MANUAL PARA LA DISIDENCIA CRISTIANA
Se acabó la poltronería, el descanso en el intermedio…
Ahora toca luchar, y con los ojos bien abiertos
En 1974, el escritor y disidente Aleksandr Solzhenitsyn publicó, en vísperas de su destierro, un mensaje final dirigido al pueblo ruso, que llevaba por título "¡Vivir sin mentiras!", en el que proclamaba que la mejor respuesta al totalitarismo soviético no era otra que el afecto y la fidelidad a la verdad. El periodista y escritor Rod Dreher, autor del aclamado "La opción benedictina", hace en este libro de altavoz a Solzhenitsyn y otros muchos disidentes de Europa del Este que nos alertan del peligro no tan lejano de que Estados Unidos y el resto de Occidente estén abocados a un totalitarismo "blando", basado más en la manipulación psicológica que en la violencia abierta.Dreher desvela algunos de los principales rasgos de este nuevo totalitarismo, en el que la tecnología y el consumismo nos llevan a un estado de "vigilancia empresarial", y nos pone delante las historias y experiencias de estos disidentes -sucedidas hace no tanto tiempo, pero caídas en el olvido- para ofrecer consejos prácticos sobre cómo identificar y resistir el totalitarismo en nuestro tiempo."Mientras una revolución cultural apunta a la institucionalización de una tiranía de clichés ideológicos, Dreher renueva el gran llamado de Solzhenitsyn a 'vivir sin mentiras'. No puedo imaginar un libro más oportuno ni urgente, o uno con un mensaje espiritual, político y cultural más duradero". -Daniel Mahoney, coeditor de The Solzhenitsyn Reader
Dreher dedica una parte importante de su nueva obra a analizar este nuevo totalitarismo emergente y lo hace con su estilo, periodístico, de fácil lectura, jalonado por numerosos ejemplos y vivencias; un estilo que no le convertirán en un prestigioso académico, pero que sus muchos lectores le agradecen. El diagnóstico que nos ofrece Dreher es muy revelador y explica satisfactoriamente algunos de los rasgos más característicos del mundo hacia el que nos dirigimos y que ya es una realidad en constante expansión. No es ninguna sorpresa cuando nos fijamos en los autores a los que acude como guías para interpretar el momento en que vivimos: Solzhenitsyn, Arendt, Orwell, Huxley, Benda…
Con Arendt señala que en este totalitarismo blando la ideología derriba todas las tradiciones e instituciones, que deben amoldarse a ésta o desaparecer. El Estado, pero también el mundo empresarial (el capitalismo woke, con sus Big Tech a la cabeza y sus “políticas de vigilancia”), ya no se contenta con controlar las acciones, sino también los pensamientos y emociones, al tiempo que demanda adhesión a una agenda woke y castiga con el ostracismo al disidente. Eso sí, a quienes se suman a este nuevo y esplendoroso mundo feliz se les asegura una vida cómoda y segura (aunque la realidad se asemeja más, para la inmensa mayoría que no pertenece a la élite, a un empobrecedor horizonte de videojuegos, series y sexo virtual). A cambio, solamente hay que asentir a la neolengua contemporánea. Los ejemplos que trae Dreher nos resultan familiares: “Los hombres menstrúan… La equidad significa tratar a las personas de manera desigual…” Y aunque a quien lea estas líneas le pueda parecer ridículo, lo harán con entusiasmo, porque como escribe Dreher, son muchos, la mayoría, quienes estarán dispuestos a aceptarlo “porque estará más o menos satisfechos con las comodidades hedonistas” que les ofrecen a cambio de vivir en la mentira.
Al señalar los paralelismos entre las sociedades occidentales de nuestra modernidad tardía y las sometidas al comunismo soviético, Dreher no se desvía mucho del grito de alarma lanzado no hace mucho por Legutko en Los demonios de la democracia (otro libro muy recomendable):
Este libro aborda las similitudes existentes entre el comunismo y la democracia liberal. Su autor, Ryszard Legutko, vivió y sufrió el comunismo en su Polonia natal. En estas páginas cuenta cómo se han alcanzado destacadas semejanzas entre la democracia liberal de los años siguientes al derrumbe de la Unión Soviética y el comunismo. Ambos proyectos de modernización comparten un trato de «simpatía mezclada con condescendencia» hacia el pasado y un entusiasmo por un futuro utópico (progresismo) que les conduce a querer transformar a los hombres de acuerdo con las demandas de igualdad.
