RESPONSABILIDAD PROF脡TICA DE LA IGLESIA
ANTE LOS DESAF脥OS DEL MUNDO ACTUAL
EL PUEBLO DE DIOS PERO,
NO EL DIOS DEL PUEBLO
Juan XXIII y Pablo VI se帽alaron el esp铆ritu del Concilio: que la Iglesia infunda la savia del Evangelio en las venas de la humanidad, abri茅ndose al di谩logo con el mundo moderno, siendo Iglesia de todos y “particularmente de los pobres”; para ello necesita ser renovada con el Esp铆ritu de Jesucristo. El Vaticano II tuvo esta orientaci贸n pero no destac贸 la espiritualidad donde se unen la experiencia de Dios como misericordia infinita y la opci贸n preferencial por los excluidos, que vemos en la conducta de Jesucristo. Consentir en la presencia del Dios revelado en Jesucristo y optar preferentemente por los excluidos viviendo con esp铆ritu de pobreza son dos manifestaciones de la 煤nica fe o experiencia cristiana. Ciencia Tomista 140 (2013) 23-49.
La Iglesia debe responder a los desaf铆os del mundo actual. Pero esta responsabilidad debe ser prof茅tica, es decir, la Iglesia debe responder a estos desaf铆os del mundo desde la fe en Jesucristo. Pero la Iglesia solo existe dentro de una cultura determinada, en un lugar y en un tiempo. Nuestra reflexi贸n brotar谩 en el contexto de la sociedad espa帽ola. Sin embargo, como todas las Iglesias locales viven en comuni贸n, la respuesta prof茅tica que cada una ofrezca puede servir de signo y aliciente para las dem谩s. Como creyente cristiano me considero alcanzado y en cierto modo transformado por el Vaticano II. Pero, en la evoluci贸n de mi pensamiento despu茅s del concilio, ha influido no solo la opci贸n preferencial por los pobres sino tambi茅n los cambios tan r谩pidos como inesperados que, desde hace cincuenta a帽os, se vienen dando en un mundo cada vez m谩s interrelacionado, y en la evoluci贸n que viene teniendo la Iglesia del postconcilio.
EL ESP脥RITU DEL VATICANO II
El esp铆ritu es anterior y debe ser criterio de lectura e interpretaci贸n de los documentos conciliares. Juan XXIII vio necesario un concilio ecum茅nico para que la Iglesia “infunda en las venas de la humanidad actual la virtud perenne, vital y divina del Evangelio”. Y Pablo VI pidi贸 al concilio que presentara a la Iglesia “como fermento vivificador e instrumento de salvaci贸n del mundo y reafirmando su vocaci贸n misionera”.
Para llevar a cabo esta misi贸n hay dos claves fundamentales. La primera es que la Iglesia se abra y dialogue con el mundo moderno desde los pobres. El papa Juan manifiesta: “la Iglesia se presenta como lo que es y quiere ser; como la Iglesia de todos y particularmente de los pobres”. A su vez, Pablo VI declara: “la Iglesia debe ir hacia el di谩logo con el mundo con el que le toca vivir; la Iglesia se hace palabra, se hace mensaje, se hace coloquio”. Y en este di谩logo la Iglesia “debe educar hoy para la pobreza”.
La segunda clave para el di谩logo de la Iglesia con el mundo moderno es el crecimiento de la Iglesia comunidad de aquellos que han sido alcanzados por el esp铆ritu de Jesucristo. Juan XXIII convoca el concilio para que la Iglesia experimente “la gozosa presencia de Cristo viva y operante”. Y Pablo VI, en su enc铆clica Eclesiam suam, nos dice que la Iglesia debe examinarse “frente al espejo del modelo que Cristo nos dej贸 de s铆”.
Es de notar que las dos preocupaciones -una Iglesia pobre y una Iglesia que sea presencia viva y operante de Jesucristo- pertenecen a la 煤nica experiencia cristiana que respiran Juan XXIII y Pablo VI. Esta defensa de la justicia y de los pobres en la predicaci贸n prof茅tica y en la conducta de Jes煤s procede y es consecuencia de la intimidad con Dios. En esa experiencia prof茅tica van unidas justicia y compasi贸n. Compromiso pol铆tico y m铆stica o encuentro con el Padre misericordioso revelado en Jesucristo.
El di谩logo con el mundo desde los pobres y el crecimiento en la fe implican la necesidad de cambiar el modelo de Iglesia. Juan XXIII nos dice que la Iglesia debe renunciar al poder y “a tantas trabas de orden profano”. Con la misma preocupaci贸n, Pablo VI afirmaba: “que ninguna otra aspiraci贸n anime a la Iglesia si no es el deseo de ser absolutamente fiel a Jesucristo”. La misi贸n de la Iglesia es servir al mundo. Para llevar a cabo esta misi贸n necesitamos un nuevo modelo de Iglesia muy distinto al modelo dise帽ado en la situaci贸n de cristiandad.
