ID A GALILEA.
ALLÍ LO VERÉIS
ALLÍ LO VERÉIS
José Antonio Pagola
"Aquí estamos para vivir, no para morir.
Se muere en la muerte no en la vida".
Julia de Burgos
(Poeta Puertorriqueña)
*
"NO MORIMOS PARA MORIR".
Juan Gelman
El relato evangélico que se lee en la noche pascual es de una importancia excepcional. No sólo se anuncia la gran noticia de que el crucificado ha sido resucitado por Dios. Se nos indica, además, el camino que hemos de recorrer para verlo y encontrarnos con Él.
Marcos habla de tres mujeres admirables que no pueden olvidar a Jesús. Son María de Magdala, María la de Santiago y Salomé. En sus corazones se ha despertado un proyecto absurdo que sólo puede nacer de su amor apasionado: «comprar aromas para ir al sepulcro a embalsamar su cadáver».
Lo sorprendente es que, al llegar al sepulcro, observan que está abierto. Cuando se acercan más, ven a un «joven vestido de blanco» que las tranquiliza de su sobresalto y les anuncia algo que jamás hubieran sospechado.
«¿Buscáis a Jesús de Nazaret, el crucificado?». Es un error buscarlo en el mundo de los muertos. «No está aquí». Jesús no es un difunto más. No es el momento de llorarlo y rendirle homenajes. «¡Ha resucitado!». Está vivo para siempre. Nunca podrá ser encontrado en el mundo de lo muerto, lo extinguido, lo acabado.
Pero, si no está en el sepulcro, ¿dónde se le puede ver?, ¿dónde nos podemos encontrar con él? El joven les recuerda a las mujeres algo que ya les había dicho Jesús: «Él va delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis». Para «ver» al resucitado hay que volver a Galilea. ¿Por qué? ¿Para qué?
Al resucitado no se le puede «ver» sin hacer su propio recorrido. Para experimentarlo lleno de vida en medio de nosotros, hay que volver al punto de partida y hacer la experiencia de lo que ha sido esa vida que ha llevado a Jesús a la crucifixión y resurrección. Si no es así, la «Resurrección» será para nosotros una doctrina sublime, un dogma sagrado, pero no experimentaremos a Jesús vivo en nosotros.
Galilea ha sido el escenario principal de su actuación. Allí le han visto sus discípulos curar, perdonar, liberar, acoger, despertar en todos una esperanza nueva. Ahora sus seguidores hemos de hacer lo mismo. No estamos solos. El resucitado va delante de nosotros. Lo iremos viendo si caminamos tras sus pasos. Lo más decisivo para experimentar al «resucitado» no es el estudio de la teología ni la celebración litúrgica sino el seguimiento fiel a Jesús.
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Galilea es el lugar donde todo dio comienzo, el lugar dónde los discípulos, uno a uno, tuvieron el primer encuentro con el Maestro, en Galilea se encontraron con la mirada de Jesús que les trasformó su vida para siempre, en Galilea escucharon pronunciar su nombre, como jamás nadie lo había hecho hasta entonces y como nadie volvería a hacerlo, en Galilea se quedó su vida, sus proyectos, sus sueños..., en Galilea quedó varada su barca para siempre, en Galilea lo dejaron todo para ir tras ese hombre, que acaban de ver morir en una Cruz, ahora están asustados, vacíos, con el amargo sabor del fracaso en el alma, se sienten engañados, perdidos, abandonados..., “Nosotros esperábamos que iba a ser el libertador de Israel y ya hace tres días que ocurrió todo esto...” (Lc,24,21).
Nosotros también podemos sentirnos un poco así, en medio de una sociedad tan materialista, donde la religión no pinta nada, en nuestras Iglesias llenas de ancianas y vacías de esperanzas, en los Seminarios reconvertidos en hoteles , en los conventos diezmados..., pintan bastos en los albores del siglo XXI.
Hoy de nuevo resuena la voz del ángel, id a Galilea, allí le encontraréis, frente a todo lo que se derrumba, ante el fracaso, ante la Cruz, hoy de nuevo nos manda su voz volver a Galilea.
Me pregunto si alguna vez hemos salido de Galilea, si alguna vez, de verdad, nos hemos puesto en camino, siguiendo sus pisadas, me pregunto si alguna vez escuchamos su voz, sentimos su mirada, si alguna vez lo dejamos todo y nos fuimos tras El.
Galilea de los gentiles, sí, ese lugar de dónde no puede salir nada bueno, dónde están los pobrecillos de Yahvé, dónde están los ignorantes y pecadores.
