martes, 23 de abril de 2019

👉 "VOCES QUE ME LLEGAN" (de antes y de ahora) I por CÁNDIDO MORENO ARAGÓN


PERISCOPIO HUMANÍSTICO CRISTIANO

VOCES QUE ME LLEGAN (I)
(de antes y de ahora)
CÁNDIDO MORENO ARAGÓN
Compilador






Llamada
Ignacio Iglesias, sj

¡No me mandes callar!
No puedo obedecerte.
Tu perdón me ha quemado como un fuego
y lo tengo que hablar
siempre y a todos,
aunque me lo prohíbas,
o aunque no me lo crean.
Si, por eso, me echan de esta tierra,
saldré hablando de Tí.

Diré que eres de todos,
siempre el mismo,
que tu amor no depende de nosotros,
que nos amas igual, aunque no amemos;
nuestro título ante Ti es la pobreza
de no amar.
Que eres voz que llama siempre
a cada puerta,
con nombre exacto, inconfundible;
que no pides nada,
das y esperas
el tiempo que haga falta;
que no fuerzas los ritmos de los hombres,
que no cansas,
no te cansas,
y que tu amor es nuevo cada día;
que te dolemos todos,
cuando no te buscamos.

Diré muchas más cosas:
que basta con mirarte en cualquier sitio,
porque todos son tuyos,
para ser otra cosa;
simplemente
para ser persona.
¡Señor, que chispa a chispa,
no me canse
de prender este fuego!


EL QUIJOTE REALISTA

Prólogo

El sincronismo ético de Cándido

"El mundo es todo lo que acaece", 

L.Wingenstein:

Tractatus Lógico-Philosphicus

Juan Jesús RODRÍGUEZ HORTA 
Profesor de Lengua y Literatura Española
del Instituto "Eusebio da Guarda" de La Coruña

Si el estilo es el hombre (imposible entender el Quijote sin conocer a quien lo concibió) ¿no lo será también el nombre? La espinosa cuestión del vínculo de los nombres de los seres con los seres mismos afloró sistemáticamente por primera vez en el Cratilo de Platón; rebrotaría con la polémica medieval nominalismo vs. realismo y no concluyó hasta que Saussure acertó con su lapidaria ecuación: signo lingüistico = concepto + imagen acústica.

¿Habrá motivación o inmotivación en que Cándido sea llamado y conocido -entiéndase, saussureanamente, "conceptuado",- así? Los caprichos de la semántica juegan a veces malas pasadas a ciertos vocablos, entre los que figura este antropónimo, facilitando incluso el chiste fácil y ofensivo. Pero la verdad del término (repárese en que "etimología". bien entendido, como en su momento hizo saber Unamuno, significa "ciencia de la verdad") obliga a volver a poner las cosas en su sitio: su étimo radical latino, "candere" ("arder, "ser blanco") y su derivado del cual procede el nombre de persona, "cándidus" ("blanco", "sin malicia"), sumado a los significados que aporta su sinónimo, "ingenuus" ("nacido en el país", "nacido libre", "noble", "generoso") ponen punto final a La inestabilidad sémica que aparenta esa voz.

Por lo que concierne a nuestro Cándido, la imagen mental es irremediablemente afectiva; el concepto o idea que despierta su denominación en todos los que le conocemos es un modelo humano definido en las cualidades arriba entrecomilladas que, no por casualidad, en absoluto son ajenas a las del propio Cervantes y de las dos criaturas que lo inmortalizaron, y que más adelante trataré de precisar.

Porque ¿qué pudo empujar a este prestigioso educador a dedicar su tiempo de jubilado a la relectura del libro profano más releído de la Literatura universal? ¿Qué puede aportar Cándido, el psicopedagogo, el publicista y el hombre, a la hasta ahora inagotable hermenéutica salida a la luz sobre la novela por antonomasia?
¿Qué suma Cándido al estudio positivista de Rodríguez Marín, a la visión estética de H. Hatzfeld, al interrogante de las Meditaciones de Ortega, a la concepción lúdica de Torrente Ballester, a la introspección caracterológica de Madariaga, a la versión marxista de Lunachsensky, a la exégesis pirandelliana y personalista de Unamuno, al análisis semiótico de Paz Gago o, lo más reciente, a la desmitificadora puesta entre paréntesis de Savater (Instrucciones para olvidar el Quijote)?

Yo encuentro la clave en la frase hegeliana que el último de los escritores mencionados aplica a toda su producción: "Pensar la vida, he aquí la tarea". (En esta dirección entendí y elegí la cita que sirve de pórtico a mi prefacio).

