Abrazar el futuro
con esperanza
¿Tiene futuro la vida consagrada? ¿Sobrevivirán las órdenes, congregaciones e institutos religiosos a la ola de secularismomayoritario? ¿Cómo sería la Iglesia de Dios sin la mirada especial que aporta la vida consagrada? ¿Y qué alternativasexisten ante este devenir tan oscuro?Este libro de Amedeo Cencini invita a identificar las oportunidades que aún en tiempos tan difíciles se presentan ante las puertas de la Iglesia y de quienes han decidido consagrar su vida a Dios. Saberlas aprovechar, puede marcar el futuro de una Iglesia más verdadera y evangélica, más creíble y significativa para el hombre de hoy.
ABRAZAR EL FUTURO CON ESPERANZA
Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia, nos hizo renacer, por la resurrección de Jesucristo, a una esperanza viva, a una herencia incorruptible, incontaminada e imperecedera, que ustedes tienen reservada en el cielo. Porque gracias a la fe, el poder de Dios los conserva para la salvación dispuesta a ser revelada en el momento final… (1 P 1,3-9). El apóstol Pedro, en el bello texto citado, nos invita a una esperanza viva fundamentada en la misericordia del Padre y la Resurrección de Jesús y, al mismo tiempo, nos alienta con la promesa de una herencia, de una recompensa que nos está reservada en el cielo. Nos habla también de la alegría que aun en las pruebas debemos experimentar gracias a la fe que nos alcanza la salvación.
Ciertamente en un tiempo de incertidumbre como el que estamos viviendo esto constituye una invitación a rejuvenecernos en la esperanza del Reino. Porque nuestra esperanza se fundamenta en el Dios que colma de dicha nuestra existencia y como el águila renueva nuestra juventud (Sal 103,3-5).
1. REJUVENECERNOS EN LA ESPERANZA DEL REINO
Como nos dice el Papa Francisco en la Carta que nos escribió para el Año de la Vida Consagrada: Conocemos las dificultades que afronta la vida consagrada en sus diversas formas: la disminución de vocaciones y el envejecimiento, sobre todo en el mundo occidental, los problemas económicos como consecuencia de la grave crisis financiera mundial, los retos de la internacionalidad y la globalización, las insidias del relativismo, la marginación y la irrelevancia social... Precisamente en estas incertidumbres, que compartimos con muchos de nuestros contemporáneos, se levanta nuestra esperanza, fruto de la fe en el Señor de la historia, que sigue repitiendo: «No tengas miedo, que yo estoy contigo» (Jr 1,8).
Nos podemos preguntar: ¿Cuál es la esperanza que nos sostiene en medio de las desesperanzas de hoy? ¿Qué horizonte enfoca nuestra misión y nuestra vida fraterna en comunidad? ¿Qué caracteriza hoy nuestra esperanza?
Nuestra esperanza la debemos encontrar fundamentalmente en el Dios Trinidad. En la Encíclica Spes Salvi, Benedicto XVI nos recuerda que esta gran esperanza sólo puede ser Dios, que abraza el universo y que nos puede proponer y dar lo que nosotros por sí solos no podemos alcanzar. Dios es el fundamento de la esperanza *…+ el Dios con rostro humano y que nos ha amado hasta el extremo *…+ Su Reino está presente allí donde Él es amado y donde su amor nos alcanza. Sólo su amor nos da la posibilidad de perseverar día a día con sobriedad, sin perder el impulso de la esperanza.
Nuestra esperanza se fundamentan en el Padre, que nos invita a alegrarnos cuando encuentra la oveja extraviada, que nos convoca a una fiesta cuando recupera al hijo perdido (Lc 15,7.23.32)… Nuestra esperanza y alegría se fundamentan en el Hijo, que hace suyo el proyecto del Padre para que todos tengan vida y vida en abundancia y que lleno del gozo del Espíritu Santo dijo: Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos y se las has dado a conocer a los pequeñitos. Sí, Padre, pues tal ha sido tu voluntad (Lc 10,21). Nuestra esperanza es un fruto del Espíritu Santo (Cf. Ga 5,22) que lo hace todo nuevo y nos ilumina y guía en nuestra misión de constructores del Reino. De ahí la invitación de San Pablo: Sean fervorosos en el Espíritu y sirvan al Señor. Tengan esperanza y sean alegres. Sean pacientes en las pruebas y oren sin cesar. Compartan con los hermanos necesitados y sepan acoger a los que están de paso (Rm 12,11-13).
