El 18 de julio de 1936 se inicia un conflicto armado que divide a España en dos; políticos, gente del pueblo e intelectuales toman parte por un bando u otro, unos con las armas y otros con las palabras; éste fue el caso de Miguel de Unamuno que sin utilizar ningún arma se enfrentó a los dos bandos.
“Venceréis, pero no convencéreis”. El día 12 de octubre se cumplen 80 años del pronunciamiento, en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca, de la célebre frase de Miguel de Unamuno durante el enfrentamiento con Millán Astray en la ceremonia de apertura del curso académico de 1936. Aniversario de la defensa de la razón y la inteligencia frente a la violencia, “la defensa más valerosa de la libertad académica de Unanumo, su valor intelectural y pesonal”
Miguel de Unamuno era rector de la Universidad de Salamanca cuando comienza la Guerra Civil, pero su aprobación y exaltación pública de la rebelión, aparte de su antimarxismo, oposición al Frente Popular, horror ante el anticlericalismo de la II República y oposición a su presidente Manuel Azaña, al que llegó a recomendar el suicidio como acto patriótico, hizo que el 22 de agosto fuera destituido en su cargo mediante un decreto firmando por el mismo Azaña.
Pero en los primeros meses del conflicto las tropas rebeldes se habían hecho con la parte oeste del país y habían establecido la capital en Salamanca, devolviéndole a Unamuno su cargo.
El 12 de octubre de 1936 se conmemoraba en Salamanca el “Día de la Raza” con un acto en el Paraninfo de la Universidad, a él estaban invitadas diferentes personalidades del mundo intelectual y militar, incluido el rector, el obispo de Salamanca, el gobernador civil y Doña Carmen Polo, esposa de Francisco Franco, en representación de su marido.
El solemne acto se inició con un discurso de José María Pemán sobre la grandeza de España, le siguió Maldonado en el mismo tono y cuando ya se había caldeado el ambiente el General Millán Astray fundador de la Legión y lisiado de guerra, se hizo con la palabra atacando a los nazionalistas de Cataluña y a las provincias vascas, describiéndolas como “cánceres en el cuerpo de la nación”.
Empezó entonces una serie de gritos y proclamas entre Millán Astray y los falangistas que ataviados con sus camisas azules asistían al acto: “¡Viva la muerte!, ¡España!, ¡Una!, ¡España!, ¡Grande!, ¡España!, ¡Libre!”
Unamuno que había estado tomando notas durante todo el acto y, aunque no pensaba hablar, se levantó lentamente y se dirigió al estrado iniciando así su más polémica disertación.
“Estáis esperando mis palabras. Me conocéis bien, y sabéis que soy incapaz de permanecer en silencio. A veces, quedarse callado equivale a mentir porque el silencio puede ser interpretado como aquiescencia. Quiero hacer algunos comentarios al discurso, por llamarlo de algún modo, del general Millán Astray que se encuentra entre nosotros. Dejaré de lado la ofensa personal que supone su repentina explosión contra vascos y catalanes. Yo mismo, como sabéis, nací en Bilbao y el obispo, lo quiera o no lo quiera, es catalán, nacido en Barcelona.
Pero ahora acabo de oír el necrófilo e insensato grito, ¡Viva la muerte! Y yo, que he pasado mi vida componiendo paradojas que excitaban la ira de algunos que no las comprendían, he de deciros, como experto en la materia, que esta ridícula paradoja me parece repelente. El general Millán Astray es un inválido, no es preciso que digamos esto con un tono más bajo. Es un inválido de guerra, también lo fue Cervantes pero desgraciadamente en España hay actualmente demasiados mutilados y, si Dios no nos ayuda, pronto habrá muchísimos más.
Me atormenta el pensar que el general Millán Astray pudiera dictar las normas de la psicología de la masa. Un mutilado que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, es de esperar que encuentre un terrible alivio viendo como se multiplican los mutilados a su alrededor”.
Millán Astray no se pudo contener por más tiempo ante las palabras del filósofo y gritó “¡Abajo la inteligencia!(Abajo los malos intelectuales), ¡Viva la muerte!”, eslogan que fue vitoreado por los simpatizantes falangistas.
