EL Rincón de Yanka: LA NOSTALGIA MELANCÓLICA O MORRIÑA (DUELO MIGRATORIO) DEL VENEZOLANO 😫😪😩😧😥

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lunes, 24 de octubre de 2022

LA NOSTALGIA MELANCÓLICA O MORRIÑA (DUELO MIGRATORIO) DEL VENEZOLANO 😫😪😩😧😥



LA MORRIÑA DE LA ODISEA 
DEL VENEZOLANO EMIGRANTE

Soñé con Venezuela


Como reza aquel dicho popular 
"todo tiempo pasado fue mejor" 
a todos los venezolanos esta frase se le agrega 
un plus cuando sabemos 
por las circunstancias que pasamos actualmente.


Tuve un sueño: llegué a las costas venezolanas;
Llegué con muchas esperanzas y muchas ganas;
Recuerdo que entré por el estado Falcón;
Y corrí hacia Lara saltando alegre mi corazón.

Tomé atajos entre espinas y caminos reales;
Por donde pasaron conquistadores y generales;
De pronto ante mis ojos apareció el pueblo de mi ilusión;
La Baragua histórica de toda mi noble inspiración.

En aquella inolvidable y pequeña ventanita;
Allí esperaba sentadita cada día mi viejita;
Nunca perdía la fe de que llegara a volver;
Y la mesita estaba lista para sentarme a comer.

Colgada estaba la hamaquita a lado de una clueca gallina;
Mientras se hacía una arepita con leña en la cocina;

Correteaban los niños entre abrazos y bendiciones;
Y los venezolanos volverían de todas las naciones.
Ahí estaban las cuatro callecitas empolvadas y olvidadas;

Donde se continuaba bailando hasta con las luces apagadas;
Pero con gente de pie luchando contra la crisis y el olvido;
La misma gente que al abandono y a La Llorona nunca le ha temido.

Un aliñado chivo asado lo acompañé con tapara de suero;
Contando anécdotas entre amigos y cada compañero;
Me fui para Barquisimeto, la capital musical;
Mirando los crespúsculos y sus avenidas por igual.

Después de todos los abrazos y el calor que tanto esperé;
Recorrí el país que en tierras lejanas cada día anhelé;
Pasé tan feliz por el bendecido estado Yaracuy;
Con queso de cabra y una grande botella de cocuy.
Llegué a Valencia, la ciudad industrial;
La del campo Carabobo de una batalla nacional;
Pasé por Maracay, la preciosa ciudad jardín;
Y luego fui a Caracas, la capital con afín.

Me monté en el metro mirando el Ávila;
Y me sentí exitoso como todo un águila;
Viajé por Miranda y toda su grandeza;
Gritando con fuerza: Dios mío, tenemos tanta belleza.
Regresé a las playas de La Guaira y sus alrededores;

Disfruté de sus tradiciones entre comidas y tambores;
Orgulloso como todo un ciudadano residente;
Decidí irme a conocer y viajar por el oriente.

Entre oraciones de viajeros y una señal de la cruz;
Pasaron las horas agradables y llegaba a Puerto La Cruz;
Reflexioné en el ferri acariciado por la brisa del mar;
Más adelante me esperaba Margarita y Porlamar.

También me fui para los estados Sucre y Monagas;
Donde una lluvia con granizos me salpicó como dagas;
Me paseé en caballo por los verdes estados llaneros;
Con machete y sombrero como todo un caballero.

Linda es Barinas y grande es Apure;
Donde seguía soñando sin que nadie me apure;
Seguía andando aunque me dolía la cabeza;
Pero todo se calmó cuando llegué a Portuguesa.

En San Carlos, Cojedes, me recosté;
Comiendo mangos y tomando más café;
El corazón del mapa tenía que encontrar;
Así que me trasladé a Guárico y me invitaron a cantar.

Me espantó El Silbón por irme a una fiesta a Elorza;
Deleitándome del buen joropo donde salí con una cogorza;

La Sayona no apareció al verme con muchachas bonitas;
Sonaba el alma llanera entre tantos bailes y carnitas.
Cómo podría ignorar a la majestuosa Amazonas;
A Delta Amacuro, sus pueblos y sus zonas;
Ni a uno de los estados mineros y resaltante;
El más extenso, que honra a Bolívar como el gigante.
En Canaima, tan imponente y excelso, el Salto Ángel palpé;
De los Tepuyes, obra de la naturaleza, me enamoré;
Me bañé entre retozo en las aguas del Orinoco;
Corriendo desnudo por las sabanas como si estuviera loco.

Las lágrimas cubrían palmo a palmo mi rostro;
Es ahora sabía que mi país es más que hermoso;
Del caballo me caí en un pequeño accidente;
Decidiendo volver a los estados de occidente.

