miércoles, 9 de diciembre de 2020

SEÑOR, TÚ ERES EL PARAÍSO, TIERRA PROMETIDA Y MANÁ VIVO 🔥


PARAÍSO, TIERRA PROMETIDA Y MANÁ VIVO🔥

Señor, Tú eres el Paraíso que hemos perdido,
y por eso, peregrinamos en busca de Ti, Tierra Prometida.
Te diste como MANÁ VIVO para nosotros, vivir.
Eres Palabra y Silencio; Música y Melodía; Paz con Ternura.
Eres Eternidad e Infinitud; Misterio y Encuentro; Luz y Verdad.

Somos Imagen y Semejanza de Tu Soplo de Amor y de Acción,
Razón y Voluntad; Pasión y Re-Creación; Sentido y Dirección.
Somos caminantes de estrellas iluminadas 
por TU SER OMNIPOTENTE de Gracia y Perdón siempre Fiel.
Eres nuestra SED y nuestra Hambre de Plenitud y de Redención.

Señor, Tu eres La Salvación y La Vida dada por nuestra Libertad.
Y por eso Te cantamos, Te suplicamos, Te adoramos, Te pedimos...
¡Oh!, Señor de señores; Amor de amores; Luz de luz.
¡Oh!, Señor, perdónanos, Ten Compasión, Ten Misericordia.
¡Oh!, Señor, Te amamos, Te Necesitamos, Te Gemimos.

Señor, sin Ti estamos incompletos, desorientados, perdidos.
En este mundo que no pertenecemos, Te ansiamos sólo a Ti.
Sí, Señor. Te ansiamos, Te anhelamos, Te extrañamos.
Sí, Señor, ya nos has salvado, ya nos redimiste, por Tu Santa Cruz.
Sí, Señor, ya hemos muerto y resucitado en y por Ti. !Ya has vencido!

Yanka

***
Salmo de los dos caminos 

Aquí estoy, Señor Jesús, a la vera del camino, sin camino; 
mis pasos buscan tus huellas donde poner mis pisadas, 
la vida y la muerte están ante mí como un reto; 
el bien y el mal se cruzan en mi corazón 
que sin descanso busca, pide y llama. 

Yo quiero ser dichoso, Señor Jesús, hombre en camino; 
yo quiero ser libre con la libertad de tu Evangelio; 
libre en opción sincera y decidida a tu Palabra. 
Quiero dejar atrás las llamadas opresoras del dinero, 
del poder, del placer, de lo que en el fondo es nada. 
Quiero hacer de tu Evangelio norma de vida 
y escucharlo día y noche 
hasta que penetre el fondo del alma. 

Quiero ser, Señor Jesús, 
como el árbol que crece junto al río 
y bebe en profundidad y hondura 
en las corrientes del agua. 
Quiero dar en su tiempo frutos de paz y bien, 
y dejar que las semillas que has sembrado en mí se abran. 
No dejes jamás, Señor, 
que se marchiten mis hojas verdes, 
ni que él viento las arranque, una a una, de sus ramas. 

Quiero seguir el camino del hombre nuevo, 
del hombre que dice sí a la vida y con tesón la guarda. 
Quiero ser hombre de espíritu que luche contra la carne 
y que haga del amor la Carta Magna, 
la Ley fundamental de tu Reino, 
abierto al corazón vivo en desafío radical, 
una a una, de tus Bienaventuranzas. 

No me dejes caminar por el camino de Caín, 
que lleva sangre; 
y que a cada paso deja las señales del que mata; 
no quiero ser como paja que lleva el viento 
y hace de ella un juego fácil entre sus alas. 
Quiero ser desde mis raíces y mi historia 
de ilusiones y fracasos, 
desde mis luchas y mis crisis un camino de esperanza 
abierto hacia la Vida eterna, donde Tú moras 
y donde esperas con un corazón de amigo, mi llegada. 

Tú eres, Señor Jesús, el camino de un corazón vivo; 
el camino de Abel, 
el camino de la vida en la cruz entregada 
por la salvación del hombre, de todo hombre que busca 
en Ti la respuesta cierta y segura en la encrucijada. 
Señor Jesús, contigo se hace el camino suave y ligero, 
al llevar entre tú y yo -los dos juntos- esta pesada carga. 
Quiero ser discípulo tuyo, y aprender de Ti, Maestro, 
a ser libre como el viento, en tu Espíritu, que guía y salva. 


La blancura de tu alba es ternura de las manos de una virgen. 
La pureza de tu rostro te empañó al romper el alba. 
Todo es transparencia, inocencia, luz de luz, 
playa virgen, desierto puro, al soplo de la mañana. 
El mundo se ha hecho luz. Hágase, has dicho. 
La humanidad ha vuelto al paraíso que añoraba. 
De pronto, Dios se ha acercado a los hombres 
y tiembla su corazón como gorrioncillo en la rama. 
¡Dios! Dios ha dejado los cielos de arriba 
y ha bajado al corazón limpio de una doncella callada, 
en el silencio profundo y la soledad sonora 
de una Historia que es divina y que es humana. 

¡Aleluya!, Dios te salve, Dios te inunda como ola, 
deja tu arena perdida en la playa de su playa. 
¡Aleluya!, Dios está contigo, te pertenece y es tuyo 
como es del rosal la rosa blanca. 
¡Aleluya!, no temas, María, que pronunciar tu nombre 
es decir de nuevo al caos que «se haga». 

