DE JOHN FORD Y EMILIO FERNÁNDEZ
“Porque Tuyo es el reino, el poder y la gloria,
por los siglos de los siglos, amén.”
Mateo 6:13
EN ESTOS TIEMPOS, EN OCCIDENTE,
YA NO PERSIGUEN A LOS CRISTIANOS:
LES CIERRAN LAS IGLESIAS POR LA PLANDEMIA
Notable film del maestro John Ford, una de sus películas favoritas, la consideraba su obra maestra, envestida del catolicismo militante del realizador de ascendencia irlandesa, una incisiva alegoría sobre el sufrimiento de Jesucristo, trasladada a la hispanoamérica de principios del S. XX, donde todos los personajes son alter ego de la Pasión de Cristo, mostrado de modo fascinante a través de una filmación opresiva, de un expresionismo gótico abrasante (aún mayor que “El delator”, 1935), de claras reminiscencias al cine silente que dominaba el genio cuasi-tuerto, donde los diálogos son escasos y la música actúa de catalizador de emociones fundida con la fascinante cinematografía del mexicano Gabriel Figueroa, haciendo rebosar la cinta de tristeza y desesperanza.
El guionista Dudley Nichols (“La fiera de mi niña” o “La diligencia”) adapta el libro “The Power and the Glory” (“El poder y la gloria", 1940) del inglés Graham Greene, se ha tomado muchas libertades con el material original. El héroe de Green era un desaliñado "sacerdote del whisky", que vivía con una mujer, pero en la versión más limpia de la película, refleja el sentido católico de Ford y las restricciones del Código de Producción, el sacerdote de Fonda no es ni borrachín ni mujeriego, pasado por el filtro de apología del catolicismo enfrentándolo a la intolerancia religiosa, esto no se dice pero claramente es el comunismo laicista liberticida.
El protagonista es un pseudo-mártir de resonancias bíblicas dispuesto a sacrificarse por los demás en todo momento, mientras no le faltan dudas, temores, y el pecado del orgullo, ello en un universo poblado por la decadencia moral, derivando en una bella y emocional historia con un aura estética poética. Todo enaltecido por el formidable protagonismo de un majestuoso Henry Fonda, del que John Ford dijo “el cine es Henry Fonda andando”, y bien que lo exhibe de este modo, su actuación es de una emotividad sublime.
Una de las películas más personales del cineasta, ya que la dirigió con su nueva productora Argosy Pictures, comandada junto a su amigo Merian C. Cooper. La rodó en México con actores habituales del país como Dolores Del Río, y pasó la acción a un país centroamericano cualquiera en el que una fuerte dictadura ha arrasado con las iglesias matando a sus curas y ha prohibido entre otras cosas el alcohol.
La película fracasó lamentablemente en la taquilla, y para recuperar las pérdidas financieras, Ford volvió al western.
Realmente se basa la guerra cristera que sufrió México en los años veinte del siglo XX. Pero probablemente será ampliamente considerado como un ataque al comunismo. Los créditos, para enfatizar en la universalidad de la historia, son hechos a la manera de Chaplin: Henry Fonda… un fugitivo; Dolores del Río… una mujer india; Pedro Armendáriz… un teniente. Hay grandes paralelismo entre esta película y la buñueliana “Nazarín” (1958), el tema del martirologio cristiano y enmarcado en México.
Film que ya cautiva por su poético inicio un tipo (Henry fonda) ataviado con ropas humildes sube en burro una pequeña colina donde hay una Iglesia abandonada, entonces la cámara se coloca en el interior del recinto y Fonda abre las puertas generando una sombra con la luz llegada del exterior, en el suelo del templo del personaje en posición de crucifixión, tras lo que el tipo se arrodilla en el interior en señal de oración, se levanta y se dirige a una ventana circular, dejando entrar un rayo de luz que cubre la mitad el rostro del personaje, todo de un expresionismo y profundidad arrolladora. Luego, tras hablar con una mujer con un bebe nos enteramos que es un sacerdote y que esa era su Iglesia, entonces los lugareños la adecentan, colocan la pila bautismal y se produce en la noche, bajo la bella luz de velas una ceremonia del bautizo del bebe, ello bajo el canto celestial de un coro angelical de fondo, tramo de arranque que sienta sus bases a fuego sobre los fotogramas.
Un relato que nos habla de la fe frente a la intolerancia, de la bondad frente a la maldad, del amor frente al odio, del orgullo frente a la villanía, de la integridad frente a la traición, de la esperanza frente a la pesadumbre, la luz frente a la oscuridad, ello en un desarrollo episódico, en el que el protagonista se convierte en especie de sufridor penitente en un mundo aciago.
Una revisión de la Pasión de Cristo pasada por el filtro fordiano: El fugitivo como claro sucedáneo de Jesús, predicando la fe cristiana en medio de un clima opresor; El ladrón encarnado por Ward Bond simboliza a San Dimas, que fue crucificado junto a Jesús; La mujer india es nítido emulo de la bíblica María Magdalena; El teniente es un claro reflejo de Poncio Pilatos, el que se lava las manos dando una oportunidad al reo para escapar a su trágico sino; El siniestro personaje encarnado por J. Carrol Naish es un diáfano remanente de del traidor Judas; Ello, Ford lo evoluciona sugerente, por medio de la fuerza evocadora de las imágenes, mostrando un mundo decadente, asfixiante, opresivo, donde la gente vive con miedo, con la composición de personajes con dimensión humana, con sus aristas, sus falencias, sus complejidades, con algunas secuencias de calado emocional, de intensidad y tensión, ello ensalzando la fuerza de voluntad, el valor de luchar en lo que crees, arremetiendo contra los prejuicios sociales, contra la codicia, contra el proxenetismo social, contra las injusticias, contra el poder corrupto, contra la demagogia de los gobernantes que dicen hacer las leyes por el pueblo pero sin contar con él. De enorme hondura espiritual. ¡Fuerza y honor!
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