La novedad estriba en dos aspectos: el género y los materiales utilizados. En cuanto a lo primero, nos encontramos con un libro, -sus libros- por misceláneos, agenéricos: especie de floresta compilatoria, con la que comparte el tino del antólogo y la heterogeneidad de lo recopilado, mas con una salvedad: el comentario contrapuntístico del recopilador, lo que desborda la noción de "antología". Abundando en esta dimensión genérica -aunque cause perplejidad por la obvia diferencia formal-, yo me atrevería a detectar un eco del Diálogo, la modalidad clásico -renacentista, pero puesta al día; y es esta actualización la que debe disolver la extrañeza provocada por el uso abusivo que acabo de hacer de este canon genérico. El "dialégeszai" helénico significa propiamente "hablar a través de algo", lo que significa interacción, esto es, conversación. Uno intuye que en este caso particular de Cándido cobra un relieve para no ser desdeñado: su entronque con el concepto de "diálogo" propio de Bajtin, por obra y gracia de la pluralidad de voces que conforman sus libros (textos propios y textos reproducidos ajenos). Sin embargo la intertextualidad es explícita (1).

No hay duda. Ello es la impronta escrituristica de un "candor" que no puede obviar la voz del otro, de la independencia de criterio del "ingenuo", de su autoctonía cívica -arraigo en el espaciotiempo que es la sociedad de hoy- de una generosidad y nobleza de espíritu que es abrirse a un tipo de lector acomodándose a sus hábitos lingüisticos (esto merece una aclaración, que enseguida se hará ) y de una intención ejemplarizante, didáctica y ajena a toda malicia. He aquí reeditados, como anuncié previamente, los atributos referidos con anterioridad respecto a su nombre personal. Y su consecuencia lógica es ese "sincronismo" que titula este prólogo, que consiste en actualizar el Quijote, manifestar su vigencia bajo el prisma de un hombre de nuestro tiempo como Cándido, que al igual que su homónimo volteriano trata de desenmascarar el conformismo panglossiano imperante extrapolando con audaz agudeza los delirios del hidalgo y el contrapunto de su escudero por la vía que le es más cara: la axiológica; el universo de los valores, faceta que llenó su quehacer profesional y es monotema, o casi, de sus escritos.

El método puede ser discutible, pero entender la gran novela como la Biblia literaria otorga licitud al trabajo de Cándido: descubrir y hacer ver, dialécticamente (en el sentido citado y en el hegeliano: confrontando sus observaciones con los materiales prestados) una completa Axiología, mediante un enfoque rigurosamente eticista porque es el eticismo su marca de fábrica.

De ahí la importancia de los materiales de los que hace uso dialógico, del periodismo en sus variados géneros: el artículo, el anuncio, la viñeta, el suelto, la noticia, la foto, el breve... Cándido, hombre de su tiempo -ya se dijo- se instala en la iconosfera aprovechando el lenguaje de nuestra era: el verboicóníco. De este modo, leyéndolo experimentamos la misma impresión que Azorín señalaba en Larra: más que leer un libro, unos libros, estamos en contacto con la vida. Por eso me he tomado la libertad de tomar parcialmente prestado del escritor alicantino el título prologal. 

Esta característica coetaneidad vuelve a detectarse en otra peculiaridad suya: el mestizaje temático; de lo banal cotidiano a lo profundo. Todo encaja así en una visión holística de la realidad que estamos viviendo (obsérvese nuevamente la fidelidad del autor al aforismo de Wittgenstein).

Actualización del Quijote hemos dicho. Parece quijotesco, quimérico. La respuesta está en la propia novela de Cervantes: ¿es reIista o idealista? Lo más certero es entenderla como ideorrealista, a modo de realismo mágico -dicho en términos de la crítica literaria contemporánea-, magicorrealismo que practicará Candido en su compilaciones. Lo hará con toda legitimidad Pensemos que en las alucinaciones quijotescas- y sanchopanzescas- subyace casi siempre un substracto real: la singularidad geográfica del río Guadiana alegoría contada por el protagonista; la novedad técnica importada de los molinos de viento explica su antropomorfización por el caballero; el validaje y el arbitrismo de aquellas décadas tienen algo que ver con la peripecias de Sancho en su soñada Barataria. (A este respecto, no hay que olvidar las palabras de V. Propp sobre los cuentos maravillosos: no son históricos, pero tienen su origen en la historia). El mismo derecho que se ganó Cervantes para poner en la picota ciertas lacras de su época -¡no sólo los "best-sellers" caballerescos-, lo reclama ahora para si Cándido para cuestionar los contravalores postmodernos que parecen reencarnar episodios quijotescos .

A ningún lector, allegado o amigo de Cándido, extrañará lo que acabo de decir, pues existe más de un paralelismo entre él y el genio de Alcalá, amén del terruño originario. Su ejercicio de la Psicopedagogía le convierte en explorador de almas, como lo fue el gran novelista. Su cosmovisión, mezcla de idealismo, pragmatismo y tolerancia convierten sus respectivas obras en sendas·propuestas de valores, sin que la sonrisa haga ascos cuando la ocasión lo requiere. Lo que un cervantista llamó "virtud entusiasta", esto es, esa energía vital que los hace capaces de sobreponerse a los obstáculos. Así los molimientos del caballero y del escudero no logran otra cosa que retroalimentar su andadura; igualmente, un reciente sobresalto en el estado de salud de mi apreciado publicista, felizmente superado, no logró otra cosa que revitalizar su aventura intelectual.