¿Dónde está tu Galilea?
¿Dónde comenzó todo, en tu vida?
“Tienes entereza y has sufrido por mi nombre sin claudicar. Pero he de echarte en cara que has dejado enfriar el amor primero.
Recuerda, pues de dónde has caído; cambia de actitud y vuelve a tu conducta primera”. Ap 2, 3-5
Cuando sentimos que algo nos falta, cuando constatamos que la alabanza no es la que era, cuando nos damos cuenta que la predicación no te mueve algo por las entrañas, no te remueve por dentro, es signo claro de que hemos dejado enfriar el amor primero.
Cuando esto nos ocurre, es hora de ponerse en camino, de volver a Galilea, y cuidado con esto de volver, no tiene nada que ver con echar de menos cualquier tiempo pasado que supuéstamente fue mejor, no tiene nada que ver con mirar atrás, que es algo muy peligroso, caminar mirando hacia atrás es un buen modo de pillar una contractura en el cuello o de tropezar y romperse la crisma, además quien pone la mano en arado y mira hacia atrás no es apto para el Reino, ( Lc 9,62).
Ojo, y sin trucos, que hay quien le pone espejos retrovisores al arado y así nos engañamos a nosotros mismos, pero no al Señor.
No, esto de volver a galilea no es un dejarse caer en la dulce nostalgia, la carta a la Iglesia de Efeso, del libro del Apocalipsis que he citado más arriba nos da la clave de este regreso; “Recuerda pues, dónde has caído; cambia de actitud y vuelve a tu conducta primera”.
Volver a ese amor primero que nos fascino y cambió la vida para siempre, y que no lo haya sentido nunca, el que nunca haya salido de Galilea, el que todavía siga en al desierto y aún no haya entrado en la tierra prometida, que siga caminando, que no sabemos ni el día, ni la hora, pero a todos llega la vocación.
Pero perdonadme, esa es otra historia, de la que hablaremos en otra ocasión, yo hoy escribo para los que como yo, llevamos mucho camino recorrido y empezamos a sentirnos cansados.
Volved, a Galilea, para volver hay que retomar aquella actitud primera, que nos tenía abiertos de par en par al viento del Espíritu, al final nos complicamos las cosas innecesariamente, por que vamos a ver, honestamente, todo esto de división, de las diferencias, de estatutos si o no, y otras gaitas, todo se reduce a algo tan sencillo, tan simple, como preguntarse en quien o en qué me quiero apoyar.
Si la respuesta es en Jesús, el Cristo, el que me amó y se entregó por mí, (Gal 2,20), no cabe otro camino que seguirle, pero sólo a el, no dejarse llevar por cualquier viento de doctrina, por cualquier soplagaitas que nos diga eh, que por aquí o por allá se va, que no, que el Señor en Galilea, te miró a los ojos, pronunció tu nombre como jamás nadie ha vuelto a pronunciar, te llamó a su lado, te invitó a seguirle a caminar con El, y lo hizo de un modo personal y único.
Y luego te agregó a un Pueblo, a los que no éramos pueblo, nos constituyó en su Pueblo Santo, es obra suya, no nuestra.
De nada sirve la lámpara puesta bajo el celemín, no alumbra a nadie, se consume inútilmente, hemos sido llamados a que nuestra luz brille y alumbre los pasos de nuestros hermanos, hemos sido llamados a ser sal de la tierra, levadura en medio de la masa, y no porque seamos los más guapos del lugar o los más sabios, o los mas fuertes, al contrario, Dios ha escogido a lo necio para confundir a los sabios, a lo que el mundo considera débil para confundir a los fuertes, ha escogido lo vil, lo despreciable, lo que no es nada a los ojos del mundo para anular a quienes creen ser algo. De este modo, nadie puede gloriarse delante de Dios. A él le debéis vuestra existencia cristiana, ya que en Cristo se ha hecho para nosotros sabiduría divina, justicia, santificación y redención. De esta manera, como está escrito, el que quiera presumir, que lo haga en el Señor. (1 Cor 1,26-31).
Volver a Galilea no es mirarse al ombligo, y recrearnos en nuestra miseria, es aceptar esa llamada, es abrirse a la Gratuidad del Amor que nos redime, sin méritos de nuestra parte.
Volver a Galilea, es volver a sentarse en el brocal del pozo y trabar conversación con Jesús, dejar que nos desnude el alma y nos sane.
No nos corresponde cosechar los frutos, sino aventar la semilla, volver a Galilea, es enamorarse de ese Jesús que nos desnuda el alma, que nos llama y nos Ama como no nos atrevemos ni a soñar.
