EL Rincón de Yanka: 🗽 SIN LIBERTAD NO HAY MORAL NI CONCIENCIA

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sábado, 28 de julio de 2018

🗽 SIN LIBERTAD NO HAY MORAL NI CONCIENCIA

"Sin libertad no hay moral, 
no hay conciencia"


No podemos creernos que la crisis es una cuestión técnica o económica, también es moral.

Julio Martínez acaba de publicar un libro llamado "Moral social y espiritualidad, una co(i)nspiración necesaria", donde sostiene, entre otras razones, que "hoy hay que actuar pensando no sólo en las personas que existimos, sino también en las futuras generaciones".

-¿A qué se debe el juego de palabras del subtítulo?
-Conspirar, en castellano, suena a confabular. Yo quería referirme a una conspiración que es una inspiración común, mutua, sinérgica. No fue idea mía, sino del padre Jesús García Abril, que fue director de Salterre. A él se le ocurrió, y a mí me encantó.

-¿O sea que le has dado un valor positivo al término?
-Claro, lo que busco yo en este libro, y lo que lo ha inspirado y orientado, es darle fuerza a los dos pulmones que mi forma de pensar sobre la moral están alimentando: Uno es la reflexión teológico-moral, a la que me dedico desde hace años como profesor, y que prácticamente desde mi entrada a la Compañía de Jesús en el año 82 me ha ocupado (a nivel de lecturas, estudio, etc); y por otro lado, la espiritualidad ignaciana. Les llamo mis dos pulmones porque, si me quitan uno de los dos, me cuesta respirar. Ver cómo la vida cristiana tiene que ver con las elecciones del bien y del mal desde la libertad sería la moral. Y ver cómo esas elecciones que se dan en lo cotidiano del vivir (en pequeñas cosas, y otras veces en grandes) están dentro de un humus que es precisamente la vida espiritual, de la oración individual y comunitaria. Con todo lo que eso significa: discernimiento de los sacramentos, de la vida de la Iglesia, la caridad, el anuncio del Evangelio, el testimonio... Ahí se inserta que tengamos un carácter moral que nos permite buscar el bien.

-¿Una moral individual y a la vez social implica, entonces, que todos nuestros actos y nuestras relaciones (con Dios y con el mundo) tienen efectos?
-Claro. Ahí está la síntesis del mandamiento de Jesús: Amarás a Dios con todo el corazón, y al prójimo como a ti mismo. La dimensión social de la moral está presente en todos sus tratados. Después del Concilio se establecieron tres grandes bloques: la moral fundamental, donde se estudian las categorías de la moral, la conciencia, la libertad, el pecado, la norma, la ley, la virtud, etc; luego la moral de la persona, donde se ha incorporado la mora sexual y la bioética, que ha adquirido mucha importancia en las últimas décadas; y luego la moral social, donde tratamos la justicia, los derechos humanos, la libertad religiosa, la educación, la cultura, la ecología, la economía... Pero, en realidad, toda la moral es social. Porque las personas no somos islas, y los actos humanos que presupone el juego de la libertad tienen una dimensión social.

-¿Qué es más importante, la moral o la libertad?
-Sin libertad no hay moral, no hay conciencia. La libertad es la condición sine qua non para que pueda haber un comportamiento al que llamamos moral.

-Sin embargo, estamos rodeados de normas, frenos, diques. Cosas que se pueden y que no se pueden hacer.
-La norma como tal no entra en contradicción con la libertad. La norma se asume desde la libertad (es lo que llamamos "autonomía") cuando, de alguna manera, la personalizamos, la hacemos propia, y rige nuestro comportamiento porque consideramos que es aquello que se corresponde con nuestra libertad. Ahora, es verdad que la libertad siempre está condicionada. Y los condicionamientos llegan a ser tan fuertes que dejan la libertad inutilizada o puesta en entredicho. Pero incluso en esas condiciones, queda siempre un resquicio para que la persona pueda ser ella misma en su intimidad y en su disposición de sí. Aunque hay situaciones sociales que ponen la libertad muy difícil para algunas personas.

-En este período de crisis económica, nuestros obispos hablan también de crisis moral. Mientras, las políticas que se están haciendo son más coercitivas (contra los trabajadores, los derechos... y otros ámbitos). ¿Volverán esos derechos y libertades, una vez pase la crisis, al lugar que tenían antes? ¿Cómo se deben afrontar estas situaciones que ahogan la libertad, para que ésta no se vea tan constreñida?
-Bueno, sobre lo que decías de los obispos, yo también creo que esta crisis tiene un componente moral que, si no lo consideramos, en realidad no entendemos el problema, y podremos repetirlo. No podemos creernos que la cosa es una cuestión técnica, de economía o finanzas. Los valores y la forma de vivir la vida son determinantes para entender lo que está pasando. Por ello, para que en estas situaciones no nos acabe dominando la pérdida de derechos y libertades, hay que situarse en aquellos valores que son humanos y, por tanto, irrenunciables. Que todo lo que hagamos desde las instituciones (sean de derecho, de economía, de sanidad o educación) se ponga al servicio de la protección y la potenciación de los valores humanos. Por eso la crisis también es una gran oportunidad.

