Al mundo se le predican tanta falsedades porque
hoy todos hablan del derecho a la libertad de conciencia
sin haberse sometido a forma alguna de disciplina.
Mahatma Gandhi
hoy todos hablan del derecho a la libertad de conciencia
sin haberse sometido a forma alguna de disciplina.
Mahatma Gandhi
Justamente la disciplina es lo que distingue a la
sociedad de la anarquía; precisamente la disciplina es
lo que determina la libertad.
Anton S. Makarenko
sociedad de la anarquía; precisamente la disciplina es
lo que determina la libertad.
Anton S. Makarenko
Quien vive sin disciplina,
muere sin honor.
Proverbio Irlandés
muere sin honor.
Proverbio Irlandés
Comencemos con algo obvio: en un mundo que coquetea con el permisivismo hasta
el punto de bordear los límites de la anarquía, el concepto de disciplina se
halla fuertemente devaluado. La palabra “disciplina” hasta genera rechazo en la
gran mayoría de las personas. Y sin embargo, tarde o temprano la realidad se
encarga de enseñarnos que toda conquista de objetivos complejos – tanto los
personales como los de toda una cultura o civilización – resulta por completo
imposible sin disciplina. Puede haber muchas maneras de hacer algo; pero la
enorme mayoría de las cosas no se puede hacer de cualquier modo.
La disciplina no es la sujeción forzada y constante a la voluntad más o menos caprichosa de otra persona. En lo esencial y en principio, la disciplina no es más que un método. Un método de acción o, si ustedes quieren, un procedimiento. Contrariamente a lo que suelen afirmar algunos teóricos militares, ser disciplinado no consiste esencialmente en cumplir a rajatabla con alguna órden impartida por un superior jerárquico. Eso, en rigor, sería tan sólo ser obediente y, de hecho, lo que la disciplina militar enseña es, más que nada, a obedecer. Algo muy necesario, útil y hasta imprescindible en el ámbito militar; pero no necesariamente transferible así como así a la vida civil.
Ser disciplinados, en un sentido genérico y amplio, no es más que ser metódicos y ordenados en nuestras acciones. En esencia, la disciplina no es sino un método de acción; una regla de comportamiento.
Originalmente el concepto de disciplina proviene del ámbito pedagógico y está relacionado con el proceso de enseñar y aprender. La idea detrás del concepto es que el maestro le señala al alumno un camino que éste debe recorrer en forma ordenada y por etapas hasta alcanzar el conocimiento, la aptitud o la habilidad que se ha propuesto aprender.
Y esto que durante más de 10.000 años funcionó razonablemente bien en las escuelas de todas las culturas, funciona igual de bien en la vida cotidiana. Quien no se pone objetivos vivirá sencillamente a la deriva. Y quien no quiere vivir al garete y se impone objetivos muy pronto descubrirá que la enorme mayoría de esos objetivos – en especial los complejos y los más preciados – no se pueden alcanzar de cualquier forma.
Siempre hay un modo, una forma, de hacer las cosas. Es cierto que pueden haber varias formas, varios caminos, para alcanzar un objetivo dado. Pero, de cualquier manera que sea, la cantidad de esos caminos jamás es ilimitada y las postas de cualquiera de esos caminos no están dispuestas en forma caprichosa.
Además y por lo general, entre los varios y posibles métodos, siempre hay alguno más eficaz, o más eficiente, o mejor adaptado a nuestras posibilidades, talentos o aptitudes. Y, por último, para toda una serie de objetivos complejos hasta el día de la fecha tenemos un, y sólo un, camino aunque más no sea por la sencilla razón de que todavía nadie ha descubierto otro mejor. En esto, la buena noticia es que todavía quedan amplios espacios para investigar y descubrir; varios caminos para explorar o construir. La mala noticia, sin embargo, es que la investigación, la exploración y el descubrimiento tampoco son posibles sin disciplina.
Es cierto que muchas veces los caminos se hacen al andar. Pero no
vagabundeando para cualquier lado, sin norte ni rumbo.
Hoy la disciplina suena a algo desagradable. En parte, esto nos puede venir del sistema de premios y castigos que prácticamente siempre está asociado a la disciplina. El maestro que lleva, o conduce, a su alumno por un camino – sea ahora este maestro un docente, un padre, o un guía de otro orden – no tiene más remedio que implementar alguna forma de castigo si el alumno se desvía y alguna forma de premio si se mantiene dentro del carril indicado. En especial esto es así cuando el alumno es todavía un niño que no tiene uso de razón. Enseñarle a un niño de dos años que debe mantenerse a una distancia prudente y a no tocar nunca una estufa caliente puede, dado el caso, requerir que – en una situación muy bien controlada – uno tenga que dejar que el pequeño se queme un dedo alguna vez. No es que no haya otra forma pero, dado el caso, ésta puede ser la más terminante y efectiva.
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