viernes, 24 de marzo de 2023

"LA SALIDA DE LA LUNA (The Rising of the Moon)": Irlanda en el corazón de JOHN FORD por EDUARDO TORRES-DULCE 🚞

LA SALIDA DE LA LUNA 
(The Rising of the Moon): 
Irlanda en el corazón de John Ford


John Ford era un yanqui de Maine, con emociones sentimentales por la causa derrotada del Sur en la Guerra Civil, fenómeno histórico que le apasionaba y del que leía cuanto se publicaba, con especial predilección por Lee’s Lieutenants, un monumental tratado biográfico sobre los oficiales sureños que defendieron valientemente a la Confederación. Quizás ese homenaje sentimental a los hombres que combatieron por el Sur y que con frecuencia aparece en las películas de Ford le viniera de su naturaleza constitutiva de rebelde nato que le llevaba a enfrentarse con autoridades constituidas, con el puritanismo y la intolerancia en cualquiera de sus manifestaciones, y esa rebeldía procedía en buena medida de sus ancestros irlandeses, que le salía a borbotones en cualquier ocasión. Sus padres emigraron a Estados Unidos, como tantos otros compatriotas, huyendo de la pobreza, el hambre y un mañana sin futuro, pero conservaron íntegras sus tradiciones, la religión católica, nada beata, el folklore de canciones y leyendas, la animadversión a los ingleses y una muy profunda melancolía a menudo rayana en la ensoñación en la frontera de la depresión, las reuniones en las tabernas con canciones, tabaco, chismes y canciones, el respeto por la figura materna, el gusto por contar y escuchar historias fabulosas de sus gentes, la propensión por las peleas a puñetazos por cualquier minucia, los odios de clanes y tribus y el ingenio y el humor, un ingenio y humor de sabor celta y a veces indescifrable.

John Ford soñaba con una Irlanda que sabía que residía solo en los recuerdos embellecidos de sus padres, en la nostalgia por prados, playas, cottages, ríos, estrechos caminos, cercas de piedra, suave niebla que difumina todo, pelirrojas batalladoras por todo y ante todo por su dignidad, el mundo que pudo recrear en El hombre tranquilo a la vera de ese enorme novelista que fue Maurice Walsh, un mundo que con colores más oscuros había reflejado más tempranamente en el cine mudo con The Shamrock Handicap, Hangman’s House y más dramáticamente en El delator, en la masacrada The Plough and the Stars, y esbozada en El joven rebelde, que no pudo acabar. En El hombre tranquilo, la viuda Tillane intenta desengañar al entusiasmado Sean Thornton, un exboxeador que regresa a Irlanda y que quiere comprar White O’Mornin, el hogar en el que nació en Innisfree, porque su madre le hablaba de esa tierra como el Paraíso. En vano, porque los sueños, aun confrontados con la realidad, nunca se desvanecen si has convivido con ellos en los hornos siderúrgicos de Pittsburgh o en los crueles rings de boxeo.
"Una película, o tres películas, rodadas con la extremada sencillez relajada de una maestro, con la pulsión entrañable del poeta que canta, como a menudo hacía su admirado William Butler Yeats, lo que le rodea con emoción discreta y sin alharacas"
De esa feliz estancia durante el rodaje de El hombre tranquilo en Cong, cerca de las raíces familiares en Galway, a Ford le quedó la intranquilidad por volver a rodar en Irlanda y con su lejano primo, Michael Killanin, el futuro Lord Killanin, Presidente del Comité Olímpico, fundaron una productora, Four Provinces, con la que planearon filmar historias irlandesas. Solo rodaron una película en blanco y negro, The Rising of the Moon, de tres episodios, presentada por su amigo Tyrone Power, otro americano irlandés, que no funcionó en taquilla y que acabó sepultando ese proyecto.

Casi nunca se cita The Rising of the Moon cuando se habla de Ford. Nunca se estrenó en España y solo ocasionalmente se puede ver en televisión, y sin embargo es profundamente fordiana, una apasionada declaración de amor por Irlanda, sus gentes, su manera de vivir, su turbulenta historia; una película, o tres películas, rodadas con la extremada sencillez relajada de un maestro, con la pulsión entrañable del poeta que canta, como a menudo hacía su admirado William Butler Yeats, lo que le rodea, con emoción discreta y sin alharacas.

