El periodista y escritor Jesús Bastante Liébana disecciona las razones del cisma luterano y sus efectos en su nueva novela, “CISMA”, publicada por Ediciones B. Ofrece una esperanzadora visión del futuro, en el que los cristianos puedan trabajar en común, y dialogar con la sociedad del siglo XXI.
Bastante Liébana es un joven periodista, que desde hace más de doce años nos viene informando, en diferentes medios españoles, sobre temas relacionados con la Religión. No es, sin embargo, sacerdote ni religioso. Casado, a sus 32 años ya ha publicado cuatro libros. Ahora, con 'Cisma' (Ediciones B), inicia su andadura literaria, con una apasionante y documentada novela histórica que recoge unos años cruciales para el Cristianismo, y que concluyeron con la mayor quiebra entre los seguidores de Jesús. Un cisma que hoy, 500 años después, podría estar a punto de terminar.
ENTREVISTA:
-En su novela, se plantea un encuentro entre el Papa, el Emperador y Lutero para frenar el movimiento reformista. ¿Un escenario hipotético o real?
Lo cierto es que Adriano VI, quien fuera mentor de Carlos V y regente de Castilla hasta la muerte de León X, creía firmemente en la unidad en la fe de todos los cristianos y, de hecho, en su breve pontificado, hizo ostensibles gestos para evitar la ruptura. En un célebre discurso en Nuremberg, el Papa reconocía que muchas de las denuncias realizadas por Lutero eran ciertas, y que había que poner las bases para solucionarlas. Hay crónicas que hablan de negociaciones entre partidarios de estos tres personajes de cara a poder, si no encontrarse, sí hallar puntos de encuentro. Lamentablemente, la muerte en extrañas circunstancias del Papa dio al traste con las posibilidades de frenar el cisma.
Situaciones históricas
-Porque, ¿se pudo parar el cisma?
Sí, se estuvo a punto, al menos en tres ocasiones. Al comienzo de todo, aún en vida de León X, cuando se propuso 'callar' a Lutero concediéndole la púrpura cardenalicia. Después, en pleno Juicio de Worms, cuando Carlos V concedió a Lutero la posibilidad de encontrarse con los más reputados teólogos, y el religioso no quiso avenirse a razones. Y, finalmente, durante el Papado de Adriano VI, cuando un Concilio podría haber frenado la ruptura. Y un encuentro que razones oscuras, que llevaron a la muerte del Papa, se encargaron de impedir. Como reza el epitafio de la tumba de Adriano VI (y la frase que arranca la publicación): "Por desgracia, ¿cuánto influyen las condiciones de los tiempos en la eficacia de las virtudes, incluso del mejor de los hombres!".
-¿Quién fue culpable de la Reforma?
Más que culpables, hay que hablar de situaciones históricas. Evidentemente, si tanto Julio II como León X no hubieran gastado tanto dinero en obras de arte ni construcciones faraónicas, como la basílica de San Pedro, llegando a sancionar el cobro de indulgencias (el perdón pleno de los pecados, incluso para ascendientes y descendientes) para su financiación, Lutero no habría llevado a cabo su Reforma. Tras la muerte de Adriano VI, Clemente VII (un Médici) continuó por la misma senda que sus polémicos antecesores. Evidentemente, si la difícil situación del Imperio Romano Germánico y las luchas de poder entre los príncipes y el Emperador (así como el asedio de Francisco I de Francia a Castilla, o los ataques musulmanes en el este), tampoco hubiera encontrado el fraile los apoyos necesarios. Por otro lado, Lutero quiso ser un reformador, no un cismático, pero su propia personalidad, y el afán de pasar a la Historia -unidas a la presión de los príncipes alemanes- llevaron su proyecto a algo que ni siquiera él habría imaginado al clavar sus tesis en la iglesia de Wittemberg, ahora casi 500 años.
-¿Fue Lutero un hereje?
No. Fue un reformador, que entendía que la Iglesia necesitaba cambios «desde dentro». Lamentablemente, la Iglesia no estaba preparada para escuchar a un fraile que, por otro lado, no dejaba de ser un extraño personaje, con siniestros apoyos y un genio furibundo. Sí es cierto que, una vez arrancada la Reforma, se le fue de las manos. Y que, como todo ser humano -Carlos V también sufrió este 'pecado'-, su ambición personal jugó un papel fundamental.
-¿Qué ecos dejó la Reforma?
En primer lugar, la ruptura en sí de la Cristiandad. Pero, por añadidura, cabe decir que Lutero consiguió, si bien años más tarde, lo que buscaba: que la Iglesia convocase un Concilio y 'modernizase' su lenguaje. Fruto de ello fue el Concilio de Trento, posiblemente uno de los más importantes en la Historia de la Iglesia. Por aquellos años, y como consecuencia de los movimientos luteranos, surgieron otros de respuesta, dentro de la Iglesia católica. El más destacado, sin duda, el promovido por Ignacio de Loyola, también presente en varios momentos de la novela. Finalmente, la Reforma provocó un cambio de mentalidad en Europa, sin la que no se podría entender la Revolución Francesa, los movimientos románticos -y nacionalistas- o la civilización actual.
-¿Y hoy? ¿Cómo afecta el cisma a la Iglesia y la sociedad actuales?
Continúa siendo un tema muy actual. Hace pocos meses, de hecho, el Vaticano volvió a retomar el estudio de la figura de Lutero, a quien Benedicto XVI ya no considera un hereje, sino un reformador. Es más: este verano el Papa debatió con sus más estrechos colaboradores la posibilidad de "rehabilitar" (si ésta es la palabra más correcta) a Martín Lutero. No escapa a nadie que el principal objetivo del Pontificado de Benedicto XVI es alcanzar la unidad entre los cristianos, y parece cercano una "vuelta a la unidad", tanto por parte de los luteranos como de buena parte de la Confesión Anglicana. Y, más cercano, por los ortodoxos. En pocos meses, seguramente tengamos noticias en este sentido.
Mismos valores
-¿Es posible, entonces, que el cisma luterano tenga las horas contadas?
Las horas no sé, pero lo cierto es que esa es la voluntad firme de Benedicto XVI, de las principales autoridades evangélicas y ortodoxas -el otro gran cisma, del que se cumple casi un milenio- y, lo que resulta más importante, de la práctica totalidad de los cristianos del mundo. No hay que olvidar que católicos, luteranos, anglicanos, ortodoxos . compartimos un mismo esquema de valores, basado en el Evangelio, los Mandamientos y las Bienaventuranzas, que han marcado la sociedad y la cultura de Europa y del mundo. Y que debemos afrontar juntos el camino del mañana.
-¿Qué trabajo puede hacerse en este sentido?
Hoy, como hace 500 años, la Iglesia necesita una profunda Reforma, que busque la unidad entre los cristianos, y no la separación. Medio milenio después, los cristianos todavía necesitan sacudirse los efectos del Cisma protestante. Gracias a Dios, ya no existe la Inquisición, aunque la Iglesia todavía tiene un camino muy complicado que realizar para abrir sus puertas y, como en la parábola del hijo pródigo, dejar volver a su casa a los hermanos en la fe. Sin vencedores ni vencidos. Con apertura y con fe. Y buscando siempre la verdad, pero también el diálogo con el mundo. Un trabajo que, lamentablemente, en nuestro país todavía está en mantillas.
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