También la pareja protagonista y este otro manchego, para superar el trance, retoman al hogar. En su convalecencia o treguas domésticas ellos hallarán cuidados por parte de Ama, Sobrina y alguna más, pero cerril incomprensión, en forma de consejos, con intenciones disuasorias para futuras salidas.

En el caso de este prestigioso educador, muy al contrario, el cariño Y la admiración de una esposa y una hija amantísimas posibilitaron esta nueva salida publicística, sanchoquijotesca también al fin, que anhelamos, de corazón por la amistad que nos une y de la razón por el bien de la cultura y de la ética, no sea la última.

(1) Evoco como posible precedente de este modo de trabajar el difundido Celtiberia show, del fallecido L. Carandell, aunque en este caso la voz autoral estaba ausente. El costumbrismo crítico, con trasfondo político, del catalán, es ahora denuncia moral, debate -sacando igual provecho del filón mediático de que se sirven ambos- valores / contravalores.


LA FAMILIA HOY

La desbandada de los hijos

Si hoy existe una familia unida, que venga y me lo diga. La diáspora es una plaga. Todas andan dispersas como las simiente en la tierra más feraz que les apareció. Yo tengo un hijo en la Renault de Valladolid, calentando y calibrando motores; otros en el calasancio real de Pozuelo de Alarcón, Madrid, impartiendo ética y ciudadanía a los adolescentes, y la menor en el berenjenal babélico de Bruselas, catalogando porcentajes de captura de merluzas en el ancho mar de la política comunitaria.



Así no hay forma de celebrar un cumpleaños y menos aún de darse las buenas noches si no es por teléfono. ¿Y los besos? ¡Ah!

El rosario en casa, del Padre Peyton, resulta en nuestros días una utopía mayor que la de Tomás Moro, cuando no había llegado la democracia ni el mercado global.

El mundo se ha empequeñecido, las distancias no existen: comes en Roma y cenas en Ámsterdarn, compras en Nueva York, lees la prensa en Cincinatti, ves cine en Miami y veraneas en Cancún. Eso sí que es columpiarse y andar en la cuerda floja. 
Y si tú no vas a esos países o ciudades, ellos se te acercan. Quiero decir que no hace falta escaparse a la China para comer como los chinos; no hace falta entrar en un museo alemán para darte el gusto de ver la "liebre" de Durero, porque te la exponen en el Prado; no tienes por qué saber griego ya que te sobran traductores en cada esquina, y no tienes que esforzarte en religión alguna porque se te regalan todas. Panta rei, todo fluye, todo corre, que diría el filósofo antiguo.

Y con el correr se van los hijos, que están a la que salta, cabalgan más que un móvil de última generación, traspasan la alta sierra, ocupan el llano de las oficinas y  los despachos, inundan las universidades, asisten a fallas, rocíos y sanjuanes, se divierten en macrodiscotecas y macroplayas.

Coger de la mano a un hijo un minuto y hablarle, entre viaje y viaje o entre trabajo y trabajo o entre novia y amiga, sería la apoteosis, el no va más, la repera, la vida en rosa. Pero no. Y si lo consigues a pesar del trasiego, ya no le conoces -el desencuentro es el mal de nuestro tiempo-, no parece tuyo, de tu vientre, de tu esperma, de tu casa, que te lo han cambiado: que habla inglés, francés, polaco y ruso, que se peina en punta, que se viste a la tejana, que lleva más plumas e ínfulas que un indio en la cabeza de sus sueños.

Ese hijo tuyo es ya ciudadano universal; la tierra madre le queda en todo caso para la sepultura, y que sea tarde.
Haz hijos para esto, si los haces, que ya no se hacen. Tú que estabas acostumbrado y educado a su obediencia, a su cariño, a que aumentaran tu patrimonio y tu descendencia, hoy no gozas de nada de eso. Volaron y siguen volando. La vida es otra, querido, y ahora empiezas a darte cuenta. Pues va a ser que estás solo.


LA TIRANÍA DEL PROGRESO
Los nuevos esclavos privilegiados

Son nuestros hijos, los hijos de nuestros amigos, en los que tantas esperanzas e ilusiones hemos puesto. Estudiaron en los mejores colegios e institutos. Fueron en los veranos al extranjero para perfeccionar idiomas. Algunos se formaron en las recién estrenadas universidades privadas. Ya licenciados se afanaron en el logro de variados masters, con lo que pueden presentar unos deslumbrantes currículum.

Con tales "pertrechos de estudios", becas de postgraduados e influencias de amistades, pronto encuentran trabajo en prestigiosas y modernas empresas, que muy rápidamente los ganan para la filosofía de la competitividad y rendimiento, dándoles puestos de responsabilidad, nivel de vida, ocasiones de viajar con toda naturalidad de un país a otro, etc. etc. Eso sí, con una retribución económica no siempre acorde con las horas de trabajo al margen de horario y esfuerzo, que ellos, por ser jóvenes llevan bien, hasta con gusto -¡cómo no!- pero en detrimento de una humanización de sus vidas que es el mejor tesoro al que el hombre tiene derecho.

