jueves, 10 de diciembre de 2020

LIBRO "EL CREPÚSCULO DE LAS IDEOLOGÍAS" POR GONZALO FERNÁNDEZ DE LA MORA 💀👿

EL CREPÚSCULO DE LAS IDEOLOGÍAS
GONZALO FERNÁNDEZ DE LA MORA
Existen libros que el tiempo actualiza. Es el caso de "El crepúsculo de las ideologías", de Gonzalo Fernández de la Mora, cuya primera edición data de 1965. Desde entonces, la obra ha sido reeditada varias veces; en total, siete ediciones hasta 2012; y traducida al griego, al portugués y al italiano. Esta edición es, por tanto, la octava; y viene centrada en el tema de la relación entre el proceso de secularización de las sociedades más desarrolladas y las tesis del libro.  El pensamiento político de Gonzalo Fernández de la Mora, recientemente publicado por el Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, y que por su importancia merece un comentario detallado, monográfico y exhaustivo.
El crepúsculo de las ideologías, una de las pocas obras del pensamiento político español contemporáneo que ha conseguido trascender la época que le dio vida, y que tiene la virtud de suscitar polémica.
Hace ya bastantes años, Gonzalo Fernández de la Mora sacaba a la luz un libro llamado "El crepúsculo de las ideologías", que con el tiempo ha ido cobrando un protagonismo que entonces se le negó radicalmente y que hoy adquiere toda su vigencia. Así como Maquiavelo, un tipo mal juzgado por quienes no lo han leído, supo ver en su momento la clara tendencia de su tiempo a independizar la moral de la política, dos conceptos que Aristóteles consideraba inseparables, Fernández de la Mora dio un paso mas, e intuyó el divorcio entre ideología y política, previendo un futuro en el que la política no sólo tuviera que ver muy poco con la moral, sino incluso con la ideología. Pero ni Maquiavelo defendía que para ejercer la política se debía ser un inmoral, ni Fernández de la Mora que hubiera que ser un advenedizo, todo lo contrario en ambos casos, sino que si a eso se llegaba, las claves consistían en actuar de determinadas formas, ajenas a la moral y ajenas a la ideología, para triunfar.
La ideología no es más que la militancia en una idea que nace de la insatisfacción con determinadas situaciones y la esperanza en poder paliarlas. Cuando esa militancia utiliza como cauce de expresión y de acción los caminos establecidos en el sistema político instaurado, suele devenir en un partido político, mientras que si esa militancia, generalmente intolerante, se radicaliza, considera su verdad como la única e indiscutible y no quiere esperar a que los cauces establecidos arrojen los frutos esperados, atajando por el camino de la imposición y la violencia en aras de la causa, el resultado es el terrorismo o la revolución sacralizada, si al final triunfa.

Los nacionalismos son generalmente el caldo de cultivo de ideologías extremas que se apoyan en emociones de quienes valoran extremadamente lo propio por encima de lo común, con un trasfondo enormemente insolidario y excluyente (la solidaridad no consiste en compartir con los tuyos, sino con los ajenos), algo por otra parte no demasiado lejano a exaltaciones en cadena no demasiado pacíficas, que en algunos casos, generalmente por la aparición de un líder carismático desde la propia idea, han devenido, a lo largo de la historia en funestas consecuencias. Sin que ello sirva de excusa y sin pretender establecer paralelismos, el nazismo alemán y el fascismo italiano con un origen claramente nacionalista, no alarmaban demasiado en sus orígenes a la ciudadanía e incluso triunfaron democráticamente y a nivel popular. Lo cierto es que de forma natural, a los pueblos no les llama expresamente esa postura como una de sus principales preocupaciones (al parecer, sólo la ampara como tal preocupación el 0,4% de los electores), pero se incrementa, y se radicaliza peligrosamente, cuando políticos que no tienen cabida en formaciones de mas largo alcance, deciden explotar la cuestión, creando partidos independentistas, para detentar en su provecho parcelas de poder cada vez mas radicalizadas, ya que esos partidos sólo buscan un fin último, la independencia, lo que confiesan mas o menos abiertamente en función de su proximidad o no a conseguirlo, aunque sin renunciar nunca a ello.

En España, los mas cercanos a esos planteamientos son los partidos independentistas vascos y los catalanes (no hay que olvidar que el partido socialista catalán siempre fue antes mucho más catalán que socialista), encontrándose el BNG, de momento, algo retrasado en tales planteamientos.
En España, hasta hace muy poco, las ideologías, al menos las no radicales (PSOE y PP), tenían aún un cierto peso, y sus dirigentes mas destacados actuaban movidos en gran parte por planteamientos cercanos a tales ideologías. Alfonso Guerra respondía más a las tesis de Maquiavelo que a las de Fernández de la Mora, al igual que Bono, Vázquez, Chaves, Rodríguez Ibarra y en algunos aspectos González, sólo en algunos aspectos.

