Prólogo
Más de ocho lustros han transcurrido desde el día en que me propuse recoger y anotar en mi cartera todos aquellos medicamentos nacionales que, por tradición o por nuevos descubrimientos, hubiesen sido reconocidos como beneficiosos a la humanidad. Más de una vez en las épocas tranquilas de la República desde 1821 en los favorables períodos de su marcha progresiva (que han sido pocos y de corta duración), he lamentado que el Gobierno de mi patria no hubiese pensado en la conveniencia de que los gobernadores de las provincias hiciesen recoger en ellas los preciosos específicos con que los indígenas nos han asombrado tantas veces en sus aplicaciones a las más graves y desesperadas dolencias, con mengua de la ciencia, transportada a estas regiones desde la culta Europa. Semejante medida habría, sin duda, impedido que a la desaparición de aquella raza naturalmente reservada para transmitir los frutos de su instinto médico y los experimentos obtenidos a otros que a sus hijos, se llevase al sepulcro unos conocimientos que yo me atrevería a llamar tesoros inapreciables; sí, riquezas positivas que, poseídas por la actual y las venideras generaciones, necesariamente habrían de dar importancia, honra y gloria a Venezuela. Empero, desgraciadamente, se ha perdido ya un tiempo precioso. La raza indígena casi ha desaparecido de este país, llevándose sus secretos y dejándonos bien poco que hacer para alcanzar el fin propuesto. No obstante, para que no se pierda del todo lo que la casualidad haya conservado en la memoria o en los apuntes de algunos venezolanos impresionados del espíritu de nacionalidad, aún puede hacerse mucho.
Si no el Gobierno, que según parece ha desestimado como una medida de su resorte de adquisición de esos conocimientos de la medicina natural de que me ocupo; o que, estimándola, se ha visto constantemente embarazado en otros trabajos inmediatos y vitales para la nación, sería de desear que algunos ciudadanos, especialmente aquellos que se hallan dotados de conocimientos en la materia, se propusiesen hacer tan importante servicio al país. Ya hemos visto que al publicar el señor licenciado J. M. Benítez su obra titulada Principios para la materia médica del país, ha contribuido con un contingente que, aunque pequeño, es muy digno del reconocido mérito de tan acreditado profesor y muy propio del que aspira a testificar su amor a la patria y a la humanidad. Sábese también que el señor doctor José María Vargas, cuyos altos conocimientos en la ciencia médica y botánica eran notorios, se ocupó durante su preciosa existencia en acumular las materias para la publicación de una obra más grande; y es de esperar que no falten algunos otros venezolanos que se dediquen asimismo a la exploración de una mina acaso más rica y productiva para la humanidad que las de oro y plata descubiertas en Venezuela.
Yo, por mi parte, no he hecho otra cosa al publicar el presente opúsculo que seguir los impulsos de mi natural inclinación a una ciencia a la cual debí consagrar mis estudios en la juventud; pero habiéndome sido imposible en una época en que la libertad de la patria era el único pensamiento de sus hijos, he debido, no obstante, rendirles mis homenajes en la vejez. Además, yo he querido manifestar con este hecho la conveniencia de que despierte entre nosotros el espíritu de nacionalidad; porque para mí que tengo todo aquello que tienda a dar realce y gloria a la tierra que nos dio el ser, y que con orgullo podemos decir que hemos elevado del fango colonial a la cúspide del heroísmo, es propio de los que comprenden todo el mérito de la transformación: es digno de los que respiran el aire puro y balsámico de nuestra hermosa América.
Defectuosa será mi obra, muy defectuosa; pero ¿qué más pudiera esperarse de quien no aspira a otro galardón que el que le ofrece su conciencia y perseverancia en reconocer y anotar unos medicamentos, encubiertos unos con el velo del misterio y obtenidos los más merced a menguados informes o mal combinadas explicaciones, sino otro fin que el de hacer un beneficio a la humanidad? Defectuosa será también mi obra porque he pretendido hacer uso en muchos casos del tecnicismo de la ciencia, sin conocerla, y he procurado en otros explicarme con la claridad posible a fin de que ella estuviese al alcance de todos. Defectuoso, en fin, será mi trabajo porque él es superior a mis fuerzas, y harto atrevida ha de parecer la pluma que escribe sobre una materia que desconoce el que la lleva sobre el papel, y esto a la faz de tantos y tan esclarecidos facultativos. Fácil es, pues, deducir de lo expuesto que aspiro, como tengo derecho a esperarlo, a la indulgencia de los profesores y a la consideración de los que, como yo, solo tengan ligeras nociones de la medicina doméstica.