De prosa fluida y concisa, Los demonios de la democracia, combina los conocimientos en filosofía del autor con un buen número de anécdotas personales y evidencia la semilla totalitaria de todo sistema político que rechace la concepción teleológica de la naturaleza humana.
«Pocos dudan hoy que el comunismo fue una unidad política, ideológica, intelectual y sociolingüística. Vivir en ese sistema significaba tener que obedecer las minuciosas directivas del partido en el poder hasta el punto de que tus palabras, pensamientos y actos fueran indistinguibles de los de millones de conciudadanos. Respecto a la democracia liberal, todavía se mantiene la creencia de que el sistema posee una enorme diversidad, pero esto se ha ido alejando tanto de la realidad, que ahora parecemos estar más cerca de la visión opuesta. Este sistema es un potente mecanismo uniformador, que borra las diferencias entre las personas, imponiendo homogeneidad de visiones, comportamientos y lenguaje».
¿Cómo debemos reaccionar los cristianos ante esta situación, ante estos signos de los tiempos?
Dreher señala que son mayoría quienes, frente a la nueva “religión woke”, apuestan por buscar una tregua y ser aceptados tras pagar el peaje de transformar el anuncio evangélico (a fin de cuentas siempre molesto) por lo que llama un “deísmo terapéutico moralista”: una “decadente forma de cristianismo… que consiste en la creencia general de que Dios existe y que lo único que quiere de nosotros es que seamos simpáticos y felices”. No voy a extenderme, pero la caracterización que hace Dreher de lo woke, o el culto a la “Justicia Social” como pseudorreligión tiene momentos brillantes. Como cuando señala que en ese marco “el «diálogo» es el proceso mediante el cual los opositores confiesan sus pecados y se someten con miedo y temblor al credo de la justicia social”. Al más puro estilo de la revolución cultural.
"Lo que llama un “deísmo terapéutico moralista”: una “decadente forma de cristianismo… que consiste en la creencia general de que Dios existe y que lo único que quiere de nosotros es que seamos simpáticos y felices”.
Frente a este panorama, la propuesta de Dreher es inspirarse en los cristianos que resistieron, con éxito, al totalitarismo comunista en el siglo XX. Para ello no solo ha leído con atención sus libros, sino que ha viajado por los países que estuvieron sujetos al yugo del comunismo para conocer y hablar de primera mano con los disidentes, para comprender cómo lograron sobrevivir a la persecución. Así van a ir desfilando ante nuestros ojos disidentes checos, eslovacos, húngaros, polacos, rusos, croatas, serbios…
El objetivo de Dreher es, a partir de esa experiencia, convertirnos en disidentes cristianos del siglo XXI. ¿Y eso en qué consiste? Pues ni más ni menos que en vivir en la verdad, en negarse a vivir en la mentira.
Inspirándose en Solzhenitsyn, propone “no decir, escribir, afirmar ni distribuir nada que deforme la verdad” y “no participar en ninguna reunión en la que se imponga una línea de debate y nadie pueda decir la verdad”. Parece sencillo, pero es cada vez más inusual y ya se puede calificar de heroico. Cuando Dreher quiere traducir este compromiso a términos concretos y actuales nos damos cuenta de su dificultad: “No permitas que los medios de comunicación y las instituciones hagan propaganda a tus hijos. Enséñales a identificar las mentiras y a rechazarlas.” El capítulo dedicado a la memoria (siguiendo a Leszek Kolakowski: “la gran ambición del totalitarismo es el control y la posesión total de la memoria humana”) nos hace comprender mejor el porqué de la obsesión en nuestro país con las leyes de “memoria histórica” o “memoria democrática”. Y por supuesto, lo sabemos bien, el lenguaje es el campo de batalla primordial contra este totalitarismo que desea a toda costa configurar nuestras almas.
Reaparece aquí la «opción benedictina» orientando la tarea del disidente cristiano del siglo XXI: el disidente no puede sobrevivir solo, necesita un liderazgo espiritual y “formar pequeñas células de compañeros creyentes con quienes pueda orar, cantar, estudiar las Escrituras y leer otros libros importantes para su misión”. Los ejemplos entre los resistentes al comunismo en Europa del Este abundan. Empezando por las familias, que de células primeras de la sociedad, en la disociedad que nos presenta Dreher se han convertido en las primeras células de resistencia, siguiendo el ejemplo del clan de los Benda en la Praga comunista, del que extrae numerosas lecciones. En el mundo del totalitarismo blando, advierte con razón Dreher, ya no podemos simplemente “vivir como viven todas las familias, con la única diferencia de ir a la iglesia los domingos… Los padres cristianos han de ser deliberadamente contraculturales”.