C脫MO FUERON PROCESADOS ESTOS IMPERATIVOS
EN EL CONCILIO
El concilio asumi贸 el esp铆ritu
que respiraban Juan XXIII y Pablo VI. Pero, como acontecimiento hist贸rico, tuvo sus limitaciones
debidas no s贸lo al tiempo sino a
los mismos participantes que de batieron y elaboraron los documentos.
La Iglesia se constituye en la
misi贸n
Adem谩s de presentar a la Iglesia como “realidad penetrada por
la divina presencia” que se concreta en un pueblo animado por el Esp铆ritu, en la perspectiva del concilio la Iglesia se constituye en la
misi贸n.
Los documentos conciliares
nos traen tres dimensiones de la
comunidad cristiana. En la Constituci贸n sobre la Iglesia, en continuidad con el Vaticano I, la Iglesia
es presentada como una sociedad
estructurada org谩nicamente con
una jerarqu铆a. Acentuando solo esta dimensi贸n, f谩cilmente se deforma la imagen de la Iglesia vi茅ndola como una sociedad piramidal
donde unos mandan y otros obedecen. M谩s adelante, se realza otra
dimensi贸n de la Iglesia como pueblo de Dios donde todos los bautizados tienen la misma dignidad y
en consecuencia nadie es m谩s que
nadie, si bien hay distintos ministerios y carismas. Pero, en uno de
los documentos finales y m谩s trabajosamente elaborados –GS- , se
a帽ade otra dimensi贸n: “la Iglesia
solo desea continuar bajo la gu铆a
del Esp铆ritu, la obra misma de
Cristo que vino al mundo para dar
testimonio de la verdad, para salvar y no para juzgar; para servir y
no para ser servido”.
El Concilio no articul贸 estas
tres dimensiones y ello ha tra铆do
tensiones intraeclesiales en los
a帽os del postconcilio. ¿Cu谩l de las
tres dimensiones da sentido a las
otras dos? La misi贸n. Por dos razones. Al convocar el concilio Juan
XXIII ten铆a la preocupaci贸n de infundir la savia del Evangelio en las
venas de la humanidad. Para dar
respuesta a este prop贸sito el concilio, tras larga maduraci贸n, dio a
luz la Constituci贸n GS en la que
destaca su dimensi贸n misionera;
luego es ah铆 donde se logra responder a la preocupaci贸n del papa Juan
al convocar el Concilio; la misi贸n
da sentido a las otras dos dimensiones: pueblo de Dios a cuyo servicio hay una organizaci贸n jer谩rquicamente estructurada. La otra
raz贸n es cristol贸gica. Jes煤s de Nazaret vivi贸 apasionado por la llegada del Reino; con este objetivo
la Iglesia es comunidad referencial; todo en ella debe estar pues
en funci贸n del Reino de Dios que
crece ya en todos los rincones del
mundo; a su entra帽a pertenece la
dimensi贸n misionera que dinamiza continuamente al pueblo de
Dios y a los ministerios suscitados
en 茅l por el Esp铆ritu.
Si la Iglesia se constituye en la
misi贸n, y el t茅rmino de la misi贸n
es el mundo, 茅ste entra en su raz贸n
de ser, en el dinamismo existencial
de la Iglesia. Por su misma esencia, la Iglesia, como acontecimiento del Esp铆ritu, es contempor谩nea
con el mundo del que forma parte.
As铆 se comprende la calificaci贸n
de “Constituci贸n” que se dio al documento del concilio sobre la Iglesia en el mundo actual, GS.
Si el mundo -la familia humana “con el conjunto de realidades
en que vive”- entra en la constituci贸n de la Iglesia, se imponen algunas consideraciones:
1) La Iglesia debe poner a disposici贸n del g茅nero humano el poder que ha recibido de su Fundador. Es la persona del hombre entero la que hay que salvar: cuerpo
alma, coraz贸n, conciencia, inteligencia y voluntad. No hay una regi贸n del alma que escape a la acci贸n del cuerpo para ser el lugar del
encuentro con Dios. Ya no vale un
dualismo que desemboca en el desprecio del cuerpo y f谩cilmente genera un angelismo pernicioso, contrario a la encarnaci贸n. El Evangelio debe alcanzar al ser humano “en
la plena verdad de su existencia, de
su ser personal y a la vez de su ser
comunitario y social”.
2) Todos los valores profanos
que van surgiendo siglo tras siglo
en las distintas culturas son aceptados como signos de los tiempos
donde la Iglesia y cada cristiano
tienen que discernir los signos del
Esp铆ritu y actuar en consecuencia.
