Por un mundo donde seamos políticamente
iguales y libres;
socialmente diferentes y libres.
(Corrección de una frase de Rosa Luxemburgo)
Es imposible respetar los proyectos de vida de las personas, esto es, el despliegue de su singularidad en todo su potencial, y al mismo tiempo esperar igualdad. Por eso el proyecto igualitario debe basarse en la coacción estatal.
¿POR QUÉ hablar de "tiranía de la igualdad"?
Se me ha preguntado a raíz de un libro reciente de mi autoría con ese título. Primero, porque en la discusión pública nacional el tema de la igualdad se ha impuesto casi como un dogma religioso repetido sin mayor análisis crítico. Si usted osa cuestionarlo es condenado inmediatamente casi como lo peor de la sociedad. La segunda razón de hablar de una “tiranía de la igualdad” es que la igualdad fáctica y la libertad son conceptos totalmente opuestos e incompatibles.
Si usted quiere igualar a Alexis Sánchez con el resto de los jugadores de fútbol debe necesariamente "bajarlo de los patines" e impedirle que juegue según su potencial. Es imposible respetar los proyectos de vida de las personas, esto es, el despliegue de su singularidad en todo su potencial, y al mismo tiempo esperar igualdad. Por eso el proyecto igualitario debe basarse en la coacción estatal, pues es el Estado el que tiene el monopolio de la violencia física necesario par imponer la igualdad. A eso se refería Friedrich Nietzsche cuando dijo que el socialismo era el heredero del despotismo y que buscaba la aniquilación formal del individuo. Su compatriota, Wilhelm Röpke, advirtió que la búsqueda consecuente de la igualdad inevitablemente llevaría a una tiranía de terribles consecuencias. ¿Exageraba Röpke? Si los factores que nos diferencian y llevan a resultados desiguales son múltiples, incluyendo la familia, la genética, la suerte, el contexto social, las preferencias de cada uno, etc., ¿cómo se podría intentar igualdad si no es reprimiendo e interviniendo cada uno de esos aspectos?
En la China de Mao el igualitarismo socialista llegó al extremo de obligar a todos a vestirse igual, llevar el mismo corte de pelo, pensar igual y mucho más. Usted dirá con razón que eso fue una locura y que nada parecido se pretende en Chile. Es cierto, pero no hay que equivocarse, porque el principio es el mismo: igualar a la gente pasa por violentar su libertad. Lo único que hace mayor o menor la escala de violencia es el grado en que se la pretende igualar. Si usted sólo quiere igualar a la gente en educación escolar, por ejemplo, debería establecer una Escuela Nacional Unificada controlada por el Estado que prohíba a todos los padres de Chile decidir a qué colegio enviar a sus hijos y que elimine la educación privada. Eso, por su puesto, destruiría la libertad de elegir de las personas, algo que de hecho hace parcialmente la reforma educacional aprobada hace poco.
Para salvar esta obvia contradicción entre libertad e igualdad, los socialistas dicen que "la igualdad es el régimen de la libertad". Este argumento incuba un germen totalitario presente desde Rousseau hasta Marx, según el cual usted sólo es libre si sigue lo que dictamina la autoridad, la que a su vez sabe mejor que usted lo que le conviene. Además, confunde la idea de libertad con riqueza bajo el argumento de que "el Estado hace libre a las personas dándole medios que no tienen".
La falacia es evidente, pues si la riqueza fuera condición de libertad, entonces ¿de dónde vino toda la riqueza que existe en el mundo hoy si no fue de la libertad para crearla cuando no existía? No hay que dejarse engañar: la única libertad real, como dijo Isaiah Berlin, es la que consiste en "elegir lo que queremos elegir, porque queremos elegir de esa forma, sin coacción, sin intimidación, sin ser tragados por algún vasto sistema; y en el derecho a resistir, a ser impopulares y a defender nuestras convicciones sólo porque son nuestras convicciones".
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