-¿Una oportunidad para renovar, reconocer y probablemente transformar esos valores?
-Claro.

-¿No es paradójico que la globalización haya debilitado los valores que se pretendían universales? ¿No ha hecho que se perdieran determinadas certezas que parecían absolutas?
-Esto no lo ha creado la crisis, venimos hablando de ello desde hace bastante tiempo. Ésta es una crisis más virulenta que otras anteriores, pero en realidad nunca ha parado de haber crisis en el sistema económico. La globalización tiene una gran ambivalencia, y, por tanto, grandes posibilidades para hacer el bien, y a la vez posibilidades como nunca para poder hacer el mal. A mí me gusta plantear la globalización en la línea del magisterio de los últimos papas, Juan Pablo II y Benedicto, que hicieron análisis muy profundos en este sentido. La ambivalencia significa que nosotros, con nuestra libertad, podemos llevar las cosas en un sentido, o en otro. No es algo inexorable. No es una ley universal que se impone sobre nuestras cabezas.
Claro que se puede aprovechar la crisis para quitar derechos injustamente a la gente. Pero también se puede aprovechar para darse cuenta de dónde está lo realmente valioso, cuáles son los límites para no hacernos daños unos a otros (sobre todo a la gente más vulnerable). La opción preferencial por los pobres, que el Evangelio marca con fuerza.
El padre Adolfo Nicolás, padre general de la Compañía de Jesús, utiliza una expresión tremendamente luminosa, que es "la globalización de la superficialidad". Eso es lo que nos aflige: que tantas posibilidades que tenemos se utilizan mal, porque hay una gran falta de sentido de la vida en las opciones que tomamos. Falta saber qué es lo realmente importante, aquello por lo que uno es capaz, al final de dar la vida.
Un creyente, en ese sentido, cuando pone su confianza en Dios y ve que no es un rival para su libertad sino que es precisamente quien se la da y quien se la potencia ( es decir, una "teonomía" que confirma fuertemente lo que es la libertad humana), entonces todo se ordena: salud y enfermedad, pobreza y riqueza... Evidentemente, esto no es un acto único en la vida. No es una decisión, sino un proceso que hay que ir madurando y manteniendo continuamente. Por eso necesitamos la riqueza de la vida espiritual, para ser libres. Sin es alimentación continua de quiénes somos (ante Dios, ante el prójimo y ante uno mismo), no hay forma de mantener un carácter que se refiera al bien.

-Alguien podría decirnos que esa tesis es un tanto quijotesca en una sociedad en que todo está movido por el beneficio, y por esa frase de Groucho Marx de "estos son mis principios, si no le gustan, tengo otros".
-Claro. Es que en este momento hay algo contracultural que es enorme. La importancia de pararse, del silencio... en contraposición a la inflación de palabras y estímulos que tenemos por todas partes. La cultura de la "virtualidad real" es hoy fundamental para entender que no se trata de ponernos en contra de las nuevas posibilidades, de las tecnologías de la información, por ejemplo; pero sí buscar nuevas prácticas que nos permitan ser libres en este nuevo mundo.

-¿Darle a las técnicas su lugar, precisamente como "técnicas"?
-Claro, y sabiendo que no son neutrales. Ése es el error. No es que esas cosas sean neutras y la diferencia radique en su uso: configuran una forma de vivir.
-¿No es muy difícil el silencio en una sociedad como la de hoy?
-Tan difícil como importante. Pero el silencio no es vivir una vida retirada del mundo. Ésa no es la vocación de la mayoría de la gente, ni siquiera de los religiosos de vida activa, como puedo ser yo. Pero sí consiste en vivir la vida, como decía San Ignacio, como "contemplativos en acción". Con unos ojos que son capaces de mirar más allá, reconocer a Dios en todas las cosas, y a todas las cosas en Él. Para descubrirle presente hay que cultivar una serie de actitudes, por ejemplo, de oración, escucha, admiración ante lo que vemos, ante las personas, el milagro de la vida, la naturaleza... Por eso nos hemos dado cuenta de la importancia que tiene también la ecología para la justicia social.

-¿No está sacando ahora la Compañía de Jesús un documento sobre ecología?
-Sí, lo están dando a conocer desde Pueblos Unidos y otras instancias, pero es un documento del Secretariado de Acción Social y Ecología de la Compañía de Jesús, cuyo secretario es un jesuita español, de Bilbao, pero que vive en Roma. Nuestra última Congregación General, la 35, ha venido a dar una vuelta de tuerca a la justicia social que viene de la fe, y que tiene que ver con la ecología. Por decirlo de una manera rápida, esto consiste en darse cuenta de que el imperativo moral al estilo de Kant (es decir, que somos fines y no medios, y tenemos que actuar de tal manera que al final nuestra humanidad y la dignidad humana estén salvadas), hoy no se puede hacer pensando sólo en las personas que existimos, sino que hay que hacerlo pensando en las futuras generaciones que van a venir. Y, por tanto, en cómo tratamos a la naturaleza. En el fondo esta es la cuestión de la sostenibilidad (no sólo desde el punto de vista energético o ambiental, sino también social, laboral, en el derecho, en la educación...). Es tan grave la situación de crisis económica que vivimos hoy, porque lo que estamos haciendo al imposibilitar que la gente joven entre al mercado de trabajo es justo lo contrario a una sociedad sostenible. Es el mensaje más tremendo que podemos dar, porque, además, eso acaba quitando el ánimo y la esperanza.