Esos signos de los tiempos son
acontecimientos de una historia toda ella incluida ya en el acontecimiento absoluto de la Encarnaci贸n.
3) Y esta lectura de los signos
no solo se impone por la necesidad
de la adaptaci贸n a lo nuevo que va
naciendo. Es el hombre mismo
quien, oyente del Evangelio y sujeto de la gracia, tiene en su naturaleza y en su destino una dimensi贸n hist贸rica interior a su perfecci贸n. La posibilidad de conocer y
encauzar la creaci贸n, la toma de
conciencia de que todos los pueblos estamos interrelacionados, el
clamor de los pobres por su liberaci贸n, la voz de las mujeres defendiendo su dignidad como personas,
no son 煤nicamente material ocasional. Por ambiguos que se presenten, son ya puntos cruciales que
suministran espacio y recursos para comprender mejor, actualizar y
concretar el mensaje cristiano de
amor fraterno.
Di谩logo con el mundo
moderno desde los pobres
Seg煤n el esp铆ritu que manifestaron Juan XXIII y Pablo VI, el
di谩logo de la Iglesia con el mundo
deb铆a realizarse desde los pobres
y en la pobreza. Pero el Vaticano
II dio relieve al di谩logo de la Iglesia con el mundo moderno, sin dar
el necesario relieve a la voz de los
pobres como referencia fundamental para este di谩logo.
En los documentos conciliares
hay alusiones al tema de los pobres, y alguna muy significativa.
Pero en la gestaci贸n y desarrollo
del Concilio pes贸 mucho m谩s la situaci贸n de los pa铆ses europeos tradicionalmente cristianos. La secularizaci贸n entendida como un
proceso de la modernidad en que
las distintas 谩reas seculares se van
emancipando de la tutela religiosa
era un fen贸meno imparable. Llegadas a su mayor铆a de edad, las
personas despiertan a la subjetividad, quieren ser libres y rechazan
instituciones pol铆ticas o religiosas
que las aminoran o reprimen. Leyendo estos signos del tiempo, el
Vaticano II respondi贸 a las justas
demandas sobre la libertad religiosa, el ecumenismo y la relaci贸n de
la Iglesia con las otras religiones.
Reconociendo esos anhelos de la
modernidad como signos del Esp铆ritu, el concilio afirm贸 la solidaridad de la Iglesia con el mundo y
que nada humano es ajeno a los
disc铆pulos de Jesucristo.
Pero, como ya hemos indicado
al principio, en este di谩logo con el
mundo moderno la causa de los excluidos no qued贸 suficientemente
reflejada. Ya hemos visto que Juan
XXIII ten铆a esta perspectiva cuando convoc贸 el concilio para lograr
una Iglesia de todos “y particularmente de los pobres”. Pero el Vaticano II no respondi贸 a esta invitaci贸n prof茅tica de Juan XXIII.
Fue un concilio ecum茅nico, universal, pero desde la situaci贸n europea y desde la Iglesia preocupada por esta situaci贸n. Los padres
conciliares confiaron de modo excesivo en el desarrollo econ贸mico
de los pueblos ricos sin desenmascarar suficientemente la ideolog铆a
perversa en que ya proced铆a.
Crecimiento en la fe como
encuentro con Jesucristo
La segunda clave –avivar la
“gozosa presencia de Cristo viva y
operante en todo tiempo en la Iglesia santa”- no fue desarrollada por
el Concilio. En los debates y en los
documentos conciliares la preocupaci贸n por el di谩logo de la Iglesia
con el mundo moderno y por renovar las estructuras eclesiales prevaleci贸 sobre la exposici贸n de la fe
cristiana como encuentro vivo con
Jesucristo.
El d茅ficit del Concilio en el desarrollo de estas dos claves -opci贸n
por las v铆ctimas y dimensi贸n m铆stica de la fe cristiana- ha dejado su
huella en la Iglesia postconciliar.
Han surgido movimientos que corren el peligro de caer en un espiritualismo evasivo aparcando la
opci贸n preferencial por las v铆ctimas y por una sociedad m谩s justa.
Igualmente, las comunidades eclesiales inspiradas en la orientaci贸n
del Concilio, que han cultivado el
compromiso en la transformaci贸n
social, tambi茅n corren el peligro
de olvidar que la fe cristiana es, en
primer lugar, no una relaci贸n con
proyectos y estrategias pol铆ticas
por urgentes que sean, sino con una
Persona, el Dios del Reino, que nos
precede, sustenta e inspira nuevos
proyectos.
Hacia otro modelo de Iglesia
El Vaticano II dise帽贸 las coordenadas para un nuevo modelo de
Iglesia. En vez de oposici贸n al
mundo moderno, como ven铆a siendo habitual hasta el Concilio, en los
debates y documentos conciliares
prevaleci贸 una visi贸n positiva del mundo y la necesidad de un di谩logo sincero leyendo los signos de los
tiempos donde ya se pueden vislumbrar las llamadas del Esp铆ritu.
