«ETA se alimentó del espacio cristiano,
se aprovechó de la Iglesia»
El Vaticano ejerció de altavoz indirecto de la banda terrorista en 1970, cuando se celebró el Proceso de Burgos que aceleró el fin del régimen de Franco y resucitó a ETA. El periodista y sociólogo Pedro Ontoso publica «ETA, yo te absuelvo: El papel clave de la Iglesia en el Proceso de Burgos»
El 2 de agosto de 1968 ETA asesinó en Irún al inspector jefe de la Brigada de Información Social de la Policía en Gipuzkoa, Melitón Manzanas, un reconocido torturador. Era la primera vez que la organización decidía matar de forma premeditada, lo que provocó una sacudida en la sociedad vasca. Fueron siete disparos que cambiaron el surco de la historia con unas detonaciones que se replicaron en toda Euskadi, que asumió una ejecución que parecía merecida. La dictadura de Franco caminaba hacia sus últimos estertores y la represión parecía no tener límites. La Policía estrechó el cerco sobre aquellos activistas, que fueron sometidos a un Consejo de Guerra en diciembre de 1970. Dieciséis procesados para los que el fiscal militar pidió seis sentencias de muerte y 752 años de cárcel en un sumario que daría nombre al Proceso de Burgos, una marca de la lucha antifranquista. Fue una convulsión. No era un juicio cualquiera. ¡Era El Juicio! El 28, Día de los Inocentes, se conoció la sentencia: nueve condenas a muerte, que fueron conmutadas la víspera de Nochevieja. El proceso aceleró la descomposición del franquismo, pero proporcionó un salvavidas impagable a una ETA que sobrevivía a bocanadas. Un factor de extrema relevancia fue el papel de la Iglesia. El hecho de que entre los procesados hubiera dos sacerdotes fue una oportuna coartada. La Iglesia consiguió que el juicio fuera a puerta abierta, pese a la letra del Concordato entre el Gobierno y la Santa Sede que garantizaba la discreción. Pero arrastraba un pecado original: en la primera ETA la religión fue un factor importante y el mundo eclesiástico proporcionó munición intelectual.
Pedro Ontoso: «La Iglesia vasca estuvo en el origen y el final de ETA». La historia entre curas y etarras, una vela a Dios y otra al diablo.
El periodista y sociólogo Pedro Ontoso (Baracaldo, 1956) asegura que la Iglesia tuvo un papel clave en el Proceso de Burgos, del que se cumple ahora medio siglo. Dieciséis miembros de ETA fueron juzgados por los primeros tres asesinatos de la banda terrorista. Pero al régimen de Franco, que impuso nueve condenas a muerte, le salió el tiro por la culata. Aquel consejo de guerra aceleró el desmoronamiento de la dictadura y revitalizó a ETA, gracias a la propaganda internacional que le brindó, indirectamente, el Vaticano. Ontoso, periodista de «El Correo», recorre aquellos decisivos meses en su nuevo libro: «ETA, yo te absuelvo» (Ediciones Beta).
¿Por qué el primer gran juicio contra ETA se celebró en Burgos?
Fue un consejo de guerra, era un tribunal militar. Había que hacerlo dentro de la sexta región militar, a la que pertenecían las provincias vascas, y la sede estaba en Burgos. Había otras connotaciones más simbólicas: se trataba de una plaza militar importante para Franco, allí había tenido su cuartel general. Fue un macrojuicio: 32 encausados, de los cuales 16 estaban detenidos. Entre ellos había dos sacerdotes, Julen Kalzada y Jon Etxabe. El primero había alojado en su parroquia de Durango a algún miembro de la organización. Etxabe era un liberado de ETA, pertenecía a la banda.
¿Por qué fue clave el papel de la Iglesia en este proceso?
De acuerdo con el Concordato firmado con la Santa Sede en 1953, si se celebraba un juicio a un sacerdote o religioso, tenía que ser a puerta cerrada y sin publicidad. Si el Vaticano no hubiera renunciado a su fuero del Concordato, hubiera sido a puerta cerrada y tal vez les hubieran fusilado. Allí se movió el obispo administrador de Bilbao, el de San Sebastián... estos dos se movilizaron ante las autoridades militares para conseguir que fuera a puerta abierta. También actuó el cardenal Tarancón, que tenía línea directa con el Papa VI y el lendakari en el exilio, Leizaola, que también viajó a Roma y se apoyó en el lobby eclesiástico vasco y en las órdenes religiosas.