Porque estos hijos nuestros, a los que hemos expuesto y sin damos cuenta hemos empujado a vivir de este modo - y encima presumimos de ello- se pueden encontrar en esta doble situación:

- si son solteros, por la vorágine en la que están metidos, no tienen tiempo de encontrar acertádamente con quien casarse (otra cosa en pasárselo bien);
- y si están casados, estas circunstancias no favorecen para nada lavida de familia y la educación de los hijos.

Y así pasan los años, por su puesto, bien acomodados "a su manera", viviendo a tope, con prestigio social y tal vez envidiados por cuantos desde fuera, los consideran
con suerte y privilegiados, pero que sino han captado la existencia de los valores huma­nísticos y espirituales, pueden quedar a mitad de camino de lo que es una vida humana plenamente vivida en plenitud.

¡Ah! La última trampa sorpresa que aguarda a estos altos ejecutivos es la triste realidad de estos hombres que, al rondar los 50 años, las empresas por las las que tanto lucharon y se entregaron, se las juegan con el artilugio acaramelado de las ventajas de la jubilación anticipada.

De pequeño, me sobrecogía cuando veía en las películas a los esclavos de Egipto construir aquellas pirámides. Hoy, no dejo de sobrecogerme de nuevo al ver la suerte de nuestros hijos, sin tiempo para vivir y gozar de aquellos otros valores profundamente humanos que ni siquiera han descubierto. Estos universitarios de hoy, hijos de la información. y la informática, son a veces auténticos esclavos del progreso que si no cargan ladrillos ni piedras, caminan agobiados bajo el peso y congoja de los diplomas de cursillos y los títulos académicos, sin poder desasirse de las garras de la cruel competitividad


Vivir contra la verdad
Julián Marías
de la Real Academia Española
ABC 25/02/1999

Tengo que remontarme a los primeros días de 1947, a mi viejo libro «Introducción a la Filosofía»; en él me planteé una cuestión importante: las relaciones del hombre con la verdad. Enumeré varias posibilidades: 
- vivir en el ámbito de la verdad, 
- en el horizonte de la verdad,  
- al margen de la verdad. 
Después de caracterizarlas, añadí: «Por último, en cuarto lugar, es posible una situación extremadamente anormal y paradójica, que es la de vivir "contra la verdad". 

Y es -no nos engañemos- la dominante en nuestra época. Se afirma y quiere la falsedad a sabiendas, por serlo; se la acepta tácticamente, aunque proceda del adversario, y se acepta el diálogo con ella: "nunca con la verdad"... 

Y ¿por qué vivir contra la verdad? ¿Por qué esa voluntaria adscripción a la mentira en cuanto tal? La razón no es demasiado oculta: en el fondo, se trata simplemente del miedo a la verdad.»

Cuando alguien vive sobre ideas y creencias de cuya falsedad está convencido, siente que la presencia de la verdad destruye ese fundamento y con ello su «contra vida», porque la inautenticidad es el modo de «no ser» de la vida humana.

Decir esto en aquella fecha era improbable y no carecía de riesgos; lo grave es que, al cabo de más de medio siglo, esos párrafos tengan considerable vigencia. No total, ciertamente; el horizonte de la verdad está más abierto; se han disipado algunas inmensas ofensivas contra la verdad. Pero esa actitud persiste, y el temor a la verdad o el odio hacia ella no han desaparecido enteramente.

La verdad se detiene temerosamente ante algunas cuestiones, hechos, personas, que siguen gozando de un extraño «respeto». Se dice la mitad de la verdad, pero no se pasa de ahí. Se puede decir cuanto se quiera acerca de algún totalitarismo, pero se guarda silencio respecto a otros, incluso cuando son actuales y no pasados. 

Se dice que los nacionalismos de algunas naciones han tenido consecuencias funestas, atroces; pero los nacionalismos de lo que no son naciones -más falsos todavía- se dedican a segregar falsificaciones incontables. Espero con impaciencia el resultado del examen que la Real Academia de la Historia anuncia sobre los libros en que esta disciplina se enseña. A la mayoría de sus miembros, con los que me une excelente amistad, he pedido durante varios años que emprendan corporativamente esa tarea urgente, además de lo que individualmente habían hecho.

Se ha hablado en estos días de don Niceto Alcalá Zamora, con respeto y estimación, y de la reparación de un extraño agravio; pero se ha ocultado púdicamente que fue despojado, injusta e ilegalmente, de la Presidencia de la República, precisamente por los que habían pedido la disolución de las Cortes, es decir, por haberlos complacido, y que estuvo en grave peligro en ambas zonas de la guerra civil, lo que lo obligó al exilio.

Lo más grave es que estos ejemplos españoles no son más que una muestra de lo que en gran parte del mundo -la menos mala- se sigue practicando, y en el resto menos afortunado es la condición misma de la vida pública, lo que refluye angustiósamente sobre la privada.