Señor del alba, hijo nacido de la mujer bella, 
escogida entre todas, mujer del hombre y mujer soñada. 
Señor del alba, nacido del seno virgen del hombre 
que para Dios lo imposible se hace nada. 
Señor del alba, niño entre arrullos y besos, 
soñando globos y pájaros al murmullo de una nana. 
Señor del alba, de lejos te viene a Ti 
tan pura, tan bella, tan recia y noble, tu casta. 

Aquí estoy, Señor Jesús, como María tu Madre, 
abierta de par en par como esclava. 
Aquí estoy, desconcertado y perdido en la gratuidad 
y el asombro de tu llamada. 
Aquí estoy, con los ojos en la noche viendo estrellas 
como Abraham las viera, como Abraham palpara. 
Aquí estoy con el pie sobre la arena en el desierto, 
como Moisés y el pueblo experimentó en la marcha. 

Aquí estoy como David, el bello joven y valiente, 
esperando ser ungido, como último, en tu gracia. 
Aquí estoy como Juan entre las fieras de la estepa 
gritando al hombre que rasgue y ofrezca su capa. 
 Aquí estoy, Señor Jesús, a la sombra del Altísimo 
cubriendo mi rostro y mi ser con sus alas. 
Aquí estoy, Señor Jesús, con el corazón gozoso 
y la mano extendida al calor de tu Palabra. 

Es el misterio, Señor del alba, en el hombre. 
Es lo sagrado, en luz luminosa de la zarza. 
Es el poder de Dios en la columna de fuego. 
Es el paso a pie descalzo entre las aguas. 
Es el pecado vencido, es la muerte, en lucha 
de lo viejo del corazón de piedra, aplastada. 
Es la Tierra Prometida entregada al hombre 
como nuevo paraíso donde Dios de nuevo baja. 

Es la anunciación al hombre que camina solo 
y perdido en tierra dispersa y de andanzas. 
Es la anunciación que dice al hombre de arcilla 
que en María, la Virgen, la humanidad se salva. 

Aleluya, María de Nazaret, doncella que rasga el velo 
que lo antiguo y lo nuevo separaba. 
Aleluya, María, Madre del Señor y nuestra, 
anunciación de Jesús al hombre de hoy que canta 
el poema nuevo que un día al atardecer 
en tu corazón de joven virgen hiciste entraña. 

Deja el corazón del hombre abierto, María, 
al «sí gozoso» de nueva anunciación de tu Palabra.


Busco volver al origen, Señor del alba. 
Tocar la raíz de mi vida, el manantial 
de aguas puras, y beber como la cierva, 
y volver saltando de gozo y esperanza. 
Quiero caminar ligero de equipaje, 
y dejar en el camino, una a una, mis máscaras. 
Dejar atrás las muletas que me apoyan 
y ser a cada paso mi ser en la sandalia. 

Quiero volver al origen, donde nace el hombre, 
y enfrentarme con mi yo profundo y mi rabia 
y gritarle a Dios en un mar de arena 
y escuchar la soledad sonora de mi alma. 
Quiero experimentar mi vida y mis fuerzas 
y vaciarme de mí mismo y hacerme nada, 
como barro en manos del alfarero que busca 
dar forma a la tierra en beso con el agua. 

Condúceme al desierto de la prueba, Señor, 
llévame al viento y al soplo de las alas de tu Espíritu 
y háblame al corazón, que espera 
tus manos y tus labios y tu vida en tu Palabra. 
Despójame como árbol del otoño, hoja a hoja, 
desnúdame y cúbreme, con la ternura en tu mirada, 
de lo esencial del hombre que surgió del barro 
al salir de tus manos cuando el mundo era mañana. 

Quiero hacer unidad de mi ser roto y hecho jirones, 
volver a ser yo mismo, sin otras caras; 
volver a la originalidad de mi vida perdida 
como lana pura de corderillo en las zarzas. 
Quiero surgir del centro de mi interioridad 
y arrancar mi vida de donde arranca la rama; 
de lo escondido y profundo que vive oculto 
en la sangre, en lo íntimo, en las entrañas. 

Quiero hacer la experiencia de mi pueblo viejo. 
Salir, en éxodo, del dolor del látigo en tierra extraña. 
Pasar el mar a pie descalzo y el corazón en vilo 
y cantarte, al fin, en cítara y laúd, la acción de gracias. 

Quiero poner el pie en la arena caliente del desierto 
y caminar con mi pueblo y hacer camino en la marcha. 
Quiero saciar mi sed del agua de la roca viva 
y morder el pan fresco cuando nazca el alba, 
y poner los ojos en el palo de la herida 
y hacer contigo en el monte agreste, alianza. 
Y seguir camino abierto hacia la Tierra Prometida 
y hacer de tu promesa, contigo, eterna Pascua. 

Señor Jesús, abre caminos en mi vida de desierto, 
Tú que fuiste tentado 
después de sumergirte en las aguas, 
Tú que pasaste las noches en soledad con el Padre, 
Tú que gritaste en el huerto hasta la sangre y las lágrimas, 
Tú que subiste a la cruz desnudo y solo, 
Tú que bajaste al sepulcro en ritmo de madrugada, 
Tú que rasgaste la noche desde el silencio fecundo, 
Tú que surgiste en el mundo como música callada. 
Tú, Señor de la soledad sonora y la intimidad serena, 
haz en mi corazón, con tu Espíritu, que surja el «Abba»

HIJA DEL PUEBLO, MARÍA por ALBERTO TAULÉ

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