"Pueblo que no sabe su historia es pueblo condenado a irrevocable muerte. Puede producir brillantes individualidades aisladas, rasgos de pasión de ingenio y hasta de género, y serán como relámpagos que acrecentará más y más la lobreguez de la noche."
“Y volveremos a tener un solo corazón y una alma sola, y la unidad, que hoy no está muerta, sino oprimida, tornará a imponerse, traída por la unánime voluntad de un gran pueblo, ante el cuál nada significa la escasa grey de impíos e indiferentes”.
Los Gobiernos españoles de izquierdas quisieron borrar su nombre de la Historia e incluso trataron de desterrar su presencia escondiendo la estatua que le homenajea en la Biblioteca Nacional. En cuanto al actual Gobierno español supuestamente de derechas, tan ocupado incumpliendo sus compromisos electorales, emplea su tiempo y todo su esfuerzo en borrar cualquier vestigio de su propia identidad y se ha cuidado mucho de que nadie reparara en el centenario del fallecimiento de Don Marcelino.
En un país donde se organiza “el año de…” con cualquier fútil excusa, siempre que sirva a mayor gloria del bobo progre de turno, resuena el silencio de este sábado, 19 de mayo, cuando se cumplen 100 años de la muerte de la máxima autoridad de la cultura española de todos los tiempos.
"España, evangelizadora de la mitad del orbe; España martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad; no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los arévacos y de los vectores o de los reyes de taifas.A este término vamos caminando más o menos apresuradamente, y ciego será quien no lo vea. Dos siglos de incesante y sistemática labor para producir artificialmente la revolución, aquí donde nunca podía ser orgánica, han conseguido no renovar el modo de ser nacional, sino viciarle, desconcertarle y pervertirle."
Estas palabras fueron escritas en 1880 por Marcelino Menéndez Pelayo, que contaba entonces 24 años de edad, en el epílogo de su monumental y luminosa Historia de los heterodoxos españoles. En esta magna obra plasmó su visión de España y supo desvelar con singular acierto los riesgos que corría y aun corre nuestra nación.
"Pueblo que no sabe su historia es pueblo condenado a irrevocable muerte. Puede producir brillantes individualidades aisladas, rasgos de pasión de ingenio y hasta de género, y serán como relámpagos que acrecentará más y más la lobreguez de la noche."
Menéndez Pelayo contaba doce años de edad cuando enumeró los libros que tenía en su ya notable biblioteca. Se trata de obras en francés y latín de Cátulo, Quinto Curcio, Ovidio, Cicerón, Fenelon, Chateaubriand y Bossuet.
A los 21 años, Don Marcelino ya era catedrático en la Universidad de Madrid. A los 24 años era miembro de la Academia Española de la Lengua. A los 26 años, de la Academia de la Historia, que también dirigió. E inmediatamente, de la Academia de Ciencias Morales y Políticas, de la Academia de Bellas Artes de San Fernando... Fue asimismo director de la Biblioteca Nacional, diputado a Cortes y senador.
Este sábado, 19 de mayo de 2012, centenario de su fallecimiento, solo Santander recordará la figura del mayor intelectual español, que recibirá el homenaje de sus paisanos en la Biblioteca que lleva su nombre.
Mientras tanto la derecha española, a la sazón en el poder (tal parece, al menos en teoría), permanece muda, la cabeza baja, tratando de que pase esta fecha lo más rápidamente posible.
Avergonzada de su propia identidad, ignorante hasta producir sonrojo, nuestra derecha, la oficial, la que recibe votos y sienta culo en Cortes, cree que el tintineo de las monedas basta para construir una nación.
Pero la identidad de la derecha española no está en los charlatanes de nuevo cuño que mueven sus plumas al amparo de esa institución ridícula y caduca a la que llamamos “autonomías”. Ni está en un consejo de ministros que clona a su predecesor, ni en los decretos de un Ministerio de Economía que escribe con renglones socialdemócratas.
La identidad del pensamiento conservador español está en quienes queremos borrar de la faz de la tierra.
Cien años sin Don Marcelino. Así nos va.
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