sábado, 10 de abril de 2021

¿POR QUÉ JESUS AL RESUCITAR DOBLÓ EL LIENZO QUE CUBRÍA SU FAZ EN EL SEPULCRO?


Una tradición judía de ese tiempo nos revelaría el importante mensaje representado por ese gesto aparentemente insignificante
El Evangelio según san Juan, en el capítulo 20, nos habla de un lienzo que había sido colocado sobre la Faz de Jesús cuando Él fue sepultado, al final de la tarde del Viernes Santo.
Ocurre que, después de la Resurrección, cuando el sepulcro fue encontrado vacío, ese lienzo no estaba caído a un lado, como la sábana que había envuelto el Cuerpo de Jesús. El Evangelio reserva un versículo entero para contarnos que el lienzo fue doblado cuidadosamente y colocado a la cabeza del túmulo de piedra.

Pero ¿por qué Jesús dobló el lienzo que cubría Su cabeza en el sepulcro después de resucitar?

Bien pronto por la mañana de domingo, María Magdalena fue hasta el lugar y descubrió que la pesadísima piedra que bloqueaba la entrada del sepulcro había sido quitada. Ella corrió y encontró a Simón Pedro y a otro discípulo, aquel a quien Jesús tanto amaba – san Juan Evangelista – y les dijo:
“¡Retiraron el Cuerpo del Señor y no sé a dónde Le llevaron!”

Doblado y a un lado

Pedro y el otro discípulo corrieron hasta la tumba. Juan pasó delante de Pedro y llegó primero. Se detuvo y observó los lienzos, pero no entró. Entonces Simón Pedro llegó, entró en el sepulcro y vio los lienzos allí dejados, mientras que el lienzo que había cubierto la Divina Faz estaba doblado y colocado a un lado.

¿Esto es importante? Definitivamente.
¿Esto es significativo? Sí.

¿Por qué?

Para poder entender el significado del lienzo doblado, tenemos que entender un poco la tradición judía de la época.
El lienzo doblado tiene que ver con una dinámica diaria entre el amo y el siervo – y todo niño judío conocía bien esa dinámica. El siervo, cuando preparaba la mesa de comer para el amo, procuraba tener la certeza de hacerlo exactamente de la manera deseada por su señor.
Después que la mesa era preparada, el siervo quedaba esperando fuera de la visión del amo hasta que él terminase de comer. El siervo no se atrevería nunca a tocar la mesa antes de que el amo hubiese acabado. Al terminar, el amo se levantaría, se limpiaría los dedos, la boca y la barba, haría una bola con el lienzo y lo dejaría en la mesa. El lienzo arrugado quería decir: “He terminado“.

Ahora bien, si el amo se levantara y dejara el lienzo doblado al lado del plato, el siervo no osaría tocar aún la mesa, porque ese lienzo doblado quería decir: 
“¡VOLVERÉ!”.

Jesús al doblar el sudario quería decir, que Él regresaba con un mensaje de resurrección, con un mensaje de vida. Para decirnos que regresaba al altar para bendecir el Pan de Vida Eterna y la Bebida de Salvación (Jn 6:50-57).
Por eso en cada celebración de la misa, el sacerdote dobla el corporal, porque Cristo volverá a hacerse presente en otra celebración.

“El que da testimonio de todo esto dice: ‘Sí, voy a venir pronto’ ¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús!” (Ap 22:20).
MANTEN TU LÁMPARA ENCENDIDA, TEN ACEITE DE RESERVA, PORQUE EL AMO A DICHO: "VENGO PRONTO".

Adaptado del livro Histórias e parábolas para a família“, del pe. Chrystian Shankar, y traducido al español por Aleteia


El año 2010 la Conferencia Episcopal Española presentó una nueva traducción al español de la Biblia, la cual se utiliza ya como texto de la Sagrada Escritura que se proclama en la liturgia. Ha cambiado el relato de las telas halladas en el sepulcro. Este es el texto de los versículos del 4 al 7 del capítulo 20 de Juan:
“Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó el primero al sepulcro; e inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró.
Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro; vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollados en un sitio aparte”.
Ya no se habla de “vendas en el suelo”, sino de “lienzos tendidos”.


