliento a sus familiares. Me
tendríais que decir cómo y quiénes pueden encargarse de este servicio, y que no
se nos quede en buenos deseos.
Crear equipos de
acogida
Creo que es necesario que reflexionemos sobre la
conveniencia de crear algún equipo de acogida. Me pregunto:
- ¿Tendríamos y podríamos formar un grupo misionero de
acogida, con las personas que normalmente vienen repartiendo la información de
la Parroquia en cada calle, bloque residencial o urbanización? Podrían ser
estas personas las que hicieran de enlaces con su sector, no solamente para
llevarles la información escrita de la Parroquia, sino para ver juntos como
llega o pude llegar a su barrio la Parroquia a los niños, matrimonios, jóvenes,
etc.
Asociacionismo laical
Es imprescindible el apostolado individual. Cada
cristiano ha de asumir su compromiso misionero. Pero, es fundamental también
promover los Movimientos Apostólicos y las Asociaciones de laicos, que les
ayuden a vivir la fe y a asumir un compromiso apostólico serio y estable.
Ciertamente no es necesaria, para encontrarse con Cristo y ser su testigo en el
mundo, la pertenencia a ningún movimiento o asociación, pero no se puede negar,
y la experiencia lo demuestra claramente, que los seglares se ven muchas veces
desprotegidos y sin capacidad de iniciativa evangélica. Los Movimientos y
Asociaciones aseguran, en cierto modo, la formación de sus miembros, el acompañamiento
en sus compromisos apostólicos y el apoyo espiritual y moral que necesitan los
seglares.
CONCLUSIÓN
La Pastoral de la Acogida y la Misericordia es
expresión de la ternura, acogida, fidelidad y misericordia de Dios; expresión
de una Iglesia maternal y evangelizadora, que quiere ser hogar entrañable donde
se vive y se anuncia la Buena Nueva de Jesús.
La Evangelización, que hemos de impulsar en nuestra
parroquia, ha de estar impregnada de este espíritu. Cada uno de nosotros hemos
de ser mediadores del amor acogedor y misericordioso de Dios que, a través
nuestro, se acerca a cada persona invitándola a la conversión.
Atravesamos momentos difíciles. Es creciente el número
de personas, con las que vivimos, que necesitan una evangelización misionera de
primer anuncio. Necesitamos recuperar el impulso y vigor apostólico y
misionero. Hemos de salir a los caminos. Sentarnos en los “brocales de los
pozos”, donde la gente llega a calmar su sed. Y, después de compartir sus
alegrías y sus penas, hacerles la oferta del Agua Viva. Esta, creo yo, es una
de las urgencias de esta hora.
De cara a esa misión he pretendido, solamente,
ofreceros unas sugerencias para ser discutidas, modificadas, enriquecidas o
suprimidas. Lo importante es que nos sirvan para suscitar la reflexión, la
búsqueda y el aliento de la esperanza.
Ni pesimismo derrotista, ni optimismo ingenuo, confianza en el Señor que nos llama a seguirle, a confiar en su palabra, a salir de los caladeros del desanimo, a soltar amarras, a remar hacia adentro del mundo, y a ser testigos abrasados de su fuego, navegantes confiados en el mar de sus proyectos y sellados por su amor, y con su aliento, ser pescadores de hombres misericordiosos y acogedores.
SECUNDINO
MARTÍNEZ RUBIO
Cura – Párroco
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