El daño antropológico
en la sociedad cubana
Los cubanos precisamos identificar y reconocer el daño antropológico que padece nuestra sociedad, sus causas y manifestaciones. Es fundamental para sanar heridas, rehumanizar el ecosistema social y construir un mejor país.
Invitación a un espacio de palabra contra la desmentida
Los daños físicos y traumas provocados por una guerra o un desastre natural, generan fácilmente sensibilidad, comprensión y solidaridad. Sin embargo, existen otros más sutiles, menos visibles, que laceran la integridad del individuo y afectan a la nación. Cuando se prolongan en el tiempo terminan naturalizándose y deshumanizándonos.
Todos los sistemas políticos generan efectos psicosociales negativos; pero en ciertas condiciones estos se tornan críticos, depende de cómo las personas y la sociedad consigan lidiar con ellos. La academia latinoamericana se ha referido, desde los pasados años noventa, al «sufrimiento ético político», «daños psicosociales», «trauma psicosocial» y «daño país».
La noción de «daño antropológico», aporte de la intelectualidad cubana de esos años, dialoga y amplía esas referencias. Alude a las consecuencias psicosociales del modelo de sociedad establecido en Cuba; a un escenario sombrío y un daño profundo que abarca todas las esferas. Algunas de sus expresiones son el servilismo, el miedo a la represión, al cambio y la falta de voluntad. Las consecuencias van desde lo individual a la familia y la sociedad: pérdida de opciones, baja reproducción, odio, rabia, reto, sufrimiento, duelo, incertidumbre.
Causas y efectos acumulados
Varias son las causas: excesiva dependencia del Estado, características del sistema educativo, crisis y carencias permanentes, poderosos mecanismos de control social y ruptura familiar. Las políticas para uniformar a la sociedad, el irrespeto hacia las libertades individuales, el predominio de un discurso épico que invoca al sacrificio y la polarización; también han sido importantes. El monopolio estatal de los medios de comunicación, el aislamiento prolongado respecto al mundo y la manipulación política hicieron su parte.
Es preciso reconocer que este tipo de daño tiene dos componentes. El que lo propina —muy frecuente cuando el gobierno no es deliberante y apela más a las emociones y la retórica patriotera que al raciocinio—, y el que lo asimila, sea por influencia de un líder carismático, de los medios de comunicación, por reproducción acrítica e inercia asociativa. Resultado de ello es que el individuo pierde su libertad individual y la capacidad de entrenar su inteligencia generando ideas y proyectos propios, por tanto, se hace fácilmente manipulable.
Cuando se despersonaliza al individuo y este entra en contradicción con sus propios valores, puede afirmarse que hay daño antropológico como efecto. Al instalarse el miedo al perjuicio físico, moral, al aislamiento, al exilio o al «insilio»; se generan actuaciones degradantes que muestran lo mismo. También se manifiesta cuando la persona vive una realidad diferente a la que se le presenta; o cuando hay pérdida de autoestima, inmovilismo, desesperanza, falta de proyectos de vida, ineficiencia emocional, inhibiciones, etc.
Hace años observé algunos videos de protestas cívicas en diferentes partes de Cuba. Eran poquísimos sus protagonistas. El público ni se sumaba ni contrarrestaba. Unos miraban asombrados y otros se alejaban cautelosamente, mientras, la policía recogía a los desobedientes. El pueblo ignoraba los hechos y yo recordé con pena a George Orwel y su 1984.
Coyuntura crítica
La mayoría del pueblo cubano vive hace años en condiciones precarias como resultado de la acumulación y persistencia de la crisis estructural sistémica. El recrudecimiento del bloqueo, su manejo político en Cuba desde los noventa y la pandemia, nos han llevado a un punto clímax.
Los daños psicosociales han aumentado y aparecen patologías asociadas al estrés. Influyen en ello la crisis alimentaria y de medicamentos, la incertidumbre y los efectos psicológicos de la pandemia vinculados al aislamiento y al manejo de la propaganda. Esta última se enfoca en inocular en el pueblo una mentalidad culposa, una realidad distorsionada y la aceptación, como legítima, de la represión. Al tiempo, se perfeccionan poderosos mecanismos de control ciudadano.
Han pasado cinco años desde que viera aquellos videos. Actualmente son mayores la crisis y las protestas; también lo es la información vía Internet.
Ahora algunas personas son espectadores con celulares. Otras ejecutan actos de repudio orientados y protegidos por fuerzas políticas y represivas. En lugar de diálogo y negociación, crece el extremismo político enfocado en la lucha por destruir al adversario. Mientras, la mayoría se concentra en la sobrevivencia, evade el conflicto y canaliza su descontento en ámbitos privados y redes sociales.
Predominan el silencio, el inmovilismo y la permisibilidad.
Los indicadores empleados hace más de una década por el intelectual pinareño Virgilio Toledo López para describir el daño antropológico de la sociedad cubana, tienen en estos momentos mayor sustentación. Entre ellos: deterioro del sentido moral (la persona asume conscientemente actitudes y actos negativos contra sus propios valores); deterioro de valores; naturalización de la violencia; falta de ilusión; frustración; desconfianza de todo y hacia todos; discriminación; desigualdad; el poder real mal ejercido; el carácter deficitario de los servicios; la estrechez de miras como resultado de una formación precaria y despersonalizada; la corrupción generalizada; el soborno y el sociolismo como mecanismos de relación social e institucional; la mentira y la simulación.
El impacto del fenómeno no es homogéneo, pero alcanza de un modo u otro a todos. Estudiar y hablar del tema, comprender sus causas, manifestaciones y generar iniciativas resulta imprescindible para sanar la sociedad y construir un mejor país. Tal vez podríamos decir como Martin Luther King:
«No me duelen los actos de la gente mala, me duele la indiferencia de la gente buena».
Sin embargo, aunque duele, en Cuba muchas veces la indiferencia también es resultado del daño antropológico que padecemos. Comprenderlo también es un paso para rehumanizarnos y transformar.
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