Síndone y sudario son dos telas diferentes en toda la literatura griega, tanto extrabíblica como bíblica. No existe un solo caso en que un «sudario» llegue a tener dimensiones tan grandes como para cubrir el cuerpo de una persona. En cambio, una «síndone» sí que tiene esas y mayores dimensiones. En consecuencia, ninguna dificultad bíblica existe para que la Síndone de Turín y el Sudario de Oviedo puedan ser lienzos –diferentes, pero complementarios– vinculados a la sepultura de Jesús de Nazaret.
Respecto a la traducción de «ta othonia» que aparece en el capítulo 20 del Evangelio de Juan, ha quedado suficientemente argumentado que los textos bíblicos ganan en comprensibilidad cuando se traduce por «los lienzos». En este sentido, no deja de ser significativo que la última traducción de la liturgia española, que toma sus textos de la Sagrada Biblia. Versión Oficial de la Conferencia Episcopal Española de 2012, haya cambiado la anterior traducción «las vendas» por la nueva traducción «los lienzos».
La existencia de vendas (o tiras de tela) en la sepultura de Jesús (para ‘ajustar’ la «sindon» en torno al cuerpo, por ejemplo, o para cerrar la boca del cadáver, etc.) no quedan excluidas por la expresión «los lienzos», si bien los Evangelios no hablan de ellas expresamente, aunque nunca vendrían a sustituir a la Síndone y al sudario que, como hemos visto, aparecen nombrados expresamente por los evangelistas.

¿Qué ha sucedido? Pues que el texto anterior era una mala traducción del griego. La traducción actual es la que se ajusta al original griego.

La palabra griega que utiliza Juan para referirse a la tela que cubría el cuerpo de Jesús, y que se repite tres veces en este fragmento del capítulo 20, es ὀθόνιον, que significa “lienzo”. Juan utiliza esa misma palabra en 19,40, cuando dice que, tras la muerte en la cruz, “tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron con lienzos (ὀθονίοις)”. Y también la utiliza Lucas en 24,12, cuando cuenta que Pedro fue corriendo al sepulcro y allí “agachándose ve los lienzos (ὀθόνια)”.
Cuando Juan se refiere a “vendas” usa otra palabra griega, κειρία. Así sucede en Juan 11,44, donde, refiriéndose a la resurrección de Lázaro, se dice: “y salió el difunto, atado de pies y manos con vendas (κειρίαις)”. Obsérvese, por cierto, que no se dice que Lázaro estuviera todo él vendado como las momias egipcias, sino que únicamente tenía vendas que le ataban los pies y las manos.

Así pues, la palabra ὀθόνιον, empleada tres veces en Juan 20, ha de traducirse por lienzo, término que es aplicable desde luego a la Sábana Santa de Turín.
Para referirse a la sábana o lienzo con la que se envolvió el cuerpo de Jesús el evangelista Marcos usa la palabra griega σινδών, que también significa lienzo o sábana. Así sucede en Marcos 15, 46: “Y habiendo comprado una sábana (σινδονα), descolgándolo lo depositó en la sábana (σινδονι)”. La misma palaba se usa cuando se habla del joven que en el huerto de Getsemaní tenía “una sábana (σινδόνι) sobre el cuerpo” y que luego “soltando la sábana (σινδόνα), desnudo, se escapó”. Y también usan esta palabra Mateo y Lucas para referirse a la sábana o lienzo que se usó en la sepultura de Jesús: Mateo 27,59 y Lucas 23,53. Las palabras griegas σινδών y ὀθόνιον significan por lo tanto lo mismo: lienzo o sábana.
En la traducción que hasta hace poco se nos ofrecía en la liturgia se decía que esta tela (mal llamada “venda”) estaba “en el suelo”. Este detalle era poco relevante y no se comprendía porqué el evangelista insistía dos veces en ello. Todo cambia con la nueva traducción, en la que se dice que los lienzos estaban “tendidos”.