2. LA MIRADA DE DIOS
El primer motivo de nuestra esperanza es el Dios compasivo y misericordioso que mira al mundo con profundo amor y ternura paterno-maternal. San Juan de la Cruz nos dice que el mirar de Dios es amar.
Sabemos que en Jesús la mirada de Dios se hizo humana y cercana. El verbo ver es posiblemente uno de los que más se repiten en el Evangelio: a pescadores que convierte en discípulos, a Leví en el banco de los impuestos, a las muchedumbres de las que se compadece, al joven rico, a los niños que se le acercan, a los que llevaban la camilla, a la viuda de Naín, a Pedro después de la negación, al buen ladrón desde la cruz… Jesús de Nazaret mira a la gente y reconoce en cada persona su ser más profundo, ve lo mejor de cada una y así desata por dentro, libera y trae la curación, la salvación, la acción de gracias y la alabanza (Fernando Negro Marco Sch. P.). Esta mirada es la que estamos llamados a hacer nuestra. Mirada que debemos vivir en una sana tensión entre la alegría por ver realizado el designio salvífico de Dios en nuestra historia y la esperanza de su culminación escatológica.
Estamos llamados, por consiguiente, a convertirnos a la mirada de Dios. Para mí fue muy iluminadora la presentación que, en la Asamblea de Superiores Generales del mes de noviembre de 2011, nos hizo el Padre Mario Aldegani, Superior General de la Congregación de San José de Murialdo, al hablarnos del Servicio de autoridad y animación del Superior y su Consejo. Quisiera compartir con ustedes algunas de estas reflexiones porque me parecen muy pertinentes para el Capítulo General que están iniciando.
En la parábola del trigo y la cizaña (Mt 13,24-30), podemos ver dos miradas, la de los discípulos y la de Dios. La mirada de los discípulos los lleva con una cierta ligereza a juzgar y a dividir el bien y el mal y a tomar medidas inmediatas, drásticas, cortantes. Es muy diferente la mirada de Dios, paciente, sin prisa, capaz de convivir con lo que es negativo. Porque la parábola nos dice que el trigo y la cizaña tienen que crecer juntos. Es bello también el que esta parábola sea una historia de miradas: la mirada de los siervos, que se fijan en las malas hierbas, en la cizaña; la mirada de Dios, que por el contrario se fija en el trigo bueno [...] he aquí, entonces, que la invitación de la parábola se nos presenta en toda su claridad: conquistar la mirada de Dios.
Benedicto XVI nos invita a mirar de manera justa a la humanidad entera, a cuantos conforman el mundo, a sus diversas culturas y civilizaciones. La mirada que el creyente recibe de Cristo es una mirada de bendición: una mirada sabia y amorosa, capaz de acoger la belleza del mundo y de compartir su fragilidad. En esta mirada se transparenta la mirada misma de Dios sobre los hombres que él ama y sobre la creación, obra de sus manos. (Domingo de Ramos 2012).
La esperanza es un don, pero conlleva una tarea que se concretiza en signos significativos. Gustavo Gutiérrez en uno de sus escritos nos recuerda un pasaje iluminador del libro de Jeremías. El país está devastado, amenazado por los caldeos al norte y por los egipcios al sur, enfrentado en una guerra cuyas consecuencias sufre el pueblo judío. Estamos en los años previos al exilio de Babilonia. En esas circunstancias, viene un pariente para decirle que él, Jeremías, tiene el primer derecho a comprar las tierras que deja un tío de ambos. El profeta se pregunta qué puede significar un terreno en un país parcialmente destruido y del que la gente abandonaba sus propiedades y huía al extranjero. No obstante, de pronto se da cuenta de que el Señor le habla a través de ese hecho. Su tarea es levantar la esperanza de un pueblo, en medio de la crisis de su pueblo y de su propio abatimiento. Para hacerlo debe pisotear tierra y testimoniar con gestos concretos que todavía hay esperanza, que hay quien cree que las circunstancias del momento pueden ser superadas (Cf. Jr 32,6-15).
¿No podría su próximo Capítulo provincial pensar en comprar un terreno en este momento de incertidumbre? Un terreno puede ser un proyecto que responda concretamente a las necesidades de los pobres, de los emigrantes, de los desempleados, de las víctimas de la droga y la violencia…, a lo más específico del carisma fundacional. Un terreno puede ser no aferrarnos a nuestras responsabilidades cuando la edad avanza y saber confiar en los seglares para puestos de responsabilidad. Un terreno podría ser un plan interdisciplinario que implique a los estudiantes en un proyecto de servicio… Un terreno puede ser un proyecto a favor de los jóvenes con problemas con la justicia, o un proyecto al servicio de los niños de la calle. Un terreno puede ser un compromiso comunitario por vivir con mayor radicalidad el Evangelio y a hacerlo vida en nuestra misión.