Hoy las cosas han cambiado y finalmente las tesis de Fernández de la Mora están perfectamente vigentes, ya que ni moral ni ideología se destacan especialmente en el quehacer político al uso. Sólo importa el poder y si es a costa del Estado, de su desintegración, de la insolidaridad o de lo que sea, se pacta con quien sea para seguir en el poder, se vende a una ciudadanía generalmente mal informada en forma de talante o de que el mandato en elecciones era de alianza, y aquí no ha pasado nada. Pero no nos engañemos, ya que esta forma de ejercer la política no es exclusiva del Sr. Rodríguez Zapatero, es algo muy, pero que muy cercano también a Ruiz Gallardón, la gran esperanza blanca del PP, figura, aunque de mayor talento y preparación, de "talante" similar, quien tarde o temprano, por su tirón popular será colocado ahí porque así lo demandarán las encuestas, para convertir a los dos líderes de los partidos mayoritarios en la prueba mas evidente del triunfo de las tesis de Gonzalo Fernández de la Mora.

En política, vende ya mas el talante que el talento, la fortuna que la idea, la imagen que el contenido, la forma que el fondo, la superficialidad que la seriedad, el corto plazo que el medio o el largo, la mentira que se quiere escuchar que la verdad que molesta, y en definitiva todo un sistema de contravalores, desgraciadamente cada vez mas asentados en la sociedad, en los que la moral, la ideología, y en mayor medida la idea, tienen cada vez menos cabida.

El título de este libro corresponde a un brillante texto de Gonzalo Fernández de la Mora, filósofo y político fallecido en 2002. En él, se pone de manifiesto el resultado final de un “pensamiento único” surgido tras la II Guerra Mundial y el triunfo de un doble “pensamiento dominante”, el socialdemócrata y el liberal-conservador. Defendió en su obra una idea que el transcurrir de la historia demostró acertada: la izquierda socialdemócrata se aburguesó a la vez que el pensamiento liberal-conservador se “socializó”. Confluencia de ambas situaciones y el derrumbe del pensamiento marxista y de sus gobiernos a finales de los años 80 supuso la aparición de ese “pensamiento único” cuyas élites protagonistas entendieron, falsamente, que triunfaría in nihilo tempore hasta la llegada del “fin de la historia”.
Durante décadas, dicha concepción del “mundo de las ideas” se mantuvo, apartando del debate e incluso de la participación política a aquellos que el sistema imperante entendía como “disidentes”, llegando al extremo de repartir “credenciales de demócrata” a aquellos que perteneciesen a dicho redil y retirándosela a los “contestatarios”. No es menos cierto que aquel status quo ideológico cosechó importantes cotas de paz social y de progreso, de cierta, real o aparente, cotas de libertad y de desarrollo y donde, a modo de ejemplo y durante la década de los 70, el Estado del bienestar, en su forma social-demócrata o liberal-conservadora, fue el modelo incuestionado para los individuos del llamado “mundo libre”. Pero tal situación se mantuvo en detrimento de las ideologías, al copar aquellas dominantes un mensaje vacuo y sin contenido donde todo tenía cabida y donde los límites de las “ofertas políticas” fueron extremadamente estrechos sino en algunos casos, prácticamente gemelos.

Mientras desde el pensamiento liberal-conservador la inacción ideológica fue una constante, basada, entre otras cosas, en la apología del capitalismo en la fase de la globalización de los mercados con la desaparición de nuevas realidades políticas e incluso de las naciones, desde la izquierda se profundizó en ofertar un mensaje con “algo” de ideología, apareciendo la llamada “tercera vía”. Pero no todo era un “campo de amapolas”. La supremacía de ese “pensamiento monocorde” trajo consigo una indubitada “crisis de representación” así como una anhelante necesidad por parte del ciudadano-elector de i) mayor compromiso de las élites en sus mensajes ii) claras alternativas al modelo imperante desde el final de la Segunda Guerra Mundial y iii) aparición de nuevos protagonistas políticos frente el papel de los partidos y sus dirigentes que provocó, como si de un nuevo “despotismo ilustrado” se tratara, la desconexión entre ese poder político y la ciudadanía.