El Vaticano hizo entonces de altavoz de ETA...
De forma indirecta, fue el altavoz, sí. Al conseguir que fuera el juicio a puerta abierta tuvo una repercusión inmediata, los procesados pudieron denunciar sus torturas delante de los corresponsales extranjeros. La causa vasca, que entonces era asunto doméstico, tuvo una proyección mundial.
¿Y cómo fue ese divorcio de la Iglesia con el régimen de Franco?
La jerarquía española, que estaba con lo vencedores, estableció un maridaje con el poder: el nacionalcatolicismo. Aquello funcionó mucho tiempo, a Franco se le paseaba bajo palio. Pero el nacionalcatolicismo empieza a hacer aguas con la celebración del Concilio Vaticano II (1965), de ahí sale un compromiso más abierto de la Iglesia que supone una oportunidad de cambio en España. Franco se irrita muchísimo con lo que ocurre en el Concilio, que nutre a la oposición. Se involucra en asuntos terrenales, un compromiso en política en favor de los derechos y las libertades. La Iglesia en ese momento es un espacio de resistencia y de libertad. Y el movimiento de oposición a Franco a la dictadura, tiene acomodo en la infraestructura de la Iglesia. Pablo VI era un Papa antifascista. Poco a poco, con mucha fineza y diplomacia vaticana pero insistente, se pone en marcha para desenganchar a la Iglesia del poder político, de la dictadura y del régimen.
En 1970 ETA estaba maltrecha, pero el juicio de Burgos le resucita...
Sí. Si bien el juicio preparó la mortaja del franquismo, la parte negativa es que fue el banderín de enganche para ETA. Esa ETA cautivó a muchos, también a mucha gente de la Iglesia, que pusieron infraestructura... En ese magma de resistencia al franquismo pocos vieron el peligro latente que encerraba ETA. Llevaba diez años funcionando, pero fue en el 70 cuando se incubó el monstruo. Matar dejó de ser pecado, se hace una relectura del quinto mandamiento. ETA se alimentó de ese espacio cristiano y se aprovechó de la Iglesia, también hay que decirlo.
«ETA, yo te absuelvo»
Esa frase la saco de una conversación que mantiene un condenado a muerte en Burgos, Teo Uriarte, con un sacerdote. Como Uriarte viene de ambientes cristianos, cuando tiene que usar la pistola siente remilgos. Pero el sacerdote le dice: no te preocupes, yo te absuelvo. Contaban con su bendición. Se aceptaba la violencia con mucha facilidad.
La religión estuvo en la médula del pensamiento de esos primeros etarras. Muchos fueron formados en el seminario. Onaindia había estudiado con los mercenarios, Izko de la iglesia, con los trinitarios.
¿Cuántos pistoleros salieron del seminario? Mario Onaindia quiso ser misionero. Teo Uriarte, otro de los procesados en Burgos, afirma que se metieron en ETA por «afán religioso»...
La religión estuvo en la médula del pensamiento de esos primeros etarras. Muchos fueron formados en el seminario. Onanindia había estudiado con los mercenarios, Izko de la iglesia, con los trinitarios. De ese mundo cristiano venían muchos. La iglesia tenía mucha ascendencia en la sociedad vasca.
Del Proceso de Burgos surge una nueva hornada de terroristas.
Lo mismo que revitalizó el movimiento antifranquista, revitalizó a ETA. Ahí nació una nueva generación de etarras: «Txikia» un jefe de los duros de ETA había sido monje benedictino, dejó los hábitos y se pasó a ETA. Otro líder importante, «Argala», en su juventud había sido legionario de María y con el Juicio de Burgos reafirma su posición. «Pakito» se enrola fascinado por ese proceso y dos años después pasa a la clandestinidad.
Reúne en el libro ejemplos de cómo la Iglesia dio cobijo a ETA.
