"Los pueblos débiles y flojos,sin voluntad y sin conciencia,son los que se complacen en ser mal gobernados".Jacinto Benavente
Aristóteles, en su Política, consideraba que el gobierno sano es aquél que, guiándose por la razón, mira por el bien común,y el perverso el que, desatendiendo la razón, satiface el interés particular
TODO este desfile de mandamases regionales (¡nacionales!, dirían ellos) por el palacio del mandamás plurinacional, en solicitud de tajada, evidencia que el tuneado de los inodoros de Moncloa no era, como a simple vista pudiera parecer, un lujo superfluo y decadente. ¡Ya me dirán cómo se puede afrontar semejante trasiego de estómagos agradecidos si no se dispone de evacuaderos aromatizados! También evidencia que la democracia, que en origen es un régimen político que persigue el bien común, ha degenerado en un régimen de discutidores que anteponen el interés propio sobre el general; donde, una vez más, se demuestra que la corrupción de las cosas óptimas es pésima.
Claro que, como reza el refrán, dos no discuten si uno no quiere; y, para demostrarlo, ahí tenemos la figura de nuestro mandamás plurinacional, que como los papanoeles de barba postiza que los dueños de las jugueterías ponen en estas fechas a la puerta de su negocio, para que engatusen a los chiquilines y les prometan que sus caprichos serán satisfechos, recibe a los mandamases regionales y a todos los despacha con buenas palabras, como quien reparte el chocolate del loro. Luego se descubrirá que el chocolate no daba para tanta pitanza; y entonces los discutidores volverán otra vez a la greña, hasta convertirlo todo en un barrizal de reclamaciones particulares, o hasta que juntos se hundan en el barrizal de sus querellas e insatisfacciones. Que este ha sido el fin de todo régimen político perverso.
Claro que, como reza el refrán, dos no discuten si uno no quiere; y, para demostrarlo, ahí tenemos la figura de nuestro mandamás plurinacional, que como los papanoeles de barba postiza que los dueños de las jugueterías ponen en estas fechas a la puerta de su negocio, para que engatusen a los chiquilines y les prometan que sus caprichos serán satisfechos, recibe a los mandamases regionales y a todos los despacha con buenas palabras, como quien reparte el chocolate del loro. Luego se descubrirá que el chocolate no daba para tanta pitanza; y entonces los discutidores volverán otra vez a la greña, hasta convertirlo todo en un barrizal de reclamaciones particulares, o hasta que juntos se hundan en el barrizal de sus querellas e insatisfacciones. Que este ha sido el fin de todo régimen político perverso.
Aristóteles, en su Política, consideraba que el gobierno sano es aquél que, guiándose por la razón, mira por el bien común. Y definía el gobierno perverso como aquél que, desatendiendo la razón, satisface intereses particulares. Los intereses particulares son insaciables; y el vano intento de saciarlos genera ipso facto la emergencia de otros intereses particulares no atendidos que se consideran agraviados, y así ad infinitum, en una paulatina conversión de la democracia en demogresca o pandemónium de todos contra todos.
Cualquier gobierno se sostiene sobre una delicada tensión, que es la que se entabla entre los intereses particulares y la exigencia del bien común; y la única manera de resolver esta tensión consiste en colocar la ley, como expresión de una voluntad general, por encima de las voluntades particulares de los hombres. Cuando la ley se somete a las voluntades particulares, el gobierno se corrompe y acaba convirtiéndose en un barrizal; esto es, en una demogresca, que es lo que ahora vemos en este desfile de mandamases regionales en solicitud de tajada.
Cualquier gobierno se sostiene sobre una delicada tensión, que es la que se entabla entre los intereses particulares y la exigencia del bien común; y la única manera de resolver esta tensión consiste en colocar la ley, como expresión de una voluntad general, por encima de las voluntades particulares de los hombres. Cuando la ley se somete a las voluntades particulares, el gobierno se corrompe y acaba convirtiéndose en un barrizal; esto es, en una demogresca, que es lo que ahora vemos en este desfile de mandamases regionales en solicitud de tajada.
De este pandemónium participan todos; y todos evacuan sus demandas particulares en los inodoros aromatizados de Moncloa: los hay que alegan crecimientos de población, los hay que invocan «hechos diferenciales». Todos quieren meter el cazo en el chocolate del loro; y el papanoel de Moncloa se erige en dispensador risueño de privilegios que no podrán cumplirse, o que sólo se podrán cumplir en menoscabo del bien común.
Que el papanoel de Moncloa se avenga a esta satisfacción de intereses particulares no puede extrañarnos, pues desde que asentó sus posaderas en los inodoros aromatizados de palacio decidió que el barrizal de la demogresca sería la forma de gobierno que garantizaría su supervivencia, aunque fuese una supervivencia lograda a costa del bien común. Más aflictivo resulta que la derecha participe risueñamente del pandemónium y envíe a sus mandamases regionales a meter el cazo en el chocolate del loro, como chiquilines que ven satisfecho su capricho. Aquí se comprueba que la derecha española se ha instalado en el cortoplacismo de los boxeadores sonados, renunciando a presentar batalla a su adversario allá donde se dirime el bien común y la propia supervivencia de un régimen político. En lugar de acudir a Moncloa con un desatascador, la derecha ha preferido disfrutar de las ventajas de los inodoros aromatizados, sin reparar en que están tupidos.
Cuando olfateen el tufo, la mierda ya les habrá llegado al cuello; entretanto, chapotean alegremente en el barrizal de la demogresca.
JUAN MANUEL DE PRADA
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