Nadie quiere hacer sacrificios por alguien
a quien considera ajeno, extranjero
Los tres grandes pilares que construyen y sustentan la civilización occidental son la religión judeo-cristiana, la filosofía griega y el Derecho romano.
Si queremos construir un futuro juntos, necesitamos algo más que meros intereses comunes, que pueden ser convergentes en determinados momentos y divergentes en otros. Si no tenemos un sentimiento de identidad compartida, si no nos alegramos de los éxitos de otros europeos, como propios, y nos dolemos de sus desgracias, si no estamos dispuestos a la solidaridad por encima de los egoísmos nacionales, la construcción europea está herida de muerte. Cualquier entidad política, aunque sea tan peculiar como la europea, necesita tener detrás un sentimiento colectivo que la cohesione, un alma común, un relato compartido, un mismo objetivo.
Tenemos una misma cultura que nació y floreció en Atenas y Roma
Necesitamos ese sentido de pertenencia, que podríamos llamar un patriotismo europeo —abierto e integrador, basado en la razón y en la madurez cívica— para superar los recelos, cercanos a la hostilidad, que la crisis ha hecho surgir entre ciudadanos de los distintos Estados-nación, y avanzar en la integración. Europa puede y debe ser nuestra patria común, porque tenemos un patrimonio, un pasado y un futuro comunes. No sólo compartimos un espacio geográfico, sino una historia, no exenta de guerras y enfrentamientos, ni de episodios atroces como el colonialismo, pero que hemos construido juntos. No sólo estamos vinculados económicamente, tenemos una misma cultura que nació en Atenas y Roma y ha florecido en las artes y en las ciencias durante siglos, sin considerar las fronteras. Leonardo da Vinci, Shakespeare, Mozart, Newton, Picasso... son patrimonio de todos los europeos, y todos los europeos podemos y debemos sentirlos como nuestros. Nos hemos dotado prácticamente de las mismas leyes, tenemos religiones, lenguas y sistemas políticos similares, y —sobre todo— compartimos los mismos valores.
A pesar de nuestras diferencias, ser europeo es una forma de entender el mundo, y las relaciones sociales y políticas. Somos el resultado de una evolución del pensamiento social que hunde sus raíces en la democracia griega y en los valores cristianos, y se desarrolla con el humanismo renacentista y la Ilustración, hasta alcanzar su realización práctica en la Revolución Francesa, cuando se escribió el certificado de nacimiento de la Europa actual. Existen, por supuesto, opciones políticas muy diferentes, que responden a intereses contrapuestos, pero en su fondo yace sin duda un cierto sustrato ideológico común, una concepción humanista del pacto social, genuinamente europea, que es necesario preservar y alentar.
El sistema de valores que conforman el alma de Europa se basa en la democracia, el respeto a las libertades individuales y a los derechos humanos, en especial el derecho a la vida, la igualdad, la solidaridad, la tolerancia, el respeto a otras culturas y el ideal de la paz. Todos son valores universales, que compartimos con otras naciones del mundo, pero nacieron como ideas en nuestro continente. El avance más distintivo del sistema europeo es el Estado de bienestar, o la economía social de mercado, que combina el capitalismo con ciertos derechos sociales de carácter universal garantizados por el Estado. Este sistema, que nació en Alemania a finales del siglo XIX y se desarrolló plenamente después de la II Guerra Mundial, forma parte ya de nuestro irrenunciable patrimonio político y de nuestra cultura, hasta el punto de que cuando se le ataca, nuestras sociedades se tambalean.
Es necesario repensar y dar forma a un nuevo proyecto común
Hemos construido un paradigma político que es probablemente el más avanzado del mundo. Es necesario perseverar, aunque las condiciones objetivas presionen en su contra. Europa no puede sucumbir a la globalización, rindiendo su modelo social —que tanto ha costado construir— en una pugna de competitividad con países en los que los trabajadores son todavía meros proletarios, carentes de derechos. Eso sería ir en sentido contrario a la historia y renunciar a un avance que ha hecho nuestro mundo más justo y humano. Por el contrario, tiene que persistir y profundizar en este modelo hasta que se vaya contagiando al resto del planeta, de manera que cuando se extienda podamos volver a ser competitivos, pero no rebajando nuestros derechos, sino aumentando los de los demás. Si Europa no se rinde, el modelo se extenderá por la simple razón de que es la evolución natural a un sistema más racional, más pacífico y más eficaz para el futuro de nuestra especie. Del mismo modo, el proceso de integración regional puede servir de modelo para otras áreas geográficas y culturales, de modo que en un futuro más o menos lejano el mundo conste sólo de 10 o 12 entidades políticas y finalmente se llegue un día a la unidad global.
La Europa de los intereses ha demostrado su fragilidad y su ineficacia. Es necesario volver a la Europa de los valores, si queremos avanzar en la integración, superar la grave crisis económica y política que estamos viviendo y seguir siendo una referencia para el resto del mundo. Es necesario repensar y dar forma a un nuevo proyecto común, compartido, suficientemente atractivo para crear ilusión, motivar y reforzar la cohesión entre los ciudadanos europeos. Un proyecto que no puede estar basado en el economicismo, ni en el egoísmo nacional o de clase, ni en una competitividad individualista cercana al darwinismo social que no forma parte de la tradición humanista continental, sino en la cooperación y la solidaridad social, en la construcción de una sociedad en la que el bienestar y el desarrollo del ser humano y la conservación del entorno sean las prioridades de la actividad económica. Una sociedad en la que los ciudadanos tengan no sólo derechos políticos y civiles, sino también económicos, sociales y culturales y controlen efectivamente cualquier forma de poder, dando así un nuevo paso cualitativo en el desarrollo evolutivo de la humanidad.
