Me dan mucho asco las señoras que tocan todas las barras de pan en el supermercado, me dan mucho asco.
Tiene que ser un propósito, no hay que tocar tanto las barras.
Hay señoras que parece que se los recomienda el médico.
Señoras que parece que le dice el médico:
"El ejercicio más completo, después del 'aquagym', es tocar todas las barras de pan en el supermercado".
Todas, en el expositor. Da igual, pan sin sal, baguete, integral, bocata, todas, todas.
Son esas señoras que están esperando antes de que abran las puertas del supermercado, que cuando suben la persiana, no esperan ni a que suba del todo, ellas pasan así por debajo. Parecen los GEOS en una redada. ¡Venga, ahora!
Luego entran y se crea una expectación alrededor del armario de barras.
Una le dice a las demás: "Esperaos, que van a sacar nuevas".
Hay una expectación ahí. "Están calientes, están calientes".
Luego vas a pagar y hay dos cajas. Tienen más, pero operativas dos como siempre, solo dos. Entonces, como hay dos, en una hay una familia que lleva el carro como si el mundo se fuera a acabar mañana a las nueve. Lo han pillado todo. Han dicho: "Llévatelo todo, haz así con el puño y vacía la estantería, llévatelo todo, todo". Y tú miras ese carro lleno y dices: "Esto saben algo que yo no sé. Alguna movida hay y no me he enterado. Va a caer un meteorito, alguna movida, y están cogiendo víveres".
En la otra caja hay una señora que solo lleva una barra de pan.
Tú haces un cálculo aproximativo, estadístico y dices:
"¿Quién de los dos va a acabar primero?".
Y dices: "Pues esta señora, que solo lleva una barra de pan".
Esa señora cuando le toque pagar le van a decir:
"Son 0,45 céntimos". Y va a decir una frase que marca un punto de inflexión en la tarde que te viene a ti encima. Y la frase es: "Pues espérate, bonita, a ver si lo llevo suelto".
Ella sabe que la espera es larga, porque es un proceso largo el de buscar los céntimos. Entonces lleva un speech preparado para amenizar un poco la velada. Lo lleva preparado para un poco rellenar.
Entonces se pone a buscar y es algo así: "Pues espera, bonita, que saco los céntimos y te los doy, porque me dirás que para qué los quiero en el bolso, me pesan y yo no los quiero para nada, y a ti te vienen bien, así tenéis cambio, porque todo el mundo paga con billete y tarjeta y os no tenéis cambio. Entonces, te doy los céntimos y me los quito de encima, tú tienes cambio, y además, para qué los quiero, si a mí se me caen y no me agacho ni a por ellos, porque las monedas de uno no las puedo diferenciar, porque sabes que pasa, que yo tenía una catarata en este ojo, que no me la quería operar, porque para 74 años que tengo le dije a mi Paco: 'ya lo tengo todo visto en esta vida'. Pero me dijo mi hija, que es ingeniero y estudia en Houston: 'mamá, eso te entra en la Seguridad Social. Te operas y ganas calidad de vida. Si vienen los ingleses a operarse la cadera, ¿no te vas a operar tú de la vista?'. Y al final me convenció, pero tenía miedo, porque sabes cómo entras en el quirófano pero no cómo sales. Tenía miedo a la anestesia, que te ponen poco más de la cantidad que toca y te quedas lela para lo que te queda. Al final, me han operado, pero tengo la manía de que he quedado peor, porque me han puesto gafas, que no he llevado en mi vida. Y las tengo en la mesita muertas de risa. Yo no he llevado gafas, yo era la más guapa del pueblo. Los llevaba a todos detrás, y al final he acabado con este, mi Paco, que es feo, pero es buena persona. Entonces, te doy las monedas, me dices cuáles son de uno y de dos. Me las quito, tú tienes cambio y este chiquito se espera, que es joven y tiene toda la vida por delante".
La familia de la otra caja ya están en casa cenados y duchados. Han aparcado el tráiler, donde llevaban toda la compra, se han metido en el búnker, el padre ha cerrado y ha dicho: "Ahora a esperar el meteorito". Que allí va a morir la vieja, la cajera y el gilipollas de la perilla, los tres ahí.
Muchas gracias, feliz año, buenas noches.
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