Unamuno le replicó; “Este es el templo de la inteligencia y yo soy su sumo sacerdote, estáis profanando su sagrado recinto. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir y para persuadir necesitaréis algo que os falta: razón derecho en la lucha. Me parece inútil el pediros que penséis en España. He dicho”
Unamuno debió salir escoltado entre el catedrático de Derecho Canónico y la señora de Franco. Esa misma tarde el viejo filósofo se presentó en el Casino como hacía habitualmente pero le impidieron la entrada.
Miguel de Unamuno se recluyó en su casa donde recibió la noticia de su cese, por segunda vez en el mismo año, como rector dos días después de su enfrentamiento verbal en el Paraninfo, a partir de ese momento el filósofo se recluyó en sí mismo y murió tan solo mes y medio después el 31 de diciembre de 1936.
Pocos días antes de su muerte, ya recluido en su domicilio, del que no saldría con vida, Unamuno escribió un texto tan lúcido como premonitorio que merece ser aquí reproducido:
«La nuestra es solamente una guerra incivil, se habla de una guerra de ideas, pero en esta guerra no hay ninguna idea a debatir. En España hay una epidemia de locura, estamos ante una horda de destrucción. No se oyen sino voces de odio y muerte al inteligente, esto es el suicidio moral de España, una salvajada anticristiana, antieuropea. Esto es la militarización africana pagano imperialista, un estúpido régimen de terror, aquí se fusila sin formación de proceso, se asesina sin causa. Y ¡sí!, son horribles las cosas que cuentan de las llamadas hordas rojas, pero no hay nada peor que el maridaje de la mentalidad de cuartel con la de sacristía, porque el grosero catolicismo tradicionalista español apenas tiene nada de cristiano. Qué cándido y qué ligero anduve al adherirme al movimiento de Franco, que se ve arrastrado en ese camino de perdición. La dictadura que se avecina va a ser la muerte de la libertad, de la dignidad del hombre, todos cuantos están emigrando no volverán a España, no podrán volver, como no sea a vivir aquí desterrados y envilecidos. Pobre España. Pobre España».
Unamuno murió deprimido y enfermo el último día del año 1936. Todo lo que advirtió en esa carta se cumplió a rajatabla. Como el Manuel Bueno de su novela, abandonó este mundo martirizado por la guerra...
EN LA UNIVERSIDAD DE SALAMANCA
(12 DE OCTUBRE DE 1936).
«Todos vosotros estáis pendientes de mis palabras. Todos vosotros me conocéis y sabéis que soy incapaz de permanecer en silencio. No he aprendido a hacerlo en los setenta y tres años de mi vida. Y ahora, ya no quiero aprender. A veces, callarse equivale a mentir. Porque el silencio puede ser interpretado como aquiescencia. Yo no podría sobrevivir a un divorcio entre mi conciencia y mi palabra, que siempre han sido una pareja muy unida. [...]
He oído el insensato y necrófilo grito de "¡Viva la muerte!". Para mí es equivalente al de "¡Muera la vida!", y yo que me he pasado la vida componiendo paradojas que excitaban la ira de algunos que no las comprendían, he de deciros, como experto en la materia, que esta ridícula paradoja me repele. [...]
El general Millán Astray no es una mente selecta, aunque sea impopular, o mejor dicho, por esta misma razón. Porque es impopular. El general Millán Astray quisiera crear de nuevo España -una creación negativa- a su imagen y semejanza, y por esta razón quiere ver España mutilada como sin querer nos lo ha dicho.» Millán Astray: «¡Muera la inteligencia!». «¡No! ¡Viva la inteligencia! ¡Mueran los malos intelectuales», corrigió don José María Pemán. Y don Miguel de Unamuno prosiguió:
«Éste es el templo del intelecto, y yo soy su sumo sacerdote. Sois vosotros los que estáis profanando su sagrado recinto. He sido siempre, a pesar de lo que puedan decir los proverbios, un profeta de mi tierra. Venceréis, pero no convenceréis. Venceréis, porque tenéis en vuestras manos sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis, porque convencer significa persuadir. Y para poder persuadir necesitaríais lo que no tenéis -la razón y el derecho en la lucha-. Considero fútil exhortaros a pensar en España. He terminado.»
Luis Portillo, «Unamuno's last lecture», Golden Horizon, Weinfeld and Nicholson, Londres, 1953.
Única grabación de la voz de don Miguel de Unamuno
El poder de la palabra (1931)
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