Tras los tres mediometrajes se ocultan tres magníficos literatos irlandeses, porque Ford, lector empedernido, conocía bien la literatura de su Irlanda. The Majesty of the Law es obra de Frank O’Connor, A Minute’s Wait la escribió Michael J. McHugh y 1921 o The Rising of the Moon es de Lady Gregory, la amiga y protectora de Yeats.
"Todo es reposado, como envuelto por una bruma tras unos tragos de moonshine, con el sabor de una conversación llena de recuerdos encubiertos y tradiciones jamás traicionadas"
Los tres episodios son bien diferentes. The Majesty of the Law posse el perfume suave de lo que ya se está marchando de nuestras vidas, de la Irlanda que a fines de los 50 añora un mundo de druidas, moonshine (el temible alcohol destilado clandestinamente), las contiendas tribales nunca olvidadas, la solidaridad de los vecinos, los lazos de amistad prolongados de padres a hijos, las charlas alrededor de una taza de té o alcohol cerca de un fuego de turba…

El viejo hidalgo cervantino Dan O’Flaherty, interpretado por un exuberante Noel Purcell, debe ingresar en prisión por no pagar la multa que le ha impuesto un juez por agredir a un vecino, una pelea con raíces milenarias de clanes. Tiene dinero y los amigos quieren pagarle la multa, como también se lo ofrece la víctima, pero O’Flaherty camina orgulloso a la cárcel, donde le espera su amigo, el inspector Dillon, que se acerca a la casa del réprobo solo para que éste no se sienta conminado sin más por una lejana ley. Todo es reposado, como envuelto por una bruma tras unos tragos de moonshine, con el sabor de una conversación llena de recuerdos encubiertos y tradiciones jamás traicionadas.
"El foco de Ford juguetea con ciertos impensables emplazamientos de cámara como si el torno de farsa, una representación teatral del Abbey Theatre, cuyos componentes pueblan el reparto, ayudase a comprender la ambivalencia del alma irlandesa"
En cambio A Minute’s Wait posee la vitalidad el caos irlandés ejemplificado en la parada, de solo un minuto, de un tren en una perdida y tranquila estación rural. El microcosmos humano, una especie de spin-off de los pequeños caracteres que pueblan el Innisfree de El hombre tranquilo, con la viveza de sus diálogos chispeantes de humor sardónico irlandés, su anticipación de un cierto absurdo tipo Beckett, otro irlandés trufado de ingenio; cada vez que el tren va a partir sucede algo que lo impide y, cuando al fin lo hace, un matrimonio inglés que va a una boda y que no entiende nada se queda en tierra. En la espera se conciertan bodas, se cuentan historias inacabadas de fantasmas, se evocan oscuros y humillantes recuerdos de antepasados del jefe de estación, se coloca una cabra en un compartimento de primera que deben desalojar los británicos, se carga en otro la cena de langostas del jubileo del Obispo o se festeja el triunfo de un equipo deportivo local, todo a un ritmo implacable, lleno de color local y poblado por maravillosos actores de carácter, personajes en sí mismos.

1921 o The Rising of the Moon posee en su base un sentido más dramático. Estamos en los Troubles, en la cruel rebelión de 1921, con los temibles Black and Tan a punto de ahorcar al joven líder nacionalista Sean Curran. La gente rodea la prisión rezando el rosario, un sargento uniformado de policía les vigila paternalmente, una conspiración para liberar a Curran que implica a unas falsas monjas sigue su curso. Pero el foco de Ford juguetea con ciertos impensables emplazamientos de cámara como si el torno de farsa, una representación teatral del Abbey Theatre, cuyos componentes pueblan el reparto, ayudase a comprender la ambivalencia del alma irlandesa, la de ese veterano sargento de policía irlandés que bajo el uniforme oculta un sentimiento indudable entre la compasión, el orgullo, el peso de la ley a la que le obliga el uniforme, tanto como lo que evoca cualquier recuerdo como el del cortejo juvenil a su esposa, que le lleva la cena y le reprocha que no haga nada por Curran.
"Hace frío y llueve esa noche irlandesa de ruido, farsa y lluvia, los pasquines de la recompensa con el rostro de Curran flotan en el agua sucia del puerto"
El puesto de vigilancia junto al Spanish Arch, junto a los muelles, la presencia irritante de las patrullas black and tan con su cruel prepotencia tan British, la equívoca insinuación de su esposa, una autocita fordiana a El delator, por la extravagante recompensa, 500 libras, que se ofrece por la cabeza de Curran, le tientan, mientras sospecha de un derrengado cantante de baladas que vagabundea zumbón con un carro tirado por un burro. Hace frío y llueve esa noche irlandesa de ruido, farsa y lluvia, los pasquines de la recompensa con el rostro de Curran flotan en el agua sucia del puerto, un carguero norteamericano aguarda en la barra y en el corazón del veterano sargento resuenan los versos de una balada revolucionaria, «The Rising of the Moon».