La Iglesia abandon贸 el triunfalismo y cualquier pretensi贸n de dominio. Se acab贸 con el “eclesiocentrismo” interpretando a la Iglesia
como entidad referencial del Reino
de Dios que crece en el mundo.
El Concilio dej贸 tambi茅n claro
que la Iglesia es ante todo una comunidad de vida; y al servicio de
esta vida est谩n las estructuras
eclesiales. Se posterga la visi贸n de
la Iglesia como sociedad perfecta
y se potencia la visi贸n como misterio de comuni贸n que se concreta
en el pueblo de Dios a cuyo servicio est谩n todos los ministerios, incluidos los que se confieren por el
sacramento del orden. Al presentar a la Iglesia como presencia y
reflejo de la comuni贸n trinitaria,
da la clave para la comunidad cristiana donde se debe garantizar la
singularidad de cada bautizado y
la diversidad de funciones, pero en
la unidad del Esp铆ritu. Sin embargo, este modelo nuevo de Iglesia,
que implica un crecimiento en la
fe y una profunda reforma estructural, todav铆a est谩 en camino y es
una tarea pendiente.
C脫MO DEBE RESPONDER HOY
UNA IGLESIA PROF脡TICA
El momento actual incluye procesos distintos y caracter铆sticas
peculiares en los pueblos europeos
y en los latinoamericanos. Pero, en
el fen贸meno de la globalizaci贸n,
el trasvase cultural es inevitable y
muy r谩pido. Ha entrado la modernidad: “surge con gran fuerza una
sobrevaloraci贸n de la subjetividad
individual”. Una cultura que hoy
es h铆brida, din谩mica, cambiante.
En los pueblos de Am茅rica Latina
simult谩neamente conviven en gran
confusi贸n la cultura premoderna,
la moderna ilustrada y lo que llamamos postmodernidad. Sin embargo, respetando los distintos
procesos, la respuesta prof茅tica de
la Iglesia debe tener rasgos comunes en Europa y en Am茅rica Latina.
Para dise帽ar esa respuesta, la
Iglesia debe ser misionera, dialogando con el mundo moderno desde los pobres, y siendo ella misma
pobre o comunidad de verdaderos
creyentes.
Iglesia en misi贸n
A pesar de que el Vaticano II
present贸 a la Iglesia como misterio de comuni贸n que se hace realidad en el pueblo de Dios, cincuenta a帽os despu茅s muchos
siguen pensando que la Iglesia, reducida frecuentemente al clero, es
ante todo una organizaci贸n piramidal con unas estructuras visibles, inconmovibles. Nada m谩s alejado de la verdadera Iglesia,
comunidad de vida en funci贸n del
reino de Dios.
El reino de Dios est谩 ya presente y crece dentro del mundo, creado y bendecido por Dios, aunque
todav铆a esclavizado por el mal. Por
eso debemos mirar este mundo
desde el coraz贸n de Dios, y superar el dualismo maniqueo que lo
identifica solo como enemigo del
alma convencidos de que fuera de
este mundo no hay salvaci贸n.
El reino de Dios es lo que sucede en las personas y en los pueblos cuando permiten que Diosamor emerja en sus vidas como
煤nico se帽or. La Iglesia, como signo e instrumento de Dios, debe hacer presente a ese Dios revelado en
Jesucristo, apasionado para que todos tengan vida. En consecuencia,
la organizaci贸n y estructuras de la
Iglesia deben tener como fin y sujeto a las personas. El Evangelio
proclama el valor y la dignidad del
ser humano, y por tanto evangelizar implica la opci贸n por esa dignidad. Y las personas viven dentro
de un pueblo, en el dinamismo de
su historia y en una cultura donde,
seg煤n el concilio, brotan ya “las
semillas del Verbo”. A la vida y
dignidad de estas personas est谩n
supeditadas las estructuras y leyes
de la Iglesia.
Si la Iglesia se constituye en la
misi贸n que tiene lugar en un espacio y en un tiempo, se imponen dos
consecuencias.
1. El tiempo y el espacio cultural sin los cuales no hay ser humano, pertenecen de alg煤n modo a la
constituci贸n de la Iglesia y le dan
una fisonom铆a peculiar. As铆 pues
urge dar m谩s relieve a las culturas
en la organizaci贸n de la comunidad cristiana. Y esta visi贸n plantea serios interrogantes. En el siglo
XVI se impuso en los pueblos de
Amerindia una organizaci贸n y
unas formas culturales tra铆das del
catolicismo barroco espa帽ol. Y
con este modelo seguimos funcionando. Pero, despu茅s del Vaticano
II, creemos que ha llegado la hora
de asumir nuevos modelos de organizaci贸n eclesial, seg煤n los valores y normas organizativas de
culturas ind铆genas sofocadas desde hace siglos.