Qué emoción sentí al cruzar el lago de Maracaibo;
La ciudad amada donde embebido tropiezo y caigo;
Es que el Zulia es verdaderamente otro mundo;
Pudiendo contemplar, estupefacto, el relámpago del Catatumbo.
Seguí emocionado por toda la cordillera;
Entre un clima de enamorados de los Andes que espera;
De Trujillo, avancé por La Puerta y Valera;
Visité Isnotú, donde a un santo se le venera.
Entré a Mérida, la ciudad de los caballeros;
Caminé por sus calles con amigos y forasteros;
Subí hasta El Pico Bolívar con algo de esfuerzo;
Ya agotado un poco bajé a consumir un almuerzo.

En Táchira de nuevo sentí la lejanía;
Aunque aún estaba en la patria mía;
Muchos pueblos pintados de historia y personajes;
Encontrándome en San Antonio con multitudes en sus viajes.

Terminé degustando un delicioso pabellón;
Una hallaca y un guisado con bastante sazón;
Empanadas calientitas entre una mano y la otra;
Por supuesto que no faltó un plato de caraota.

Cuando regresé a San Cristóbal la noche se hizo corta;
Ese sueño tan extraordinario poco a poco se acorta;

A muchos kilómetros de Venezuela sonó el despertador;
Mientras tristemente abrió los ojos el poeta y soñador.

Mayo del 2022
🚶

Casi ocho millones de venezolanos se encuentran hoy viviendo fuera del país y ellos son nuestros Ulises que deambulan por el mundo. Tal vez en La Odisea logren encontrar un aliciente para sobrellevar su profunda nostalgia.


Cuéntame, Musa, la historia del hombre de muchos senderos, 
que anduvo errante muy mucho después de Troya sagrada asolar; 
vio muchas ciudades de hombres y conoció su talante, 
y dolores sufrió sin cuento en el mar tratando de asegurar la vida 
y el retorno de sus compañeros.
Deseo y anhelo continuamente irme a mi casa 
y ver lucir el día de mi vuelta.

Tener que abandonar el país donde se ha nacido, sufrido y amado… Tener que dejar lejos la tierra donde reposan los restos de nuestros familiares y donde aún sobreviven unos cuantos amigos y afectos, es una profunda herida que queda tatuada en la mente y piel de todo migrante. Quien ha abandonado su terruño experimenta de vez en vez una añoranza que le horada la alegría y le perturba el ánimo, y ello puede afectar incluso al más fuerte de los seres. Hasta Ulises, aguerrido entre los aguerridos, el más fuerte entre los fuertes y el primer viajero de la literatura, llegó a decir ahogado en llanto: “No hay nada más dulce que la tierra de uno y de sus padres, por muy rica que sea la casa donde uno habita en tierra extranjera”.

El regreso de Ulises a Ítaca, que duró otros diez años más, no le resultó fácil al protagonista pues a cada paso una serie de inconvenientes le impedía estar al lado de sus seres queridos. Sirenas, gigantes de un solo ojo, hechiceras, lotófagos y un sinfín de aventuras hicieron del viaje de Ulises una apasionante historia que sigue alimentando la imaginación y los sueños de la humanidad desde los albores de la antigüedad hasta nuestros días.

La nostalgia constante que se percibe en el poema, y que hace que Ulises tome valor para enfrentar toda adversidad, la condensa Homero en una frase que lo dice todo: “A Ulises se le iba la vida en gemir por su hogar”. Esta nostalgia, llamada también morriña, saudade o añoranza, es el equipaje que más le pesa a quien tiene que irse de su tierra por obligación o necesidad. Es una tristeza que consume y hunde en el pozo de la depresión pero que, sabiéndola llevar, puede convertirse en el aliciente que incita a dar los primeros pasos hacia el regreso.

El término «nostalgia» fue acuñado por médicos suizos a finales del siglo XVII, para describir la sensación de añoranza por el hogar que sentían los soldados. En exceso, puede convertirse en una sensación empalagosa pero, tal vez, la nostalgia cumpla una función más allá de la mera sentimentalidad.

Quizás si recordamos el significado de la palabra “nostalgia”, podamos entender mejor el impacto de sus efectos. La palabra está compuesta de dos partes que provienen del griego, y esas partes son nostos y algia. La última, algia, la usamos en palabras como neuralgia (dolor en los nervios), fibromialgia (dolor en el tejido fibroso), lumbalgia (dolor en la zona lumbar)… Como puede notarse, algia significa dolor. Nostos, por su parte, se refiere al regreso, a la falta del hogar. Entonces, nostalgia significa “dolor por el regreso”, sufrimiento por la ausencia de no estar en la tierruca, al lado de los viejos amigos.