No se puede hacer un juicio monolítico. Hay gente de la Iglesia que pone infraestructura y logística, cediendo el piso. O el papel para imprimir su propaganda. Gracias a los jesuitas en una empresa papelera de Segura, consiguen varias toneladas de papel. Un terrorista logró escapar de la Policía en el tiroteo del Casco Viejo de Bilbao, tras disparar (hasta la muerte) a un taxista. En esa cadena solidaria participan siete u ocho hombres de iglesia. Sabían dónde acudir.
Aún peor, se les ofreció «munición intelectual».
No daban órdenes pero les bendecían. Se juntó un clero de extracción del mundo rural y nacionalista y un clero del movimiento obrero. ¿Qué les unía? La oposición a Franco.
Parte de la Iglesia vasca ha seguido justificando a ETA hasta hoy. El cura de Lemona, protagonista del último documental de Iñaki Arteta, nos lo recuerda con toda crudeza.
El episodio del cura de Lemona es totalmente marginal. No representa a casi nadie. También Don Serapio (el cura de «Patria», de Fernando Aramburu) ofrece una imagen muy reduccionista del clero vasco. No es toda la verdad. Hubo una parte del clero del silencio, en tierra de nadie. La Iglesia vasca también ha cooperado en el final de ETA, me consta. Pero todo pesa en la mochila. Los obispos vascos sí han condenado a ETA. Al principio sin nombrar, y condicionando a los objetivos políticos del nacionalismo. No ofrecían funerales, las víctimas perdían su significación pública. Los comunicados y pastorales, tan alambicados, buscando siempre tantas compensaciones que se diluía el mensaje de rechazo.
El nombramiento de Setién como obispo de San Sebastián provoca un gran disgusto para el Gobierno. El Vaticano se lo coló a Franco como obispo auxiliar
Dedica un epígrafe de su libro a Monseñor Setién, el «ideólogo de la Iglesia vasca». ¿Tuvo algún papel en el Proceso de Burgos?
No. En ese momento era vicario general de Santander. Fue a visitar a los procesados, pero no tuvo un papel importante. Lo tuvo a partir de entonces, que es nombrado obispo auxiliar de San Sebastián y empieza a ser importante. El nombramiento de Setién, en 1972, provoca un gran disgusto para el Gobierno. Gracias al Concordato, el nombramiento de obispos dependía de la Jefatura del Estado. La Iglesia proponía una terna y Franco disponía. Pero el Vaticano, para eludir el veto, nombraba obispos auxiliares. El nombramiento de Setién se le coló a Franco.
¿Cuál ha sido la posición histórica del Vaticano ante ETA?
En aquel momento, buscó romper el maridaje de la Iglesia con el régimen. En el caso del Proceso de Burgos, actuaron con razón de misericordia y razón humanitaria. El objetivo era evitar que los condenados a muerte fueran fusilados. Pero en su evolución, el Vaticano siempre ha tenido mucha información de lo que estaba pasando en el País Vasco, pero siempre con mucha distancia. Ahora bien, cuando ha habido negociaciones con ETA, el Vaticano estaba informado.
¿Por qué Franco indultó a los condenados?
Hubo muchos factores, empezando por la presión internacional de las cancillerías, también las Iglesias americanas, alemana, de todo el mundo, pero sobre todo del Vaticano, la gran autoridad moral internacional. Pero no olvidemos otros dos aspectos: dentro del régimen había ministros del Opus Dei, y esa gente estaba empujando desde dentro del régimen para salvarles la cara y hacer una transición tranquila. No era presentable que se dictaran unas condenas a muerte. Y la segunda parte es que los obispos del País Vasco, Cirarda y Argalla, fueron a Madrid. El día 29 cogieron un tren y llegaron a la embajada del Vaticano. Les dijeron que allí poco podían hacer. Había una nevada tremenda en Madrid y cogieron un coche de la nunciatura y se fueron a Guadarrama. Al convento donde estaba el presidente de los obispos españoles, Casimiro Morcillo, que era muy conservador. Se llevaba muy bien con Franco, tenía hilo directo. Levantaba el teléfono y Franco le escuchaba. Fueron para que llamara al Pardo y que no hubiera ejecuciones. La Iglesia estuvo hasta el minuto último presionando.
Hace un año, Ontoso publicó «Con la Biblia o la Parabellum» (Península), un preciso ensayo sobre el papel de la religión y la Iglesia en los últimos cincuenta años de la política vasca, marcados por ETA.
EDUARDO GARCÍA SERRANO
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