Todo eso es la Irlanda reservada en el corazón de John Ford, una película para degustarla a solas y compartirla luego con los amigos con una Guinness, una porter o un trago de whisky de malta en la mano y una canción sobre un wild colonial boy en los labios, si es posible mientras afuera el viento sopla con fuerza en una noche oscura de esas que el pequeño Michaeleen Og Flynn pensaba que eran ideales para planear pequeñas traiciones con los amigos.

***

The Rising of the Moon (La salida de la luna, 1957). 
Producida por Michael Killanin para Four Provinces. 
Dirigida por John Ford. 
Guion de Frank S. Nugent basado en el relato The Majesty of Law, de Frank O’Connor; y las obras A Minute’s Wait, de Michael J. McHugh, y The Rising of the Moon, de Lady Gregory. 
Fotografía de Robert Krasker. 
Dirección artística, Ray Simm. Vestuario, Jimmy Bourke. 
Música, Eamonn O’Gallagher. Montaje, Michael Gordon. 
Presentada por Tyrone Power. Interpretada por (The Majesty of Law) Noel Purcell, Cyril Cusack, Jack McGowran, Eric Gorman, Paul Farrell, John Cowley; (A Minute’s Wait) Jimmy O’Dea, Tony Quinn, Paul Farrell, Maureen Porter, Michael Trubshawe, Anita Sharp Bolster, Harold Goldblatt, Maureen O’Connell, May Craig, Godfrey Quigley; (1921) Dennis O’Dea, Eillen Crowe, Frank Lawton, Donald Donnelly, Dorren Madden, Maureen Cusfiack. Duración: 81 minutos.



El once de mayo de 1998, Garci nos sorprendió a todos con la emisión de The Rising of the Moon (La salida de la luna, 1957), de John Ford. Un director con más de un centenar de películas del que cualquier cinéfilo ha visto por lo menos las treinta o cuarenta más conocidas. No era el caso de esta. The Rising of the Moon no se había estrenado en España, ni en muchos países, por lo que ni los más viejos del lugar la habían visto. Sólo algunos privilegiados: ratones de filmoteca. En el coloquio con Garci aquella noche estaban Oti Rodríguez Marchante, Eduardo Torres Dulce y el gran Miguel Marías (a mi juicio el historiador de cine con mayor conocimiento que hay en España en los últimos cuarenta y tantos años). Fue de boca de Miguel Marías que oí por primera vez el nombre del escritor Frank O’Connor.

"Veinticuatro años más tarde me llega el libro Huéspedes de la nación y otros relatos, en edición de la casa independiente La Navaja Suiza"

El título "The Rising of the Moon" alude a una balada irlandesa que cuenta la hazaña de los United Irishmen contra los británicos en la llamada Rebelión Irlandesa de 1798. Pero la cosa no va por ahí. El film en blanco y negro y ambientado en la Irlanda de los padres de Ford (apellido paterno O’Feeny, antes O’Fearna), son tres episodios excelentes que adaptan tres cuentos. "The Majesty of the Law (La majestad de la ley)", traslada a imágenes el relato homónimo de Frank O’Connor, incluido en su libro Bones of Contention. A Minute’s Wait (Una parada de un minuto) se basa en una comedia teatral homónima de un solo acto, escrita por Martin J. McHugh en 1914 (un autor del que jamás he oído hablar). El tercer episodio es 1921, basada en la obra teatral "The Rising of the Moon", de Lady Gregory (Isabella Augusta Persse, igualmente ignota entre nosotros), que da título a toda la película en su conjunto: La salida de la luna.

