Todo en la vida pasa. Vivir es pasar.
La Pascua es pasar, es paso.
Sin pretender fijar nada, sin establecer nada,
dejar que todo se diluya,
que todo se vaya disolviendo en un eterno pasar,
en un eterno fluir.
La vida es constante inclinación hacia
el Señor amigo de la vida.
El invierno, al pasar, da lugar a la primavera,
que desemboca en el verano
y éste nos conduce al otoño.
Así la vida sigue su camino sin descanso, sin
desfallecer, sin pararse.
Jamás se detiene, jamás se paraliza la vida,
jamás se puede fijar, la fijación es la muerte.
Y así son las estaciones de la vida,
de calma, de quietud.
Y, a la vez, de cambio, de constante evolución.
Así son los pasos de las horas de la vida,
de las horas de nuestros relojes y de las horas cósmicas.
Unas de agitación y de sobresalto,
otras de sosiego y de quietud.
Las horas de silencio preparan el camino
y el alumbramiento de la palabra.
El silencio es como la cuna de las más inefable
e indecible Palabra.
También las horas de enfermedad
dan paso a las horas de renovada salud.
La inactividad alumbra otra hora,
otra tarea, otra actividad inesperada.
Sí, vivir es pasar. La vida es paso.
Paso a una nueva Vida.
José Fernández Moratiel. O.P.
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