Pero Gonzalo Fernández de la Mora no pudo prever, erróneamente, que las ideologías clásicas perdían su poder de persuasión. Los “pensamientos dominantes” confundieron de manera intencionada las diferencias entre la izquierda y la derecha, entre el socialismo y el conservadurismo para apuntalar de manera visionaria y para la eternidad su teórica hegemonía. Habría que añadir la crisis económica. Si a una sociedad carente de valores y con déficit de representación se le suma una grave crisis económica, se reforzará, como así es, la desconexión entre los ciudadanos y sus gobernantes. Como efecto directo, el individuo valorará todavía menos su derecho de participación política pues lo considerará inútil. Por muchas apelaciones que se hagan a la “democracia”, término plagado de ambigüedades y polisemias, los ciudadanos entienden que es necesario reestructurarlo de una forma lógica, pues en términos de pura representación política, la democracia se ha llegado a convertir en una “partitocracia” donde es falso que el elector nombre a los políticos y estos, irremisiblemente han sido seleccionados por el aparato de los partidos.

Claus Offe, politólogo socialista reconoció que la partitocracia desradicaliza las ideologías y erosiona la identidad de los partidos. Producto de todo lo anterior ha provocado la aparición de nuevas formaciones políticas. Pero mientras unas plantean un presente distinto, otras nos llevan a la quiebra y crisis, moral y humana, que supuso la imposición del caduco “pensamiento dominante”.

Una de las constantes quejas del pensador español don Gonzalo Fernández de la Mora era el exceso de pathos y la carencia de logos en nuestra producción intelectual nacional. Creía el filósofo que en nuestro suelo patrio habían orecido no pocos "sentidores", pero muy escasos "razonadores". Es la España en exceso quijotesca la que causaba rechazo en don Gonzalo, la España plena de ideales –que no ideas- nunca realizados por resultar desde el principio ideales imposibles. Es la España trágica unamuniana, anegada de dudas y desazón, rica en sentimiento pero carente de hilos de discurso racional, la que había que superar según él, cargándola a nuestras espaldas pero no mirándola más, pues la mirada nacional, decía el pensador, ha de apuntar hacia un futuro nítido trazado a base de planes racionales, cuidadosamente calculados, racionalmente trazados, inyectados con dosis adecuadas de realismo y pragmatismo. Yo también lo creo, y en esto coincido con Fernández de la Mora. Nos hace falta una filosofía, y no una filosofía cualquiera. Nos hace falta una filosofía positiva. Entiéndaseme bien: positiva no significa positivista. De esta otra ya andamos sobrados. No faltan columnistas, periodistas, científicos sociales y naturales, expertos en "H" o en "B", que lanzan al aire y a las masas la carnaza positivista de que la "filosofía no sirve para nada" y venden la baratija de que, a lo sumo, un mero análisis lógico y lingüístico de los enunciados es cuanto queda por hacer al filósofo profesional. Eso, o la divulgación generalista, el trenzado ideológico-partidista o la labor anticuaria de rescatar y exponer "ideas del pasado". El neopositivismo anglosajón y colonizador fue parte del recado atlantista que nos llegó tras la "apertura" de nuestro país a la ayuda y a la influencia angloamericana en pleno franquismo, y se tradujo en la creación masiva de cátedras y plazas docentes de una filosofía –la "analítica"– que no era nuestra y que nada nos decía. Pudo ser una alternativa "modernizadora" ante el acartonamiento escolástico de la universidad franquista, es cierto, un acicate, siempre saludable, para estudiar lógica formal o interesarse por la epistemología de las ciencias "duras", pero poco más. 

La filosofía positiva por la que abogaba don Gonzalo, me parece a mí, era más bien otra. Es la filosofía rigurosa, la que atiende a hechos, experiencia y raciocinio, pero no al sentimiento. Es la filosofía entendida como un saber estricto, tomando ésta expresión del antecedente germánico de Fichte (1762-1814). Dicho proyecto del saber estricto tuvo continuadores en suelo hispano, en grandes autores como Ortega y Zubiri. En tiempos más recientes, y a pesar del sesgo que el propio nombre implica, hablo del término "materialismo", la filosofía de Gustavo Bueno supone un jalón fundamental para superar la etapa noventayochista y neorromántica de los "sentidores" hispanos y edificar definitivamente una escuela filosófica hispana de "pensadores" rigurosos, distantes y alérgicos de cualquier sesgo ideológico, metafísico (metafísico en el sentido de pre-crítico), partidario, etc. En la actualidad, un discípulo de Gustavo Bueno, don Manuel Fernández Lorenzo, pugna por elaborar esa filosofía "positiva", que no positivista, ni tampoco materialista, que esté "al nivel de nuestro tiempo", dando cuenta, como quería Ortega, de la génesis operatoria (en gran parte manual) de nuestros conocimientos y de las estructuras ontológicas del mundo. Las quejas de G. Fernández de la Mora, así como sus proyectos modernizadores, han quedado en el olvido. El cambio de Régimen, desde el franquismo (sistema en el cual éste pensador fue destacado miembro, e incluso ministro) hacia la Restauración borbónico-constitucional (R78) supuso el olvido e incluso la postergación de su obra. El filósofo conservador, pero en absoluto fascista, había concebido una España moderna en el plano científico y tecnológico, una España en la cual primaran el mérito, la capacidad, la preparación, y en donde se proscribiera para siempre la demagogia, el juego doctrinario, la retórica verbal y el patetismo. Es una voz la de Fernández de la Mora que no ha sido escuchada. Una España que la escuchara, será una nación radicalmente otra, renovada y sin prejuicios.