Pero conviene precisar las cosas hasta donde sea posible. En el libro que he citado, en sus primeros capítulos, escritos en el otoño de 1945, recién terminada la Guerra Mundial, escribí una frase durísima: «La vocación de nuestro tiempo para la pena de muerte y asesinato». Pues bien, en el espacio de una generación, desde 1946, las cosas mejoraron sensiblemente. Se recobró en cierta medida el respecto a la vida humana, se dilató el margen de libertad; se inició un movimiento de solidaridad hasta con los enemigos- el Plan Marshall fue un ejemplo de bondad e inteligencia, que suelen andar juntas-. Hubo unas cuantas figuras que iniciaron, sin rencores y con fidelidad a lo real, la reconciliación, la reconstrucción y el comienzo de la unión de Europa.

No duró mucho esta bonanza. Si no me equivoco, hacia 1960 empezó el retroceso. Por esas fechas adquirieron fuerza y desarrollo los tres mayores males de este siglo: el terrorismo organizado, la difusión de la droga, la aceptación social del aborto. Comenzó igualmente el descenso de la calidad intelectual en casi todo el mundo, los primeros síntomas de una decadencia que nos amenaza cada vez más, a pesar de la fantástica capacidad creadora de este siglo, anulada por su olvido y abandono.

El origen de eso data de unos decenios antes, de la profunda perturbación de Alemania desde Hitler, que arrastró a otros países, pero treinta años después recibió refuerzos considerables. El año 1968 es símbolo de un recrudecimiento de la ofensiva contra la verdad, pero ya llevaba un tiempo de existencia. Si se hace el balance de lo que en aquellos años parecía la realidad, de lo que gozaba de ilimitado prestigio en todos los campos, se ve hasta qué punto se padeció una desfiguración admirablemente bien organizada y orquestada. Desde entonces han pasado muchas cosas, buenas y malas. Se han dilatado las posibilidades. 

Los peligros que corre la libertad persisten, por supuesto, pero son menores. No hace falta particular heroísmo para decir lo que se piensa -durante bastante tiempo no era demasiado fácil,-. Son muchos los que sienten temor de que se les recuerde lo que dijeron, escribieron o hicieron en épocas pasadas.

Al menos, ahora se puede ejercer y proclamar lo que se considera verdadero y justo. Lo grave es que no se aproveche ese precioso margen de libertad, que permite una vida digna, sin rubor ni desaliento.

Creo que el mundo que va a existir desde ahora puede ser incomparablemente mejor que el que todavía persiste, con la sola condición de que se viva de acuerdo con las posibilidades reales que ya existen en la porción del mundo que debería ser orientadora del conjunto si decidiera ser fiel a lo que debe ser su vocación.

Un programa para el siglo XXI podría ser: la reconciliación del hombre con la verdad.Y esto sería, por supuesto, la reconciliación del hombre consigo mismo. Es decir, con su condición personal, con su irrenunciable libertad, con su doble realización como varón y mujer, con su carácer histórico y a la vez proyectivo, son su moralidad y su esperanza, con su absoluta necesidad de buscar la verdad para nutrirse de ella. 

Paz y amor a la sombra de la cruz
El Valle de los Caídos es un monumento funerario para todos aquellos españoles que lucharon en uno u otro bando que fallecieron durante la fratricida Guerra Civil Española.

Una buena noticia y una buena decisión del Gobierno: reabrir el Valle de los Caídos. Durante meses, siguiendo además los consejos del padre abad, que es uno de tantos modelos como proporciona el benedictismo, he guardado silencio para que mis palabras no pudieran ser interpretadas fuera de su trayectoria. Pero es importante que, con datos históricos, demos a conocer lo que significa ese monumento que, desde la profundidad honda de la carretera, contemplamos por medio de una cruz. Normalmente en memoria de una guerra todos los países alzan monumentos para recuerdo de los suyos. Pero no es éste el caso del mausoleo de Cuelgamuros, ya que, desde el dolor profundo de una Guerra Civil que hubiera debido evitarse, se pensó en que el recuerdo fuera para los caídos de uno y otro bando, buscando el arrepentimiento y la rectificación. Para un agnóstico esto puede decir poco, pero para un católico, el único signo que hace posible entender esta manera de sentir y de pensar, es la cruz, pues Cristo murió en ella perdonando incluso a sus enemigos. En un primer momento hubo, dentro del bando nacional, quienes se opusieron a la idea: el monumento debía invocar únicamente a los de su propia línea. Pero Franco y los que le apoyaban insistieron en que ésta era la línea a seguir: superando los odios, que los católicos pudieran elevar sus oraciones, al pie de la cruz, por todos aquellos que fallecieran en uno y otro bando.

Dos cardenales vinieron a confirmar el dato. Primero fue Roncalli, que visitó las obras a punto de concluirse. Luego fue Ratzinger, que había estado dando lecciones en los cursos de El Escorial y pidió que le llevasen hasta la comunidad benedictina. Ambos bendijeron la idea. Y ambos llegaron a ser Vicarios de Cristo, Juan XXIII y Benedicto XVI, respectivamente. Para que no hubiera dudas el Papa Juan, «el bueno» decidió enviar al Valle, erigido en basílica, una pequeña astilla del «lignum crucis» otorgando indulgencia plenaria a quienes, el día de Viernes Santo, participasen en los oficios religiosos. Pido a los agnósticos que nos comprendan y respeten nuestra fe de católicos: nada es tan importante como esa indulgencia lucrada en el día clave en que se recuerda que Cristo murió por nosotros. Nada tiene que ver con la política y mucho en cambio con el amor, que es fundamento de la paz.