-¿Es una rueda, entonces, capaz de crear focos de marginación y hasta de violencia?
-Sí, es una rueda perversa. Por eso también, ante la reforma laboral, tenemos que tratar de analizar con frialdad las cosas, porque hay que impedir que se eliminen derechos, pero también hay que impedir que determinadas posiciones ideológicas que están tratando de salvaguardar privilegios o posiciones adquiridas, impidan, precisamente, que esa rueda funcione. Hay que hilar muy fino y tener cuidado con la gente que no puede acceder a ese mundo. La moral, realmente, atraviesa todo.


“La justicia es conciencia, no una conciencia personal, sino la conciencia de toda la humanidad. Los que reconocen claramente la voz de su propia conciencia por lo general también reconocer la voz de la justicia”. Aleksandr Solzhenitsyn
Philip Staler, doctor en psicología egresado de Harvard, narra la historia de dos hombres pobres íntimos amigos, uno blanco y otro negro, que viajan juntos en busca de una nueva tierra de promisión de la que habían oído hablar. El cuento revela los efectos psicológicos y sociales que supone vivir en las sociedades del primer mundo. El progreso industrial y tecnológico ha sido apasionante arma de dos filos: al resolver un problema, crea otro más sutil y peligroso. Cada etapa del progreso se convierte en un prodigioso mecanismo que, a pesar de estar programado para lograr la perfección, conduce irremisiblemente hacia la destrucción de lo humano. 

Los dos hombres pobres, uno blanco y el otro negro, encuentran en el camino un brujo que les dice: 

"Dadme vuestra conciencia y os haré ricos y así viajaréis elegante y cómodamente”. La propuesta del brujo no le interesa al hombre negro, pero al blanco le parece bien. Tan pronto le da su conciencia, se encuentra hermosamente vestido, jineteando un fino caballo. El hombre negro continúa a pie y no puede seguir su paso y esto enfurece al hombre blanco. Se burla de sus ropas viejas y cada vez que cae le azota con su fusta. Ha perdido completamente el sentido de compasión. Cuando el hombre negro amenaza con abandonarle, el blanco le ata al caballo y lo lleva arrastrando: tiene miedo de viajar solo. Entonces se opera un cambio en el hombre blanco. Pierde todo interés por el viaje, no disfruta de las cosas que le rodean, y su única satisfacción es compararse a sí mismo con el ‘amigo’, a quien sojuzga y trata como a un esclavo. En cada pueblo se detiene para hacer ostentación de su riqueza y aumentarla, cosa que logra jugando dinero o estafando a los lugareños.

Un día se encuentra con uno igual que él: ambos pretenden hacer trampas en el juego y terminan de pleito. De las palabras pasan a los puños, y luego a las armas. En el tiroteo mueren ambos. El hombre negro logra recuperarse de las llagas y heridas sufridas en el camino, toma el caballo del blanco y prosigue su viaje. El camino está infestado de trampas por el cual ha de avanzar el sojuzgado. 

La diferencia entre el opresor y el oprimido es interna. Nada alimenta tanto la opresión como la profunda convicción del oprimido de ser incapaz de protegerse a sí mismo. Para los opresores rescatar la conciencia no es cosa fácil: se han dejado seducir por el concepto de ‘el progreso, a como dé lugar’, visión lineal con orejeras que impide ver hacia los lados o hacia atrás. No interesa a quien se oprima, atropelle, o contamine con tal de ser los amos. El cuento de Slater termina sin decir si el hombre oprimido logra llegar a la tierra prometida.

Las naciones en desarrollo pueden lograr la prosperidad, pueden a través de una democracia auténtica, obtener una vida digna. No es necesario sacrificar la conciencia. No es necesario vender el alma, los ideales, los sueños, contaminar nuestro entorno. Los que aman a la patria pueden cambiar el sistema de gobierno para crear un mundo nuevo con igualdad y justicia para todos. ¡Sí se puede! No es necesario recurrir a las armas, sino al intelecto y al corazón. 

La Tierra Prometida siempre ha estado ante nosotros y es para todos. Aunque continuamos buscando el camino hacia las estrellas, éste no está oculto. Serpentea con gracia entre los espacios y relaciones que existen entre las naciones, las personas y las cosas. Ha estado ahí desde el principio de los tiempos, pero no ha sido fácil para los humanos reconocerlo.






"Entregarnos vuestra conciencia y os haremos libres desatándolos de la superstición cristiana o religiosa"



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