Como consagrados necesitamos mucha creatividad evangélica y mucha solidaridad humana. No se trata de mantener a duras penas lo que tenemos sino de responder con amor y eficacia a las necesidades de nuestro pueblo hoy, especialmente de los más pobres y necesitados. Es bueno recordar que este es el lema de su Capítulo: «Atentos a las necesidades del mundo, construyamos el futuro al que el Espíritu nos impulsa».
Nuestra esperanza histórica y escatológica no es por consiguiente una actitud fatalista ante un futuro que no vemos con claridad, ni la podemos reducir tampoco a una resignación pasiva o a un optimismo ingenuo. El fundamento de nuestra esperanza es el Dios revelado por Jesús en el Evangelio. Nuestra esperanza escatológica nunca debe ser subterfugio para no comprometernos con nuestra historia. Nuestra misión es trabajar siempre y sin descanso por un mundo más humano en donde todos podemos vivir como hermanos/as… Se trata de una esperanza siempre inconclusa pero que nos impele a seguir caminando, a tener fe en las potencialidades humanas, a creer que un mundo diferente es posible, a descubrir el paso del Señor en la historia, a ser testigos del Dios de la Vida. En los tiempos difíciles hay una fácil tentación contra la esperanza: ponerse inútilmente a pensar en los tiempos idos o soñar pasivamente en que pase pronto la tormenta, sin que nosotros hagamos nada para crear los tiempos nuevos. La esperanza es una virtud esencialmente creadora; por eso cesará cuando, al final, todo esté hecho y acabado. (Monseñor Eduardo Pironio).
3. UNA VIDA CONSAGRADA HUMANIZADORA
Nuestra vida consagrada tiene mucho que aportar a nuestro mundo de hoy y de mañana. Quizá lo más urgente sea un poco más de humanismo por el grado de violencia, terror y muerte que nos amenaza por todas partes, y del que somos testigos en nuestros países de América Latina. Antes de mirar hacia el futuro podríamos hacernos algunas preguntas. ¿Presenta la Vida Consagrada una alternativa a la deshumanización? ¿Responde en sus estructuras y estilo de vida a la necesidad impostergable de humanismo que tiene el mundo de hoy? Quién vea tanta deshumanización y se acerque a la Vida Consagrada porque quiere encontrar una alternativa, ¿la hallará? No me refiero en teoría sino en la práctica. Teóricamente es claro que la Vida Consagrada puede aportar humanismo y humanizar, pero en la práctica no siempre es evidente. De hecho, vemos algunos casos, tanto de personas como de comunidades, que apenas tienen vida, viven sin propuestas y sin utopías, y no podemos afirmar que sean plenamente humanas. Personalmente estoy convencido que muchos de nuestros problemas se dan en el campo de lo humano. La vida religiosa del futuro está llamada a ser una fuerza humanizante. Lo primero que debemos hacer si queremos vivir una vida consagrada humana y humanizante es centrarnos en la persona de Jesús pionero y consumador de nuestra fe (Heb 12,2). Nuestra vocación y nuestra misión es hacer palpables las caricias del Nazareno (Enzo Jannacci), que asumió nuestra naturaleza humana, que quiso ser uno de los nuestros, que fue presentado al pueblo judío por Pilatos con estas palabras: “¡He aquí el hombre!” (Jn 19,5).
Como nos dice José María Castillo: La clave de la humanidad de Jesús está en su espiritualidad. Es decir, Jesús es tan profundamente humano por causa de la relación tan frecuente y profunda que tuvo con la fuente de toda humanidad. La condición humana, tal como de hecho existe –mezclada y fundida con lo inhumano y con la deshumanización-, no da de sí que un hombre, que fue “como uno de tantos” (Fil 2,7), fuera tan plenamente humano que en él no cabía inhumanidad alguna. Por eso Jesús necesitó recurrir tanto al Padre. Y por eso lo necesitamos todos, si es que de verdad queremos ser profundamente humanos y sintonizar con todo lo verdaderamente humano (J.M. Castillo, La religión de Jesús, Ed. Desclée de Brower, pág. 91)
4. UN LENGUAJE NUEVO Y MÁS EVANGÉLICO
Un lenguaje nuevo y más evangélico se hace indispensable en la lectura de nuestros votos, que no puede quedarse en una lectura moralista o funcional, sino que se vive como una superabundancia y se expresa en tres ejes fundamentales de la tarea de “humanización” de toda la vida a la cual estamos llamados.
