«El Evangelio no ha cambiado,
somos nosotros que empezamos a entenderlo mejor».
Estas palabras fueron pronunciadas por el papa Juan XXIII en vísperas de su muerte.
¿Presientes
una felicidad?
Carta
2001
Traducida
a 58 idiomas (de los cuales 23 son de Asia y 7 de África), esta carta ha sido escrita
por el hermano Roger de Taizé, y ha sido publicada con ocasión del Encuentro de Barcelona.
Será retomada y meditada durante el año 2001 en los encuentros que tendrán
lugar en
Taizé, semana tras semana, y en otros lugares del mundo.
Si
pudiéramos darnos cuenta de que una vida feliz es posible, incluso en las horas
de oscuridad...
1 Lo que
hace feliz una existencia es avanzar hacia la sencillez: la sencillez de
nuestro corazón,
y la de nuestra vida. 2
Para que
una vida sea hermosa, no es indispensable tener capacidades extraordinarias o grandes
facilidades. Hay una felicidad en el humilde don de la persona. Cuando la
sencillez está
íntimamente asociada a la bondad del corazón, 3 incluso personas sin recursos
pueden crear un
espacio de esperanza en su entorno.
¡Sí,
Dios nos quiere felices! 4 Pero jamás nos invita a permanecer pasivos, nunca a
estar indiferentes
ante el sufrimiento de los otros. 5 Todo lo contrario: Dios nos propone ser creadores,
y llegar a crear incluso en los momentos de prueba. Nuestra vida no está sometida al azar
de una fatalidad o de un destino. ¡Lejos de eso! Nuestra vida adquiere sentido
cuando es, ante
todo, respuesta viva a una llamada de Dios. ¿Pero cómo reconocer esta llamada y descubrir
lo que Él espera de nosotros? Dios espera que seamos un reflejo de su
presencia, portadores
de una esperanza de Evangelio. 6 Quien responde a una llamada semejante no ignora
sus propias debilidades, pero también guarda en su corazón estas palabras de
Cristo:
«¡No
temas, cree sencillamente!» 7
Hay
quienes perciben, aunque al principio débilmente, que la llamada de Dios es
para ellos
una vocación para toda la existencia. 8 El Espíritu Santo tiene la fuerza de
sostener un sí para
toda la vida. ¿No ha depositado Él ya en nosotros un deseo de eternidad y de
infinito? En Él, a
cada edad, es posible reencontrar un impulso, y decirnos: «¡Ten un corazón
decidido, 9 y prosigue
tu camino!» Y de esta manera, por su misteriosa presencia, el Espíritu Santo
suscita un
cambio en nuestros corazones, rápido para unos, imperceptible para otros. Lo
oscuro, e incluso
inquietante, llega a esclarecerse. Hasta el final de nuestros días, la
confianza de un sí puede
aportar tanta claridad. Llamados a hacer don de nuestra persona, no hemos sido
hechos para
semejante don. Cristo comprende lo que nos obstaculiza interiormente. Al
superarlo, le damos
una prueba de nuestro amor.
Atentos
a la llamada de Dios, comprendemos que el Evangelio nos invita a asumir responsabilidades
para aliviar los sufrimientos humanos. 10 La mirada de los inocentes, la de tantos
pobres a través de la tierra, nos cuestiona: ¿Cómo compartir una esperanza con
quienes no la
tienen? Y la palabra de Cristo en el Evangelio aporta una respuesta clara: «Lo
que hicisteis
por los más humildes, a mí me lo hicisteis». 11 Dios no puede sino dar su amor,
el sufrimiento
nunca viene de Él. Dios no es el autor del mal, Él no quiere ni la angustia
humana, ni las
guerras, 12 ni los desastres naturales, ni la violencia de los accidentes. Él
comparte el dolor de
quienes atraviesan la prueba y nos hace capaces de consolar a los que conocen
el sufrimiento.
Dios nos
quiere felices: ¿pero dónde está la fuente de esta esperanza? Está en una comunión
con Dios, que vive en el centro del alma de cada persona. 13 ¿Podemos comprenderlo?
Nos cautivará el misterio de una comunión con Dios. Este misterio atañe lo que hay de
único y más profundo del ser. 14 Dios es Espíritu 15 y su presencia permanece
invisible.
Vive
siempre en nosotros: tanto en los momentos de oscuridad como en los de plena
claridad. 16 ¿Y si
existen en nosotros abismos de lo desconocido, y también pozos de culpabilidad
que vienen
de no se sabe dónde? Dios no amenaza a nadie 17 y el perdón con el que inunda nuestras
vidas viene a curar nuestra alma. ¿Cómo podría un Dios de amor imponerse con amenazas?
¿Será Dios un tirano? Si las dudas nos asaltan a veces, son sólo agujeros de incredulidad,
nada más. El dominio de nuestros pensamientos puede ayudar a sostenernos en medio de
los avatares de nuestra existencia. 18
¿Y si
surge la impresión de un alejamiento entre Dios y yo, como si la mirada
interior se apagara
imperceptiblemente? Recordemos que Dios jamás retira su presencia. 19 El
Espíritu Santo no
se separa jamás de nuestra alma: incluso en la muerte, la comunión con Dios permanece.
Saber que Dios nos acoge por siempre en su amor se convierte en fuente de una confianza
apacible. 20 Nuestra oración es una realidad sencilla. ¿Y si es un pobre
suspiro? Dios nos sabe
escuchar. Y no olvidemos nunca que, en el corazón de cada persona, es el
Espíritu Santo
quien ora. 21 Mantenernos en silencio en presencia de Dios es ya una
disposición interior abierta
a la contemplación. 22
Al
entrar en el tercer milenio, ¿nos damos cuenta suficientemente de que, hace dos
mil años,
Cristo vino a la tierra no para crear una nueva religión, sino para ofrecer a
toda la humanidad
una comunión en Dios? 23 El segundo milenio ha sido el tiempo en que muchos cristianos
se han separado unos de otros. ¿Nos comprometeremos desde ahora, sin tardanza, desde el
comienzo del tercer milenio, a hacer todo lo necesario para vivir en comunión 24
y construir
la paz en el mundo? Cuando los cristianos se mantienen en una gran sencillez y
con una
infinita bondad de corazón, cuando están atentos a descubrir la belleza
profunda del alma humana,
son llevados a estar en comunión unos con otros en Cristo y a convertirse en buscadores
de paz por toda la tierra. 25 ¿Nos damos cuenta de que «todo bautizado que se dispone
interiormente a confiar en el Misterio de la Fe está en la comunión de Cristo»?
26 Estar en
comunión unos con otros supone amar y ser amados, perdonar y ser perdonados.
Cuando esta
comunión que es la Iglesia se vuelve diáfana porque busca amar y perdonar, deja
traslucir las
realidades del Evangelio con un frescor de primavera. 27 ¿Entraremos pronto en
una primavera
de la Iglesia? Cristo nos llama a nosotros, pobres del Evangelio, a vivir la
esperanza de una
comunión y de una paz, y que irradien en nuestro entorno. Incluso el más
sencillo puede
llegar a hacerlo. ¿Presientes una felicidad? ¡Sí, Dios nos quiere felices! ...
Y hay una felicidad
en el humilde don de uno mismo.
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