2. Si el lugar, el tiempo y la cultura de los pueblos entra en la
Constituci贸n de la Iglesia, “solo en
las Iglesias particulares y a partir
de ellas existe la Iglesia cat贸lica
una y 煤nica” (LG, 23). Por tanto,
no hay una Iglesia particular, por
ejemplo la Iglesia de Roma, que
sea el prototipo de Iglesia, y cuyas
organizaciones y formas lit煤rgicas
deban imponerse sin m谩s en todas
las iglesias locales. Precisamente
porque se supone la pluralidad, como servicio a la comuni贸n entre
las iglesias locales tiene sentido el
ministerio ejercido por el obispo
de Roma, sucesor de Pedro.
Fiel a esta visi贸n, el Vaticano
destac贸 la necesidad de una descentralizaci贸n, de la colegialidad
y la corresponsabilidad de todos
los bautizados en la organizaci贸n
de la Iglesia en orden a la misi贸n.
No tiene sentido imponer a las Iglesias locales de Am茅rica Latina
los modelos europeos todav铆a en
continuidad con la mentalidad colonial. Deber铆a asimismo darse
m谩s autonom铆a a las Conferencias
Episcopales, al S铆nodo de los obispos y a los s铆nodos regionales. Incluso podemos debemos preguntarnos: ¿por qu茅 se hace teolog铆a
solo desde una cultura determinada pretendiendo que sea v谩lida sin
m谩s para todas las regiones?
Se trata de algo esencial para
la Iglesia, pueblo reunido como expresi贸n de la simb贸lica trinitaria:
tres Personas distintas en comuni贸n. La Iglesia es cuerpo de Jesucristo, y sus distintos miembros est谩n animados por el 煤nico Esp铆ritu.
An谩logamente, las iglesias locales,
distintas entre s铆, llevan en su misma entra帽a la comuni贸n, obra del
Esp铆ritu. Urge, pues, que las distintas iglesias locales, cada una con
su peculiaridad, sean responsables
y corresponsables con las dem谩s.
De no emprender este camino, todo puede quedar ah铆 como una
buena intenci贸n sugerida por el Esp铆ritu al concilio, pero postergada,
si no ahogada, en el postconcilio,
por no encontrar cauces jur铆dicos
adecuados. Y un detalle m谩s. Poco se logra desmontando la monarqu铆a absoluta del papa, si ahora cada obispo se considera centro
absoluto en la Iglesia local. La
descentralizaci贸n desencadena un
proceso en la organizaci贸n y misi贸n de la Iglesia, donde todos los
bautizados, cada uno desde su vocaci贸n y su puesto, deben ser responsables y corresponsables.
Iglesia “de todos,
particularmente de los
pobres”
En un primer per铆odo de
postconcilio, la Iglesia en los pueblos europeos se abri贸 al di谩logo
con el mundo moderno, pero no
cont贸 suficientemente con la perspectiva de los pobres. El proceso
fue distinto en Am茅rica Latina,
donde las Conferencias Generales
del Episcopado Americano vienen
dialogando con el mundo moderno desde la perspectiva de la opci贸n evang茅lica y preferencial por
los pobres.
En el segundo per铆odo postconciliar parece que esta opci贸n se ha
diluido mucho, incluso en la Iglesia de Am茅rica Latina. El documento de la Congregaci贸n para la
doctrina de la Fe Sobre algunos aspectos de la teolog铆a de la liberaci贸n (1984), cort贸 un proceso todav铆a inacabado. La intervenci贸n de
Roma cre贸 desconfianza y reservas
no solo ante cualquier teolog铆a de
la liberaci贸n sino tambi茅n ante
cualquier opci贸n por los pobres.
Sin embargo, parece absolutamente necesario recuperar esa opci贸n preferencial por los pobres o
excluidos como clave para la responsabilidad prof茅tica de la Iglesia
en el di谩logo con el mundo actual.
Algunos fen贸menos
constatables
La situaci贸n de injusticia en el mundo obrero, que reivindica sus
derechos y se aleja de la Iglesia, y
el justo clamor de los pobres en los
pueblos de Am茅rica Latina, iluminan una reflexi贸n teol贸gica que
ayuda a entender que solo “el aguij贸n del sufrimiento”, la memoria
de las v铆ctimas, garantiza la salud
evang茅lica de la Iglesia y de la teolog铆a.
Una segunda referencia viene
de lo sucedido en la Europa ilustrada. El holocausto de la raza jud铆a en el nazismo fue tan horrible
que solo pasadas varias d茅cadas,
fil贸sofos y te贸logos se atreven a
procesarlo. Auschwitz deja sin sentido a nuestra historia y nos obliga
a preguntarnos donde est谩 Dios.