Nuestra castidad, que nos abre el horizonte de la persona, de cada persona y de todas las personas, con un amor sin fronteras y universal, que nos abre a la pluriculturalidad, cada vez más presente en nuestra vida religiosa, que nos invita a amar con el corazón del Dios que nos ama gratuitamente y que tiene una inclinación especial por los menos amados.
La castidad nos permite integrar el amor gratuito con el amor eficaz. Por eso afirmaba Monseñor Romero: El mundo de los pobres nos enseña cómo ha de ser el amor cristiano, que busca ciertamente la paz, pero desenmascara el falso pacifismo, la resignación y la inactividad; que debe ser ciertamente gratuito, pero debe buscar la eficacia histórica.
El amor que brota de la castidad es reflejo del amor trinitario que es a la vez gratuito y eficaz. La castidad... es el reflejo del amor infinito que une a las tres Personas divinas en la profundidad misteriosa de la vida trinitaria; amor testimoniado por el Verbo encarnado hasta la entrega de su vida; amor "derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo" (Rom, 5,5), que anima a una respuesta de amor total hacia Dios y hacia los hermanos (VC. 21).
Nuestra pobreza, que nos abre el horizonte del mundo. Ese mundo que Dios ha tanto amado que le ha entregado su Hijo, ese mundo, que debemos cuidar con cariño y que debe ser la casa de todos y en donde los bienes se comparten solidariamente y con moderación como hermanos y hermanas, estando especialmente atentos a los pequeños, a los pobres, a los últimos. El voto de pobreza es seguir a Cristo buscando apasionadamente al Dios del Reino y el Reino de Dios como única riqueza. Es dejarlo todo para seguir a Jesús, ahí donde está: en los pobres, los marginados, los hambrientos (Mt. 25). El voto de pobreza es un signo del Reino, tiene que ver con el mesianismo de los pobres, desea ardientemente su liberación. Tal es el sentido del discurso programático de Jesús en Nazaret (Lc. 4,18-20).
Nuestra obediencia, que nos abre el horizonte de la libertad, esa libertad para la cual Cristo nos liberó (Gal 5,1) de todo tipo de esclavitud, como ya lo hemos visto, y nos permite vivir la autoridad desde el amor, como un servicio, atenta también a los que tienen menos posibilidades de hacer escuchar su voz. Vivir nuestros votos como los dinamismos que se acercan más a la pasión del Padre por la salvación de todos especialmente de los pobres; a la pasión de Jesús que nos entregó su vida, como hacemos memoria en cada Eucaristía; a la pasión del Espíritu de Jesús que nos une en una comunión, ciertamente eclesial, pero en la cual puedan participar aquellos que estaban alejados y sin esperanza.
El horizonte de la persona, el horizonte del mundo y el de la libertad los debemos vivir desde el amor incondicional a Dios y a los hermanos/as. Es esta doble pasión la que da sentido a nuestra vida. Como lo expresó muy bien el poeta León Felipe en su poema Una cruz sencilla: los brazos en abrazo hacia la tierra; el astil disparándose a los cielos. Que no haya un solo adorno que distraiga este gesto: este equilibrio humano de los dos mandamientos. Creo que en la lectura que hemos hecho de nuestros votos ha habido muchos distractores.
Abrazar el futuro con esperanza debe hacernos pensar en el estilo que debe tener cada una de nuestras comunidades. Como bien lo sabemos una de las consecuencias de la crisis que estamos viviendo es la pérdida de modelos de referencia. Hoy todos, pero especialmente los jóvenes, los buscan, los necesitan y raramente los encuentran. El fenómeno de las pandillas juveniles o “maras” que se vive con tanta fuerza en ciertos países de nuestra Centroamérica, es una manifestación negativa de esta necesidad. Nuestra comunidad debería ser un modelo de referencia, que movilice en una orientación diferente a base de amor, respeto y cercanía, de vida evangélica. A los ídolos del momento presente, casi todos pertenecientes al mundo del deporte, la moda y el espectáculo, debemos contraponer, con nuestro testimonio comunitario, al Señor Jesús, para seguirlo por el camino de la entrega gratuita y desinteresada, especialmente en favor de los más necesitados.
Se trata de una comunidad que haga visible el proyecto salvador de Dios. Un proyecto humanizante y humanizador, más allá de la primacía del tener, del individualismo, el racionalismo reductor, el mercantilismo y la inteligencia tecnificada. No podemos olvidar como dice Juan Ramón Moreno, uno de los jesuitas asesinados en El Salvador, que: El elemento unificador de la comunidad no es tanto la convivencia, cuanto el mirar juntos hacia el mundo, el pueblo, las gentes, dejando que sea una realidad concreta, ese pueblo de carne y hueso, el que configure nuestra acción y nuestro modo de vida.