Si bien es del todo cierto que asistimos a un Crepúsculo de las ideologías (título de un jugoso y fundamental ensayo suyo), hay una y muy fundamental ideología que todavía se sostiene en pie. Una simple y llana ideología que a alguien le interesa sostener aunque sea a través de todos los artificios y por medio de las más variadas tretas: la ideología de actuar como si aún existieran ideologías y la de hacer creer que existen y son importantes. Le resulta muy útil al sistema, y en especial al R78, hacer creer a la gente que aún existen izquierdas y derechas. Le resulta muy rentable al sistema ese empeño en catapultar a la fama a ignorantes retóricos que propagan discursos vacuos y sofismas del más bajo nivel. A veces da miedo. Este país estuvo a punto de ser gobernado por un profesor de ciencias políticas que no era capaz de citar adecuadamente una obra de Kant, y al punto, si Dios no lo remedia, nos va a gobernar otro señor de la nueva hornada a cuyo magín ni siquiera le viene el título de ninguna, lo cual no sé si es peor. No es que haya desaparecido la filosofía de nuestro escenario político, y que nunca haya entrado en las cabezas de nuestros políticos, sino que más bien el Régimen es la negación más explícita y radical del pensamiento racional mismo. 

La ignorancia de nuestros políticos o líderes de masas es mucho más peligrosa que la barbarie de las turbas descontroladas, pues estos personajes sirven de modelos de conducta y sentimiento a turbas futuras más numerosas y más osadas. Sus consignas encaminadas a la indignación o la movilización sirven para que un pueblo esclavizado refuerce la apretura de sus grilletes, creyéndose libre en un sistema que se dice liberal. La ideología según la cual existen ideologías, la creencia de que en Podemos hay un ápice de socialdemocracia y otro de libertarismo, el señuelo de que allí anidan comunistas y revolucionarios, tanto como el engaño de que en Cs y en el PP existe un liberalismo, o de que en el PSOE se conservan esencias de la II Internacional o del modelo sueco… Todo esto es engaño, demagogia, ideología. Todo ello no es más que esa Ideología que reza que nuestro R78 es ideológico. Esa ideología es la Caverna Platónica en la que media España está metida. 

La otra media se desinteresa, ve deportes o escucha chascarrillos en vez de ruedos políticos, o se evade alienada por los medios más diversos. Fernández de la Mora proclamaba sustituir las ideologías, ya moribundas, por ideas. Trocar a los demagogos y a los declamadores por expertos. En vez de entusiasmo, peligroso explosivo que siempre deviene en tiranía, consenso. El consenso tácito y la deliberación fría deben ocupar su puesto rector en lugar de la asamblea tumultuaria. El análisis sosegado de proyectos racionales en vez de agitación y propaganda. Qué duda cabe que la filosofía positiva no corrió la mejor de las fortunas una vez desembocada la partidocracia del R78. 

El régimen constitucional postfranquista ensalzó la retórica partidista y encumbró a un sinfín de ideólogos, retóricos vanos, arribistas, vividores "liberados" de los sindicatos y de los aparatos electoralistas. Los expertos, las personas formadas en las distintas ramas de la vida orgánica del Estado (administradores, expertos juristas, tecnólogos, economistas planificadores…) hubieron de ceder sus sillas o pasar a un discreto y segundo plano ante el soberano imperio de los grandilocuentes vendedores de humo. Incluso dentro de la democracia postfranquista se advierten claramente dos generaciones: una, primera, aún bien acreditada en cuanto a titulación académica y experiencia práctica en la empresa pública o en la privada, y otra, segunda, en la que ahora más y más nos hundimos, en la cual el lumpen de la sociedad, los sectores sociales más refractarios al esfuerzo intelectual, profesional y, en general, humano, se dedican, con el carnet en la boca, a ascender por los aparatos electoralistas para conseguir aplausos fáciles y cargos sine cura. 