En ningún momento se pensó, antes de la inauguración, que el Valle pudiera convertirse en tumba de José Antonio Primo de Rivera y de Francisco Franco. Conviene puntualizar. José Antonio había sido llevado a El Escorial, mausoleo que desde el siglo XVI es un signo religioso para la modernidad. Pero en una de sus entrevistas con el Generalísimo, don Juan de Borbón, con toda razón, se quejó: El Escorial era tumba de reyes y así debía ser conservado para la Monarquía que iba ser restaurada. Se aceptó el razonamiento y se consultó a la familia de José Antonio, que dio su aquiescencia para que los restos fueran llevados al Valle. Tal es la razón de este emplazamiento que a nadie debiera molestar. Por su parte Franco había preparado para su tumba un panteón en el cementerio de El Pardo y nunca mostró ninguna intención de que se le sepultara en el Valle. Pero en el momento de su muerte, el Gobierno, con la firma del Rey, decidió solicitar de la abadía permiso para el enterramiento, y así se hizo. No cometamos errores; estamos ante un término de llegada y no un punto de partida.

El Valle es pues un monumento funerario para todos aquellos católicos que en uno u otro bando fallecieron durante la Guerra Civil. No olvidemos la reflexión de Wellington: los daños de una guerra los sufren primero los que la pierden, después los que la ganan. Y el único modo de escapar de esta trampa es el perdón y la reconciliación. Ha pasado más de medio siglo desde que el Valle se inaugurara. Estamos pues en mejores condiciones que antes para entender este mensaje profundo que se difunde desde los brazos de la cruz. Nadie tiene derecho a hacer política desde ella. Pero tampoco se debe renunciar a ese profundo sentido religioso que, cada día, en la misa, está penetrando en la esencia misma de la sociedad. La sombra de Montecasino, nacida cuando Roma agonizaba, ha llegado hasta las cumbres y valles profundos del río Guadarrama. Es un gran regalo. Pues el benedictismo constituye la raíz primera de Europa, al enseñar a los seres humanos que son dos las dimensiones de su existencia, «ora et labora», y tres los tiempos en que se desenvuelve la existencia. El benedictismo, representado allí o en Montserrat por un grupo de monjes, está haciendo, a España y a Europa, el más precioso donativo que se puede imaginar: Dios es amor, como insiste en recordarnos el Papa, que, para sí, ha escogido precisamente el nombre de San Benito. España necesita de ese recuerdo profundo. Alejemos los odios que nos apartaron del camino recto y nos llevaron a la senda equivocada. Retornemos a nuestras raíces, entre las cuales el reconocimiento de los derechos de gentes y de la libertad personal son factores esenciales.
Estos son los datos que un historiador debe comunicar a sus compatriotas. En modo alguno debemos entrar en polémica. Quienes, en Cuelgamuros participan en esos Oficios de Viernes Santo desde el árbol de la fe lo entienden bien: hay una especie de luz que penetra en el corazón del hombre y le está insistentemente repitiendo esas palabras clave: no odies sino ama.
MEMORIA HISTÓRICA

LETANÍA DE LA LENGUA ESPAÑOLA

Lengua de Berceo. Lengua de Cervantes. 
Lengua de Espronceda. Lengua de Gracianes. 
Lengua de Machados. Lengua de Sanjuanes. 
Lengua de Teresa. Lengua de diamante: 
Ábreme la boca para que te cante.

Lengua como espada de Conquistadores. 
Lengua de plebeyos. Lengua de señores. 
Lengua de encendidos santos rezadores. 
Lengua de las plantas. Lengua de las flores. 
Lengua de pastores y de emperadores.

Lengua de las tierras. Lengua de los mares. 
Lengua de las casas. Lengua de las calles. 
Lengua de los huertos y los hontanares. 
Lengua de los libros. Lengua de los bares. 
Lengua de las guerras. Lengua de las paces.

Lengua capitana. Lengua que es marquesa. 
Lengua soberana, que domina y besa. 
Lengua que es de oro. Lengua que es de seda. 
Lengua de comedia. Lengua de tragedia. 
Lengua que el obispo consagra en la iglesia.

Lengua de exabruptos. Lengua de ternuras. 
Lengua de atamientos y desataduras. 
Lengua a ras de suelo y de las alturas. 
Lengua de verdades. Lengua de imposturas. 
Lengua de notarios, juristas y curas.

Lengua de mañanas y de atardeceres. 
Lengua en la que caben todos los saberes. 
Lengua de los viejos y los bachilleres. 
Lengua para el cambio de los pareceres. 
Lengua nombradiza de casas y enseres.