La «opción benedictina» fue recibida con entusiasmo por algunos y con acervas críticas por otros. Vivir sin mentiras no pretende discutir estas últimas sino que sigue avanzando por el camino trazado por Dreher, enriqueciéndolo con un sólido análisis del totalitarismo blando en que ya vivimos y con el ejemplo de los disidentes del comunismo. Propone así agudas y muy necesarias reflexiones y propuestas prácticas que uno no puede dejar de recomendar, pero persisten algunas limitaciones que Dreher no soluciona. Más allá del debate sobre el abandono del ámbito político, a uno le asalta la duda de, por ejemplo, en qué medida será posible encontrar un espacio para desarrollar la propuesta de Dreher en un mundo en el que los instrumentos para supervisar cada instante de nuestras vidas son mucho más potentes y omnipresentes que aquellos de los que disponía el totalitarismo comunista del siglo pasado. Algo de lo que el propio Dreher es consciente al escribir que “dondequiera que nos escondamos, nos rastrearán, darán con nosotros y nos castigarán si es preciso”.
Estamos ante un libro que hay que leer, subrayar, meditar, discutir; que sugiere muchas otras lecturas y que nos propone, aplicando el método “ver, juzgar, actuar” tan querido por el padre Kolakovic, cambiar probablemente algunos aspectos del modo en que vivimos. Lo que podía leerse como una invitación en tiempos de "La opción benedictina", ahora ya es una urgencia que mañana (o quizás esta misma tarde) ya será una oportunidad perdida.
Primero –claro está-, nos caerá encima el lazo y nos amordazará: “Los hombres quedarán sin aliento por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues las potencias del cielo temblarán” (Lc 21,26), y “habrá grandes signos en el sol y la luna y las estrellas” (Lc 21,25), pero pasará: “No os inquietéis, porque es necesario que todo esto ocurra, pero no es todavía el fin” (Mt 24,6), “Entonces, verán al Hijo del hombre que viene con gran poder y gloria” (Mt 24,30). ¡Jesús traerá la paz!
¿Lo ves? Comeremos manjares que nos sabrán a cielo, elaborados por maestros y por maestras que saben lo que hacen y trabajan a conciencia. Porque todos harán lo que deben para amar al prójimo. ¿Acaso porque será siendo pobres, el manjar carecerá de sabor? ¿No ves que es ahora cuando si comes una manzana sabe a corcho? ¿No ves que comiendo pollos con antibióticos acabamos todos enfermos? ¿No ves que nos acecha la reina de la Mentira, el Odio y el Dinero?
No sé si nuestra solución pasa por las comunidades a modo de los benedictinos que propone Rod Dreher en La Opción Benedictina (Ed. Encuentro. Madrid, 2018); lo iremos viendo. Lo que sí sé es que la educación es de vital importancia, ahora, hoy y mañana, para que nuestro proyecto llegue a puerto. El puerto es el Cielo, no lo olvides; y en el Cielo no entra cualquier cosa, Dios lo sabe y nos lo ha dicho: “Yo soy la puerta; si alguno entra a través de mí, se salvará” (Jn 10,9).
Fíjate qué escribió san Pablo, inspirado por el Espíritu Santo que escribió la Biblia: “El que come, que no desprecie al que no come, y el que no come, que no juzgue al que come” (Rm 14,3). Es un desarrollo de la regla de oro que nos dejó Jesús: “Haced a los demás lo que queráis que ellos hagan con vosotros” (Mt 7,12). Y fíjate qué cuentan los Hechos de los Apóstoles: “No había entre ellos ningún necesitado, porque los que eran dueños de campos o casas los vendían, llevaban el precio de la venta y lo ponían a los pies de los apóstoles. Luego, se repartía a cada uno según sus necesidades” (Hch 34,35). Y san Juan Crisóstomo, un padre de la Iglesia del siglo IV afirmó en una homilía: “Haz que los pobres se aprovechen de tu riquezas. Dios no necesita copas de oro, sino almas de oro” (Citado en Esta economía mata. Ed. Palabra. Madrid, 2015). ¿Necesitas más?
Así que despierta, amigo, amiga. Mientras nos organizamos, estaría bien que fuéramos enhebrando la aguja haciendo lo que podamos, que cada día es menos, pero es lo que toca, pues es lo que Dios nos da para que empecemos a andar juntos. Así que andemos. Y Dios dirá… y proveerá.
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