La palabra griega que antes se traducía por “en el suelo” y que ahora se traduce por “tendidos” es κεῖμαι. Su significado es “estar tendido, echado”.
Ahora se comprende por qué el autor del texto insiste tanto en el detalle de cómo había quedado la sábana que cubrió el cuerpo de Jesús. Al entrar en el sepulcro los testigos se sorprendieron enormemente porque el cuerpo había desaparecido, pero en cambio la sábana que lo había envuelto estaba “tendida”. Con la palabra griega κεῖμαι se nos está diciendo que la sábana que había envuelto el cadáver permanecía tendida en la misma posición en la que había sido colocada, pero caída sobre sí misma, como si el cuerpo se hubiera volatilizado. De ahí la importancia del detalle. Por eso en Juan 20, 8 se dice que el testigo “vio y creyó”. La posición “tendida” de la sábana era en sí mismo un signo de la resurrección de Jesús: excluía la hipótesis del robo.

En el episodio de Juan 20, 3-10 también se hace mención a otra tela presente en el sepulcro vacío. En Juan 20,7 se dice que vieron igualmente “el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollados en un sitio aparte”. También aquí se da gran importancia al detalle de la colocación: enrollados y en un sitio aparte de donde estaba el lienzo.

La palabra griega que se traduce por sudario es σουδαριον, que significa “sudario, paño o pañuelo para el sudor”. Se trataba de una tela de un tamaño intermedio entre nuestros pañuelos y nuestras toallas de mano, que formaba parte del atuendo habitual de los hombres en tiempos de Jesús, y que servía sobre todo, aunque no exclusivamente, para secarse el sudor.

En Juan 11,44, en el relato de la resurrección de Lázaro, se usa esta palabra cuando se dice que “su rostro estaba envuelto en un sudario (σουδαρίῳ)”. En Lucas 19,20 la palabra σουδαριον se usa en la parábola de los talentos, que ahora se la llama de las “minas”. El tercero de los siervos le devuelve al amo el talento (o mina) recibido diciendo “ahí tienes tu mina, la tenía guardada en un pañuelo (σουδαρίῳ)”. Y finalmente esta palabra se usa también en Hechos 19,11 en la mención que se hace a los milagros que realizaba Pablo “tomando los pañuelos (σουδάρια) o delantales que llevaba encima”

En Juan 20,7 se da también mucha importancia a la posición concreta en la que hallaba el sudario. No estaba tendido como la sábana, sino que, por el contrario, estaba alejado o en un sitio aparte (χωρὶς) respecto de ella, y envuelto o enrollado (ἐντετυλιγμένον).

Esta información de Juan 20.7 sobre el sudario usado para cubrir la cabeza de Jesús y sobre cómo fue encontrado en el sepulcro vacío encaja a la perfección con lo que sabemos del Santo Sudario de Oviedo, gracias a los estudios forenses y médico-legales a los que se ha sometido. Estos estudios han reconstruido, a partir de las manchas de sangre y los pliegues, cómo fue utilizado el sudario tras la muerte de Jesús. El sudario estaba en posición plegada cuando le fue retirado de la cabeza de Jesús, inmediatamente antes de ser envuelto con la sábana. Por eso el sudario fue dejado envuelto en lugar aparte de la sábana usada para envolver el cuerpo de Jesús.