Guardo un buen recuerdo de aquella película, que volví a visionar pocos años después. Me sonaba vagamente el nombre de Frank O’Connor (1903-1966). Pero, siendo sinceros, no sabía nada de él. Por mí como si se llamase Frank O’Hara o Frank O’Donnell. Olvidé su nombre.
Veinticuatro años más tarde me llega el libro "Huéspedes de la nación y otros relatos", en edición de la casa independiente La Navaja Suiza Editores, editada por Pedro Garrido y con traducción de Daniel Morales. Me pongo a leerlo con curiosidad y ¡boom! ¡Zás! Voilá.

"Es como si la historia me sonara, pero con otras imágenes. ¿Es posible que ya lo hubiese leído? Jamás. No he leído nunca nada del tal O’Connor"

Comienzo a leer el cuento "Huéspedes de la nación" (1931) y me atrapa sin remedio. Como un fogonazo. Lo acabo, del tirón, y me digo a mí mismo: es lo mejor que he leído del género antibélico. Luego leo el segundo relato incluido en el volumen, "Niños en el bosque" (1947) y, por primera vez en años, acabo con lágrimas en los ojos. Desde que había leído El príncipe destronado, de Delibes, no empatizaba tanto con un personaje infantil, con un niño literario. Una obra maestra absoluta escrita con una brillantez formal y una sensibilidad desbordante, fuera de lo común. Entonces, llega la sorpresa, inesperada: leo, esa misma noche, el tercer relato, "La majestad de la ley" (1936). A medida que lo leo me digo: 

«¿De qué me suena esto?». Es como si la historia me sonara, pero con otras imágenes. ¿Es posible que ya lo hubiese leído? Jamás. No he leído nunca nada del tal O’Connor. Sigo leyendo. Al acabarlo me quedo sorprendidísimo del profundo conocimiento del alma humana de su autor, de la vívida descripción tipológica de ese viejo irlandés que lo protagoniza. No puedo más. Recurro a San Google. Gugleo “Frank O’Connor Imdb”. ¡Bingo! ¡Es The Majesty of the Law! El episodio de la peli de John Ford que había visto en 1998. Claro. ¿Cómo no me había dado cuenta? Al fin. Me voy a dormir tranquilo.

Dos noches después leo del tirón los cuatro relatos restantes. Estremecimiento, diversión, brillantez; tradición y modernidad. Continúo con La primera confesión (1951), ciertamente interesante. Las locas Lomasney (1944) me parece más deslavazado y su visión de las mujeres está algo trasnochada, aunque no dudo que existían mujeres así, como las hermanas Lomasney, en los años cuarenta, la generación de nuestras abuelas —nacidas en los años veinte—, algo alocadas y más machistas con sus congéneres que muchos hombres de entonces. Luego leo Los viernes, pescado (1957), un relato preñado de un sutil humor, en el que quiero adivinar una raigambre antigua céltica, como la sorna que une a irlandeses con gallegos. El libro se cierra con otra obra maestra —para mí hay cuatro obras maestras en este volumen de siete cuentos—, Mi complejo de Edipo (1952), una absoluta genialidad que cualquiera que haya sido padre entenderá en cualquier parte del mundo.

Cierro el libro y pienso: «Esto es literatura universal: cualquier lector, de cualquier época, lengua o nacionalidad comprende esos cuentos con total precisión». Porque, precisamente, su autor es un escritor preciso, exacto. En sus cuentos, como en los de Borges, no sobra ni falta nada.
Lo incluyo en mi perequiana lista de Grandes novelas y relatos que he leído que creé hace décadas y actualizo con todas mis lecturas memorables desde hace más de treinta y cinco años (en concreto desde el curso 1986-87, cuando descubrí a Verne, Stevenson y Salgari). Ahí, en el epígrafe “Literatura inglesa (de Irlanda)” puse a Frank O’Connor junto a Le Fanu, Wilde y Stoker. No los cito en el orden en el que figuran en el libro (ignoro el motivo por que se ordenaron así) sino en orden cronológico, que es siempre el más lógico. Manías que tiene uno. 

Cito:
Frank O’Connor. 