Tal vez la nostalgia sea un mecanismo de defensa contra la desmemoria. En un episodio de La Odisea, Ulises y su tripulación fueron arrastrados a un desconocido territorio donde habitan los lotófagos. Estos curiosos seres, que acostumbran ingerir la planta de loto, y que se dice tiene la propiedad de hacer perder la memoria, dieron de comer de ella a un grupo de los viajeros. Al olvidar su patria, decidieron quedarse y no continuar el viaje. A la fuerza, y llorosos, fueron arrastrados de vuelta a las naves por Ulises para continuar con el regreso a casa. Ese recuerdo constante de las raíces, del hogar y la patria, es el analgésico contra el olvido.

Hoy Venezuela es la Ítaca de muchos venezolanos que se han visto en la necesidad de buscar nuevos rumbos. Esos cinco o seis millones de Ulises que han salido de Venezuela y viven permanentemente en el recuerdo, ansiando el regreso, y a las Penélopes y Telémacos que aguardan pacientes la vuelta de sus familiares, de seguro encontrarán en La Odisea, eso creo, un aliciente para el cultivo de la esperanza.

La lectura de La Odisea, de Homero, podría ayudarnos a enfrentar los amargos efectos de la nostalgia y con ella resistir, como Ulises, los embates de la ausencia y la desmemoria que causan los terribles comedores de loto.

Pienso en aquel poema "1964" de Borges que hablaba de la vida y su brevedad:

“Hay tantas otras cosas en el mundo;
un instante cualquiera es más profundo
y diverso que el mar.
La vida es corta
y aunque las horas son tan largas, una
oscura maravilla nos acecha”

A veces me refugio en la poesía y vuelvo a recordar a Borges cuando decía en el poema "Nubes":

«Somos los que se van. La numerosa
nube que se deshace en el poniente
es nuestra imagen. Incesantemente
la rosa se convierte en otra rosa.
Eres nube. Eres mar, eres olvido.
Eres también aquello que has perdido”

Nuestra vida sin duda quedará marcada por la partida de aquellos a quienes amamos porque también estamos hechos de ellos.







¡Venezuela mía!

¡Oh Venezuela mía!
Tierra amada de gracia,
Ya no quiero más desgracias...

Sólo sueño con aquel día,
en que vuelva a ti la alegría
Y a Dios demos las gracias,
por llevarse de esta patria:
Hambre, dolor, tristeza,
llanto y melancolía...

Luismir Carreño


Morriña: Palabra gallega que describe el sentimiento de tristeza por la lejanía del lugar de donde procede uno, de su familia, y de aquellas cosas, objetos y situaciones que lo evocan. ¿Qué no se ha dicho del emigrante? Te dicen emigrante cuando llegas, te dicen emigrante cuando regresas.
Me acostumbré a ver muchos españoles, y otras nacionalidades llegando a Venezuela; pero nunca pensé que iba a ver tantos venezolanos llegando a todo el mundo. Vi gente llorar porque se venían, y ahora veo gente llorar porque se van; pero el equipaje sigue siendo el mismo después de cincuenta años: ¡La Morriña!

La tristeza de la separación, la promesa de volver, el recuerdo de lo normal que pasa a ser especial, lo especial que pasa a ser normal. Uno que trata de olvidar, y lo repite tantas veces que termina convirtiéndose en el efecto contrario; ya que nunca se deja de olvidar.
Sin embargo; el tiempo te va curtiendo, y comienzas poco a poco a olvidar, y lo llenas con lo que comienzas a ver, y te vas olvidando de lo que hacías y comienzas a aprender lo que hacen, hasta que llega un momento que dejas de ser del sitio del que te fuiste; pero no llegas a ser del sitio donde llegaste, y siempre tienes la sensación de estar a medio camino. Te vas y quieres regresar; regresas y te quieres ir. ¡Terminas estando en todos lados, y en ningún lado!

La añoranza, el recuerdo de esos domingos familiares, el sabor de Venezuela te ata, pero el deseo de un futuro mejor te impulsa, y serás como un barco que partió; pero sigue amarrado. Comparas todo el tiempo lo que viste y lo que ves, y te preguntarás mil veces si hiciste bien en tomar esa decisión; y unos días pensarás que fue la correcta, y al siguiente día pensarás lo contrario. ¡Dos diablitos opuestos en cada hombro de tu vida!
Es un poco morir por lo que dejaste, es un poco vivir por lo que encuentras, es morir, es revivir, es vivir la nueva rueda de tu vida. Dos países, uno que te desilusionó, pero que lo sigues queriendo con todo tu corazón; y uno que te ilusiona pero aún no lo quieres, uno que te hizo lo que eres hoy, y el otro que te convertirá en lo que quieres ser mañana.