A partir de ahora, cuando en la misa del Domingo de Resurrección escuchemos el Evangelio correspondiente a Juan 20, 3-11, podremos apreciar todos los detalles sobre cómo encontraron los primeros testigos la Sábana Santa que se usó para envolver el cuerpo de Jesús, así como el Santo Sudario con el que, al bajarlo de la cruz, se cubrió su rostro. La sábana que había envuelto el cadáver permanecía tendida en la misma posición en la que había sido colocada, pero caída sobre sí misma, como si el cuerpo se hubiera volatilizado. Fue por eso por lo que los dos apóstoles vieron y creyeron. Nosotros, ahora, gracias a la correcta traducción realizada del texto griego, podremos admirarnos también con ellos y, de la admiración, recorrer el camino hacia la afirmación razonada y confiada de la resurrección de Cristo.



Vittorio Messori, en “Dicen que ha resucitado” (la continuación de “¿Padeció bajo Poncio Pilato?”), ha sacado del olvido una obra del padre Antonio Persili, sacerdote italiano de Tívoli y gran conocedor del griego bíblico que estudió durante años los siguientes pasajes evangélicos:
“Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió por delante más rápido que Pedro, y llegó primero al sepulcro. Se inclinó y vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llega también Simón Pedro siguiéndole, entra en el sepulcro y ve las vendas en el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó” (Jn 20, 4-8).
La pregunta que se hacía Persili (y que nos hicimos nosotros más de una vez) era: ¿qué es lo que había visto San Juan para que le llamara tanto la atención al punto de llegar a creer? ¿un simple par de lienzos? ¿Por qué no creyó, más bien, que se habían robado el cuerpo del Señor?

Con la finalidad de resumir su trabajo, lo presentamos en grandes trazos, pidiendo perdón desde ya por la pedantería académica y un par de latines y griegos que deberemos usar.

1) Lienzos y ungüentos

El Cuerpo del Señor había sufrido una muerte violenta por lo que, según la ley judía, no podía ser limpiado antes de su sepultura. La unción y la preparación se haría entonces sobre sus heridas y costras que habían dejado sus tormentos. Para ello era necesario:

a. Treinta y dos kilos setecientos gramos de “aromas”: mezcla de mirra y áloe, traída por Nicodemo, con las que se aromatizaría no sólo el cuerpo, sino también las paredes del sepulcro, según la antigua usanza.
b. Un gran lienzo, doblado, desde los pies a la cabeza, dando la vuelta y volviendo por detrás hasta los pies: su tamaño es de 4,40 por 1,20 metros (esta es la Santa Síndone que se encuentra hoy en Turín).
c. Vendas: luego del lienzo doblado, se recubría al difunto con “cintas” o “vendas” (de la misma tela que el lienzo), alrededor del cuerpo como si fuera una momia. ¿Con qué finalidad? Pues para impedir la rápida evaporación de aromas y perfumes.
d. Dos pañuelos o lienzos: uno para la mandíbula y otro para cubrir su cabeza.

Pues bien: ¿Qué fue lo que vio San Juan?

El Evangelio narra que San Juan vio “las vendas y los paños” pero no el Cuerpo. Las vendas (othónia)estaban extendidas (keímena, en griego; en latín el verbo es iacere, como si dijésemos “yacientes”), es decir, “tumbadas, en posición horizontal”.
Y entonces creyó… Ahora: ¿bastaba eso para creer? Pues creemos que no.
Vayamos entonces a las fuentes originales.

2) Los verbos utilizados

Las traducciones comunes del Evangelio atribuyen a San Juan casi la misma palabra para tres verbos distintos, cuando el mismo Evangelista se encarga de colocar verbos distintos para cosas distintas.
San Juan, al llegar a este pasaje, utiliza tres acciones: blépei, theórei y eíden…, que significan respectivamente: constatar con perplejidad, contemplar y “ver plenamente”, para así comprender y creer.

Pero, ¿qué vio?