José Enrique de Ayala es miembro del Consejo de Asuntos Europeos de la Fundación Alternativas.
El fin de la vida, escribía Unamuno, es hacerse un alma. Hacerse un alma con los pensamientos más elevados, con los sentimientos más nobles y con las acciones más generosas. El alma del hombre descubre un alma en la situación que le rodea y que le da lugar a un lazo existencia y a una sensibilidad a la que no debe renunciar...
El Papa Juan Pablo II a Europa la comprende como "una planta a la que hace falta prepararle el terreno": "Europa es un árbol que perecerá si no cuida sus raíces, su futuro ya está escrito en sus raíces, en ellas se empieza a desvelar su futuro. Podemos hacer cualquier cosa del árbol si le quitamos las raíces... incluso quemarlo".
Europa es un acontecimiento de "los hombres que cultivan la tierra aquí, pero con el amor y la esperanza viven en el más allá", porque "las raíces de Europa no están sólo en la tierra sino también en el cielo y por tanto el europeo, si lo es, tiene que ser testigo de ambas. Si olvida esto, convertirá su historia en la mera historia de su progreso... será la Europa de los mercenarios afligidos por la posesión de bienes". Stanislaw Grygiel
"Europa no es un objeto que se pueda manipular" y afirmó que "una Europa doblada en sí misma, no sería Europa sino un objeto de la política", y que "Europa va más allá de los europeos", quienes "tienen que crecer hasta llegar a ser Europa". Stanislaw Grygiel,
Europa es fruto "de la colaboración creativa del hombre con la luz que procede de la realidad invisible" y sostuvo que "lo que el hombre ve en esta luz es lo que puede transformar con sus manos". Stanislaw Grygiel.
En este sentido, y poniendo en relación el dios ignoto de los griegos con la profecía hecha por Dios a Abraham, el profesor afirmó que "sin la profecía, la razón consigue ser lógica sólo hasta cierto punto" y añadió que "el sabio y el profeta se reencuentran sólo en el amor clavado en la cruz del Gólgota".
Grygiel defendió que la historia de Europa es en cierto modo la historia de la evangelización y sostuvo con palabras de Juan Pablo II que "la crisis del hombre europeo es la crisis del hombre cristiano".
Para este profesor "al pensamiento europeo no le hace falta oponer otro pensamiento", sino que la ayuda a Europa le vendrá "del realismo y la santidad" y se preguntó si "los europeos tendrán el valor de contestar a la vocación de la gracia".2004-11-21 – ESP.
No a las constituciones totalitarias y tiránicas,
que ignoran las raíces cristianas de Europa
300 años antes de Constantino
(moneda oro sc. IV- Viena)
la Iglesia Católica predicaba, enseñaba y escribía la Biblia.
"La dignidad humana y los derechos y libertades que de ésta se desprenden no proceden de una mera “herencia cultural, religiosa o humanista”. La dignidad de la persona es inherente a ella, no puede plantearse de otro modo. Nuestra herencia religiosa, es decir, las palabras de Cristo, que nos llegan a través de las Sagradas Escrituras y de la Tradición de la Iglesia, nos la dan a conocer en su plenitud. Europa respeta la dignidad de la persona porque Cristo mismo vino al mundo a decirnos que somos hijos de Dios y, consecuentemente, hermanos. Esta verdad, divulgada por todo el Imperio Romano por los primeros cristianos y defendida por todos los reinos de la Cristiandad, provoca un nuevo trato ante la persona humana que define los grandes valores europeos. Y ésta ha sido nuestra gran aportación al resto de la humanidad, por lo que se reconoce a Europa en las otras civilizaciones y lo que, en mayor medida, nos distingue. La Declaración Universal de los Derechos del Hombre aprobada el 10 de diciembre de 1948 no habría sido así ni, en consecuencia, habría aportado tanto a la sociedad internacional, si Europa no hubiese sido cristiana y no hubiese luchado por exportar y defender sus valores ante el resto de la humanidad".
"Es curioso el desconocimiento de esta circunstancia. Debe resaltarse, en este sentido, que el sentimiento de pertenencia a una sociedad deriva del conocimiento de la propia historia: sólo se ama lo que se conoce –y cuanto más se conoce, más se ama–. Por esto mismo, es necesario que los europeos profundicemos en el conocimiento de la historia de Europa, nuestra propia historia, definitivamente marcada por las creencias de millones de europeos a lo largo de los siglos. Sin este conocimiento Europa y sus habitantes no tendrán nunca capacidad suficiente para consolidar una auténtica unión de sus pueblos y brotarán irremediablemente los nacionalismos, una de las armas más potentes para dividir Europa –como ha quedado de manifiesto particularmente en el último siglo– o hacer de ella una mera unión comercial o económica". (Pablo Siegrist)
VER+:
Lo particular del internacionalismo de Madariaga era que el acercamiento y la comprensión no podían basarse meramente en razones económicas, sino que debía incluir también lo cultural y espiritual para una unión fructífera, para sanar la profunda crisis moral de una Europa azotada por el nacionalismo.
Demografía Musulmana
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