Ning煤n desarrollo social justifica
el silenciamiento y el olvido de las
v铆ctimas.
La crisis ha llegado a la zona
del euro afectando de modo especial a los pa铆ses econ贸micamente
m谩s pobres de la Uni贸n europea.
Puede ser una buena oportunidad
para que los cristianos despertemos de un letargo, abandonemos
una religi贸n aburguesada y volvamos los ojos hacia las v铆ctimas de
un sistema econ贸mico que funciona con una ideolog铆a homicida.
Finalmente, otra constataci贸n:
la Iglesia, y en general la religi贸n,
es percibida por muchos como encubridora de la injusticia y por tanto no es mediaci贸n cre铆ble del
Evangelio. Es percibida como factor evasivo y narcotizante, con frecuencia utilizado para explotar y
domesticar al pueblo, apart谩ndolo
de reivindicar sus justos derechos,
y para justificar la prepotencia y
corrupci贸n estructural de grupos
dominantes.
Viendo hacia d贸nde nos ha llevado y nos est谩 llevando el proceso iniciado en la Ilustraci贸n europea (econom铆a globalizada con
exclusi贸n de los m谩s d茅biles), urge
desenmascarar la patolog铆a original que lo carcome. En el siglo de
las Luces se vincularon raz贸n y libertad con el progreso. Pero el proceso seguido viene demostrando
que esa vinculaci贸n no es real. En
el deslumbrante desarrollo t茅cnico
generado por el hombre ilustrado,
la raz贸n y la libertad vienen generando m谩s sinraz贸n y haciendo de
los ciudadanos siervos. Y ello explica en buena manera la denuncia
de la postmodernidad.
En la revoluci贸n francesa la
proclama inclu铆a tres palabras: libertad, igualdad y fraternidad, pero esta 煤ltima qued贸 en la sombra.
La libertad de los burgueses asentados en el trono de los feudales
avanz贸 creando m谩s desigualdad
y olvidando la fraternidad. As铆 se
gener贸 un desarrollo monstruoso
que al fin se ha vuelto contra la
misma humanidad.
La revoluci贸n marxista en la
segunda mitad del siglo XIX desenmascar贸 esa patolog铆a ideol贸gica en que se fundament贸 la burgues铆a ilustrada. Marx cuestion贸 a
un proceso ilustrado donde la libertad irracional de los pocos se帽ores estaba oprimiendo y explotando a los m谩s d茅biles. Fue un detonante contra esa ideolog铆a que
hoy se concentra en el neoliberalismo econ贸mico.
La conducta de Jes煤s
Intimidad con el Padre y opci贸n por la causa de los social y religiosamente excluidos son dimensiones inseparablemente unidas en
la espiritualidad que respira la conducta de Jes煤s. Seg煤n los evangelios, Jes煤s de Nazaret no se preocup贸 de mantener intactas las formulaciones doctrinales ni los
rituales prescritos. Lo que le indign贸 y le motiv贸 a intervenir arriesgando su propia seguridad fue el
abandono social y religioso de los
leprosos, mendigos, prostitutas y
otros despreciados en aquella sociedad. La conducta de Jes煤s cuestionaba la visi贸n de Dios y su relaci贸n con 脡l que ten铆an las autoridades religiosas jud铆as. Jes煤s se
abri贸 a la sociedad de su tiempo
haciendo suya la causa de los excluidos porque en su intimidad experimentaba que Dios es as铆.
En Jesucristo la fe cristiana celebra la epifan铆a del amor de Dios
encarnado que, movido a compasi贸n ante la marginaci贸n y sufrimiento de los excluidos, cura heridas y defiende a los pobres hasta
correr la suerte desgraciada de las
v铆ctimas, y manifestando una l贸gica nueva: el amor vence a la
muerte. En este camino, la Iglesia
ser谩 de todos, siendo Iglesia particularmente de los pobres.
La Iglesia debe ser signo de esperanza en un mundo amenazado
en su porvenir. Pero nuestra esperanza no puede instalarse mientras
haya en el mundo alguien que no
pueda esperar. Solo tenemos esperanza en la medida que la compartimos. Y de verdad la compartimos
cuando nos comprometemos en
construir una sociedad donde las
v铆ctimas privadas de futuro puedan levantar la cabeza como personas libres.
Una Iglesia de pobres o
verdaderos creyentes
Jes煤s de Nazaret no fue un revolucionario lanzando arengas o
proclamas a favor de los pobres,
sino que 茅l mismo se hizo pobre y,
movido a compasi贸n, sufri贸 voluntariamente la exclusi贸n de las v铆ctimas. Esta intervenci贸n de Dios,
que se hizo realidad en la conducta de Jes煤s, debe hacerse realidad
a lo largo de la historia gracias a
hombres y mujeres que “recreen”
en su propia historia esa conducta.