Nuestros Hermanos mayores pueden dar un gran aporte a la dimensión evangélica de nuestras comunidades. Su testimonio es hoy más necesario que nunca, en un mundo que tiende a relativizar valores esenciales, como la fidelidad y que como dice el Papa Francisco vive la cultura del descarte. No se trata solamente del término de una etapa, sino de la oportunidad para acabar de nacer y ser así testigos de un desgastarse, que San Pablo expresaba con estas palabras: si nuestro exterior se va desmoronando, nuestro interior se va renovando día a día (2Co 4,16) y realizar así el sueño de Tagore: sólo quede de mí, Señor, aquel poquito con que pueda llamarte mi Todo.
CONCLUSIÓN
La llamada que nos hace el Papa Francisco es abrazar el futuro con esperanza. Es una llamada a mirar hacia adelante y no quedarnos atrapados en un pasado que ya no existe. Abrazar el futuro con esperanza es una pista de acción muy importante para nosotros hoy. Creo que todos estamos de acuerdo que un Instituto religioso no puede descansar en su vitalidad o sus realizaciones pasadas, sino que debe vivir en estado permanente de vocación, es decir de incertidumbre y de disponibilidad de cara a su futuro; el futuro de una vocación que nunca ha dejado de acoger porque nunca ha dejado de responder. (Jean-Claude Guy)
El poeta francés Charles Péguy, a su vez, nos dice que la esperanza es como la hermana pequeña de la fe y la caridad, una esposa y la otra madre. Y caminan las tres juntas y parece que las dos mayores llevan a la pequeña, pero no es así, es más bien la hermana pequeña la que impulsa a sus hermanas mayores.
Esta niña que parecía tan poquita cosa…
Y muchos se creen que las dos mayores llevan a
la niña de la mano, en medio, entre las dos…
Es ella, la de en medio la que va tirando
de sus dos hermanas…
Es ella la pequeña la que todo lo arrastra.
Ciertamente es la esperanza la que nos hace caminar y nos abre los caminos del futuro. Es ella la que nos permite mirar hacia adelante con confianza y nos da la fuerza necesaria para superar los obstáculos que se interponen. Vivir con esperanza es tener confianza en Dios y perseverar con fidelidad en la fe. Esperar es tener capacidad para ver, aun cuando nuestros ojos no vean. Es recuperar nuestra capacidad de soñar un mundo mejor para todos, es cuestionar las estructuras y las ideologías inhumanas que hacen infelices a las personas y colaborar activamente para que nazca un mundo nuevo y liberado. Esperar es descubrir y acoger cada día la fuerza de vida de Cristo Resucitado, que hace nuevo este mundo con la fuerza de su Espíritu Santo (Fray Silvio José Báez, o.c.d).
ALGUNAS PREGUNTAS PARA NUESTRA REFLEXIÓN
- 1) ¿Cuál es la esperanza que nos sostiene en medio de las desesperanzas de hoy? ¿Qué horizonte enfoca nuestra misión y nuestra vida fraterna en comunidad? ¿Qué caracteriza hoy nuestra esperanza?
- 2) A partir de la alegoría del terreno que compró Jeremías ¿qué terreno deberíamos comprar hoy nosotros para vivir con mayor radicalidad el Evangelio y a hacerlo vida en nuestra misión?
- 3) ¿Presenta la Vida Consagrada una alternativa a la deshumanización? ¿Responde en sus estructuras y estilo de vida a la necesidad impostergable de humanismo que tiene el mundo de hoy? Quién vea tanta deshumanización y se acerque a la Vida Consagrada porque quiere encontrar una alternativa, ¿la hallará?
- 4) Un lenguaje nuevo y más evangélico se hace indispensable en la lectura de nuestros votos, que no puede quedarse en una lectura moralista o funcional. ¿cómo abrirnos a este nuevo lenguaje a partir de los tres horizontes: de la persona, del mundo y de la libertad en que deben encuadrarse?
- 5) Si como nos dice Jean-Claude Guy, un Instituto religioso no puede descansar en su vitalidad o sus realizaciones pasadas, sino que debe vivir en estado permanente de vocación ¿Qué nuevos enfoques, nuevas iniciativas, nuevas realizaciones estamos llamados a soñar?
0 comments :
Publicar un comentario