Don Gonzalo despedía con alegría al tipo de político retórico y declamador, pero experto en nada, que había dominado la escena pública europea durante todo el siglo XIX y que aún prolongaba su inútil existencia en el XX. A la par, el filósofo bendecía en "El Crepúsculo de las Ideologías" al tecnócrata, al experto, al "conocedor" que no busca encandilar a las masas, manipularlas y tocar las fibras de su entusiasmo, sino ser eficaz servidor público que plantea objetivos realistas en orden a una mejora del bienestar general, haciendo del Estado una maquinaria ágil, inteligente bien engrasada. Una maquinaria que ha de renunciar, bajo riesgo de recaer en el ideologismo y en el utopismo más peligrosos, a reformar al hombre. 

La visión gramsciana, tan extendida hoy en Occidente, y no precisamente bajo gobiernos comunistas sino bajo fuerzas que a menudo se dicen "liberales", es la antítesis del "Estado de Obras" de nuestro autor. El filósofo marxista italiano Antonio Gramsci (1891-1937), uno de los principales intelectuales revolucionarios de toda la Historia, había dejado claro que el Estado tenía la misión de transformar al hombre. El Estado era, bajo el capitalismo y, después, bajo el futuro comunismo, algo más que un comité dirigente de la Producción. El Estado poseía una misión ética. El Estado debía ser el agente de la transformación de la propia esencia del hombre. Una esencia histórica, si cabe hablar así, esto es, transformable. Dicha transformación fue dirigida inicialmente por los patronos capitalistas que habrían creado un Estado a su medida (muy especialmente a través de las instituciones educativas), para así disponer de un obrero igualmente hecho a su medida. 

El comunismo hará lo propio. Una vez conquistada la hegemonía, y tras ella, inmersa la sociedad toda en una etapa revolucionaria, el Estado proseguirá con esa función que hoy llamaríamos función de "ingeniería social", haciendo de cada individuo un convencido comunista. Por el contrario, casi diríamos que en las antípodas, la Tecnocracia de Gonzalo Fernández de la Mora se situaría en la más genuina tradición del realismo político hispano. Lejos de una transformación general del hombre, pues en el colectivo "hombre" siempre habrá hondas e insalvables disparidades (de talento, de capacidad, de formación, de inquietud, de lealtad), el Estado debería reducirse a ser el más elevado servicio de "puesta a punto" de todos los torrentes de energía social, para aprovecharlos y encauzarlos de la mejor manera posible, haciendo aquí de catalizador, allí de coordinador, y más allá de planificador y rector. 

En el Estado tecnocrático los expertos siempre serán consultados y el gestor político, como el buen ingeniero, se debe poner el casco, bajar "a pie de obra" y consultar a los subordinados y a los adláteres para palpar las realidades sobre las que quiere operar. Una cosa es poner a punto la maquinaria estatal, partiendo de una sustancia antropológica dada, y otra es transmutar esa sustancia. Un ejemplo de cómo esta filosofía de ideas y no de utopías ideológicas perdió la batalla, y el vicio del ideologismo alcanzó el triunfo, fue el rosario de las reformas educativas de la democracia. Cada nueva ley de educación, comenzando con la barbarie de la LOGSE, hasta llegar a la actual LOMCE, demostró ser la consagración del ideologismo. En lugar de dotar al Estado de ideas, ideas tonificantes, hemos tenido ideología y más ideología. 

España necesitaba ideas en el sentido filosófico, esto es, conceptos generales (trans-categoriales) que hundieran sus raíces en los más variados conceptos y categorías científicas y técnicas, ideas que, debidamente entretejidas, formaran un proyecto comunitario para "poner a punto" nuestra sociedad y vuelvan a "ajustar" debidamente a España en el orden internacional, colocándola en el puesto que le compete y que se merece ateniéndose a su Historia y a su Presente. Pues bien, en lugar de eso, hemos sido víctimas de los pedagogos, esto es, de los ideólogos, que de manera harto interesada nos equipararon a todos por lo bajo, sustituyendo el imperativo del esfuerzo por la "integración" y halagando al vago y al parásito, con la esperanza de que sean muchedumbre los que sigan depositando en los mismos ataúdes ideológicos el voto mayoritario de los borregos. 

EL CREPÚSCULO DE LAS IDEOLO... by Yanka

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