Para ser denuncia cre铆ble de la
opci贸n preferencial por los excluidos, la Iglesia no solo debe ser habitable para los pobres y las culturas marginadas, sino que la misma
comunidad cristiana debe ser evang茅licamente pobre, recreando en
su propia conducta la conducta de
Jes煤s que, “siendo rico, se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza”.
Las personas nos humanizamos no pretendiendo ser dioses y
dominando a los dem谩s, sino dej谩ndonos transformar por la presencia de Dios cuyo poder se manifiesta en la misericordia y en la
entrega por todos hasta la muerte.
Los cristianos debemos revisar c贸mo ejercemos el poder que de alg煤n modo tenemos y c贸mo se ejerce en la organizaci贸n institucional
de la Iglesia. La l贸gica de dominaci贸n y las manifestaciones triunfalistas, muy normales en situaci贸n
de cristiandad, nada tienen que ver
con el esp铆ritu evang茅lico y hoy cada vez son m谩s intolerables.
Es comprensible identificar vivir con esp铆ritu de pobre y ser creyente. En la tradici贸n b铆blica Dios
era percibido como defensor de los
pobres. Pero en el destierro de Babilonia el pueblo jud铆o se pregunta: ¿d贸nde est谩 el Dios defensor de
los pobres? Entonces la revelaci贸n
da un paso adelante con la figura
del pobre (anaw), la persona que,
consciente de su pobreza, se abre
confiadamente a esa presencia de
Dios. Mar铆a de Nazaret es la pobre
que se abre totalmente a esa presencia y es dichosa porque ha cre铆do, ha consentido y se ha entregado a esa comunicaci贸n.
En los pueblos europeos tradicionalmente cristianos se ha producido “una especie de eclipse de
Dios, una cierta amnesia”. En la
misma comunidad cristiana no negamos que Dios existe. Pero ¿de
qu茅 divinidad estamos hablando y
qu茅 influencia tiene en nuestra cultura? ¿C贸mo hay que vivir la fe y
la religi贸n cristianas? 脡ste es el interrogante b谩sico y el gran desaf铆o para la Iglesia evangelizadora.
Aunque la situaci贸n religiosa
en Am茅rica Latina es bien diferente a la situaci贸n que hoy viven los
pa铆ses europeos, no cabe idealizar.
Te贸logos latinoamericanos vienen
denunciando que la gran tentaci贸n
para los cristianos en Am茅rica Latina -la observaci贸n vale tambi茅n
para Europa- no es el ate铆smo sino
la idolatr铆a: seguir con una pr谩ctica religiosa pero sirviendo a los
铆dolos del poder y tener insolidariamente.
La fe cristiana no se reduce a
creer lo que no vimos ni vemos.
No es aceptaci贸n servil de dogmas
y mandamientos. Es un encuentro
con la persona de Jesucristo, que
da un nuevo horizonte a nuestra vida y con ello una orientaci贸n decisiva. Sin esta relaci贸n viva que
abarca la vida entera del creyente,
la fe cristiana es irreal.
Unir la opci贸n preferencial
por los pobres y experiencia
de Dios
Hay cristianos que salen por las
calles reivindicando los derechos
fundamentales de los pobres, pero
no frecuentan la pr谩ctica religiosa.
Otros, en cambio, que se mantienen fieles observantes de la misa
dominical, miran con recelo tales
manifestaciones. En nuestra visi贸n
de la fe cristiana ambos est谩n tuertos, solo ven de un ojo. Jes煤s de
Nazaret “pas贸 por el mundo haciendo el bien, curando enfermos
o combatiendo las fuerzas del mal,
porque Dios estaba con 茅l”. Su misericordia se concreta en la nueva
justicia y su m铆stica tiene incidencia pol铆tica.
Los conflictos intraeclesiales
que desde hace tiempo vienen
amenazando a la comuni贸n cristiana no est谩n solo en la visi贸n de
la Iglesia interpretada en funci贸n
de s铆 misma o en funci贸n del reino
de Dios. Su ra铆z es m谩s profunda:
mientras unos siguen pensando
que a Dios se le afirma y obedece
a costa de sacrificar a la humanidad, otros piensan que la humanidad puede ser afirmada y promovida negando a su Creador. No
acabamos de aceptar la buena nueva de la encarnaci贸n que contin煤a
en el dinamismo de nuestra historia: ni Dios a costa del hombre, ni
el hombre a costa de Dios. Humanidad y divinidad van inseparablemente unidas.