Pero ya nunca más volvemos a ser los mismos; porque lo que éramos queremos cambiarlo por lo que queremos ser. Queremos muchas cosas, pero tenemos que dejar muchas otras; es un trueque emocional, que como un buen cobrador, nos lo recordará todos los días. A veces gritamos en silencio. A veces lloramos, a veces lloramos sin lágrimas; porque hay recuerdos, costumbres, emociones, sentimientos que nunca te abandonan, y tendrás una nueva y fiel compañera en tu vida: ¡La Morriña!

La mundialización no la inventaron los políticos (el globalismo, sí), la inventamos los emigrantes impulsados por los políticos, que nos obligan a ser ciudadanos del mundo, a ser los nómadas de este siglo, a iniciar recorridos donde el desierto es el gran paisaje, a pesar de que algunos encuentren el oasis.

¡Somos los guerreros de este siglo! Y así terminamos siendo de ningún lado; pero nuestros hijos, nuestros nietos, nuestra familia serán de muchos lados, algo así como una torre de babel, donde ya nadie nos preguntará por nuestros recuerdos, por nuestra tierra, por nuestro idioma; y toda nuestra valentía, nuestra tristeza, nuestra morriña, sólo quedarán para tema de alguna conversación futura donde dirán: “Mi abuelo, creo que era venezolano; pero no recuerdo de qué parte”.


VER+:



Conocí a la señora Irina Nimchikova en su posada Macrovia de Morrocoy, donde estaba feliz atendiendo a sus huéspedes. Tenía sobradas razones para estar feliz, porque vivía en un paraíso. Pero no toda su vida fue así. Me contó que había nacido en Rusia, de donde huyeron a Yugoslavia, porque su familia estaba siendo perseguida por los bolcheviques. Estando en el país balcánico comenzó la Segunda Guerra Mundial. Tenía apenas 16 años. Ya no recuerdo si sus padres fueron asesinados, pero ella se vio sola, en un pueblo que constantemente era bombardeado. Los alemanes que lo habían tomado no le permitían entrar en los refugios antibombas porque la consideraban “sub-humana”. En el último de esos bombardeos, en el pueblo sólo quedó en pie la casa donde ella vivía. No puedo imaginarme el horror que eso significó para la joven.

Cuando terminó la guerra, Irina estaba buscando para dónde irse a rehacer su vida. Asistió a una especie de “feria” de naciones, donde los países participantes ofrecían visas para los inmigrantes. Ella quería irse a Canadá, pero en Canadá le exigían papeles y ella sólo tenía el traje que llevaba puesto. Consideró también irse a Brasil, pero en Brasil también le pedían alguna identificación válida. Ya estaba empezando a desesperarse. En Europa no había condiciones para empezar de nuevo.

Se sentó en una silla pensando qué hacer, cuando notó que un señor la miraba desde el stand de Venezuela. “Venezuela”, trató de recordar. ¿Dónde había ella oído hablar de Venezuela?… Recordó que cuando cursaba sexto grado, el último que había cursado, había estudiado el Río Orinoco. Pero más allá de eso, no tenía referencias de nuestro país.
El señor que la miraba era nuestro cónsul. Irina recuerda que era de apellido Colmenares. Él se le acercó y le preguntó que qué le pasaba. Ella le contó que quería emigrar, pero que para dónde quería ir, necesitaba papeles y ella había perdido todo.
“¿Y no te quieres ir para Venezuela?”, le preguntó con suavidad. “¿Y qué podré hacer yo en Venezuela?”, le respondió ella con otra pregunta. Entonces el señor Colmenares le respondió con una frase memorable, una de las más hermosas expresiones de nuestra venezolanidad:

“En Venezuela podrás ser gente”.

Irina, con lágrimas en los ojos, me dijo:

“No lo pensé dos veces. “Ser gente” se me había negado toda mi vida. Y si había un sitio en el mundo que me ofreciera esa posibilidad, para allá me quería ir”.
Irina se vino para Venezuela. Aquí se casó y tuvo a sus hijos. Más tarde en su vida se fue a Inglaterra, donde aprendió la técnica de Alexander, unas terapias que, corrigiendo la postura, corrigen otros problemas o defectos.
Pero el país donde pudo ser gente no se le quitaba de la cabeza y menos aún de su corazón. Regresó y se instaló en Morrocoy. No supe más de ella, pero su historia es una de las más hermosas que he escuchado sobre la inmigración.
Aquí hemos perdido muchas cosas, ciertamente. Pero esa semilla de generosidad, cordialidad y empatía la tenemos muy arraigada. Sólo espero que muy pronto podamos volver a decir, ya no sólo para los extranjeros que quieran venir, sino para nosotros mismos, “en Venezuela podemos ser gente”.

¿Cómo superar el duelo migratorio? Conversamos con Cristina González, psicoanalista


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