Escrito en 2005 y debatido ampliamente tras su muerte, Esto es agua es un legado conciso de uno de los grandes pensadores de nuestro tiempo.
¿Cómo evitamos vivir nuestras vidas estando muertos, siendo inconscientes, meros esclavos de nuestras cabezas y sintiéndonos completa e imperialmente solos, día tras día? ¿Cómo logramos distanciarnos de nuestros pensamientos egocéntricos y logramos ser lo bastante conscientes y estar lo bastante despiertos como para elegir a qué prestar atención y cómo construir el sentido a partir de la experiencia? A medida que busca respuestas a estas preguntas nada sencillas, David Foster Wallace hace agudas observaciones acerca la vida contemporánea y pone de manifiesto los fundamentos de la naturaleza humana. Y al hacerlo, revela una de las decisiones más importantes e inconscientes que tomamos todos los días: qué pensamos sobre el mundo que nos rodea. Transido con el humor único de David Foster Wallace, su intelecto preciso y su filosofía práctica, `Esto es agua` muestra los retos de la vida diaria y ofrece consejos que nos renuevan con cada lectura.
El 21 de mayo de 2005, David Foster Wallace (1962-2008) pronunció un discurso en la ceremonia de graduación del prestigioso Kenyon College (Ohio). El autor de «La broma infinita» (1996) nunca había hablado en público en un acto de este tipo (tampoco le gustaba sentirse expuesto y enfocado), pero finalmente aceptó la invitación de la universidad. El tema, por supuesto, se dejó a la elección de Foster Wallace, que sorprendió a la joven audiencia con un inspirador discurso sobre la vida que empezaba a desplegarse ante sus ojos.
La auténtica libertad
Poco amigo de la pompa y a veces víctima de la circunstancia, David Foster Wallace comenzó su alocución con dos historias simples y didácticas, a modo de parábolas. La primera, protagonizada por dos peces jóvenes (de ahí el título del libro) que se cruzan con un pez mayor que nada en dirección contraria; la segunda, sobre dos tipos que discuten acerca de la existencia de Dios sentados en un bar en los páramos de Alaska. ¿Su objetivo? Que su audiencia pusiera en suspenso, al menos durante unos minutos, su escepticismo «acerca del valor de lo que es completamente obvio».
Porque, a juicio de Foster Wallace, «las realidades más obvias, ubicuas e importantes son a menudo las que más cuestan de ver»… y explicar. Aunque suene a perogrullada (que posiblemente lo sea), el autor estadounidense acertó al espolear a los jóvenes explicándoles que «en las trincheras donde tiene lugar la lucha diaria» esasperogrulladas «pueden tener una importancia vital». No buscaba enseñar a pensar a quienes aquel día se graduaban, sino más bienorientarles en su «elección de en qué pensar». Pasada la prueba de fuego del comienzo, sin nervios, relajado y consciente de que su audiencia estaba ya entregada, Foster Wallace se mostró más libre que nunca en sus razonamientos.
Del análisis de la forma en que construimos el sentido («fruto de una elección intencionada»), al problema de la arrogancia y el egocentrismo («nos viene de fábrica al nacer»), el cisma de la religión, la tarea de elegir, el aburrimiento, las frustraciones, la rutina o los errores cometidos «fruto del autoengaño». Pero también los peligros de la educación académica, que puede conducir a olvidarse de lo que pasa dentro de uno mismo al intelectualizar «las cosas en exceso», como a él la pasó. Hasta llegar a lo único que es cierto «con C mayúscula»: cada uno tiene «la oportunidad de decidir cómo va a intentar ver las cosas». Esa es la auténtica libertad.
Una lucha, casi permanente, en la que hay mucho en juego. La propia vida. Y no siempre se sale ganando. David Foster Wallace perdió la batalla contra la sinrazón de la enfermedad y, por eso, estremece leer el párrafo en el que habla de los suicidas: «No es para nada una coincidencia el que los adultos que se suicidan con armas de fuego casi siempre se peguen un tiro en la cabeza». La mayoría de ellos «están muertos mucho antes de apretar el gatillo». David Foster Wallace no apretó el gatillo (se ahorcó), pero no tuvo la oportunidad de morir «un millón de veces» antes de que por fin le metieran bajo tierra. No pudo llegar a los 50 años (se suicidó a los 46). Le resultó demasiado difícil «vivir de forma consciente y adulta día tras día». Por eso la publicación de este texto es una maravillosa ocasión para reivindicar su obra pero, sobre todo, su vida.
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