El Vaticano II denuncia la insensatez del hombre moderno que,
pretendiendo ser centro absoluto,
rompe con su Creador negando su
condici贸n de criatura; esa deshumanizaci贸n es precisamente lo que
causa la injusticia social y la pobreza. Pero tambi茅n denuncia la conducta religiosa, social y moral de
los cristianos que no revela sino
m谩s bien est谩 ocultando “el genuino rostro de Dios y de la religi贸n”.
La muerte de Jes煤s en la cruz
es la experiencia de otra l贸gica:
cuando el ser humano es capaz de
vivir la presencia de Dios-Amor en
茅l, consintiendo y dej谩ndose transformar por ella, caen los muros de
separaci贸n y se hace la fraternidad.
Si los cristianos conocemos a Dios,
nos hemos encontrado con 茅l en Jesucristo, espont谩neamente movidos
por sentimientos de compasi贸n,
sentiremos profundo estupor ante
la dignidad del pobre y nos comprometeremos para que salga de su
postraci贸n, conscientes de que, sirvi茅ndole, servimos tambi茅n a Dios.
Unir compromiso hist贸rico por la
dignificaci贸n de las v铆ctimas y dimensi贸n m铆stica es lo que hoy estamos necesitando en la Iglesia.
Otro modelo de Iglesia es
necesario y posible
Desde el siglo IV la Iglesia se
fue configurando como un reino
de este mundo. La reforma gregoriana en el siglo XI destac贸 la figura del papa como se帽or del mundo y la Iglesia, concentrada cada
vez m谩s en el clero, vino a ser el
poder espiritual 煤nico en el mundo europeo funcionando como una
sociedad perfecta con la l贸gica del
poder. La Reforma del siglo XVI
y las guerras de religi贸n provocaron el fortalecimiento de las estructuras eclesiales y la preocupaci贸n por defenderse del mundo
moderno que reclamaba su autonom铆a. Con frecuencia la fe cristiana se redujo a la incondicional
adhesi贸n a unas verdades propuestas por la autoridad que, al llegar
el proceso de secularizaci贸n, se
abandonan sin ning煤n trauma.
Urge por tanto emprender un
nuevo camino. Si creemos que la
Iglesia es ante todo una comunidad de vida, no podemos seguir
con un modelo de Iglesia fraguado
en oposici贸n a la reforma y al mundo moderno. El encuentro con Jesucristo que llamamos fe no se
puede reducir a unas doctrinas formuladas en el catecismo y aprendidas. La Iglesia no puede reducirse al clero que hace del pueblo
cristiano un objeto de su gobierno
y de su ense帽anza.
Pero una verdadera reforma de
la Iglesia no se hace solo con el
cambio de estructuras. La pesada
y anacr贸nica estructura solo ir谩 cediendo y cambiando a medida que
surjan comunidades cristianas
donde se viva la experiencia de la
fe. Aunque, con una mirada superficial sobre el proceso que hoy est谩 teniendo lugar en pa铆ses como
Espa帽a, se tiene la impresi贸n de
que el cristianismo est谩 muriendo,
lo que s铆 muere es una situaci贸n de
cristiandad; est谩 cayendo un cristianismo que da prioridad al ritualismo y a los cumplimientos m谩s
que a la vitalidad en el esp铆ritu de
Jesucristo. Pero est谩 surgiendo un
cristianismo donde crece la personalizaci贸n de la fe, siguiendo el esp铆ritu del Vaticano II. La Iglesia
prof茅tica sigue siendo rejuvenecida por el Esp铆ritu.
REFLEXI脫N FINAL YA EN AM脡RICA LATINA
En Am茅rica Latina, este modelo de Iglesia ya se inici贸 despu茅s
del Concilio y, a partir de Medell铆n, uniendo la experiencia del
Dios de Jesucristo y la opci贸n preferencial por los pobres. Los obispos se mantienen fieles a la Iglesia
en Am茅rica Latina, que, a mediados del siglo pasado, recibi贸 la gracia de descubrir a Dios en los pobres. Una nueva forma de mirar al
ser humano desde el coraz贸n de
Dios, que no es fruto de raciocinios mentales, sino impacto de la
compasi贸n que causa en nosotros
el sufrimiento del otro.
La opci贸n cristiana por los pobres tiene inspiraci贸n teologal; su
principio es la misericordia y su
realizaci贸n es un proceso de espiritualidad que incluye inseparablemente pasi贸n por el Dios revelado
en Jesucristo y pasi贸n por el ser
humano. Contemplaci贸n y compromiso hist贸rico por la liberaci贸n
de todos desde la opci贸n preferencial por las v铆ctimas. Es la experiencia que han vivido y nos han
dejado obispos como Sergio M茅ndez Arceo y Samuel Ruiz en M茅xico, y Monse帽or Romero en El
Salvador. Y este es el camino para
construir un mundo seg煤n el coraz贸n de Dios, tal como se revel贸 en
la conducta hist贸rica de Jes煤s.
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