Huéspedes de la nación (1931)
La majestad de la ley (1936)
Las locas Lomasney (1944)
Niños en el bosque (1947)
La primera confesión (1951)
Mi complejo de Edipo (1952)
Los viernes, pescado (1957)

Empiezo a recomendar el libro en las redes sociales, y por WhatsApp o llamada telefónica a amigos y/o colegas… que sé que son buenos lectores. Entre ellos, una editora irlandesa afincada en España, una novelista, varios periodistas, algún familiar y a Eloy Tizón, nuestro John Cheever hispánico, como él sabe que le llamo (el autor de relato breve más importante que han dado las letras en español en los últimos treinta años). A esto se llama el boca oreja, creo.

Leo el epílogo del libro, obra del traductor Daniel Morales, titulado “El nombre me sonaba”. Sí, el nombre me sonaba, me digo. Ahora necesito que no sólo suene, sino que le suene a muchas personas. Es una obligación moral con el difunto O’Connor. Con Irlanda y su cultura. Dicho epílogo finaliza así:

“Richard Ford ha escrito que Frank O’Connor es ‘un cuentista tan bueno como jamás lo haya habido’. Lo es. Tan bueno como jamás lo haya habido”.

Creí que no diría esto, pero lo es. Del nivel de Poe, Kafka, Borges, Cheever. No exageran. Coincido con Richard Ford y con Daniel Morales:

Frank O’Connor es un cuentista tan bueno como jamás lo haya habido.

VER+:







Irish Folk Song - The Rising of the Moon

Y ven dime Sean O'Farrell, dime por qué te apresuras tanto
And come tell me Sean O'Farrell, tell me why you hurry so

Calla un bhuachaill, calla y escucha y sus mejillas brillaban
Hush a bhuachaill, hush and listen and his cheeks were all aglow

Llevo ordenes del capitán, prepárate rápido y pronto
I bear orders from the captain, get you ready quick and soon

Porque las picas deben estar juntas a la salida de la luna
For the pikes must be together at the rising of the moon
A la salida de la luna, a la salida de la luna
At the rising of the moon, at the rising of the moon

Porque las picas deben estar juntas a la salida de la luna
For the pikes must be together at the rising of the moon

Y ven a decirme Sean O'Farrell, donde será la reunión
And come tell me Sean O'Farrell, where the gathering is to be

En el viejo lugar junto al río muy conocido por ti y por mí
At the old spot by the river quite well known to you and me
Una palabra más para señal, silbar la melodía de marcha
One more word for signal token, whistle out the marching tune

Con tu pica sobre tu hombro a la salida de la luna
With your pike upon your shoulder at the rising of the moon

A la salida de la luna, a la salida de la luna
At the rising of the moon, at the rising of the moon

Con tu pica sobre tu hombro a la salida de la luna
With your pike upon your shoulder at the rising of the moon
Fuera de muchas cabañas con paredes de barro, los ojos miraban a través de la noche
Out from many a mud walled cabin eyes were watching through the night

Muchos corazones varoniles latían por la bendita luz de la mañana
Many a manly heart was beating for the blessed morning's light

Los murmullos corrieron a lo largo del valle hasta el canto solitario de la banshee.
Murmurs ran along the valley to the banshee's lonely croon

Y mil picas brillaban por la salida de la luna
And a thousand pikes were flashing by the rising of the moon
Por la salida de la luna, por la salida de la luna
By the rising of the moon, by the rising of the moon

Y mil picas brillaban por la salida de la luna
And a thousand pikes were flashing by the rising of the moon

A lo largo de ese río cantor, esa masa negra de hombres se vio
All along that singing river, that black mass of men was seen

Muy por encima de sus armas brillantes volaba su propio amado verde
High above their shining weapons flew their own beloved green
Muerte a cada enemigo y traidor, silbar la melodía de marcha
Death to every foe and traitor, whistle out the marching tune

Y hurra, muchachos, por la libertad, es la salida de la luna
And hoorah me boys for freedom 'tis the rising of the moon

Es la salida de la luna, es la salida de la luna
'Tis the rising of the moon, 'tis the rising of the moon

Y hurra, muchachos, por la libertad, es la salida de la luna
And hoorah me boys for freedom 'tis the rising of the moon


Autores de la canción: 
Dp / J Baird / Judy Collins / Pd Traditional / Traditional

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