Volver a Galilea es encontrarse de frente la Gratuidad de la llamada, la Gratuidad de la Salvación, y dejarse abrazar por ella, dejar que nos empape, dejar que nos envuelva, dejar a Dios ser Dios, nuestra vida.
Volver a Galilea, en suma, no es más que darse cuenta en dónde hemos caído, y cambiar de conducta, cambiar la dirección de nuestra mirada, en vez de mirarnos al ombligo, mirar a los ojos al Señor y dejarnos seducir por El.
Y ahí brotará la Alabanza, como un torrente que salta a la Vida Eterna, como el viento que barre las hojas muertas y despeja el camino.
Volved a Galilea, donde todo dio comienzo, dónde por primera vez oíste su voz...
Volver a Galilea significa sobre todo volver allí, a ese punto incandescente en que la gracia de Dios me tocó al comienzo del camino. Con esta chispa puedo encender el fuego para el hoy, para cada día, y llevar calor y luz a mis hermanos y hermanas. Con esta chispa se enciende una alegría humilde, una alegría que no ofende el dolor y la desesperación, una alegría buena y serena.
En la vida del cristiano, después del bautismo, hay también otra «Galilea», una «Galilea» más existencial: la experiencia del encuentro personal con Jesucristo, que me ha llamado a seguirlo y participar en su misión. En este sentido, volver a Galilea significa custodiar en el corazón la memoria viva de esta llamada, cuando Jesús pasó por mi camino, me miró con misericordia, me pidió seguirlo; volver a Galilea significa recuperar la memoria de aquel momento en el que sus ojos se cruzaron con los míos, el momento en que me hizo sentir que me amaba.
No es un volver atrás, no es una nostalgia. Es volver al primer amor, para recibir el fuego que Jesús ha encendido en el mundo, y llevarlo a todos, a todos los extremos de la tierra.
Hoy, en esta noche, cada uno de nosotros puede preguntarse: ¿Cuál es mi Galilea? Se trata de hacer memoria, regresar con el recuerdo. ¿Dónde está mi Galilea? ¿La recuerdo? ¿La he olvidado? Búscala y la encontrarás. Allí te espera el Señor. He andado por caminos y senderos que me la han hecho olvidar. Señor, ayúdame: dime cuál es mi Galilea; sabes, yo quiero volver allí para encontrarte y dejarme abrazar por tu misericordia. No tengáis miedo, no temáis, volved a Galilea. El evangelio es claro: es necesario volver allí, para ver a Jesús resucitado, y convertirse en testigos de su resurrección. Y ser testigos es ser mártires de la Verdad, de la Justicia y de la Libertad...
"Por eso, hermanos, la Iglesia no puede ser sorda ni muda ante el clamor de millones de hombres que gritan liberación, oprimidos de mil esclavitudes; pero les dice cuál es la verdadera libertad que debe de buscarse: la que Cristo ya inauguró en esta tierra al resucitar y romper las cadenas del pecado, de la muerte y del infierno. Ser como Cristo, libres del pecado, en ser verdaderamente libres con la verdadera liberación. Y aquél que con esta fe puesta en el resucitado trabaje por un mundo más justo, reclame contra las injusticias del sistema actual, contra los atropellos de una autoridad abusiva, contra los desórdenes de los hombres explotando a los hombres, todo aquel que luche desde la resurrección del gran libertador, sólo ése es auténtico cristiano. Por eso, la resurrección tiene que dar al hombre valentía, entereza; lejos de toda cobardía el cristiano tiene que estar como Cristo dispuesto a dar su cara ante Poncio Pilato, ante Herodes, ante los perseguidores; y con la serenidad de un cordero que es llevado al matadero esperar también en el sepulcro de su martirio la hora en que Dios glorifica; no es la hora que los hombres señalan, es la hora de un Dios que es el único que nos puede salvar; pero que esperar en El apoyándose en Cristo, es el secreto de la verdadera liberación". Oscar Romero
PREGÓN PASCUAL - CRISTÓBAL FONES Y TERESA LARRAÍN
YO SOY EL QUE VIVE . AIN KAREM
YO SOY EL QUE VIVE
(Lc 24, 5b; Ap1,18)
No busques entre los muertos a la Vida,
ponte en pie, alza la mirada.
No busques en la muerte
al que vive para siempre.
Abre las puertas,
sal a su encuentro,
ve con tu hermano. (2)
No temas, dice el Señor,
Yo soy el que vive.
Estuve muerto
pero ahora vivo para siempre,
para siempre.
No busques…
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