El obispo Barron sugiere invertir menos en las parroquias y más en la «evangelización activa»
El obispo Barron pide una mayor presencia de sacerdotes allí donde están los no evangelizados o los alejados: entre otros puntos, los medios.
El nombramiento en 2015 de Robert Barron como obispo auxiliar de Los Ángeles (Estados Unidos) fue interpretado como un respaldo de la Santa Sede a uno de los sacerdotes más específicamente volcados en la evangelización en las redes sociales, y en particular en Youtube, con series de primer anuncio, apologética o historia de la Iglesia que tienen gran éxito.
Sus nuevas tareas como obispo incluyen un importante trabajo parroquial, lo que ha llevado a Barron a unas reflexiones sobre el papel que deben jugar las parroquias en la Nueva Evangelización. Un reciente artículo en The Catholic World Report apuesta por revisar dónde se pone el centro de la inversión en tiempo, dinero y personal, a la luz de la creciente descristianización de las sociedades occidentales:
Salir de la sacristía: una mirada a nuestras prioridades pastorales
Durante los últimos días he estado con mi equipo de Word on Fire rodando los episodios de nuestra serie Pivotal Players sobre Flannery O’Connor y Fulton Sheen. Nuestro viaje nos ha llevado desde Chicago a Nueva York y Washington DC, y finalmente a Savannah y Milledgeville (Georgia).
A cada paso del camino, nos hemos encontrado con mucha gente a quien han impactado los materiales de Word on Fire: sermones, podcasts, vídeos de Youtube y la serie sobre el Catolicismo. Muchos me han dicho que conocer Word on Fire fue el inicio de un proceso que les condujo de regreso a la Iglesia.
Y no digo esto para publicitar mi ministerio en los medios de comunicación, sino más bien como una ocasión para reflexionar sobre lo que considero un cambio necesario en la forma en la que la Iglesia contempla su tarea esencial.
En los años que llevo implicado en la Iglesia, la parroquia ha sido considerada como “la” institución eclesial fundamental. Si hablas con cualquiera que haya participado en el ministerio de la Iglesia durante los últimos cincuenta años, escucharás muchas críticas a numerosos aspectos de la vida de la Iglesia, pero también, casi sin excepción, escucharás un elogio de la parroquia. Pienso aquí en las evocaciones líricas del padre Andrew Greeley sobre la parroquia como una institución de singular éxito social y religioso.
Sin duda, en el contexto del clero diocesano, el trabajo parroquial es el pivote incuestionable. Aunque se acepta el ministerio fuera del entorno parroquial (hospital, seminario, enseñanza, gestión, etc.), generalmente se considera que no es lo que un sacerdote diocesano debería hacer. Lo cierto es que se invierte una enorme cantidad de dinero, tiempo, energía y personal en el mantenimiento de las estructuras parroquiales.
Les ruego que no me malinterpreten: Amo la parroquia y creo apasionadamente en su importancia. El culto, la enseñanza y el discipulado, la construcción de la comunidad, la formación para la misión, todo ello debe tener lugar en la parroquia. Trabajé a tiempo completo en la parroquia durante muchos años, y he estado vinculado a numerosas parroquias durante mis 32 años de sacerdocio. Ahora, como obispo auxiliar en la mayor archidiócesis del país, superviso y visito periódicamente unas cuarenta parroquias. Sin embargo, me pregunto si, dadas las exigencias excepcionales de nuestro tiempo, sería prudente plantearse algunas preguntas sobre nuestra hiper-insistencia en la parroquia.
En los inicios de la Iglesia, no había diócesis ni escuelas ni seminarios ni parroquias. Pero había evangelistas.
Encuesta tras encuesta muestran que el número de quienes indican que carecen de “ninguna” afiliación religiosa crece dramáticamente en nuestro país. Mientras que a principios de los años 70, quienes decían no tener religión eran en torno al 3%, hoy se acerca al 25%. Y entre los jóvenes las cifras son aún más alarmantes: el 40% de los menores de 40 años carecen de afiliación religiosa, y nada menos que un 50% de los católicos menores de 40 años afirman también no tener "ninguna”. Por cada persona que hoy entra en la Iglesia católica, seis la abandonan.
E incluso quienes se identifican como católicos pasan muy poco tiempo en las parroquias. La mayoría de los estudios indican que asisten regularmente a misa entre el 20 y el 25% de los católicos bautizados, y el número de quienes reciben los sacramentos (especialmente bautismo, confirmación y matrimonio) está en franco declive. Además, los análisis objetivos revelan –y puedo dar fe de ello con buena parte de mi experiencia– que solo un pequeño porcentaje del ya pequeño porcentaje que asiste a misa participa en programas parroquiales sobre educación, servicio social y renovación espiritual. 🔥 La cuestión (e insisto en que esto no es decir nada contra quienes cumplen una maravillosa tarea en las parroquias) es que quizá deberíamos reconsiderar nuestras prioridades y centrarnos por encima de todo en la evangelización activa, en la gran misión ad extra.
En memorable ocasión, el Papa Francisco nos pidió: “Salgan de las sacristías, salgan a la calle y vayan a las periferias”. Especialmente en el contexto occidental, las calles y las periferias son donde se encuentran los que dicen “ninguna”. Hace dos o tres generaciones, podíamos confiar en que mucha gente (y por supuesto los católicos) vendría a nuestras instituciones (escuelas, seminarios y parroquias) para ser evangelizada, pero no podemos en absoluto asumirlo así hoy. Y, sin embargo, parece que seguimos dedicando la mayor parte de nuestro dinero, nuestro tiempo y nuestra atención al mantenimiento de estas instituciones y sus programas.
¿No sería tal vez más prudente dirigir nuestras energías, nuestro dinero y nuestro personal hacia fuera, de modo que nos moviésemos en el espacio donde se encuentran los no-evangelizados, los alejados, los que dicen “ninguna”? Mi humilde propuesta es que sería deseable que se invirtiese en serio en medios sociales y en la formación de un ejército de jóvenes sacerdotes específicamente educados y preparados para evangelizar la cultura a través de dichos medios. Pero eso es asunto de otro artículo.
La última vez que el cardenal Francis George (1937-2015) se dirigió a los sacerdotes de Chicago, en un acto nueve meses antes de su muerte, hizo una advertencia profética. Dijo a los sacerdotes de Chicago que, en los inicios de la Iglesia, no había diócesis ni escuelas ni seminarios ni parroquias. Pero había evangelistas. Él lo dijo a la luz de nuestros actuales desafíos, vale la pena tenerlo en cuenta. Y tenía razón.
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