Antes que nada hay que recordar que el sudario exterior, ese pedazo de tela que se encontraba sobre la cabeza de Cristo (de unos 60 x 80 centímetros) no era el único, como decíamos. Había un segundo paño que iba desde el mentón hasta la cabeza (por eso San Juan especifica de qué sudario se trataba: “el sudario que cubrió su cabeza”) que se utilizaba para que la boca del difunto no se abriese, causando así la impresión de sus familiares durante el velatorio judío.
El lienzo al que se refiere San Juan fue el sudario o pañuelo que cubría el rostro y la cabeza del Señor Cristo. Éste, no estaba extendido como las cintas (en posición horizontal), sino enteyligménon (que se ha traducido normalmente por “plegado”, que viene de entylísso que corresponde al verbo envolver) es decir, es decir, envuelto. El Evangelio narra que se encontraba chorís, que es un adverbio; este chorís, habitualmente es traducido como “aparte”, pero tiene un sentido doble: uno local y otro modal, por lo que perfectamente puede ser traducido como “diferentemente” o “al contrario”, o “de diversa manera”.

Este último sentido tiene más lógica para el contexto y para comprender mejor lo que sucedió con la Santa Síndone.
Por ello, cuando habitualmente en las traducciones se lee:
“vio el lienzo, no como la síndone, sino en otro lugar…”

Debería leerse:

“no como la síndone, “sino” (“alá”) “diferentemente” o “de un modo diverso…” (chorís).

El Evangelio sigue diciendo en nuestras traducciones habituales, que vio el lienzo… “en otro lugar…”. En griego:“eis éna tópon”,inicialmente, “en un lugar” (traducción literal).
Pero en vez de traducir “tópon” como “lugar”, sin problemas podría traducirse también como “diferente posición” (esta acepción la trae, por ejemplo, el conocido Dizionario de Lorenzo Rocci).
“Eis” puede también traducirse, aparte con el número “uno” como“único”,es decir, “en una posición única”. En el famosísimo diccionario Kittel de lengua griega, acerca de la voz “eis” se lee: “En el N.T., la voz “eis” es usada raramente como numeral. La mayor parte de las veces significa “único”, “incomparable”, o bien, “dotado de validez única”.
Entonces, resumiendo, siguiendo la traducción de Persili, el sudario, “estaba envuelto en una posición única”, como desafiando la gravedad, como si fuese un envoltorio pero ¡sin lo que debía envolver! ¡Y es esto lo que llama la atención a San Pedro y a San Juan!

3) Y…: ¿Cómo pudo ser eso?

Según los científicos de la NASA que estudiaron la Santa Síndone de Turín, el fenómeno de la Resurrección se dio por medio de un gran golpe de calor, o bien por una gran radiación. Vuelta el alma al cuerpo de Cristo, el fenómeno de la radiación “quemó” la Síndone que cubría el cuerpo de Cristo y luego, desaparecido el Cuerpo (ya que era impasible) dejó las “huellas”.
La tela que lo había envuelto, mucho más pesada que el simple paño que se encontraba sobre su rostro, cayó por la propia acción de la ley de gravedad, lo mismo que las vendas que quedaron “extendidas”; sin embargo, el sudario (pañuelo) que se encontraba sobre su rostro, mucho más ligero y pequeño y, por así decirlo, “almidonado” por el desecado de los aromas líquidos, al recibir el golpe de calor de la Resurrección, quedó “por el contrario” (“chorís”) “envuelto”, en una “posición singular” o “única” (“eis”), como envolviendo algo que ya no estaba…

Y es esto lo que llamó la atención de los apóstoles.

Llegamos entonces a la traducción final del texto joánico según el padre Persili, que podría colocarse así:

“Juan, inclinándose, advirtió que las cintas estaban extendidas, pero no entró. Llegó entretanto Simón Pedro que lo seguía y entró en el sepulcro y contempló las cintas extendidas y el sudario, que había estado sobre la cabeza, no extendido con las cintas, sino por el contrario, envuelto en una posición singular. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó” (Jn 20,4-8).

Que no te la cuenten…
P. Javier Olivera

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