Lengua bullanguera. Lengua cristalina. 
Lengua de los hombres y lengua divina. 
Lengua ciudadana. Lengua campesina. 
Lengua que avasalla. Lengua que acaricia. 
Lengua que subyuga. Lengua que abomina.

Lengua mecedora de cuentos e historias. 
Lengua de derrotas. Lengua de victorias. 
Lengua de la muerte. Lengua de la gloria. 
Lengua contra el cáncer “mesa petitoria”. 
Lengua merecida. Lengua meritoria.

Lengua de razones y de sinrazones. 
Lengua de amoríos y de corazones. 
Lengua en los altares y en los Cronicones. 
Lengua que se expande sobre los pendones. 
Lengua de palacios. Lengua de mesones.

Lengua para el llanto, para la sonrisa. 
Lengua para el viento y para la brisa. 
Lengua que desflora la mente insumisa. 
Lengua que en los cuerpos el alma desliza. 
Lengua que va al fútbol. Lengua que va a misa.

Callo y me persigues. Lengua de mi vida. 
Dices “yo te amo”. Digo “mía, mía”. 
Dices “alimaña”. Digo “cacería”. 
Dices “mariposa”. Digo “maravilla”. 
Dices “te convido”. Digo “gracias, niña”.

La Lengua, mi Lengua. ¿Qué otra cosa digo? 
La Lengua camina soñando conmigo. 
Es semilla y fruto, y es caña y es trigo. 
Es brazo amigable, refugio y abrigo. 
Es llave que abre, llamada y postigo.

Cuando yo me muera, ella estará altiva, 
porque ella es la fuente que mana agua viva: 
el laurel, la palma, la rosa, la oliva, 
la novia, la luna, la incauta cautiva, 
la que el sueño eterno desmiente y esquiva.

Me acuesto en la Lengua, nutritiva madre. 
Nadie me despierte, aunque sea tarde. 
Quinientos millones la lanzan al aire. 
Es del Universo su talla y su talle.
 ¡Árbol de la vida! Dejad que me calle.


CANCIÓN DE CUNA 
PARA LOS CORRUPTOS

Dormid, corruptos; 
dormid, bandidos; 
dormid, nefastos hijos del limo. 
(El sueño es tiempo negro fundido).

Dormid, dormid como benditos 
hasta que la Justicia 
desvele vuestros timos. 
En la cárcel tendréis el adecuado sitio 
para purgar las culpas y recibir castigo.

Parecíais ángeles, 
parecíais niños generosos, 
pero érais lenguas de doble filo 
los barcelonenses, los pujolistos, 
los mataíslas, los EREadictos, 
los “honorables hereus” y primos, 
los bigotudos de gur-delitos, 
los que vivías sueltos de capricho en capricho…

A todos, todos, todos los mismos 
cazafortunas y corrompidos, 
trena que trena, 
jaula de grillos de pies y manos, 
me importa un pito.

Dormid, dormid, 
mis lindos pajaritos. 
Y cantad de una vez 
después de haber dormido.


La política y los mitos

«Vivimos en una atmósfera en la que se da supuesta un superioridad moral de la izquierda ¿De dónde ha salido ese mito?»

Cuando yo estudiaba, había un tema de Filosofía titulado «Del mito al logos». Yo por aquel entonces no terminaba de entender del todo eso del «logos», pero al fin conseguí vislumbrar que se trataba de explicar el mundo de una manera «lógica» en lugar de hacerlo de una forma mágica. Es decir, que los filósofos griegos se empeñaron en racionalizar la imagen o concepto que tenían del mundo en el que vivían. Mucho mejor así, claro está, que tener tragarse los cuentos y fantasías de los mitos. ¡La Historia de Occidente empezaba bien!

Luego, tras el oscuro paréntesis medieval, el Renacimiento entronizó el culto a la razón y la ciencia; la Ilustración primero y el triunfo de las ciencias experimentales después siguieron por la misma senda racionalista…, así hasta desembocar en nuestro siglo, en el que todos esperamos que la razón (v.gr. la ciencia y la técnica) aporte soluciones para todos los problemas. Parece, pues, que desde aquellos lejanos filósofos hasta nuestros días, hemos «progresado» y que los mitos han quedado atrás. Pues bien, yo pienso que no es así. Es más, digo que lo que ha ocurrido ha sido la creación de otro mito según el cual la Humanidad, iluminada por la diosa Razón, caminará inexorablemente hacia un futuro mejor y más feliz. Se ha producido una sustitución de un mito antiguo por otro moderno: el Progreso.

Empecemos por el mito derrotado, el de la edad de oro. Lo cuenta maravillosamente Ovidio en su obra Metaformosis: «Surgió primero la edad de oro, que, sin autoridad ninguna, de forma espontánea, sin leyes, se practicaba la lealtad y la rectitud. los pueblos, sin necesidad de guerreros, disfrutaban tranquilamente la dulzura de la paz...». Cervantes lo refleja también, si bien de forma irónica y nostálgica (échese un vistazo al discurso de Don Quijote a los cabreros. cap. XI). Según este mito, desde nuestros orígenes, no habríamos hecho otra cosa que descender, alejándonos de la verdadera felicidad. Ahora mismo, estaríamos en algo así como la «edad de hojalata».

