jueves, 28 de octubre de 2021

LIBRO "PUESTO QUE TODO ESTÁ EN VÍAS DE DESTRUCCIÓN" por FABRICE HADJADJ 💥


FABRICE HADJADJ

Fabrice Hadjadj nació en Nanterre en 1971 de padres de ascendencia judía e ideología maoísta. Vivió su infancia entre Túnez y Francia. Convertido al catolicismo en 1998, ha ejercido como profesor de filosofía y literatura en Toulon. Es ensayista y dramaturgo, está casado con la actriz de teatro Siffreine Michel, con la que tiene seis hijos y, en la actualidad, es director del Instituto Europeo de Estudios Antropológicos Philanthropos de Friburgo. Colabora regularmente en Art Press, en el Figaro Littéraire, en La Vie y en Panorama.
Hesíodo ya sentía nostalgia de una antigua edad de oro y denunciaba la suya como una época de hierro. Por tanto, es probable que la humanidad esté en crisis desde su origen. Sin embargo, el estado crítico de nuestra época posee carartrísticas especiales, extremas, y se parece mucho a una fase terminal:

puede que no vivamos ya en una época, sino más bien en una prórroga. Precisamente cuando una cosa desaparece es cuando se nos revela en sus contornos más singulares. 

La palabra apocalipsis lo sugiere así, con su doble significado de ¿desastre? y ¿revelación? En esta nueva situación en que lo humano se ve amenazado por los exterminios tecnológico, ecológico y teocrático, las líneas de separación se difuminan, los enemigos de ayer se alían y los más revolucionarios experimentan la necesidad de recurrir a una ¿tradición?
Esta obra de Hadjadj trata sobre esa alianza de tradición y modernidad, de escatología y cultura, de lucidez ante la muerte y educación abierta a la vida. El autor querría pasar del transhumanismo de J. Huxley al trasumanar de Dante, para extraer así del apocalipsis venidero una alegre sabiduría

El objetivo de la edad moderna, que aspira a construir un mundo al margen de Dios, de la revelación, de la verdad y de los valores objetivos, que busca poner al hombre en el centro, y construir una sociedad mejor que la medieval, ya se ve como imposible. Aunque se pueden observar retazos de ese tiempo moderno -que ya es antiguo-, nuestro contexto y nuestra situación son muy diferentes. Y podemos caer en el error de vivir y defender la fe como si todavía estuviéramos en la modernidad. Por otra parte, no nos daríamos cuenta de los retos y de las posibilidades que el nuevo tiempo nos depara. El nuevo tiempo al que, a falta de que los historiadores de los siglos futuros le den nombre podemos llamar tiempo post-moderno, nace del fracaso de ese intento de hacer un mundo mejor sin Jesús. El nuevo tiempo asume que todo ese proyecto es imposible. Ya no intenta construir nada al margen de Dios. Ya no pone al hombre en el centro. Ya no tiene esperanza. [Günther Andres] afirma que el mensaje de nuestra época se reduce a esta simple frase: 

«La ausencia de futuro ya ha comenzado». Y constata con dureza: 
«Ya no vivimos en una época, vivimos en una prórroga» (Hadjadj). Si la edad media se caracterizaba por un sentido de la vida y de la sociedad humana marcado por la Revelación, y la edad moderna por el rechazo de esa Revelación intentando encontrar el sentido de todas las cosas en el hombre y manteniendo con la Razón los valores que el cristianismo había propuesto, la edad post-moderna ha renunciado a la búsqueda del sentido.
Lo mismo que la modernidad se quería humanista, la posmodernidad no tendrá más remedio que ser poshumanista […] La modernidad consistía en volver la esperanza cristiana completamente inmanente y antropocéntrica. La posmodernidad consiste en proponer falsas trascendencias, un falso trasumanar y, por lo tanto, en proponer igualmente parodias del paraíso. La primera soñaba la posibilidad de un hombre sin Dios, la segunda sueña algo mucho peor: la posibilidad de un hombre sin lo humano (Hadjadj). 

Este anti-humanismo es el factor común de todas las perversiones que descubrimos, y a las que la sociedad se va acostumbrando, por eso están ya fuera del debate político o ideológico (como bien señala Dreher): 

-La falta de sentido de la existencia humana y de la realidad en su conjunto. 
-La pérdida del concepto y del valor de la persona. 
-La soledad. 
-La cerrazón al amor, especialmente al matrimonio y a los hijos. 
-El suicidio y la eutanasia. 
-El aborto. 
-La ideología de género. 
-El transhumanismo. 
-El ecologismo, con su aspecto más radical que pretende que la salvación del planeta depende de la extinción de la especie humana. 
-El culto al bienestar, como expresión de desesperanza. 
-La comercialización y banalización de la sexualidad, especialmente por medio de la pornografía. 
-Las tendencias totalitarias que afloran de nuevo en la política. 

Es evidente que este anti-humanismo es la consecuencia del rechazo de Dios (de un rechazo de Dios que comenzó paradójicamente con la bandera del humanismo). La conquista final del Hombre ha demostrado ser la abolición del Hombre (Lewis [1943]).
Se hace evidente que, cuando se niega a Dios, se disuelve también la dignidad del hombre (Benedicto XVI [12-2012]). . . 
Estamos llegando al final de un ciclo. La cuestión del transhumanismo nos enfrenta a la elección de una civilización. Podemos continuar en la misma dirección, pero entonces corremos el riesgo de renunciar literalmente a nuestra humanidad […] El mundo ha elegido organizarse sin Dios, vivir sin Dios, pensar sin Dios. Está viviendo una experiencia terrible: donde Dios no está, está el infierno. 
¿Qué es el infierno sino la ausencia de Dios? La ideología transhumanista lo ilustra a la perfección. Sin Dios solo queda lo que no es humano, lo poshumano. Ahora más que nunca la alternativa es clara: ¡Dios o nada! (Sarah).

Hadjadj formula cómo el estudio histórico ha dado lugar a una musealización de los conocimientos del pasado. Aquel que verdaderamente entiende la tradición, es el que no la convierte en material de «vitrina» o en un «objeto de museo folclorico», sino que se sitúa a sí mismo como miembro integrante dentro deesa corriente de sabiduría acumulada. Cuando la persona se ubica desde dentro, la tradición se revela como «más moderna que la modernidad». El peor enemigo de esta verdadera tradición, sería el tradicionalismo que, como bien indica el filósofo francés: 
«La tradición verdadera no consiste enconservar todo lo que se hacía ayer, sino en transmitir lo esencial. Y para transmitirlo, hay que saber reconocer los signos de los tiempos, ajustarse a ciertas condiciones nuevas de transmisión».

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