Debo concluir este preámbulo, y al hacerlo, tócame suplicar a los que tengan la bondad de leer la presente obra que no se sorprendan con la descripción de algunos de los medicamentos apuntados en ella, estimándolos como fabulosos e infieles. Preciso es que se reflexione antes de fallar, que son impenetrables los secretos de la naturaleza y que es necesario respetar los hechos y someter, ante los resultados, las vanas teorías y las opiniones que tiendan a pugnar con la reina de la sabiduría, la poderosa e invencible experiencia. No es mi ánimo al expresarme así sostener la infalibilidad de algunos específicos que acaso han sido ensalzados por las preocupaciones que en los pasados siglos de ignorancia se sobreponían a la razón:
eso lo decidirán los experimentos que cada cual es dueño de hacer sobre ellos. Yo repetiré lo que dije más arriba: no he hecho otra cosa que traer al libro un resumen de todo cuanto he podido recoger de los labios del labrador inocente, del indígena curandero, del anciano experimentado, sin considerarme autorizado para omitir lo que pareciera increíble ni lo que yo graduara por una mera ficción. Tócales a los profesores de la ciencia médica hacer estas averiguaciones; tócales examinar las virtudes de los medicamentos que les presento y, en fin, les toca ofrecernos otros si ellos no son exactos, si ellos no producen los beneficios que yo me he propuesto, si ellos difieren de los resultados que yo he alcanzado en los que he tenido la ocasión de examinar. Además, los médicos están en el deber de contribuir con sus luces a perfeccionar la empresa contrayéndose a una materia tan digna de su humanitaria profesión.
Venezuela vería con orgullo la obra en que se encontrasen acumulados y explicados científicamente los tesoros medicinales de que sus progenitores hacían uso; y la humanidad y el mundo leería con asombro en este libro nacional los portentosos secretos revelados a los hijos de las selvas americanas por la madre Naturaleza.
El autor
Gerónimo Pompa ilustre guatireño
sepultado en el olvido
El presente artículo fue publicado en el diario El Universal el 9 de enero de 1992. Fue escrito por el historiador tachirense Servio Tulio Forzán Dagger, a quien debemos agradecer que haya rescatado del olvido la figura de este insigne ciudadano, quien vivió en la casona de El Palmar, destruida en el año 2009 por negligencia del Alcalde y los Concejales del Municipio Zamora. En esa vieja casa también nació su célebre hijo Elías Calixto Pompa, el poeta de las familias hispanoamericanas del siglo XIX. Del citado artículo, transcrito literalmente, hemos resaltado en cursivas subrayadas los títulos de las obras del personaje.
Son escasos los datos sobre la vida de don Gerónimo Pompa, quien tenía especial afición a las bellas letras. Su mejor trabajo, “Medicamentos Indígenas”, libro de gran éxito de ventas y en donde evidencia el autor sus sentimientos de humanidad y su deseo de dar a conocer a las generaciones venideras los recursos medicinales de nuestra flora, abundante, por cierto, en plantas que contienen principios utilizables en terapéutica. raciadamente, la época en que vivió don Gerónimo Pompa fue una época de pugnas y disidencias políticas en que las aplicaciones científicas para curar las enfermedades eran poco menos que inexistentes. Sin embargo, este insigne hijo de Guatire, que nació en 1810, no se dejó desanimar por las guerras civiles que arrasaban los pueblos y campos de la Venezuela de ese entonces. Antes por el contrario, su amor a la patria y su deseo de verla progresar lo animaron a cooperar, con varios facultativos, en el establecimiento de la Sociedad Médica de Caracas, fundada el 3 de noviembre de 1827 por decreto del Libertador.
Así fue como Pompa tuvo oportunidad de hacer amistad con personajes de su época. Conoció, entre otros, a Simón Bolívar, José María Vargas, Juan Manuel Cajigal (el venezolano), José Antonio Páez… Su nombre figura también en la Constitución de 1857 como diputado por la Provincia de Caracas y aparece asimismo entre los promotores del primer Ateneo de Caracas en 1852. Aparte de esto, este hombre excepcional estaba dotado de cierta imaginación poética. Testimonio de ello son: “A la inteligencia”, “Las palmera del prado” y “Las flores parleras”, poesía lírica, publicada en Caracas por la imprenta de Valentín Espinal en 1847. A más de esto, escribió algunas comedias, como “El amor casado”, comedia sentimental en verso, que dio a conocer en 1850 y “El libertino arrepentido”, comedia sentimental en tres actos, editada en Caracas por la imprenta de A. Damirón en 1838. Dejó igualmente artículos sueltos en prosa como “El poder monetario”, “Las modas de Paris”, “No jugar más”, “Una noche y un sueño”. Tradujo del francés “Hermano y hermana”, opereta en un acto fechada el 31 de octubre de 1863 y también tradujo del francés la “Historia fisiológica de la generación humana o arte de procrear el sexo que se quiera”, obra de Jacques André Millot (1728-1811). Redactó además un proyecto de ley en 1845 para establecer en Venezuela un Instituto Industrial. Fue, sin duda, Gerónimo Pompa literato por vocación. De ahí que su nombre fuese incluido en la lista de escritores venezolanos elaborada en 1895 por don Manuel Landaeta Rosales.