En cuanto al mito progresista, empieza a gestarse ya con el Cristianismo: el pecado original nos expulsó del Paraíso y Jesucristo nos redimió, prometiéndonos otro paraíso. Después de nuestra corta vida material en la tierra, disfrutaríamos de la beatitud y la bienaventuranza espiritual durante toda la eternidad. Luego vinieron la Ilustración, el Liberalismo y K. Marx, y el mito cuajó: la Humanidad irá pasando por etapas cada vez más prósperas hasta llegar al paraíso comunista. Los dictadores proletarios administrarán, en nuestro nombre, el conocimiento científico-técnico, al servicio de la sociedad sin clases.

Creo no equivocarme al decir que en los ambientes progres se suele admitir sin discusión alguna la «superioridad moral de la izquierda». Es un hecho comprobado: los políticos o votantes de derecha suelen avergonzarse de su opción, mientras que los del otro lado presumen de ella sin ningún rubor, «urbi et orbi». Me malicio que eso obedece a que la sociedad en masa se ha tragado como si tal cosa este nuevo mito. ¿De dónde ha salido, si no, este prejuicio de la pretendida superioridad de la izquierda? Tiene que ser por eso. Hoy nadie quiere ser calificado de retrógrado, carca, nostálgico del pasado…, es decir, «antiprogresista». Reconozcámoslo: vivimos en una atmósfera impregnada de los átomos de este mito, respiramos su aire, querámoslo o no.

Y sin embargo, lo justo sería seguir el consejo de aquellos lejanos filósofos griegos: revisar nuestras creencias, arrinconar los prejuicios y fiarnos solo de la razón; desconfiar, pues, de este nuevo mito, que en tanto que mito, es falso. Porque, dejando aparte el hecho que haya otros mitos, nadie garantiza que no pueda haber retrocesos gigantescos (la primera entrega de El planeta de los simios nos lo advertía), ni que nuestra industrializada sociedad nos conduzcan inexorablemente a un buen fin; o que sea mejor, a veces, quedarnos en el nivel que hemos alcanzado («virgencita, virgencita que me quede como estoy»). Esto último, en la política, se ve con toda claridad. Un simple ejemplo, capítulo «descentralización del Estado»: ¿es sano y bueno el nivel de descentralización alcanzado? ¿Hasta qué límite es prudente «progresar» en esa dinámica? Cualquiera de los logros alcanzados en nuestra democrática España podría ejemplificarlo: ¿no sería bueno, en estos momentos, desacelerar un poco, asimilar lo conseguido, replantear, pulir, perfeccionar?

En cuanto a los gobernantes actuales, en cuyas manos estamos, tan progresistas ellos, educados en instituciones nada fiables como lo demuestran tantos doctorados de purpurina y tanto máster de dudosa solvencia, me atrevo a decir que la mayoría ha estudiado poco y ha divagado mucho. Se metieron muy pronto a «jugar a la política», pertrechados de unos conocimientos malamente hilvanados con el hilo de los tópicos progresistas. ¿Confiaremos en ellos en estos tiempos tan complicados en los que más que títulos y honores fingidos necesitamos honradez, altura demiras, cintura política, trabajo bien hecho…?

*Francisco Javier Diosdado Moras 
es catedrático de Literatura


VIRXE MARÍA, NAICIÑA DO CEO
(José A. Cantar Mariño)

VIRXE MARÍA, NAICIÑA DO CEO
CORAZÓN FIRME ACOLLENDO A XESÚS.
VOZ GARIMOSA, SINXELA E HUMILDE,
NAI DOS QUE SOFREN E ESTÁN XUNTO A CRUZ.

Ti sempre escoitas a voz do máis débil,
ti sempre axudas a quen ten dor.
Nai garimosa, acóllenos sempre
e nunca te esquezas de estás xunto a nós.

Ti que nos brazos, tiveches a Cristo,
fuches escrava donosa a Deus.
Virxe María, naiciña dos homes
gárdanos sempre como fillos teus.


"El desprendimiento y el hacer algo bueno por los demás para Cándido no es una opción sino una responsabilidad, y siempre estaremos agradecidos por cada una de sus obras, por cada uno de los minutos que pasamos con él.
Quizá en este momento ama la vida como jamás la ha amado nunca, no solo su vida sino la vida de todos... Nos impulsa como maestro que es, a que hagamos las grandes preguntas:
¿Quién soy yo? ¿A dónde voy? ¿Cuánto tiempo me queda? Nos trasmite el dolor de la lucidez". Oscar Núñez, cinéfilo
"Una vez más gracias por abrirnos los ojos y arrojar luz, frescura y su visión prismática de todo cuanto acontece. 
Gracias por hacernos cosquillas en nuestros cerebros invitándonos a no ser indiferentes, a que todos y cada uno de nosotros en nuestras respectivas atalayas seamos críticos y asimismo permeables a cuando nos rodea y sucede". Juan Carlos Gundín, físico

Antonio Molina - Adiós a España

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