A esto hay que añadir que hizo excursiones por pueblos, montañas, campos, valles, llanos, cerros, ríos, pantanos y quebradas de Venezuela, estudiando en todo tiempo nuestra flora y arrostrando los mayores peligros de aquella naturaleza salvaje. Vez hubo que iba de a caballo o a pie; otras veces en piraguas o en curiaras, vadeando ríos y afanado siempre por sacar a luz los tesoros encerrados en la rica naturaleza de nuestra patria “que poseída por la actual y venideras generaciones –escribe el propio Pompa-, necesariamente habrían de dar importancia, honra y gloria a Venezuela”. Cuarenta años dedicó este esclarecido compatriota a tan acuciosa labor, hablando mano a mano con la gente del pueblo para traer al libro toda aquella medicina doméstica que recogió “de los labios del labrador inocente, del indígena curandero, del anciano experimentado”. Así pues, con devoción a su suelo y a sus tradiciones, con sacrificio y laboriosidad llegó a sazón el fruto de sus desvelos, “Medicamentos indígenas”, su célebre obra, cuya primera edición titulada “Colección de medicamentos indígenas y sus aplicaciones”, salió de la imprenta de J. A. Segrestáa en 1868, en Puerto Cabello. Luego se reeditó en 1889, 1897 y 1910 en Caracas. Recoge Pompa en este libro 456 recetas y se han hecho hasta el presente cerca de sesenta ediciones. Se ve, pues, que este libro ha gozado del favor del público latinoamericano. Lo que nos hace pensar que Gerónimo Pompa ha sido el más leído de los escritores de Venezuela.
Para concluir, nos basta agregar que este botánico de nuestra flora se casó con Gerónima Lozano en enero de 1834, cuando tenía 24 años de edad. El 14 de octubre de 1837 nació en Guatire su primer hijo, Elías Calixto Pompa, el que había de ser insigne poeta *. Recorrió además gran parte de Venezuela, dejando en esos lugares el recuerdo de su simpatía y de su abierta modestia. No buscó jamás dignidades y sus excelencias mejores puso la vida en este venezolano admirable. Porque nada de lo humano le era ajeno y fue un defensor de los ideales de la libertad y la justicia. Murió en Caracas en 1880. Hoy día su memoria aún vive entregada almas completo silencio. Guatire, su pueblo natal, en ningún tiempo le ha rendido homenaje alguno. Es pues, una obligación moral redimir su esclarecida memoria del olvido.
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* Elias Calixto Pompa, poeta venezolano (1834-1887), expone en esta serie de tres sonetos sus ideas acerca del empleo más noble que puede dar el hombre a la vida: de niño, enriquecer su mente con el estudio; de joven y en la edad viril, trabajar activo, para tener la satisfacción de conquistarse el bienestar y la independencia, gracias al propio esfuerzo; y, ya anciano, gozando en paz del merecido descanso, ilustrar a la juventud con la luz de sus sabios consejos.
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ESTUDIA
Es puerta de luz un libro abierto:
Entra por ella, niño, y de seguro
Que para ti serán en lo futuro
Dios más visible, su poder más cierto.
El ignorante vive en el desierto
Donde es el agua poca, el aire impuro;
Un grano le detiene el pie inseguro;
Camina tropezando; ¡vive muerto!
En ese de tu edad abril florido,
Recibe el corazón las impresiones
Como la cera el toque de las manos:
Estudia, y no serás, cuando crecido,
Ni el juguete vulgar de las pasiones,
Ni el esclavo servil de los tiranos.
TRABAJA
Trabaja, joven, sin cesar trabaja:
La frente honrada que en sudor se moja,
Jamás ante otra frente se sonroja,
Ni se rinde servil a quien la ultraja:
Tarde la nieve de los años cuaja
Sobre quien lejos la indolencia arroja;
Su cuerpo al roble, por lo fuerte, enoja;
Su alma del mundo al lodazal no baja.
El pan que da el trabajo es más sabroso
Que la escondida miel que con empeño
Liba la abeja en el rosal frondoso;
Si comes ese pan serás tu dueño,
Mas si del ocio ruedas al abismo,
Todos serlo podrán, menos tú mismo.
DESCANSA
Ya es blanca tu cabeza, pobre anciano;
Tu cuerpo, cual la espiga al torbellino
Se dobla y rinde fácil; ya tu mano
El amigo bordón del peregrino
Maneja sin compás, y el aire sano
Es a tu enfermo corazón mezquino.
Deja la alforja, ve, ¡descansa ufano
En la sombreada orilla del camino!
Descansa, sí, mas como el sol se
acuesta, Viajero como tú, sobre el ocaso,
Y al astro que le sigue un rayo presta:
Abre así con amor tus labios viejos
Y alumbra al joven que te sigue el paso
¡Con la bendita luz de tus consejos!
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PLANTAS MEDICINALES RECOMENDADAS
POR LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA
AUXILIO Y BENDICIÓN DE SUS HIJOS
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Gracias amig@ de la palabra amiga.
"Nos co-municanos, luego, co-existimos".
Juan Carlos (Yanka)